¿Qué enseñanza nos deja este acontecimiento?
Depende desde dónde hagamos una lectura de análisis. Muchas leyendas surgen de esta historia, desde las religiosas fundamentalistas, pasando por la cosmogonía indígena, hasta llegar a los pensamientos más racionales. Pero el propósito de este artículo de opinión es señalar cómo la articulación, cooperación y la solidaridad puede llevarnos a unos estadios de camaradería inimaginables en situaciones ‘normales’ de convivencia social, comunitaria y familiar.
El saber ancestral de los indígenas de esta parte de la geografía occidental, desde sus posturas cosmogónicas acerca de la historia de la creación del universo y del origen de la humanidad, enseñan una relación de unidad con la naturaleza, con la Madre Tierra (Pachamama)[1] fuente de vida y sagrada. Este conocimiento atávico lleno de vida y de confianza fue la postura de los indígenas que estuvieron atentos en encontrar a los cuatro menores de edad indígenas, a Lesly (13), Soleiny (9), Tien Noriel (4) y Cristin (1).
Los soldados héroes de esta jornada, comandos especiales, experimentados en la guerra contrainsurgente, con la ciencia utilizada para la guerra, en esta ocasión sus esfuerzos, habilidades y herramientas tecnológicas propias para esta clase de eventualidades estuvieron dirigidas en hacer contacto con los menores de edad en la impenetrable selva colombiana. El espíritu del guerrero al final obtiene la satisfacción del deber cumplido y le entrega el parte de satisfacción a la ciudadanía, que estaba a la expectativa, que las dos niñas y los dos niños indígenas están con vida.
La combinación y articulación de dos cuerpos sociales e institucionales: la institución militar y una comunidad étnica, en este caso, la indígena, consolidó una comunión y relación humana, basada en el respeto y la fraternidad, donde cada uno reconoce las capacidades y habilidades del otro, el respeto de los saberes del otro. Este final es el resultado de una alianza de tecnología y ciencia por parte de la unidad militar comprometida y el saber espiritual ancestral de unidad con los distintos ecosistemas de la naturaleza que da lugar a la iluminación de los indígenas para que la selva diera el aval de entregar a las cuatro almas que estaban con el espíritu de la selva.
Esto lo corrobora el líder indígena Luis Acosta, oriundo de Caloto, Cauca: “Esa zona es muy tupida en términos de árboles. Miras para cualquier lado y son idénticos los árboles y hasta nosotros nos perdíamos, por eso la combinación de la tecnología y lo cultural, lo espiritual y estratégico de conocer la selva, más la capacidad técnica y militar permitieron que las cosas se nos dieran”, dice Luis Acosta, coordinador nacional de la Guardia Indígena, quien dirigió la logística y táctica del grupo con el que entró a la selva del Caquetá.[2]
Esta historia no puede ser una más de las tantas que nos da la vida. Debe ser una experiencia educativa y transformadora, una enseñanza de vida. Debe darnos lección que lo valioso es la vida del otro, que la verdadera paz es cuando entregamos todo de sí para darnos al otro, haciendo a un lado cualquier diferencia étnica, de creencias, de color, género, ideología u oficio. La ciudadanía debe cerrar filas para hacer a un lado todo sentimiento de discriminación o rechazo hacia nuestras fuerzas militares y hacia los indígenas y su guardia. La comunión humana, solidaria y cooperativa por casi cinco semanas de nuestros militares e indígenas, caminando juntos por la agreste selva amazónica debe llevarnos a evaluar que es posible construir una nueva Colombia.
Las herencias de la guerra, de la corrupción y de las mafias gobernando este hermoso país, herencias premodernas y arcaicas, deben hacerse a un lado y darle oportunidad a las actuales generaciones que anhelan fervientemente una nueva Colombia; descendencias que desean una ruptura histórica con lo viejo y atrasado de esas formas políticas de gobernar y administrar un Estado; ciudadanía que viene escalando una nueva forma de construir nación y patria y que se está dejando ver y expresar en el territorio.
Por último, hay que hacerle un reconocimiento a Wilson, sin tener conciencia de la importancia de su misión, ‘se entrega’ en la misión de búsqueda y reconocimiento de la presencia de los menores indígenas. Seguramente la selva será su hábitat de vida de ahora en adelante.
¡Es posible, pues, construir una nueva Colombia, reconociendo al otro, a través de un encuentro cara a cara, es un anhelo activo de salir de la monotonía de uno mismo para ascender locamente a la paz, al bien perfecto, a aquellos lugares y aquella dicha que nunca hemos conocido![3]
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[1] La palabra Pachamama surge de la unión de dos vocablos quechuas: “pacha” – espacio/tiempo -, que significa universo, mundo, lugar; y de “mama”, que quiere decir madre. Para los pueblos originarios quechuas, la Madre Tierra era la deidad máxima de los cerros peruanos, bolivianos y del noroeste argentino.
https://www.todojujuy.com/jujuy/como-surgio-el-dia-la-pachamama-y-cual-es-su-origen-n222682#:~:text=La%20palabra%20Pachamama%20surge%20de,bolivianos%20y%20del%20noroeste%20Argentino.
[2] https://www.elespectador.com/colombia/mas-regiones/la-labor-de-los-indigenas-en-la-busqueda-de-los-cuatro-ninos-en-la-selva/
[3] Córdoba, M. E. & Vélez‒De La Calle, C. (2016). La alteridad desde la perspectiva de la transmodernidad de Enrique Dussel. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 14 (2), pp. 1001-1015.
Alberto Anaya Arrieta, Teólogo y pedagogo
Foto tomada de: El Colombiano
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