Significación y ambigüedades del resultado electoral de Fajardo
No obstante no pasar a la segunda vuelta, resultan muy importantes los 4.600.000 votos de Fajardo para fortalecer a mediano y largo plazo una tendencia de centro en la política colombiana, como también desconcertantes sus declaraciones a Yamid Amat en el noticiero CM&, afirmando que no volverá a ser candidato y que su aspiración es ser rector de alguna universidad. Era de esperar mayor visión política y más consideración hacia sus electores.
De todas formas, el país necesita esa opción de centro, con capacidad de promover la acción colectiva en la sociedad, las instituciones y el gobierno. La defensa del proceso de paz con las FARC y las banderas anticorrupción de la Coalición Colombia resultan también estratégicas en la reconstrucción meritocrática de nuestras instituciones. Son importantes también la cultura ciudadana de Mockus, su lema futurista “La vida es sagrada”, pero preocupan tanto en él como en Fajardo su poca claridad frente a las políticas neoliberales.
Los riesgos del petrismo
Voté también por Fajardo por mis distancias frente al caudillismo personalista de Petro, su arrogancia intelectual (convierte las entrevistas en monólogos profesorales), su dificultad para construir equipos de trabajo, y su capacidad inaudita de casar peleas innecesarias y políticamente poco estratégicas, a través de declaraciones impertinentes sobre los banqueros, los militares, los empresarios cañeros, etc., que terminan generando comprensibles temores de parte de esos grupos sociales. No sobra en este punto recordar, la posible pertinencia para una sociedad tan conservadora como la colombiana, de la afirmación de un profesor brasileño que en un curso de cultura política brasileña nos dijera que “para llegar a ser presidente Lula da Silva tuvo que transformar su imagen personal de un sindicalista agresivo a la de un político de izquierda confiable”.
Pero tal vez lo más preocupante de Petro es su discurso polarizador, anclado en la contraposición típica del populismo entre “pueblo” y “oligarquía”. Si bien, frente a las visiones dominantes en el periodismo colombiano, habría que considerar que el populismo fue clave en la incorporación simbólica de los sectores populares al esquema de poder, y en la experiencia del peronismo en Argentina (1946-55) fue fundamental en la dignificación y elevación del nivel de vida de los trabajadores, ese discurso puede generar hoy en Colombia efectos inconvenientes de polarización política.
Pese a no haber vivido un populismo triunfante y sí una profunda frustración populista por el asesinato de Gaitán en 1948 y el fraude electoral contra Rojas Pinilla el 19 de abril de 1970 que impuso a Misael Pastrana como presidente; y no obstante la permanencia de rasgos oligárquicos en el sistema político colombiano, invocar esa confrontación “pueblo vs oligarquía” resulta anacrónico e inconveniente. Como lo ha subrayado Francisco Leal, el poder oligárquico terminó en Colombia cuando dejó de funcionar la “fila india” al ser promovido al poder en 1990, en virtud del asesinato de Luis Carlos Galán, un político advenedizo de provincia como César Gaviria. Podríamos agregar que la dominación oligárquica fue también erosionada parcialmente de los años 1980 a hoy, por el ascenso social de los narcos y por la promoción de políticos narcotraficantes o aliados a ellos. Y ni qué decir del papel jugado en esa erosión de la oligarquía, por la parapolítica de los 90 y comienzos del siglo XXI, seguramente no el mejor relevo de esa dominación oligárquica.
El discurso confrontacional “pueblo” vs “oligarquía” es inconveniente, no solo por el daño que puede hacer en una sociedad como la colombiana atravesada en todas sus vertientes ideológicas por la violencia y el espíritu de cruzada; también porque saliendo de la polarización uribismo-santismo no nos podemos sumergir en nuevas polarizaciones que casi siempre le impiden a las sociedades pensar, con equilibrio y tino, sus verdaderos intereses, necesidades y rumbos. La reciente experiencia política argentina bajo Cristina Kirchner ha mostrado los problemas de esos populismos polarizadores, las corruptelas que se incuban y se esconden en medio de la confrontación obnubilante entre “buenos” y “malos”. Lo que necesita Colombia en este momento es salir del modelo amigo-enemigo en que nos metió inicialmente el presidente Uribe, y después el mismo ex presidente y senador Uribe y el presidente Santos.
La significación del avance electoral de la “Colombia Humana”
Gustavo Petro ha demostrado ser un auténtico fenómeno electoral y de masas. Los 4.851.000 votos obtenidos por su movimiento son la votación histórica más alta que ha obtenido la izquierda en Colombia. Pero al decir izquierda, surgen inevitablemente las dudas, pues a la Colombia Humana se han vinculado muchos jóvenes y estudiantes descontentos con la corrupción y el manejo tradicional de la política, que carecen de una formación política y que a futuro, si no hay un trabajo de educación y organización, van a terminar en otras toldas políticas o en la masa indiferente y apolítica.
Gane o pierda Petro la presidencia de la República, sus resultados electorales presagian un eventual fortalecimiento de una tendencia de izquierda democrática y civilista en un nuevo contexto histórico, marcado por la desaparición de las FARC como grupo armado y por la consecuente incorporación del tema social al debate público: una sociedad que cada 4 años votaba por la paz o por la guerra, ahora empieza a cobrar conciencia de sus intereses más urgentes: salud, educación, pensiones, empleo, recuperación y promoción del campo.
En una Colombia derechizada por los 8 años de gobierno de Uribe, así como por las acciones militares y delincuenciales de las FARC durante las últimas décadas, esos logros del centro y la izquierda democrática no son menores y pueden ayudar a la consolidación de la diversidad cultural y del pluralismo político. Mientras las izquierdas han estado en el poder regional y municipal desde los años 80 en países como Ecuador, Perú y Bolivia (incluso antes de las experiencias presidenciales de Evo Morales y Rafael Correa), como también en Chile, Brasil y Uruguay, en Colombia la izquierda ha sido estigmatizada y se le ha negado la posibilidad de gobernar.
Gustavo Petro ha adelantado una campaña electoral argumentativa que sin duda ha puesto en el debate público importantes ideas, análisis y programas. Ha capoteado con solvencia muchas de las críticas a su propuesta de gobierno, pero sobre todo las acusaciones de “castrochavismo” de la derecha y las encerronas de periodistas que no ocultan su animadversión y su oposición al candidato de izquierda.
Los retos de comprensión de la nueva situación política para la derecha pero también para el periodismo
En caso de un triunfo de Duque, la derecha en el poder tendrá que tomar nota de las demandas sociales y expectativas que la votación por Fajardo y las grandes movilizaciones a favor de Petro están expresando. Ya muchos analistas habían anotado que superada con la desaparición de las FARC la centralidad de la guerra en la vida colombiana, iban a aparecer en la agenda pública nuevas reivindicaciones y demandas ciudadanas ligadas a los temas de la corrupción y de las políticas sociales. Que el conflicto social y ya no el armado se fortalecería y exigiría respuestas gubernamentales y estatales.
Algunos periodistas de algunos medios de comunicación dominantes, que se auto nombran impúdicamente “líderes de opinión”, atrapados en sus límites ideológicos y discursivos (“el modelo económico no se puede modificar”; “todo lo que tenga que ver con la izquierda es negativo”; “las FARC son el principal perpetrador en el conflicto colombiano”; “el modelo extractivo es intocable”, “los gobiernos del socialismo del siglo XXI no tienen nada bueno que mostrar”; “los funcionarios del uribismo presos son producto de una justicia politizada por Santos”; “Álvaro Uribe es un héroe moral”), se han visto en las entrevistas a Gustavo Petro, descolocados y desconcertados por su capacidad de argumentación. Y ha quedado evidente para amplios sectores de la audiencia, su función de defensores acérrimos e incondicionales del status quo, su precaria ductilidad mental para imaginar un país distinto y transformar sus estrechos guiones mentales que en buena medida son los de la cultura política dominante en el país.
Frente a ese periodismo del inmovilismo, del “todo tiene que mantenerse tal como está”, la gente no es boba y saca sus propias conclusiones. La entrevista a Petro del pasado 6 de junio en Caracol Radio por parte de Darío Arizmendi no solo muestra a este periodista como un defensor incondicional del establecimiento y del orden existente, sino como un entrevistador irrespetuoso y agresivo con un candidato que se sale del formato y la línea ideológica que él preferiría. Frases de este conductor radial, como “¿No es muy fácil echar discursos, hablar carreta?”, “La fuga de capitales que se va a agudizar si usted llega al poder”, o la interpelación acusatoria a Petro cuando éste afirmó que la mentira es la estrategia de Iván Duque, diciéndole: “¿Y la suya no es la demagogia?”, evidencian además su clara toma de partido. El desespero de Arizmendi con la sólida argumentación de Petro le llevó a increparle de manera bastante torpe: “Esto no es una conferencia!, “Esto no es la Radio Nacional de Colombia!”, “Esto es una empresa privada!”. Como me comentó una oyente que escuchó la entrevista: “¿Será que así mismo trata a Duque?”.
Hay que anotar también en este punto que muchas personas en Bogotá han percibido recientemente que la manera indulgente con que la gran mayoría de los medios hegemónicos ha informado sobre la crisis de las basuras del alcalde Enrique Peñalosa en 2018, mucho más prolongada en el tiempo que la que vivió el alcalde Petro, fue sustancialmente distinta de la forma condenatoria con que se informó sobre la crisis provocada por la decisión del alcalde Petro de no renovar las concesiones a dos grandes contratistas privados de la basura, sin tener preparado un sistema de recolección alternativo.
Otras personas recordamos también cómo Darío Arizmendi, en la misma cadena radial Caracol del grupo español Prisa, en 2015, contaba al aire, en varias emisiones, desde una animadversión personal nada disimulada hacia el alcalde Petro, los días que faltaban para su salida de la alcaldía, tomando partido burdamente y faltando a elementales deberes del oficio.
Es importante recordar estos episodios porque si bien hubo desaciertos relacionados con la falta de experiencia administrativa de Gustavo Petro en su paso por la alcaldía de Bogotá, la persecución política del Procurador Alejandro Ordóñez con su intento de inhabilitarlo y destituirlo, el acoso de algunos organismos de control demandando de manera permanente, exagerada y obstructiva todo tipo de informes a las instituciones distritales, así como la hostilidad sistemática de algunos directores de medios como Arizmendi, no solo obligaron al alcalde a concentrarse en su defensa, sino que dificultaron también el buen desarrollo de su gestión de la ciudad.
Lo anterior hay que tenerlo en cuenta pues en caso de ser elegido Gustavo Petro presidente, la gobernabilidad podría estar amenazada no tanto por sus propias carencias o por su estilo de gobierno, sino sobre todo, por los posibles ataques virulentos de sus enemigos políticos y de algunos agentes protagónicos del sistema de medios de comunicación.
Tampoco podemos no considerar que en virtud de las denuncias que Gustavo Petro hizo como senador de la República sobre las Cooperativas de Seguridad “Convivir” en Antioquia durante la gobernación de Álvaro Uribe Vélez y su posterior conversión en grupos paramilitares, así como por sus denuncias de los parapolíticos que respaldaban al presidente Uribe y terminaron investigados y condenados por la Corte Suprema de Justicia, el ex alcalde Petro es un personaje profundamente odiado por el ex presidente Uribe y sus seguidores, y ya sabemos por la experiencia de Juan Manuel Santos, los costos de tener a Uribe Vélez como opositor político.
Los riesgos de un gobierno de Iván Duque
El riesgo mayor de un gobierno de Iván Duque va a ser el de acabar o golpear sustancialmente el Acuerdo de Paz y horadar o hacer inviables las instituciones de la Justicia Transicional. Para nadie es un secreto que al ex presidente Uribe y al Centro Democrático no les interesa que la Jurisdicción Especial de Paz JEP salga adelante, en la medida en que los hechos delictivos en que están involucrados el ex presidente, varios de los funcionarios de sus dos gobiernos, y el laxo entorno criminal que los envuelve, van a ser tarde o temprano, objeto de investigación y de pronunciamientos públicos por parte de la JEP, la Comisión de la Verdad y la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas, de manera similar a como se van a esclarecer y ventilar los hechos criminales y delitos de otros perpetradores (guerrilleros, grupos paramilitares, agentes del Estado, empresarios y funcionarios gubernamentales auxiliadores de la guerrilla o los paramilitares, denominados “terceros”).
Las propuestas del candidato de la derecha de revisar en el acuerdo de paz con las FARC las penas a los máximos comandantes guerrilleros, la conexidad del delito de narcotráfico con el delito político de rebelión, y su probable apoyo a la extradición de “Jesús Santrich” y otros jefes de las FARC, actualmente en proceso de reincorporación, podría llevar al traste el proceso de paz y reconciliación, generando razones adicionales para un indeseable rearme guerrillero. Tampoco sabemos qué tanto comprende el candidato Duque y sus asesores, la influencia que “Jesús Santrich” e “Iván Márquez” tienen al interior de un amplio sector de los ex combatientes de las FARC, y los efectos que una eventual decisión de extradición de alguno de los dos líderes tendría, de un lado, sobre el proceso de construcción de confianza que requiere la paz con esa organización, y de otro, en el fortalecimiento de las disidencias.
No serían tampoco menores las tensiones del presidente Duque y de sus socios uribistas con las organizaciones de derechos humanos y los impulsores del trabajo de construcción de memorias críticas y plurales del conflicto armado y de la crisis humanitaria desde los museos y las casas de la memoria. Los asesinatos de líderes sociales tal vez terminen mucho más invisibilizados y descuidados que como están hoy bajo la increíble política negacionista del flamante Nobel de Paz Juan Manuel Santos.
La oposición política, la independencia de la justicia y la crítica académica y periodística podrían verse de nuevo menoscabadas y estigmatizadas por el tradicional uso irresponsable de la palabra pública por parte del ex presidente y senador Uribe, y probablemente perseguidas por la policía política al servicio del gobierno, como ya lo vivimos entre 2002 y 2010.
Es Petro tan peligroso como algunos imaginan?
Más allá de los temores arriba anotados sobre el candidato Petro, considero que un gobierno suyo no representa los peligros que la derecha imagina, de un modelo “castrochavista” que va a convertir a Colombia en la Venezuela de Maduro. Con argumentos claros y sensatos, Petro ha erosionado esos temores, en parte comprensibles por las aprensiones que genera en la opinión la fuerte inmigración venezolana, y en otra buena parte fabricados por un discurso descalificador de la izquierda e inculcador del miedo frente a ella, con el cual la derecha intenta mantener sus privilegios, la concentración de la tierra y la injusticia social en el campo, su sistema clientelista corrupto y cerrarle el paso a alternativas de democratización política y social.
El programa del candidato Petro, antes que un recetario de políticas socialistas es una apuesta por la modernización del campo y por la democratización de la sociedad colombiana a través de una política social y educativa que genere desarrollo y mejore la vida de los colombianos ofreciéndoles oportunidades para salir de la pobreza y la marginalidad, como resultado de la justicia distributiva.
De acuerdo con los argumentos arriba planteados, coincido con lo que han expresado en las últimas semanas columnistas como Antonio Caballero, Francisco Gutiérrez, Santiago Gamboa y Salomón Kalmanovitz, entre otros: que es mucho mayor el peligro del regreso del uribismo al poder, que los riesgos de Gustavo Petro como presidente. Este último tiene a su favor el no ser corrupto, la garantía de continuidad del proceso de paz, de reconducción y fortalecimiento de la implementación de los acuerdos del Teatro Colón y de apoyo a las instituciones de la justicia transicional, absolutamente indispensables para avanzar en los procesos de verdad, memoria y reconciliación nacional de los colombianos. Y en cuanto a los riesgos que arriba he planteado, en tanto presidente, Petro tendría sin duda alguna, -en parte por la composición del nuevo Congreso- unos controles políticos, institucionales y mediáticos mucho más fuertes y operantes que los que tendría Iván Duque.
No sobra decir que al consumarse el entierro del Partido Liberal con la adhesión de César Gaviria a la candidatura de Iván Duque, es muy probable que la defensa y promoción de los genuinos idearios liberales de libertad e inclusión social empiecen a ser asumidos ahora de manera decidida por el centro y la izquierda democrática.
Bogotá, D.C 9 de junio de 2018
Fabio López de la Roche, Historiador y analista de medios de comunicación. Director Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales IEPRI Universidad Nacional de Colombia[1]
[1] El artículo no expresa una posición institucional del IEPRI ni compromete la opinión y la decisión electoral de sus profesores.
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