El peligro de caos que flota en el aire proviene del hecho de que quienes quieren negociar un futuro mejor no están dispuestos a desistir y aquellos que se rehúsan a negociar confían exclusivamente en el uso extremo de la violencia represiva contra los que consideran sus enemigos internos. Esta coyuntura de gran polarización tiene dos temporalidades próximas. La primera es la que resulta de la pandemia. La pandemia vino a mostrar que en las condiciones de nuestro tiempo todo lo que se globaliza agrava la exclusión y la discriminación. El informe de la ONU de junio de 2021 trae algunas verdades crueles. Hay más multimillonarios y ricos en América Latina y el Caribe con un aumento en su patrimonio neto de $196 mil millones. Para el caso colombiano, de $14 mil millones en poder de tres personas, se pasó a $26,3 mil millones en poder de cinco multimillonarios durante la pandemia. Una cifra aterradora si tenemos en cuenta que actualmente el 42,5 % de la población se encuentra en condición de pobreza monetaria y el 15,1 % de la misma en pobreza monetaria extrema. En estas condiciones, a los que piensan que en Colombia no hay que exagerar en el valor de la igualdad, para no interferir con el valor de la libertad, debemos recordarles que la miseria de la libertad se da cuando la gran mayoría de la población no tiene otra libertad sino la de ser miserable.
La segunda temporalidad tiene que ver con el incumplimiento de los Acuerdos de Paz de 2016. La desobediencia política vista a partir del 28 de abril de 2021 (28A) se muestra como un grito de esperanza por más desesperado que sea. Es una potencia del pueblo trabajador, joven, indígena, afrodescendiente, campesino y urbano que se moviliza en búsqueda de la oportunidad de una vida digna y de respeto tanto a nivel individual como colectivo. No exigen una ruptura revolucionaria, sino dignidad y respeto para poder florecer en un futuro mejor, más justo. Esa exigencia les pareció próxima a ser cumplida con los Acuerdos de Paz. El no-conformismo de las calles y plazas es un llamado fuerte al cambio de las instituciones y el cumplimiento de la Constitución y los Acuerdos de Paz.
Tras más de 50 años de violencia política en el país, la firma de múltiples acuerdos de paz y el fracaso de la lucha armada, hoy los colombianos en desobediencia interpelan la sociedad colombiana y le hacen una pregunta fuerte: ¿pueden las élites y las minorías privilegiadas seguir pensando que la captura de las instituciones que les ha permitido ignorar, excluir y discriminar a la mayoría de la población va una vez más a garantizar la impunidad de sus crímenes? Su respuesta es un inequívoco ¡No!
Para que las grandes mayorías empobrecidas vuelvan a tener esperanza es necesario que las élites y minorías privilegiadas vuelvan a tener miedo. Solamente el miedo las encaminará a una mesa de negociación del tamaño del país, donde se refunden las instituciones de modo que se pueda dar paso a un nivel y a un tipo de justicia social que reparta la esperanza más equitativamente para todos los colombianos. Hay algunas condiciones promisorias para que eso sea posible. Quizás una de las más importantes es que la sociedad tome atenta nota sobre lo que se diga en el informe final de la Comisión de la Verdad, creada por el Acuerdo de Paz de 2016.
Boaventura de Sousa Santos
Fuente:https://www.alainet.org/es/articulo/213060?utm_source=email&utm_campaign=alai-amlatina
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