“La historia se hace desde la cotidianeidad”.
Hugo Zemelman (1931-2013)
Luego de la firma del Acuerdo de Paz en 2016, las FARC abandonaron los territorios donde habían hecho histórica presencia. Su ausencia hizo posible que emergieran a la luz de la historia, otras formas de violencia, viejos conflictos sociales no resueltos, la pobreza, el abandono estatal, las disputas por el dominio territorial para las rutas del narcotráfico, el descontrol en la explotación de los recursos naturales, el sometimiento de las poblaciones por actores armados y el dolor marginal de millones de compatriotas. Había llegado el momento de saldar esa deuda histórica que nos había condenado a vivir en la contradicción de una democracia formal de solidas instituciones en medio de una pavorosa y violenta desigualdad social.
Las respuestas dadas por los gobernantes fueron tibias y el foco de atención siguió ajeno a los reclamos de esa inmensa patria marginada, explotada y silenciada. Hoy cuando la crisis sanitaria generada por la pandemia del Covid-19, amenaza día a día con desbordarnos, está ocurriendo lo mismo. Corrido el telón de los sortilegios y artilugios de la política local, y con el foco apuntando indefectiblemente hacia el sistema de salud en medio de un reto planetario sin precedentes en el mundo contemporáneo, empezamos a reconocer la profunda crisis en el sistema de salud pública, las limitaciones operativas en los tramitadores de servicios, lo obsoleta que es la ley 100 que fijó el marco del sistema de seguridad social, y la trágica realidad de hambre y miseria en la que malvive más de la mitad de la población total del país. La realidad que no queríamos ver estaba ahí, al frente, reclamando justicia, exigiendo cambios, mientras las élites, los gobiernos de turno y los círculos sociales cerrados preferían mirar para otro lado. Las cosas no estaban bien como nos habían hecho creer, ni iban por buen camino, ni volábamos como cohetes con nuestro modelo económico ni estábamos logrando derrotar la pobreza y la desigualdad, y tampoco éramos el segundo país más feliz del mundo. La gran mayoría de personas vivían sometidas a la angustia diaria de tener que luchar sin tregua, y a veces sin esperanza, por mantenerse a flote junto con sus familias.
La parálisis en la productividad por cuenta de la obligada cuarentena además de destapar una crisis social profunda y apremiante y dejar al descubierto la perversidad de nuestro sistema, creó un ambiente político favorable al populismo, a los recortes democráticos y a la adopción de medidas autoritarias que restringen libertades ciudadanas, pero también nos envió una clara advertencia: Si no actuamos con conciencia la posibilidad de encontrarnos ante una tragedia de dimensiones colosales y un fuerte estallido social, que nos obligue a replantear nuestra democracia y a repensar el modelo que nos rige, es altamente probable. La urgencia de impulsar cambios estructurales hacia una verdadera justicia y una sólida democracia empiezan a parecer impostergables. ¿Estamos a puertas de configurar un nuevo paradigma? Parecería que sí, y que es inevitable.
Nunca en nuestra historia planetaria habíamos experimentado con tanta nitidez la fragilidad de nuestra democracia y sus profundas contradicciones; ni habíamos visto converger tal nivel de pánico e incertidumbre con el desarrollo de una profunda crisis económica, el caos político y la deficiencia moral de una dirigencia cada vez más desgastada y cuestionada en amplios sectores de la población. Hoy esta convergencia entre una inconformidad social estructural y una coyuntural, nos anuncia en el cercano horizonte, que, de no encontrarse respuestas inmediatas y soluciones de peso que garanticen la vida misma, podría desencadenarse en una crisis social aun mayor a la que estamos experimentando.
Hasta el momento hemos visto fuegos aislados, manifestaciones que han sido velozmente sofocadas por la mano represiva del Estado, como en el caso de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá, donde hace una semana, bajo el pretexto de evitar un robo, acudió el Esmad para reprimir a las familias que bloqueaban la avenida Boyacá, en el sector de Monterrey, para gritar que las ayudas prometidas por la administración distrital no estaban llegando a sus hogares. Las críticas a la alcaldesa fueron rotundas. La gente se está muriendo de hambre y los gobiernos no pueden pedirle que se muera en casa en silencio, que no rompa la cuarentena y que no luche por su vida.
Muchas familias deben elegir entre morir por inanición en casa o correr el riesgo de contraer el virus en la calle, y la elección parece más que obvia. Más fuerte es el llanto de un hijo con hambre o la propia necesidad de supervivencia que el miedo a recibir un comparendo, a enfrentar la brutalidad policial o el mortal virus. Hambre vs. virus: gana el hambre, por elementales razones: es lo real, lo tangible, el imperativo, lo que grita y no da tregua, el virus en cambio es una espectro que con algo de suerte deambulara por otra calle o tal vez su ataque no sea tan mortífero.
La cortina del aislamiento social
En Colombia la primera reacción del gobierno con la llegada del Covid-19 fue minimizar su posible impacto, para luego, progresivamente empezar a limitar los encuentros ciudadanos, las reuniones de más de 500 personas, de 50 de 10, ordenar el cierre parcial de los aeropuertos (no en el primer puente festivo para no afectar las arcas de Opain), y finalmente, emitir una primera orden de Aislamiento Preventivo Obligatorio en todo el país, cuando en Bogotá y los municipios vecinos ya se realizaba un simulacro pedagógico y el ministerio de salud reportaba 158 contagios en todo el territorio nacional. El primer confinamiento se ordenó a partir del martes 24 de marzo hasta el martes 13 de abril en todo el país, luego, mediante decreto 531, se extendió hasta el 27 de abril, y ese día, ignorando las recomendaciones de epidemiólogos y académicos, el mandatario autorizó la salida de los trabajadores de manufactura y construcción. Para esa fecha se contabilizaban 5.597 casos de contagio y 253 muertes, incluyendo 218 nuevos casos y 9 fallecidos registrados ese día. La salida estuvo acompañada de una campaña pedagógica sobre medidas de protección para trabajadores y pasajeros del sector transporte. “Si sales de casa, recuerda: lavado de manos, tapabocas y distanciamiento social”.
El decreto 593, por medio del cual se imparten instrucciones para el cumplimiento del Aislamiento Preventivo Obligatorio en todo el territorio nacional, entre las cero horas del lunes 27 de abril y las cero horas del lunes 11 de mayo, dentro de la Emergencia Sanitaria decretada hasta el próximo 30 de mayo, introdujo nuevas “excepciones para la libre circulación de personas, relacionadas con actividades de obras de construcción de edificaciones, la cadena de manufacturas, los juegos de suerte y azar (loterías y chance) y casas de cambio, las actividades físicas individuales al aire libre, el sector de bicicletas y los parqueaderos públicos para vehículos. (…) La nueva medida señala que “se limita totalmente la libre circulación de personas y vehículos en el territorio nacional”, con 41 excepciones que buscan garantizar el derecho a la vida, a la salud y la supervivencia de los colombianos”[1].
Esta medida generó enorme preocupación, y varias personas y organizaciones se pronunciaron criticándola. El periodista y escritor Antonio Morales, director del programa “Café picante”, señaló en su cuenta de FB: “Como se esperaba ahí poco a poco va creciendo el relajo que estimuló el gobierno, la gente saliendo, más comercios abiertos, menos controles, protocolos pocón… Y eso es una bola de nieve, los que están guardados ven salir y salen. Y eso ya no lo detendrá nadie. En quince días también crecerán los entierros”.
La alcaldesa mayor de Bogotá no sólo fue crítica con la medida, la vetó en la capital, lo que generó confusión en la ciudadanía que no sabía a quien obedecer. ““Nadie empieza a trabajar mañana. Ninguna empresa, ni ninguna obra”. Así, tajante, como suele pronunciarse la alcaldesa Claudia López, anunció que Bogotá no entrará a partir del lunes 27 de abril en la dinámica que tendrá el resto del país de reactivar algunos sectores de la economía, en especial los de construcción y manufactura. Desde hace una semana, la mandataria advirtió que la capital no estaba lista para que unas 460.000 personas retomaran sus actividades, y este domingo lo reiteró al ordenar que no se pueden reactivar las obras y empresas de manufactura, sin que antes las empresas realicen un registro”[2].
El senador Roy Barreras, si bien reconoció la urgencia de abrir la economía declaró que por tres razones el país aún no está listo: “Increíblemente aun no llegan los recursos a los hospitales; lo segundo, los test masivos necesarios para identificar quienes ya están inmunes, tienen anticuerpos y pueden incorporarse con seguridad aun no han empezado, y lo tercero, los protocolos de bioseguridad, empezando por los millones de trabajadores que saldrán mañana porque la decisión de sacarlos a la calle implica también la decisión de cuidarlos, (tampoco están asegurados). ¿Ya está lista la distribución gratuita de millones de tapabocas en las calles a partir de mañana?”[3].
Desde varios sectores se advirtió que la apertura sería utilizada por millones de personas que no pueden quedarse en casa esperando a ser los seleccionados en la balota de la caridad del mes o del tardío deber humanitario de un gobierno con escuálida agenda social, para recibir un pequeño mercado que los ayude a sobrevivir unos cuantos días. La crisis económica es real, es profunda y no es nueva, aunque se agudizó durante la cuarentena, y la situación de pobreza está obligando a las familias a buscar la manera de burlar las medidas para salir a la calle a luchar por su vida.
La miseria es mucho más profunda a lo que ha venido reconociendo el DANE en las estadísticas oficiales, el desempleo seguramente supera el 60% de la población y la marginalidad se extiende más allá de los cinturones de miseria que envuelven y asfixian a las granes ciudades. Además, las cesantías no existen para la mayoría de las personas, las pensiones forzadas en fondos privados se están desvalorizando; las familias que sobreviven del rebusque diario son más de las imaginadas, el acceso a internet no es tan masivo como se creía y no todos los niños pueden asistir a clases virtuales, y del transporte público depende la movilidad de más de 70% de los ciudadanos que a diario viajan a buscarse la vida. Pero además de esta gruesa franja de población vulnerable se revela ahora la lucha sin tregua que viene sorteando la clase media -con todo en contra- para no desaparecer; son millones de personas que quedaron sin ingresos, con obligaciones adquiridas y sin derecho a bonos solidarios por estar ubicados en los estratos 3 o 4. La pobreza invisible empieza a ser visible.
Hace seis meses la Cepal advirtió que Colombia y Bolivia eran los países con la tasa de pobreza extrema más alta en América Latina. La informalidad laboral cerró en nuestro país en 48,2%, y con más de 12,09 millones de personas en situación de desempleo y subempleo el año anterior. La OIT también advirtió, un mes antes del estallido del coronavirus, que la tasa de desempleo se incrementaría en Colombia este año y el próximo, pero no sólo debido a las condiciones internas del país, también como parte de un fenómeno global[4]. Además de ello, anteriores estudios venían proponiendo cambios sociales urgentes ante la precariedad en la que se encontraba la población de adultos mayores en Colombia, siendo la más pobre de América Latina. Una pobreza estructural, añeja, siempre presente, pero casi siempre ignorada.
Hoy esas estadísticas, que se percibían como abstracciones lejanas, estallan para decirnos que el modelo actual es insostenible. El virus no llegó para exterminar a la especie humana, aunque signifique la muerte de millares de personas, vino a mostrar la ineficacia del sistema actual, o como afirma Chomsky, “otro fallo masivo y colosal de la versión neoliberal del capitalismo”[5].
La catástrofe planetaria que estamos viviendo por cuenta de un virus que pudo ser detectado, anunciado y combatido años atrás, nos enseña que el modelo neoliberal no es compatible con la vida ni con la dignidad humana, como lo venían gritando desde la academia filósofos y pensadores. Hoy, en el vórtice del tiempo, no solo estamos llamados a superar las distorsiones eurocéntricas del pasado, estamos ante la posibilidad de empezar a forjar un nuevo proyecto histórico que además de reconocer y dignificar a las víctimas de un viejo sistema depredador, cuente con un soporte ético sólido que nos permita edificar un nuevo orden, una sociedad mundial más justa, eficaz, decente y genuinamente democrática. El llamado del filósofo argentino Enrique Dussel, adquiere hoy más vigencia que nunca: “el reto actual de la ética es detener el proceso destructivo de la vida”.
Rojo rabia, rojo temor
Cuando cae el telón de la productividad, vemos nuestro propio proceso destructivo, y es así como en las fachadas de algunas casas empiezan a aparecer trapos rojos y en redes sociales llamados a la desobediencia civil: “Sin pan no hay cuarentena”. El trapo rojo se convierte en una señal de auxilio.
La reconfiguración de los símbolos atraviesa entonces este capítulo oscuro de nuestra historia. Si anteriormente el trapo rojo era señal de resistencia y repudio al sistema depredador capitalista, de apoyo y defensa del socialismo como alternativa de emancipación para las clases proletarias y oprimidas, en Colombia es hoy una señal de alerta con la que las ciudadanía informa a las autoridades y a la comunidad que tiene hambre y necesidades que no pueden satisfacer porque las difíciles condiciones del mundo normal, el conocido, el de las injusticias y las indiferencias, han cambiado y ahora son peores que difíciles.
“La insurrección de la Comuna de París en 1871 hizo de la bandera roja el emblema de la revolución socialista. Hoy un trapo rojo en Colombia se ha convertido en un símbolo de ayuda en muchos barrios marginados del país, como consecuencia del impacto social del Covid-19 en el país”. Esta iniciativa nació hace algunas semanas cuando el alcalde del municipio de Soacha (Cundinamarca), Juan Carlos Saldarriaga, propuso a la comunidad que aquellas familias que tuvieran alguna necesidad de hambre lo dieran a conocer colocando un trapo rojo en la fachada de sus casas, para que entre los mismos vecinos que se ayudaran entre sí, mientras llegaban los mercados y las ayudas de la alcaldía.
“Sean solidarios con sus vecinos en tiempos de coronavirus. Si usted ve un trapo rojo en la puerta de su vecino, significa un llamado de solidaridad. Ese primer paso y ayuda la dará usted como vecino”. La alcaldía local de Soacha hizo entrega de ayudas en las zonas más vulnerables de la ciudad. Así se promocionaba en un video institucional la iniciativa del trapo rojo. El mensaje tuvo su efecto, entonces comenzaron a verse en muchas viviendas de Soacha algunos trapos rojos. La estrategia empezó a tomar tanta fuerza, que los alcaldes de Barranquilla, Medellín y Neiva y otras ciudades adoptaron la iniciativa. Lo mismo sucedió en varias localidades de Bogotá como Ciudad Bolívar y Usme”[6].
Estrategia que más que estrategia, es un grito por el derecho a la supervivencia que descubre una profunda contradicción democrática. No se trata solo de hogares vulnerables que ante la imposibilidad de salir a la calle a guerrearse la vida, esperan recibir en casa la canasta básica solidaria, se trata además de la muestra visible de un sistema social y político colapsado que ha sido incapaz de garantizar una vida digna, justa y reproductiva a la inmensa mayoría de sus ciudadanos, que incluso en vez de darles les ha quitado y ha impedido que puedan realizar el concepto de ciudadano y ejercer el derecho de una ciudadanía plena. En la miseria no existe la ciudadanía, tampoco la democracia.
El trapo rojo es un nuevo símbolo de protesta contra la pobreza que se vive en Colombia, el séptimo país más desigual del mundo, según el Banco Mundial. Y es posible que en cuestión de semanas Colombia se convierta en una gran bandera roja, no como república socialista, claro está, sino como protesta ante el hambre de las mayorías, la corrupción galopante, la sangre de los caídos en medio este genocidio de líderes y lideresas sociales, desmovilizados de la guerrilla e indígenas que el gobierno tolera con indolencia, y ante la ruptura de nuestra propia concepción democrática. El mensaje es perentorio y claro: Ya no es posible seguir aplazando la realización de un real Estado democrático social de derecho en Colombia.
El hambre y la inmoralidad que la permite, son nuestras mayores amenazas hoy día. El columnista Álvaro Restrepo lo dijo muy claro el lunes pasado. “Hace unos días nos despertamos con las predicciones aterradoras de la FAO acerca de “hambrunas de proporciones bíblicas” que se anuncian para el planeta durante este fatídico 2020. Hablan de cifras espeluznantes: 265 millones de seres humanos que están en riesgo de morir de física hambre a causa de las diferentes anomalías sociales, políticas, económicas que la pandemia ha agravado en el mundo. Si bien el nuevo virus es en sí mismo una enfermedad del cuerpo, la vieja hambre es una enfermedad del alma: moral, atávica.
En un planeta fértil y pródigo a la vez como el nuestro, que se debate entre la opulencia obscena de pocos y la escasez patética de muchos, es normal que aparezca una enfermedad como la que hoy nos azota. Y no estoy hablando de un castigo divino: estoy hablando de un castigo humano – ¡demasiado humano! – auto infligido y merecido. Un mundo tan moralmente insostenible e inviable en sus aberraciones e “injusticias consagradas”, no pareciera tener la posibilidad ni el derecho de sobrevivir”[7].
Así de cruda es la realidad y de enorme el desafío. El aparato estatal colombiano, apelando -como era de esperarse- a los recursos conocidos, ha tratado de paliar la crisis con subsidios, créditos blandos y suspensión de pagos, y desde hace un par de días autorizando la salida de un sector productivo no esencial, como una forma de empezar a dinamizar la economía bajo un modelo que la misma crisis nos demuestra está agotado. En conclusión, se trata de medidas tibias, actos de caridad cristiana y de solidaridad que no producen riqueza, no modifican en nada el mapa de la infamia y además tiene sus límites, y sus tiempos son perentorios.
En todos los países se iniciará -o ya se inició en algunos- el desescalamiento social del aislamiento obligado, pero bajo condiciones específicas y medidas claramente establecidas. A nivel mundial se demostró que el aislamiento social es fundamental para impedir la veloz propagación del virus, lo que seguramente nos permitirá ganar algo de tiempo, quizás con la esperanza de alcanzar un cambio evolutivo en el sistema inmunológico o lograr a la mayor brevedad el desarrollo de la primera vacuna y su masificación comercial a gran escala. Pero más allá de eso, el llamado es a repensar el sistema. El manejo dado a la pandemia en Vietnam, Islandia, China, incluso Cuba, países donde se tomaron decisiones drásticas y tempranas, se definieron prioridades, y se estableció como objetivo eliminar la curva de contagio, no aplanarla, nos está diciendo algo que debemos valorar con máximo cuidado, anulando todo prejuicio y estigma político. Garantizar la vida es nuestro principal deber.
Si antes de la cuarentena se estimaba que el 67% de la población en Colombia era pobre, lo será mucho más en cuestión de semanas. Y el virus seguirá presente.
La amenaza del contagio no ha variado, la de morir de hambre tampoco pese a la entrega de auxilios solidarios, bonos y mercados que han recibido algunas familias. En Bogotá, con toda la institucionalidad dispuesta a llegar a cada hogar en problemas, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuáles y cuántos son, hasta la fecha (viernes 24 de abril) se habían entregado 2’333.635 ayudas alimentarias distribuidas de la siguiente manera: “Mercado: 59.992. Donaciones mixtas (Donaciones de empresas privadas): 125.960. Bono (para canjear en supermercados): 383.811. Canasta alimentaria (Kit de alimentación establecido por IDIGER): 355.611. Refrigerio: 687.536”[8].
¿Como podemos entonces garantizar la dignidad y la supervivencia de las familias confinadas?
Ninguna persona debería tener que elegir entre morir de hambre o morir a causa de una pandemia. Esta tremenda disyuntiva nos está diciendo que es imperativo despertar el humanismo en nuestras sociedades capitalistas para regresar a la esencia de la vida. Superar la era del capitalismo neoliberal global, homicida y depredador para empezar a construir una democracia planetaria, directa y participativa, hoy más que nunca es necesario.
Como lo escribió el senador Iván Cepeda en su cuenta de Twitter: “La pandemia plantea la necesidad de defender los espacios democráticos, de control político y ciudadano. Nada de cerrar el Congreso, las cortes, prohibir las críticas. Al virus se le contrarresta con la participación de los ciudadanos y no con la construcción de una monarquía”.
La invitación hoy es a dejar de mirar con añoranza el pasado conocido como si fuera el paraíso perdido, a entender que ese modelo que naturalizó la injusticia y la violencia, la exclusión y el acaparamiento de todas las riquezas en pocas manos ante la hambruna de las mayorías, la frivolidad y el consumismo irracional, y que hizo de la anormalidad la normalidad y de la inmoralidad una virtud en la política y en las relaciones sociales, debe ser superado de una vez y para siempre. Esta pandemia, cuyo peor rostro aún no conocemos en América Latina, podría convertirse en una oportunidad, si, dolorosa y terrible, para crear nuevo orden que nos permita convivir con respeto y en armonía con el planeta y con todas las especies que viven en él, incluyendo a toda la humanidad.
// Los sectores demócratas y humanistas del país y del mundo deben hacer un llamado al ELN para que mantenga el cese al fuego y al gobierno nacional para que inicie cuanto antes una mesa de diálogo y negociación que conduzca a una paz total.
_____________________________________
[1] Presidencia de la República; “Gobierno expide el Decreto 593, por el cual se dispone el Aislamiento Preventivo Obligatorio del 27 de abril al 11 de mayo en el territorio nacional”. Bogotá, 25 de abril de 2020. Consultado en: https://id.presidencia.gov.co/Paginas/prensa/2020/Decreto-593-dispone-Aislamiento-Preventivo-Obligatorio-27-de-abril-al-11-de-mayo-territorio-nacional-200425.aspx
[2] El Espectador; “No se reanudará ninguna obra en Bogotá; apenas empezará un registro”: Claudia López. Noticias Bogotá. Abril 26 de 2020. Consultado en: https://www.elespectador.com/noticias/bogota/no-se-reanudara-ninguna-obra-en-bogota-apenas-empezara-un-registro-claudia-lopez-articulo-916670
[3] Canal Youtube Roy Barreras; “No estamos listos para abrir mañana”. Bogotá, 26 de abril de 2020. Consultado en: https://youtu.be/-gEvS9ie4_4
[4] Revista Portafolio; “La OIT alerta sobre aumento del desempleo mundial en 2020”. Bogotá, 20 de enero de 2020. Consultado en: https://www.portafolio.co/economia/la-oit-alerta-sobre-aumento-del-desempleo-mundial-en-2020-537263
[5] El Espectador; “Estamos ante otro fallo masivo y colosal del capitalismo”: Noam Chomsky sobre el coronavirus”. Bogotá, 21 de abril de 2020. Consultado en: https://www.elespectador.com/coronavirus/estamos-ante-otro-fallo-masivo-y-colosal-del-capitalismo-noam-chomsky-sobre-el-coronavirus-articulo-915717?fbclid=IwAR18xkIgshnemC50rgskeT5knjPLiBVHoqKL_NMCIuHW16rhEa1bS9gZmL4
[6] Radio Nacional; “El trapo rojo que se convirtió en símbolo de auxilio”. Bogotá, 18 de abril de 2020.
Consultado en: https://www.radionacional.co/noticias/actualidad/coronavirus-trapos-rojos-comunidades
[7] El Tiempo; “Corona Mundi: La Cultura de la Salud / la Salud de la Cultura”. Por Álvaro Restrepo. Bogotá, 28 de abril de 2020. Consultado en: https://www.eltiempo.com/cultura/corona-mundi-la-cultura-de-la-salud-la-salud-de-la-cultura-489482?fbclid=IwAR3ng2GKGLRULZLCvICdjQ_oCbDjPbjnQfNFVF3ouHZ0DTu_iEM9QChTx6c
[8] El Tiempo; “Distrito responde a Galán por polémica de cifra de mercados entregados”. Bogotá, 24 de abril de 2020. Consultado en: https://www.eltiempo.com/bogota/alcaldia-no-ha-entregado-1-millon-de-mercados-sino-30-mil-galan-488128
Maureen Maya
Foto de EFE. Publicada en el diario La Vanguaria de México
Deja un comentario