Todos ellos prefieren callar sobre estas diferencias y sustituirlas en el debate público por la afirmación de que Colombia se diferencia de Venezuela porque nosotros somos una democracia y Venezuela una dictadura, porque los venezolanos reeligen a su presidente y nosotros no.
No hay que ser Montesquieu, Tocqueville o Gramsci para darse cuenta que reducir el carácter democrático de un Estado a si autoriza o no reelegir a su presidente, es de un simplismo que ofende la inteligencia. Incluso la revisión más apresurada y somera de la vida política de los países occidentales muestra que en Estados Unidos pueden reelegirse hasta por una vez, como en Francia, y que pueden reelegirse las veces que quieran o puedan en España o en Alemania, donde figuras tan admiradas como Konrad Adenauer, que permaneció en el cargo de primer ministro 14 años, o Angela Merkel que hizo lo mismo por 16. Benjamín Netanyahu, el actual primer ministro de Israel aclamado hace poco por el Congreso de los Estados Unidos, verdadero Olimpo de la democracia liberal, lo has superado a ambos: suma ya 17 años en el cargo y esta vez tampoco parece muy dispuesto a abandonarlo.
O sea que utilizar la reelección o no como piedra de toque para definir qué Estado o régimen político es democrático es de un raquitismo teórico inadmisible en cualquier análisis político serio. Si se lo acepta de manera tan amplia y clamorosa en el debate público sobre la naturaleza del Estado y el régimen venezolano es por razones enteramente políticas. La tal diferencia no servirá de mucho a la hora de los análisis políticos rigurosos, pero resulta ha resultado muy eficaz como consigna en el ámbito de la agitación política. Y la verdad es que ha resultado muy exitosa. Repetida sin tregua ni pausa por los altavoces mediáticos de la reacción, la opinión pública ha terminado aceptando que Maduro es un dictador y que por serlo debe ser derrocado a cualquier precio y a las patadas si hace falta. Desde las sanciones Made in USA hasta la intervención de una potencia extranjera. Ya lo decía Goebbels o algún aventajado discípulo suyo: una consigna repetida sin descanso se convierte en una verdad indiscutible.
La aceptación urbi et orbi de esta “verdad” por una ciudadanía malinformada por los medios hegemónicos le quita el interés en saber que esta pasando realmente en Venezuela y en qué se diferencian el Estado y el régimen político venezolano de los nuestros. Lo dije antes: el de ellos es socialdemócrata y el nuestro es neoliberal. Y ahora añado que cuando digo “socialdemócrata” tengo referencia la socialdemocracia europea que tuvo sus años de plenitud entre 1880 y 1914 y un periodo rejuvenecimiento con altibajos entre 1948 y 1980. Su característica principal era la combinación de la democracia parlamentaria con partidos socialistas de masas y poderosas organizaciones obreras: sindicales, deportivas, culturales, de ayuda mutua, etcétera. Mas la propiedad estatal de sectores claves de la economía. La ideología dominante era la versión del marxismo que leía los conflictos políticos y sociales en términos de lucha de clases, subrayaba que los intereses de los obreros eran distintos de los de los burgueses y daba por hecho que los conflictos de intereses entre ambas clases se podían dirimir en la escena parlamentaria por los partidos políticos y por vías pacíficas y legales. Es la época en la que Lenin afirmaba que el camino al socialismo pasaba por la lucha obstinada y consecuente de los trabajadores por la democracia. Al tiempo que advertía que la acción parlamentaria terminaba siendo estéril sino apoyaba la acción enérgica de las organizaciones de masas.
El actual Estado venezolano es heredero de esta tradición. No en vano Hugo Chávez repitió todas las veces que hizo falta que en Venezuela se estaba construyendo el “socialismo del siglo XXI”, ni que promoviera decididamente la confluencia de las organizaciones movimientos políticos que dio paso al nacimiento al partido que hoy lidera Nicolás Maduro: el Partido Socialista Unificado de Venezuela. Como tampoco ha sido en vano que el propio Maduro ha reafirmó su vocación socialista en una entrevista concedida en mayo de este año a Diego Ruzzarin, director de un canal Youtube. A la pregunta del periodista “¿Es socialista Venezuela?”, respondió: “Todavía no, todavía nos falta mucho para alcanzar el futuro de igualdad, paz, solidaridad y desarrollo compartido que deseamos para Venezuela”. Y agregó que para lograrlo contaban un partido que es “una vanguardia de masas”, que siguiendo las lecciones del comandante Chávez, esta “construyendo el socialismo en lo territorial, en las comunas, en las familias… construyendo en la sociedad solidaridad democrática, en sentido bolivariano y profundamente cristiano”.
Obviamente la Alemania de 1900, la segunda potencia industrial del planeta y con una clase obrera consciente y extraordinariamente organizada no es la Venezuela de comienzos del siglo XXI, petróleo dependiente, con una clase obrera tan débil como su propia base industrial y su pueblo dividido, fragmentado, desorganizado… Por lo que la cuestión de la lucha por el socialismo no puede ser planteada en los mismos términos en los que los planteó la socialdemocracia alemana. Por lo que en su caso hay que reemplazar la ecuación democracia parlamentaria + partidos y organizaciones obreras + propiedad estatal de sectores claves de la economía por la de democracia parlamentaria+ partidos y organizaciones populares + propiedad estatal de la industria petrolera. Esto es en resumen ese “chavismo” que tanta irritación como desprecio causa en Washington y entre nuestros reaccionarios y tanta inquietud y desasosiego entre nuestros liberales. Un “chavismo” cuya fuerza no reside solo o exclusivamente en la Asamblea nacional sino en la vasta red de organizaciones populares de toda índole, que han hecho de la república bolivariana su bandera. La solida red de organizaciones populares que ha resistido años de bloqueos, sabotajes, intentos de golpes de Estado, guarimbas criminales, campañas de desinformación y guerra sicológica y un acumulado de sanciones de consecuencias catastróficas. Jaime Bateman habría entendido perfectamente este milagro: para él siempre fue indispensable “ponerle pueblo” a la acción política del M-19.
Es también lo que la diferencia decisivamente del Estado y del régimen político colombiano que son neoliberal hasta los tuétanos. La ecuación que en realidad los define es esta: democracia + propiedad corporativa + paramilitarismo -organizaciones populares. Y encima, unas fuerzas armadas que, a la obligación de defender la independencia y la soberanía nacionales, anteponen la de ser fieles a las estrategias de seguridad nacional definidas por Washington en su propio beneficio. No es esta la clase del ejército que construyó Bolívar de la nada.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: France 24
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