En el largo plazo, el sistema de una coalición dominante se convierte, sin que el régimen necesariamente sea parlamentario, en la base para la gobernabilidad de una administración presidencial que, por fuerza, será mayoritaria en las urnas, pero minoritaria en el Congreso y en general en el paisaje político, dibujado por la presencia de minorías, incluido el que debiera fungir como partido oficialista.
El hecho es que el gobierno de Gustavo Petro, precisamente el del cambio, con toda la carga que este carácter pueda acarrear en materia de contradicciones y tensiones, consiguió que todos los partidos aliados se movilizaran en favor de la Reforma Tributaria y de la Paz Total, dos leyes por las que votaron, sin importar mucho las inquietudes puntuales sobre sus contenidos y menos aún las distancias ideológicas.
A partir de esta experiencia, no interesaría tanto el signo ideológico del presidente de la República, si es de derecha, de centro o de izquierda; nada de eso sería tan decisivo, como la posibilidad efectiva de cogobernar. La coalición interpartidista será el formato prevaleciente para la marcha acompasada del Gobierno y el Congreso, dos pilares sin los cuales la gobernabilidad y la legitimidad institucional se frenan, a pesar del amplio margen de que dispone el poder presidencial en los procesos decisionales.
En consecuencia, no hay, y no habrá en el horizonte próximo, gobiernos de partido; solo de coalición; y de coalición múltiple y fraccionada; ni siquiera compuesta apenas por dos o tres partidos, pues difícilmente les alcanzaría la cuerda para desarrollar una agenda a través de leyes.
Períodos y fases
En la historia republicana Colombia pasó por muy distintas fases y modalidades de relaciones interpartidistas. 1.Existió primero un sistema de dos grandes partidos, los 150 años de bipartidismo de que hablara con tanta ilustración Álvaro Tirado Mejía. 2.Luego vino, cuando se empezó a agotar el Frente Nacional, el bipartidismo con faccionalismos internos. 3.Como consecuencia de la Constitución del 91 sobrevino el multipartidismo, ampliamente fraccionado, casi con una tendencia a la atomización. 4.Con las reformas políticas se acotó el fenómeno y fue sustituido por un multipartidismo, no tan centrífugo, más bien moderado. En dicho contexto, el partido liberal se sumió en la debacle, al tiempo que emergía una derecha intensa y descalificadora, detrás de la bandera de la seguridad, la del uribismo. 5.Entonces, comenzaron los gobiernos de las coaliciones hegemónicas, estructuradas bajo los gobiernos de Uribe y Santos, coaliciones que se forjaron en medio del multipartidismo, pero con un efecto neutralizador frente a la dispersión. 6.En la administración de Iván Duque se mantuvo el modelo de coalición hegemónica, pero mucho más atenuada que en el inmediato pasado y con una disciplina de los partidos, especialmente oscilante. Por cierto, se configuró una coyuntura en la que las apariencias y la retórica mostraban una fuerte polarización, la misma que coincidió con la protesta social, esta última, por el contrario, muy real.
La alternancia y el cambio
Con la llegada al poder de Gustavo Petro, parecía abrirse el telón para una etapa de polarización y, a la vez, de baja gobernabilidad; en otras palabras, de inestabilidad. La alternancia en el poder, no el simple recambio entre los mismos partidos tradicionales, sino esa que irrumpe con el triunfo inédito de alguien que venía de los bordes del sistema y que había retado al régimen, no implicó sin embargo factores de desorden político: ni polarización ni baja gobernabilidad.
La aprobación en el Congreso, tanto de la Reforma Tributaria como de la Paz Total, es un hecho que marca, no solo victorias puntuales y tempranas por parte del nuevo Presidente; señala también la prolongación del formato de las coaliciones, como base para la gobernabilidad, dimensión ésta, indispensable para el buen suceso de cada gobierno.
El hilo de continuidad en el orden político.
Siendo tan distintos y tan distantes, los gobiernos de Duque y de Petro, podrían estar representando paradójicamente las dos fases de un mismo proceso en el régimen político, el de un modelo de coaliciones gobernantes, en las que participa un mosaico de partidos, sin que interfieran miramientos éticos o identitarios, a propósito de cuál sea la orientación ideológica o cultural de cada presidente.
Duque, el del Centro Democrático, tuvo el apoyo permanente del partido conservador, del partido de la U, de Cambio Radical, de los cristianos y a veces del partido liberal. Petro, el de la Colombia Humana, en el extremo contrario, tiene el respaldo de la U, de los conservadores, de los liberales; y a veces de Cambio Radical y de los cristianos.
Se configura entonces una zona común, de intersección, compuesta por partidos tradicionales que, sin alcanzar ya el poder, extraviada su vocación presidencialista, juegan el papel de equilibrio, para garantizar la estabilidad y la gobernabilidad, así los gobiernos tengan orígenes opuestos.
Cuando cada partido, a través de sus voceros, habla de los demás, de sus colegas o contradictores, los estigmatiza con el baldón de la mermelada; al contrario, cuando cada uno de ellos se refiere a sí mismo, exhibe entonces su ética de la responsabilidad y su sentido de Estado. Es posible que se trate de una mezcla extraña de lo uno y lo otro; del vicio y la virtud.
En medio del cambio, en el hilo común de la historia, se instala con variaciones, tal como si fuere una composición musical, con la posibilidad de distintos tonos y melodías escondidas, el coalicionismo mayoritario que deviene método común de gobierno, plataforma de partidos aliados que garantiza la gobernabilidad y asegura el poder.
Avances políticos y estabilidad en el régimen.
La suerte venturosa de las leyes aprobadas, gracias al voto de las mayorías gubernamentales, en los primeros 100 días, ese signo indicador que acuñara con éxito Franklin Delano Roosevelt, está determinando, como fenómeno, que las coaliciones, por más variopintas y contradictorias que sean, llegan a ser no solo posibles, sino eficaces.
El coalicionismo se hereda a sí mismo en el poder, pero con una composición más heteróclita; eso sí, con mayor estabilidad, por lo pronto; y con menor polarización, lo que no es poca cosa. Es el triunfo del pragmatismo sobre las tensiones ideológicas; por algo, se han producido los acercamientos entre José Félix Lafaurie, encarnación de las posturas más conservadoras; y el gobierno del cambio, con miras a facilitar una reforma agraria, sin expropiaciones, pero efectiva.
En la segunda mitad del mandato -2024 y 2025– los efectos de la Reforma Tributaria dictarán la consecuencia de si se abroquela la coalición o se fractura; se darán cita las circunstancias, en las que se reivindiquen creíblemente los progresos sociales o en la que se tengan que pagar los costos de los retrocesos económicos, algo que pondrá a prueba la cercanía de los intereses.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: https://www.publimetro.co/
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