Nada más cierto. Pero hay más. Ni el gobierno, ni el ejército, atinan en ninguna de sus políticas. No aciertan una porque sus lecturas de la realidad interna y externa del país y del mundo están profundamente equivocadas. Pueden colmar las zonas más calientes de Colombia, siempre tarde, de escuadrones de las fuerzas armadas, las hostilidades y las agresiones les estallan en las barbas, como acontece.
Así las cosas, en la delicada frontera colombo-venezolana, en el bajo Cauca antioqueño, en el Magdalena medio, en el Catatumbo, en el Arauca, en el Vichada, en el Guaviare, en el pacífico colombiano, desde su atribulada capital, Cali, hasta el más sombrío y abandonado villorrio de Nariño, los que impone la ley y el orden son las fuerzas irregulares que copan el territorio. En muchos de esos lugares el ejército es visto como ejército de ocupación y diversas poblaciones les exigen abandonar el terruño.
Las masacres y el asesinato de lideres sociales son pan de cada día. En el 2021, según Indepaz, en el país ocurrieron 92 masacres con un saldo de 326 víctimas. Y en lo que va corrido de este año electoral, once masacres en Norte de Santander, Cauca, Nariño, Putumayo, Chocó, Casanare, han segado la vida de 32 colombianos, entre ellos varios niños.
En Arauca el ejército no ejerce el control territorial. Hace muy poco, en hechos no esclarecidos suficientemente, más de 27 personas resultaron asesinadas por guerras entre facciones que van y vienen de Venezuela. Esta falta de control territorial quedó en evidencia recientemente. Mientras el presidente estaba en Saravena después de un bombazo, a pocos kilómetros de allí, el ELN patrullaba las carreteras. Esto sucedió pocos días después de que el ministro de Defensa pregonara que el ejército nacional detenta el monopolio de las armas. Ridículo. Si no fuera trágico.
Y este descuadernamiento del territorio no se observa solo en el martirizado campo colombiano. Muchas ciudades del país están en manos de la delincuencia, de bandas armadas al servicio del narco y del microtráfico, de la delincuencia y del hampa. Ciertas áreas de Bogotá son controladas por jóvenes sin esperanzas que ven en el microtráfico una salida a su desesperanza. A partir del paro nacional, diversas áreas de la cuidad capital parecen estar controladas por fuerzas irregulares y colectivos que imponen su ley y su orden a pesar de los esfuerzos de la Alcaldía Mayor.
Un habitante del sector señala que “en este punto de la capital se vive una zozobra similar a la que están sometidos pueblos de Nariño o el Cauca: hay desplazamientos, amenazas, microtráfico y un rápido deterioro del orden público que incluyen muertos y heridos”.[1] Usme, Suba, Chapinero, Teusaquillo no escapan a la zozobra de la inseguridad. En la capital el aumento de los homicidios fue el más alto en una década: 1227.
Igual ocurre en Medellín donde más de trescientas pandillas controlan barrios enteros y en algunos de ellos la policía no es de buen recibo. Cali parece estar volviendo a épocas que parecían superadas donde el narcotráfico imponía las condiciones de la vida ciudadana. La capital del Valle del Cauca es víctima del fracaso del orden territorial del Pacífico colombiano donde las fuerzas irregulares dedicadas al narcotráfico y otras actividades ilegales controlan prácticamente los cuatro departamentos que lo integran: Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, dinámica alimentada por el desplazamiento que amplía la ya gruesa franja de pobres que rodean los pocos círculos privilegiados de la Sultana del Valle.[2]
En Cali se está volviendo un hecho de común ocurrencia que una granada estalle en cada esquina al paso de caravanas policiales. Las fuerzas del orden son impotentes para detener esta escalada de violencia, que no solo se manifiesta en esta capital, sino a lo largo y ancho del departamento: en Buenaventura, Palmira, Buga, Tuluá, Jamundí. El 2021 fue un año atroz en esta capital, con la escalofriante cifra de 1.200 muertos, cien por mes.[3]
Pensar que los hondos problemas del Pacífico y de Cali, el centro urbano que concentra todos sus problemas se resuelve con remover un alcalde, es no entender las causas últimas del profundo malestar que recorre esta estratégica región de Colombia, que son intensamente estructurales, de vieja data. Y cuya solución no depende de la buena o mala fortuna de un burgomaestre o de un gobernador, rebasados por los acontecimientos. Si eso fuera así, sería sencillo: habría que removerlos a todos.
De Cúcuta ni se diga. Ahí atentaron contra el presidente Duque y en diversos atentados han muerto varios soldados. Su cercanía a la frontera con Venezuela, al Catatumbo, convirtieron la capital norte santandereana y su zona rural en una verdadera caldera del diablo donde los problemas solo se profundizan con cada día que pasa, agravadas por el estúpido cierre de la frontera con el vecino país, determinación que se convierte en una oportunidad que las fuerzas irregulares han aprovechado para transformarla en un teatro de guerra, en donde el narcotráfico hace de las suyas, en las barbas de las fuerzas armadas. Esto solo produce más violencia, más pobreza, más inequidad, elementos que alientan el siempre latente conflicto binacional. Un ejercito ilegal de mas de 4.500 hombres permanece en la región.[4]
Bucaramanga es presa en buena parte de sus barrios de pobres del control del narco y del microtráfico sobre la vida ciudadana.[5] El bochornoso espectáculo de la presidente del Concejo de Cartagena detenida con un kilo de cocaína en el carro de una importante campaña política solo confirma un hecho: el narcotráfico se pavonea por todo el país y sus alijos salen por puertos y aeropuertos, como señalan informes policiales y agencias de seguridad internacionales. No las de aquí. En Cartagena aumenta el sicariato y los muertos por vendettas entre mafias. Según el Observatorio de Seguridad Ciudadana de la ciudad, Cartagena presenta una de las tasas más altas de homicidios en el mundo.[6]
Por su oposición cerrada al Acuerdo de Paz con las FARC es cada vez más evidente que este proceso, en vez de ser aprovechado para consolidar la paz se usó para desmontarlo y minarlo desde el gobierno nacional. Los pocos avances que se han obtenido palidecen ante una tendencia generalizada al caos y al desorden, en medio un charco de sangre: Las Farc entregaron alrededor de 14.000 hombres y hoy el números de miembros de las fuerzas irregulares, llámense ELN, las distintas facciones de las disidencias de las FARC, los disimiles carteles del narcotráfico nacionales y extranjeros, que actúan prácticamente todo el territorio nacional, alcanzan o sobrepasan esa cifra, convirtiendo regiones enteras del territorio en verdaderas tierras de nadie.
Si no se cambia radicalmente de rumbo, y esto será tarea inaplazable del próximo gobierno, los problemas seguirán agudizándose al pie de los cañones porque el mal está en otro lado: ilegalidad de las drogas, la errática y perversa política económica, la arrodillada e irresponsable política exterior, la pobreza generalizada que viene desde antes del Covid. Colombia no está solo en vías de una guerra civil sino en riesgo de perder su integridad territorial. En vías de balcanización. Cada vez más, diversas regiones del territorio son ingobernables.
A la cruda realidad nacional se agrega las amenazas que se ciernen en el frente externo: Con la crisis de Ucrania hemos quedado notificados de que Bogotá, Caracas, Cartagena, La Habana, Managua, son piezas de recambio del pulso geopolítica territorial entre la Rusia de Putin y la OTAN.[7] Esa confrontación no tiene salida distinta a la de la vieja usanza de los imperios para dirimir sus controversias: la vía militar. Quedamos a tiro de pulsar un botón. O de un rasante vuelo de la mortífera arma de guerra de un Sukhoi, flota que duerme en Caracas. Esto venía siendo así desde el alineamiento de Bogotá y Caracas con cada una de las potencias involucradas en este conflicto, pero hoy es ya un hecho cantado.
Y en ese patético escenario estamos del lado del atribulado Biden, que no puede siquiera con sus propios problemas. Y Cartagena, la fragmentada y emblemática ciudad tiene, en estas agravadas circunstancias una Base Naval, con submarinos viejos y obsoletos, enclavada en su centro histórico. Y Mamonal. Un par de misilasos y adiós murallas y complejo petroquímico. La historia vuelve sobre sus pasos, ya no en el declive de la España de tres siglos atrás, sino en el siglo XXI, en el nuevo mundo globalizado que asiste perplejo al parto doloroso de un nuevo orden mundial sin la carcomida y vieja potencia.
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[1] El terror que se vive hace 270 días en el Portal Américas y en otros dos puntos de Bogotá, El Tiempo 9 de enero de 2022, Pág. 1.10
[2] Cali busca atender el éxodo masivo desde Buenaventura, El Tiempo, 31 de enero de 20202, Pág. 1.7
[3] Amenaza escalofriante, Alejandro Eder, Columna de opinión, El País, 30 de enero de 2022.
[4] Terrorismo, hampa y cocaína: Cúcuta bajo amenaza, El Tiempo, 4 de julio de 2021, Pag.2.4
[5] ¿Bucaramanga y su área metropolitana, refugio de capos? El Tiempo, 2 de enero de 2022. Pág.1.8
[6] En Cartagena ya suman 10 muertes por sicariato en 2022, El Tiempo Caribe, 29 de enero de 2022.
[7] Vientos de guerra en Ucrania se sentirían en Latinoamérica, El Universal, 30 de enero de 2022, Pág. 9.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: Asociación Minga
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