Fraccionamiento multipartidista y coalición hegemónica
Después de que la Constitución del 91 propiciara el fraccionamiento del sistema de partidos, para robustecer el pluralismo; la reelección implantada bajo la iniciativa de Uribe Vélez, influyó para que se conformara una alianza amplia alrededor del gobierno de turno, principalmente por la atracción del poder presidencial; ejercido entonces durante dos periodos consecutivos por un gobernante que, de ese modo, aseguraba la lealtad de la más grande porción de los partidos, entre los apegados al establecimiento; o lo que es lo mismo: que de esa forma el presidente garantizaría la fidelidad del personal político: parlamentarios, burócratas y cuadros directivos de los grupos y movimientos.
Posteriormente, la prohibición de la segunda reelección en cabeza de Uribe Vélez provocó un cambio en la orientación de esas lealtades, las cuales se enderezaron, como la aguja atraída por un imán, hacia Juan Manuel Santos; quien así pasaba a controlar la coalición gobernante; eso sí, con la contrapartida de que el uribismo buscaría la puerta de salida para lanzarse a una oposición de marcado signo derechista.
Lo que para la clase política era lealtad con las instituciones; para Uribe no era más que una despreciable deslealtad, simple prolongación de la traición perpetrada por Santos. El vacío dejado por el uribismo, al abandonar la coalición gobernante, seria llenado por el ingreso del liberalismo, partido que estuvo por fuera de ella durante los gobiernos de Uribe, particularmente durante el segundo periodo.
Ahora bien, el doble mandato de Santos se aproxima a su recta final. Con el “sol a sus espaldas” verá crecer como plantas silvestres toda suerte de candidaturas. El escenario que se abre es el del perfilamiento de la candidatura del uribismo, por un lado; y las de la coalición de gobierno, por el otro.
Vargas Lleras: entre el campo santista y el uribismo
Entre ambos bloques electorales- digamos, santismo y uribismo- desplegados en un plano, como dos círculos separados, se moverá la candidatura de Vargas Lleras, a la manera de otro círculo que hace intersección con uno y con otro; superponiéndose al Santismo, por alianza de intereses; y haciendo lo propio con el uribismo, por aproximaciones ideológicas.
Se trataría de una opción con pretensiones de absorber electorado tanto en el santismo como en el uribismo, una hipótesis que constituiría una ventaja, porque abarcaría un vasto espectro del “centro-derecha”. La debilidad, sin embargo, radicaría en la precariedad de su plataforma propia, Cambio Radical, un partido relativamente pequeño, muy personalizado en su liderazgo, y que brinda un flanco débil por ser albergue de las peores versiones de la política regional, lo que lo desdibuja en términos de la ética pública.
Las posibilidades del uribismo
Por otra parte, la competencia entre el bloque santista y el uribista no está resuelta de antemano, pues para nadie es un secreto que en 2014, Oscar Ivan Zuluaga le ganó a Santos en la primera vuelta; y que el NO en el plebiscito le ganó por un centímetro al SI.
Los antecedentes inmediatos hablan de una ventaja del uribismo en términos electorales, en lo que se refiere a la carrera presidencial; no así desde luego en lo concerniente a las elecciones parlamentarias y a las regionales.
En principio, la coalición gobernante debiera por razones instrumentales mantenerse unida para preservar el gobierno. Contra esta razón conspiran, sin embargo, algunas circunstancias riesgosas, como el hecho de que llega a su fin el gobierno de Santos, lo que dispersa intereses y cálculos en buena parte de la clase política. Además, el presidente se comprometió con una exitosa negociación de paz que, no obstante, ha generado un distanciamiento por parte de su vicepresidente, remolón e inconforme con la Justicia Especial.
En la otra trinchera del establecimiento, el campo contrario, esto es, el uribismo, cuenta con una reserva electoral que le permitiría ganar la carrera presidencial, si mantiene cohesionado a su electorado a través de esa retórica tan suya, saturada de post-verdades, que desaparecen, a la manera de un pase de mago, los evidentes beneficios del Acuerdo.
¿Coalición de derechas: Uribe, Ordoñez y las iglesias; Martha Lucía y Pastrana?
Con todo, este campo político pareciera estar condenado a la condición de fuerza minoritaria en el parlamento; lo que, de confirmase en marzo del 18, pudiera frenar su empuje, tanto más cuanto que candidatos como Zuluaga o Ivan Duque ofrecerán debilidades, que el mismo Uribe parece reconocer. Por esa razón, este último quiere sortear el escollo con una operación de opinión, tal como sucedería con las firmas contra la paz; y con una estrategia política, como el diseño de una alianza que pudiese congregar a todos los que militaron con el NO en el plebiscito.
Mientras tanto; en la otra orilla, la propuesta de Humberto de la Calle en el sentido de crear una coalición para defender la paz no encuentra aún el eco debido. La paz tiene significación histórica, pero no pareciera despertar entusiasmo en la opinión. Es un valor y una cifra altos, propios de estadista; no un recurso de los políticos, en trance electoral. Sirve para la siguiente generación, pero no pareciera ser muy útil para la próxima elección.
En esas condiciones, el uribismo podría encaminarse a ampliar su fuerza con los sectores más recalcitrantes y demagógicos de las iglesias cristianas y del conservatismo. Entre tanto, la coalición santista podría condenarse a un fraccionamiento entre, al menos, dos candidaturas, la liberal y la del partido de la U; cuando simultáneamente el propio Vargas Lleras se posicionaría en una zona intermedia, dinámica y movible, entre santismo y uribismo, según ya lo señalamos.
Dos candidaturas fuertes, salidas ambas del antiguo campo santista cobrarán fuerza con seguridad, la de Vargas Lleras y la de Humberto de la Calle. Enfrente estará el candidato de Uribe, Ordoñez y Pastrana, si es que el primero logra cuajar esta alianza; un candidato que con el estandarte de la post-verdad en contra de la paz, llegaría a la segunda vuelta.
Para De la Calle y Vargas Lleras, por el contrario, la primera vuelta sería una elección primaria para definir quién va a la vuelta final contra la derecha más populista y extrema; salvo que Santos consiguiera que en su coalición gobernante la cosas se definieran previamente en una consulta interna, lo que por lo pronto no aparece como una tarea fácil.
Ricardo García Duarte