La Confianza, y la desconfianza, resultan entonces en un factor fundamental para el desarrollo y el buen vivir de los países, de las regiones, de los municipios, de los vecindarios, de las familias. Mientras no haya confianza es muy difícil avanzar por que no se logra la mínima cohesión social, el civismo indispensable para que la sociedad avance de manera más fácil, más eficiente, a menores costos. Douglas North, premio nobel de economía por sus aportes a la economía institucional, contribuyó enormemente a entender los “costos de transacción” de una sociedad y demostrar que es imposible ser competitivos si no existe una mínima confianza porque todo cuesta más en la medida en que cada uno se quiera blindar frente al otro; así, por ejemplo, alquilar un apartamento significa aportar dos cofiadores con finca raíz más todos los documentos demostrando que se tiene la capacidad de pago. Todo negocio debe autenticarse, llevarse a notaría, blindarse contra el otro.
El gráfico 1 del informe citado, demuestra que América Latina y el Caribe siguen descendiendo en la confianza desde 1990, mientras que la OCDE aumenta sus niveles de confianza y el mundo en general los mantiene, aunque con un leve descenso. El contrario de la confianza, la desconfianza, además de disminuir la competitividad económica, va abriendo paso a soluciones antidemocráticas; la pérdida de la confianza es el camino a soluciones autocráticas. Los Estados Unidos también han perdido confianza entre sus ciudadanos, entre sus diferentes estratos socioeconómicos. En el caso de América Latina y el Caribe le conviene a quienes más poder tienen porque les simplifica la forma de mandar, de gobernar.
En buena hora el BID retoma el tema del capital social que plantearon inicialmente investigadores como James Coleman (“Bowling alone”) y Francis Fukuyama (la comparación de tres regiones de Italia) para expresar la enorme preocupación sobre la pérdida de confianza en América Latina y el Caribe en los últimos años. Coleman se extrañaba que las familias norteamericanas estaban perdiendo la costumbre de invitarse mutuamente a jugar bolos con sus vecinos después de la segunda guerra mundial como un signo de amistad y confianza en su barrio, en su entorno de “buen vivir”; Fukuyama señalaba en su libro “Trust” las grandes diferencias entre el sur, centro y norte de Italia, en rentabilidad de las inversiones privadas por la corrupción, la informalidad y la desorganización social; mientras que el norte de Italia, cercano a Alemania y Francia ofrece más seguridad y confiabilidad al capital privado, el sur, caracterizado por la mafia italiana, que subvierte la ley, es de menor productividad y rentabilidad del capital. El centro de Italia es “sui generis” pues cuenta con formas productivas de pequeñas compañías altamente sofisticadas, por voluntad de sus dueños, que producen por ejemplo máquinas robot.
El nobel de economía Angus Deaton señaló también hace algunos años su enorme preocupación acerca del creciente costo social del aumento de la inequidad económica en los Estados Unidos, pues aumenta la desconfianza entre los ciudadanos y por tanto, disminuye dramáticamente la voluntad o disposición de trabajar conjuntamente en metas o tareas colectivas. Un proceso de muchos años que hoy se manifiesta en la polarización política actual, que apunta a mayor declive de la potencia mundial. La sociedad norteamericana hoy vive su peor hora de desconfianza entre los ciudadanos, con manifestaciones violentas como las del 6 de enero de 2021.
Otro autor, Richard Florida, expresa que las ciudades o regiones exitosas en la época de la globalización tienen las tres “t”: Tecnología, Tolerancia y Talento; el acceso masivo a internet y WIFI, la aceptación amable de la población LBGTI y las expresiones artísticas, son señales de avance social y cultural que demuestran que las regiones tienen la capacidad de enfrentar los mercados y cultura mundiales. Sin embargo, Florida olvida una cuarta T que es “Trust” de confianza. Mientras que en la sociedad no exista suficiente confianza todos los costos de transacción serán mucho más altos como lo plantea Douglas North.
Sin embargo, la visión de todos los anteriores autores está muy ligada al desempeño económico y necesitamos entender que la confianza es mucho más amplia en su significación social y cultural. Es posible que Coleman sea el que más abarca esas dimensiones, que se relacionan mucho al “buen vivir” que propusieron Bolivia y Ecuador en sus constituciones, pero es necesario considerar el término en una dimensión mucho más inclusiva y concreta temáticamente. En la Encuesta Mundial de Valores, que inventó y puso en marcha Ronald Inglehart de la Universidad de Michigan hace ya más de 20 años, unas de las preguntas más significativas es la de “usted confía en el otro?”, “confía en las instituciones?”, confía en la iglesia, las organizaciones sin ánimo de lucro”? ect.
La interpretación de la ilustración 3 del informe del BID permite tres grandes conclusiones: la confianza se centra en la familia y en el vecindario aunque de menor dimensión; La iglesia ocupa un segundo lugar en razón a las creencias religiosas arraigadas en esta parte del mundo, que se han diversificado de la iglesia católica hacia numerosas comunidades protestantes y cristianas en general: un tercer lugar es compartido por las fuerzas armadas y la policía, al igual que los bancos y empresas privadas. Ya hacia los últimos lugares, se aprecian instituciones como el poder legislativo y el sistema judicial, aunque el gobierno local aparece más alto. Los partidos políticos ocupan el último lugar.
En Colombia, John Sudarsky y su equipo de investigación han elaborado sistemáticamente una interpretación nacional y regional de la confianza[2], concluyendo que no se puede clasificar estrictamente la confianza en la familia como capital social, puesto que su aproximación no es para el bien colectivo. Es que lo cívico es para el bien general; lo demás puede desviarse en nepotismos y clanes de dominio territorial que fácilmente traspasan la ley y la ética.
En Colombia la palabra se manipula de mala manera. “le cogió confiansita” es la manera de expresar que ciertas mínimas normas de las relaciones personales, grupales y sociales se han perdido o traspasado. En Colombia, impera una cultura mafiosa que acepta desde que “roben, pero hagan obras” hasta hampones con disfraz de contratistas privados y en gran complicidad con funcionarios públicos que se llevan todos los recursos. En Colombia se admira al “camaján”, al violento que ejerce dominio sobre los demás con el terror, con la violencia. En la Sierra Nevada de Santa Marta, en las zonas rurales se habla con respeto, temor y cierto grado de aceptación-validación de exjefes paramilitares que ejercieron los más terribles dominios del territorio. La gente recuerda todos los hechos, pero no los cuenta ni dice públicamente. Hemos traspasado todos los umbrales legales y éticos y desafortunadamente no se encuentran soluciones radicales a ello. Es cierto que los filtros y las condiciones de prueba de transparencia han aumentado, pero aún suceden descalabros inmensos con el reciente de los 70 mil millones para la conexión digital de los niños estudiantes rurales del país. Cuando hay poca o nula confianza, la capacidad de denunciar, de reclamar, de protestar es mínima.
Nuestra cultura mafiosa no es nueva. Para que el narcotráfico se estableciera y reinara en nuestro país, debían existir condiciones culturales e institucionales que permitieron que, con mayor facilidad entrara en todo el aparato productivo, de logística y de penetración necesaria de las entidades. Es evidente que la porción de ese negocio de la muerte que obtienen las mafias colombianas es muy pequeño, en comparación con el porcentaje que obtienen las mafias de los Estados Unidos, pero en cambio, el precio que hemos pagado los colombianos es brutalmente alto tanto en muertes, violencia física como en desmoronamiento institucional. Entre ellos, la pérdida de confianza en una magnitud gigantesca. No confiamos en los legisladores hasta el punto que consideramos que todos son iguales y no es así. Mockus, nos demostró que un funcionario público puede ser totalmente honrado; en su primera administración les propuso a los bogotanos que si consideraban que la administración estaba actuando bien, lo manifestaran aportando un porcentaje adicional a sus impuestos; 46 mil aportantes adicionaron alrededor del 10% a lo que debían pagar en sus obligaciones anuales. Esa fue una lección de confianza en su expresión más clara hacia la administración pública.
“Uno puede meter la pata, pero no la mano” es un dicho viejo. Debemos retomar principios éticos irreemplazables. Perdimos el norte esencial en la sociedad colombiana porque hemos ido permitiendo cada vez más actos corruptos; uno de los costos más altos que hemos pagado es la pérdida de confianza de la sociedad colombiana en sus líderes tanto públicos como privados. Las altísimas tasas de los préstamos bancarios, del orden de 20 a 30% cuando en el mundo son de un solo dígito; los escándalos de apropiación privada de los recursos de la salud (saludcoop) y las enormes prerrogativas de los más poderosos económicamente edifican una tensión soterrada enorme.
Somos un Estado corporativo en el sentido que quienes en el fondo gobiernan son los potentados que ponen y quitan políticos y funcionarios. Es importante aclarar a ese respecto varias cosas: la primera es que dentro de ese grupo hay industriales innovadores que merecen respeto , respaldo y promoción, pues aseguran no solo empleo sino también adelanto tecnológico necesario para consolidar salarios formales gracias a la productividad creciente; sin embargo, una gran mayoría son productores de bienes intermedios o de bajo valor agregado obtienen ganancias muy importantes sin mucho esfuerzo en un mercado controlado, sesgado, amañado con trampas e influencias. Y otros, los ilegales, que se disfrazan de legales con ayuda de funcionarios corruptos o amenazados, que mantienen unas redes gravemente peligrosas de corrupción en las licitaciones y proyectos nacionales y regionales.
La sociedad colombiana de ingenieros hace un ejercicio permanente de seguimiento de las convocatorias públicas y ratifica lo que sabemos. Una gran cantidad de dichas licitaciones responde a arreglos preestablecidos. Tienen muchas de ellas un solo proponente, pues los demás saben, no presienten ya, que tienen nombre propio las adjudicaciones. Todo ello es un círculo vicioso de crecimiento de la desconfianza y aumenta, magnifica las diferencias sociales, la inequidad social, pues configura, consolida la desconfianza, alimentándola con cada proyecto incorrecto y nos hace transitar cada vez más hacia el campo de las “naciones fallidas”.
¿Qué podemos hacer? Sin lugar a dudas, necesitamos, ejercicio tras ejercicio, construir la confianza con tenacidad, persistencia, entusiasmo y estrategia. No es cierto que sólo con talento, tolerancia y tecnología podamos construir verdaderamente la sociedad; la tolerancia forma parte de la confianza (“Trust”) en la medida en la cual se acepta la diferencia de los otros, de los demás pero no es suficiente; debe ser mucho más proactiva Sólo las sociedades cooperativas, solidarias, que confían, logran solucionar, resolver los problemas que las aquejan, más allá de la reducción de impuestos, -que ha demostrado ser tremendamente regresiva en la forma que se ha aplicado-.
El civismo es la disposición de los ciudadanos a hacer sacrificios individuales en aras de proyectos colectivos que son fundamentales para el éxito de una sociedad. Cuando la confianza interpersonal es baja, los proyectos colectivos son difíciles y los vínculos de la ciudadanía se debilitan.
La confianza y el civismo tienen un impacto significativo en todos los motores clave del desarrollo, -no sólo económico-, sino en la igualdad y convivencia. El desarrollo económico depende de políticas públicas y de instituciones para acomodarlo y estimularlo y sobre todo para garantizar que todos tengan acceso a las oportunidades que brinda. Las decisiones económicas más importantes —invertir, emplear, producir, comprar, conservar, guardar o vender— dependen en todos los casos de la confianza. Las personas más productivas, capacitadas e innovadoras tienen más oportunidades económicas en las sociedades donde la confianza es alta; en las que carecen de confianza, estas oportunidades son limitadas. Pero no debemos cometer el error de circunscribir la confianza sólo al ámbito económico, pues aunque sabemos que la productividad total de los factores contribuye menos al crecimiento económico en los países de baja confianza que en los de alta confianza y por ello los países de la región, con una confianza baja y bajo crecimiento de la productividad, se sitúan por debajo desde el punto de vista económico que los países de Asia Oriental como China, tenemos que consolidar la democracia real para que el modelo que perseguimos tenga muy en alto la convivencia y la libertad individual.
El informe del BID finaliza con un conjunto de propuestas de eliminación de las asimetrías de información y de poder, como se aprecia en la ilustración 10 de dicho documento. Para ello propone incentivos a las empresas, al sector público y en ambos cruzados. Insiste mucho en la transparencia, en la vigilancia externa, en la regulación, en la mejor educación. Un ejemplo de la vida diaria de Bogotá puede darnos algunas claves para profundizar en cómo construir la confianza: recientemente la alcaldía ha declarado Pico y Placa todo el día. Invita a los ciudadanos a “carro compartido” por tres personas. Contrasta esta medida con la del pago de una tarifa para obviar dicha prohibición, a la cual pueden acceder los que más recursos económicos tienen. Compartir el automóvil con vecinos, con gente que necesita desplazarse hacia el centro de la ciudad debe ser la oportunidad de proponerle a los ciudadanos que se conozcan, que lleguen a acuerdos de ir juntos en el transporte, evitando usar individualmente su automóvil. Una APP diseñada para ese fin es uno de los instrumentos, pero debemos motivar a los ciudadanos que acojan esta oportunidad como un ejercicio de confianza. El mayor éxito político debe ser medido en términos de aumento de la confianza. Debemos usar todos los instrumentos a nuestro alcance para derrotar la prevención, el odio, la reticencia, el rechazo hacia el otro, para edificar una sociedad en la cual el respeto por el otro, la admiración mutua, la capacidad de concertar esfuerzos conjuntos, sea el indicador de que vamos avanzando nuevamente hacia una sociedad que convive y que disfruta de ello. Derrotar la desconfianza es apostarle a la vida, a la convivencia y a la belleza de la solidaridad, la convivencia y la empatía.
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[1] “CONFIANZA La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe” Philip Keefer, Carlos Scartascini Editores. BID, Serie “Desarrollo en las Américas” 2022.
[2] Elaboraron la cuarta ronda del informe mundial de valores con adiciones importantes y sobre todo interpretaciones muy acertadas.
Carlos Hildebrando Fonseca Zárate
Foto tomada de: Semana.com
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