Después de casi 15 años y tres gobiernos del Frente Amplio, Uruguay encara su elección presidencial más difícil. Unas elecciones convertidas en un plebiscito, como en otros países del ciclo progresista, entre la continuidad del proceso de transformación, o la restauración conservadora.
Lo hará, además, por primera vez, sin ninguna de las figuras históricas como candidato. Ni Pepe Mujica, ni Tabaré Vázquez ni Astori, estarán en la boleta del Frente Amplio el 27 de octubre.
El contexto es complejo y similar al de otros países de la región: estancamiento económico, medios de comunicación como principal partido de oposición, judicialización de la política y la presencia cada vez más importante de iglesias evangélicas, sobre todo en el norte del país.
Pero hay algunas características propias de este pequeño país del Cono Sur. Vamos a analizar cinco de ellas:
Los candidatos. A pesar de que más que votar candidatos se eligen proyectos distintos de país, en el campo de la derecha tenemos todo el menú: evangelistas, outsiders, empresarios o un partido militar. Todo ello del lado del partido rosado, la combinación del Partido Nacional y el Partido Colorado, en una elección en la que además de los candidatos de ambos partidos, Lacalle Pou y Talvi, se suman esta vez millonarios emprendedores como Edgardo Novick o el ex comandante en jefe del ejército nacional y defensor de torturadores, Guido Manini, quien cuenta con el apoyo de sectores de la Iglesia católica.
Mientras, la derecha, dividida, empuja el eje político-ideológico y discursivo hacia la derecha, el Frente Amplio se ha tenido que correr al centro, prueba de ello es la designación como candidato del ex intendente de Montevideo, Daniel Martínez, del Partido Socialista, por encima de cuadros de izquierda como Carolina Cosse (propuesta por el MPP en las internas del FA) o el dirigente obrero, militante comunista, Óscar Andrade, uno de los cuadros de futuro del Frente Amplio.
Profundidad o amplitud. Un Frente Amplio que siempre se caracterizó por tener amplitud, algo que ha sido muy efectivo en determinados momentos de la historia para incorporar a muchos sectores de un arco político-ideológico amplio, pero que también hace que en otros momentos pierda profundidad y concreción en su proyecto político. Y si bien en los dos primeros gobiernos de Pepe Mujica y Tabaré hubo avances profundos, como la reforma de los impuestos y la reforma en el ámbito de la salud, la realidad es que hoy, con 34 organizaciones políticas en su seno, la amplitud se convierte en un lastre para lograr una profundización necesaria en su proyecto político, y a su vez, la no profundización se convierte en un lastre electoral, pues en el escenario electoral de las campañas de marketing y redes, son los Lacalle Pou y Talvi quienes se mueven mucho mejor que el Frente Amplio.
Es la demografía, estúpido. Se calcula que hasta 40 por ciento del voto al Frente Amplio en las elecciones de 2004 y 2009 provenía de personas jóvenes, menores de 30 años, que se identificaban con la izquierda, y por extensión, con el FA. Pero hoy en día los votantes jóvenes, especialmente los nuevos votantes, que en esta elección van a ser 10 por ciento del electorado (250 mil personas), han crecido bajo gobiernos del Frente Amplio y, por tanto, dando la presencia del Estado, la ampliación de derechos y la redistribución de la riqueza como algo inherente a sus vidas.
La gestión no es sexy. Durante mucho tiempo los comités de base fueron un pilar fundamental de un Frente Amplio que se ha visto vaciado de cuadros para desplazarlos hasta el gobierno. Se construyó barrio a barrio una victoria cultural antes de lograr la primera victoria electoral. Pero como en política no hay espacios vacíos, esas formas de cercanía con la gente las empieza a utilizar la derecha (no hay más que ver el ejemplo del PRO en Argentina con los timbrazos). De la misma manera, el simple hecho de hacer una gestión correcta (o incluso buena como es el caso de Bolivia) no es suficiente para las masas de votantes, especialmente jóvenes.
Contexto regional. A un país como Uruguay le afecta mucho la situación político-económica de sus vecinos. Y si bien la derecha no puede ondear la bandera de una Argentina en crisis como ejemplo, la bolsonarización de la política es también un hecho, con la campaña más sucia y llena de fake news de su historia electoral. Asimismo, igual que en Argentina pudimos ver que los cambios no eran irreversibles, en Uruguay el desmontaje de la política industrial o salarial sería más rápido, al mismo tiempo que las experiencias vecinas acentúan la tendencia hacia políticas económicas poco audaces, por no decir conservadoras, aun si ganara el Frente Amplio.
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Estas son las principales claves de una elección que es muy posible que se resuelva en segunda vuelta, posibilidad que acercaría el triunfo a una derecha que iría unida frente al FA.
En ese escenario, es necesario tener claridad en que las derrotas electorales siempre son posteriores a las derrotas políticas. Y si se gana y se abre la posibilidad de un cuarto mandato, nos encontraremos con un gobierno en disputa, pero también con un Uruguay que, junto con Argentina y Bolivia, podría ratificar este 2019 la continuidad del ciclo progresista latinoamericano.
Katu Arkonada, Politólogo especialista en América Latina.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2019/08/03/opinion/018a1mun
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