Ed Hawkins
Ed Hawkins, científico del IPCC y autor de las “Franjas de Calentamiento” explica por qué no podemos esquivar la encrucijada en la que se encuentra hoy el planeta: “La ciencia se muestra hoy clara. Hasta ahora la Tierra se ha calentado 1,1 grados. Para intentar mantenernos por debajo de 1,5 necesitamos reducir a la mitad las emisiones de CO2 para 2030 y alcanzar el “cero neto” en 2050″. Son demasiadas promesas para la COP26 – advierte -, se necesitan compromisos concretos y oportunos en cada país, de lo contrario superaremos el umbral de intervención”. Le entrevista para il manifesto la periodista Stella Levantesi.
Las Franjas de Calentamiento muestran el aumento de las temperaturas con colores. Ordenadas cronológicamente, desde 1850 hasta hoy, las bandas verticales de colores representan el aumento de la temperatura media global, del azul, más frío, al rojo, más cálido.
Este gráfico es la forma más inmediata y directa de entender visualmente el calentamiento global en el último siglo, y lo inventó el climatólogo británico Ed Hawkins, autor del último informe del IPCC. En esta entrevista explica el estado actual del clima y nos habla de los principales obstáculos para la necesaria acción política con el fin de evitar las consecuencias más demoledoras de la crisis climática.
¿Podría explicarnos la relación entre fenómenos meteorológicos extremos y cambio climático?
Del último informe del IPPC se desprende que las actividades humanas -principalmente la quema de combustibles fósiles- han calentado el planeta unos 1,1 grados hasta ahora. Y una de las consecuencias de ese calentamiento es que ha provocado que los fenómenos extremos, como las olas de calor y las fuertes lluvias, sean más intensos y frecuentes. Así que ya estamos sintiendo los efectos de un mundo que se calienta en los cambios del clima extremo.
Seguro que ha oído hablar de los medicanes [tormentas tropicales en el Mediterráneo] que han afectado al sur de Italia. ¿Considera que los medicanes y otros fenómenos meteorológicos extremos son manifestaciones físicas del cambio climático?
La forma que prefiero al pensar en esto es que siempre hemos tenido y siempre tendremos huracanes y medicanes, y olas de calor y fuertes lluvias, que son parte del clima que experimentamos. Y siempre seguiremos teniendo ese tipo de sucesos. Lo que ocurre es que el cambio climático está cambiando la naturaleza de esos fenómenos.
Así, cuando tenemos una ola de calor, hace más calor de lo que solía ser el caso, y cuando tenemos lluvias intensas, llueve más. Y el riesgo de inundación es mayor cuando tenemos un ciclón tropical o un medicán que golpea la tierra porque el nivel del mar es más elevado, lo que significa que hay más probabilidad de inundación de las costas. Lo que está haciendo el cambio climático es aumentar las repercusiones y efectos del clima que siempre experimentamos.
¿Puede hablarnos del proyecto Franjas de Calentamiento y del hashtag #ShowYourStripes? ¿Cómo surgió, qué es y cómo ha cambiado la visualización de datos para el público?
Empezó hace unos tres años, más o menos, cuando me invitaron a un festival de literatura en Hay, en el Reino Unido. Intenté idear una forma de demostrar los efectos de nuestro mundo en calentamiento a un público que probablemente no estaba acostumbrado a ver gráficos científicos.
Así que utilicé un conjunto de bandas de colores para representar los cambios de temperatura en la propia ciudad de Hay, utilizando simplemente una franja por año, y usando los colores para representar la temperatura de ese año en particular. Se puede observar que los colores cambian de azul a rojo en los últimos 130 años. Puse eso en la pantalla y pude ver al instante que la gente reconocía y entendía lo que estaba compartiendo. Y me pareció que iba a resultar una forma muy útil de comunicar más ampliamente.
Creo que necesitamos una extensa gama de formas de comunicar el cambio [climático] a diferentes públicos. Creo que las franjas pueden comunicar [esto] de la manera más sencilla y clara posible.
La clave del sitio digital y del proyecto ShowYourStripes es que nos muestra todos los países. Y algunos países, diferentes estados o diferentes ciudades en las que disponemos de registros prolongados. Lo que muestra es que, sí, las temperaturas globales se están calentando, pero eso significa que cada país se está calentando y que se están calentando las ciudades. Por lo tanto, comunicar el hecho de que el tiempo y el clima de tu zona se están viendo afectados creo que es un mensaje realmente importante, que no es un concepto remoto, sino algo que nos está afectando aquí y ahora.
¿Está de acuerdo en que ninguno de los obstáculos ligados a la búsqueda de soluciones a la crisis climática tiene que ver con la ciencia del clima? Los científicos del clima llevan décadas estudiando este fenómeno, con proyecciones más precisas cada año, y hay certeza sobre las causas y la mayoría de las repercusiones.
Sí, como científicos del clima, no lo sabemos todo sobre el clima, pero sabemos lo suficiente como para informar sobre las grandes cuestiones políticas, sabemos lo suficiente sobre los efectos del aumento de las temperaturas en la sociedad humana y en nuestros ecosistemas como para que los responsables políticos sepan las gravísimas consecuencias que tendrá que las temperaturas sigan aumentando.
Así pues, los responsables políticos tienen suficiente información para tomar decisiones. Conocen las consecuencias, saben lo que hay que hacer para limitar el aumento de la temperatura global.
Y eso lo sabemos desde hace mucho tiempo:la primera vez que observamos que el mundo se estaba calentando y que eso guardaba relación con los aumentos observados de dióxido de carbono fue en 1938. El IPCC concluyó en 1995 que existía un efecto perceptible de la actividad humana sobre las temperaturas. Y ya sabíamos que los gases de efecto invernadero calentaban el planeta en los años 1850 y 1860. Así que no es algo nuevo.
Entonces, ¿cuáles son los principales obstáculos para la acción climática hoy en día?
Hay otros factores que influyen en nuestra respuesta. Evidentemente, no podemos cerrar todas las centrales eléctricas de carbón y de gas de la noche a la mañana, eso lleva tiempo. Pero, evidentemente, cuanto más rápido lo llevemos a cabo, menos graves serán las consecuencias. No es sencillo, cada país tiene diferentes economías y diferentes prioridades. Así que es muy difícil encontrar un camino para ello si queremos que estén todos los países de acuerdo.
Y hay intereses creados de ciertos países y de ciertas empresas, que son muy dependientes de los combustibles fósiles, que no quieren llevar a cabo esta transición. Y han estado negándolo y bombeando información errónea durante decenas de años. Y eso ha frenado sin duda la acción del Estado.
Aunque hay un proceso de arriba abajo de los gobiernos que llevan a cabo los cambios, nosh ace tambien falta un proceso ascendente para motivar a los gobiernos, para que tomen las decisiones más rápidamente. Y creo que ahí es donde puede entrar ShowYourStripes, que puede iniciar esas conversaciones a escala local llegando a diferentes audiencias y permitiendo una forma muy sencilla de comunicación.
Hace poco escribió usted: “Nos encontramos en una encrucijada”. Y también lo ha demostrado a través de la visualización de datos con las franjas. ¿A qué se refiere? ¿Dónde nos encontramos ahora en lo que respecta a la acción climática?
Tenemos que tomar decisiones. Es culpa nuestra que estemos provocando cambios [climáticos], así que nuestras decisiones determinan lo que vaya a suceder más adelante.
Nos encontramos en una encrucijada.
Podemos optar por seguir el camino de la reducción inmediata, rápida y a gran escala de nuestras emisiones, y llegar a un cero neto más rápidamente y acabar en un mundo en el que las consecuencias sean menores, podemos optar por tirar derecho y hacer algunos cambios más pequeños que lleven más tiempo y acabar en un mundo más cálido, o podemos darnos la vuelta e ignorar las consecuencias, y seguir quemando combustibles fósiles.
Los científicos han proporcionado información sobre las consecuencias de esas diferentes opciones y las han presentado a la opinion pública y a los responsables políticos. Y ahora se trata de una decisión conjunta sobre el camino que elegimos.
De momento, ¿cómo va la COP26? ¿Qué opina de los resultados de la COP hasta ahora?
Es muy difícil decirlo. Creo que se está dando mucha información sobre diversos anuncios y promesas y compromisos. Pero lo que necesitamos son medidas políticas y planes concretos que se apliquen en todos los países y que muestren cómo serán las reducciones de emisiones.
Ya se han hecho antes promesas y se han incumplido. Se han hecho promesas sobre la deforestación a lo largo de decenios. Y ahora hay otra promesa, pero las promesas anteriores no se han respetado.
Las naciones ricas se comprometieron a aportar cien mil millones de dólares para la financiación del clima, y hemos roto esa promesa al no alcanzar esa cantidad en el plazo previsto. Así que me parece que hay una falta de confianza, y tenemos que restablecer esa confianza demostrando que hablamos en serio, y que se han puesto en marcha medidas políticas para aplicar las promesas que se están haciendo ahora. Y cuanto más rápido veamos que se llevan esas acciones a la práctica, mayor confianza infundiremos y menos nocivas serán las consecuencias climáticas.
Desde el punto de vista científico, ¿qué es lo principal que deberían acordar los gobiernos cuanto antes y llevar a la práctica?
La ciencia es bien clara y, si los responsables políticos quieren alcanzar los objetivos de limitar el aumento de la temperatura global por debajo de 2 grados, o acaso 1,5 grados, entonces tenemos que reducir las emisiones a la mitad para 2030 y llegar a cero en torno a 2050.
También se requiere una acción muy rápida durante la próxima década para empezar a reducir las emisiones, porque si seguimos emitiendo y hacemos una transición muy rápida más adelante, habremos superado los límites del presupuesto de carbono. Y así sobrepasaríamos esos umbrales. Por lo tanto, tenemos que empezar ahora y continuar con una acción constante.
Debido también a que las emisiones son acumulativas. ¿Puede explicarnos qué significa esto?
Sí. Las emisiones de dióxido de carbono son acumulativas. Así que, básicamente, lo que bombeamos a la atmósfera va a permanecer en ella durante siglos.
Hay otros gases de efecto invernadero que son algo diferentes. El metano, por ejemplo, tiene una vida mucho más corta. Por eso, si reducimos las emisiones de metano, reduciremos las concentraciones de metano en la atmósfera. Pero en el caso del dióxido de carbono, todo lo que añadamos se va a quedar ahí arriba. Así que la concentración seguirá subiendo hasta que lleguemos al punto en que ya no emitamos más dióxido de carbono a la atmósfera.
Por lo tanto, el calentamiento de nuestras emisiones de dióxido de carbono es permanente, a menos que podamos extraerlo de nuevo de la atmósfera.
De modo que, también por esa razón, es realmente importante el tiempo.
Mucho, exactamente. Por eso es importante reducir las emisiones rápidamente, pues así se cierra el grifo o se frena el grifo del dióxido de carbono que entra en la atmósfera.
¿Cómo se pueden superar los problemas de comunicación de la ciencia con el público en general?
Creo que es útil que dispongamos del mecanismo del IPCC, pues reúne a autores de todo el mundo, representamos a unos 90 países y pasamos años analizando las pruebas y reuniéndonos para redactar conclusiones consensuadas, y todo lo revisan otros miles de científicos de manera abierta. Creo que se trata de un proceso muy útil para infundir confianza.
Y creo que hablar de la historia de la ciencia también reulta muy útil, hablar de cuánto tiempo hace que sabemos esto. Y de los científicos famosos del pasado, como Fourier, Foote, Tyndall, Arrhenius y Callendar, y todos los demás nombres célebres de nuestra ciencia que trabajaron en ello hace mucho tiempo, antes de que hubiera algún gran movimiento medioambiental. Y de que hay una ciencia fundamental subyacente, creo que es un aspecto realmente útil que hay que recalcar cuando hablamos para la opinión pública.
Fuente: il manifesto global, 13 de noviembre de 2021
Traducción: Lucas Antón
El legado de Glasgow, una “reducción gradual” del carbón
Giuseppe Onufrio
La Conferencia de Glasgow se clausuró con un texto que, tras empezar endeble, se debilitó aún más en el tramo final en torno a la cuestión de la eliminación del carbón, a petición de la India.
El desfase entre la urgencia de las acciones necesarias y la lentitud de las negociaciones no es, desde luego, nada nuevo, pero esta vez está escrito blanco sobre negro.
De hecho, si nos fijamos en los pocos aspectos positivos del documento, ha sobrevivido la referencia al escenario de contención del calentamiento por debajo de 1,5ºC y la consiguiente necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% en el curso de la década.
Pero no se menciona el desfase entre la tendencia actual (que va hacia por lo menos +2,4°C) y los compromisos para alcanzar el objetivo. La presentación de nuevos objetivos voluntarios se ha pospuesto hasta 2022, retrasándose así respecto a la hoja de ruta fijada en París en 2015.
Recordemos que la COP26 debía haberse celebrado el año pasado y se pospuso a causa de la pandemia. Su importancia radicaba en que, cinco años después del Acuerdo de París, era necesario presentar compromisos más ambiciosos, tal y como exigía el mecanismo de negociación. Desde 2015, estaba claro que la tendencia de las emisiones y los compromisos ya asumidos conducían a un aumento mucho mayor de la temperatura media mundial, muy por encima de los 2°C, y por lo tanto a incumplir el objetivo de permanecer “muy por debajo” de ese umbral, posiblemente en torno a los 1,5°C.
La cuestión más penosa se refiere al carbón. La enmienda propuesta por India, y aprobada luego para concluir las negociaciones, consistente en substituir la “eliminación” del carbón por su “reducción”, es la muestra del fracaso de esta COP26. Pero incluso con esta dilución, el carbón sigue siendo la primera fuente de energía que debe eliminarse de la lista, es de interés para todos los países hacerlo y los ricos deben ayudar a financiar esta transición.
En cuanto a las subvenciones, se ha incluido una referencia a una “transición justa” -otro punto positivo- para abordar tanto la cuestión de la reconversión de los trabajadores del sector de combustibles fósiles como la ayuda para evitar que los grupos más débiles soporten los costes de la transición.
En cuanto a la cuestión de las “compensaciones forestales”, es decir, los permisos de emisión asociados a la plantación de bosques, el texto es muy ambiguo y está lleno de lagunas, y el Secretario General de las Naciones Unidas ha anunciado que se revisará.
Queda mucho por hacer para evitar que el comercio de estas certificaciones socave cualquier esfuerzo serio de reducción de emisiones.
En cuanto a los compromisos financieros de los países más desarrollados destinados a compensar los daños climáticos sufridos por los países menos desarrollados, las cifras necesarias están todavía lejos de lo que se necesita, y éste es también un aspecto que debería estar entre las prioridades de la Conferencia del próximo año en Egipto.
En el lado positivo está la inesperada presentación de un documento conjunto de China y Estados Unidos que, aunque no contiene compromisos que estén en absoluto a la altura de las circunstancias, es de esperar que se traduzca en una cooperación práctica muy necesaria.
Totalmente decepcionante fue, no obstantevla presencia de la Unión Europea, marcada por la hipocresía y el lavado de cara “verde”. En las últimas dos semanas, la Comisión ha dado luz verde para autorizar de forma acelerada los proyectos de infraestructuras de gas fósil que han incluido en la propuesta de Taxonomía (que pretende definir lo que es “sostenible”) junto con la energía nuclear, y, en estos días, los funcionarios están trabajando para debilitar la propuesta de legislación que prohibiría la importación de productos resultantes de la deforestación. El “Green New Deal” europeo se está reduciendo realmente (¿a la espera del nuevo gobierno alemán?).
En otras noticias inesperadas, Italia se ha unido a la coalición BOGA ( Beyond Oil and Gas Alliance, Alianza Más Allá del Petróleo y el Gas). Se trata de un pequeño grupo de países cuyo objetivo es eliminar tanto el petróleo como el gas. Sin embargo, nos hemos unido sin compromisos definitivos, con un grado mínimo de implicación, como “amigos”.
Ya que somos “amigos” de los que quieren eliminar el petróleo y el gas, a ver si el gobierno es capaz de reiniciar las renovables (y no las prospecciones petrolíferas), como ha prometido, desbloqueando los procesos de autorización como ha estado afirmando que va a hacer estos días. Ya sería hora.
Fuente: il manifesto global, 16 de noviembre de 2021
Traducción: Lucas Antón
COP 26: Por qué el Acuerdo Climático de Glasgow es mejor que su imagen. El pacto climático ha sido criticado. Pero algo de bueno contiene. En puntos esenciales, va más allá incluso del Acuerdo de París de 2015
Michael R. Krätke
El Pacto Climático de Glasgow, ¿un momento histórico? Después de dos semanas de la Cumbre Mundial del Clima, ¿podemos volver a concebir esperanzas? ¿Seremos capaces de dar un giro en el último minuto hacia una economía y un modo de vida neutros desde el punto de vista climático? Para la declaración final, China, India e Irán forzaron literalmente una rebaja en los últimos minutos de la conferencia. En lugar del discurso de abandono del carbón, ahora solo hablan de la reducción. Esto ocurrió para decepción de muchos delegados, a los que el presidente de la conferencia, Alok Sharma, pidió disculpas al borde de las lágrimas. Por supuesto, uno podía y debía sentirse frustrado, pero no había razón para llorar. A pesar de cierta relativización, el pacto climático presente sobre la mesa tiene mucho que cumplir. Establece el abandono de las energías fósiles y exige que se supriman las “subvenciones ineficientes” al petróleo, el gas y el carbón. Y de hecho todos son “ineficientes”.
Coalición de voluntades
Con ello, lo conseguido en esta cumbre va más allá del Acuerdo Climático de París de 2015 en puntos esenciales. Mucho de lo que solo se insinuaba vagamente allí se ha formulado ahora como resolución en un lenguaje comparativamente claro. El objetivo de limitar el calentamiento global a un máximo de 1,5 grados es así, tal cual. Si las medidas adoptadas y, en parte, anunciadas en Glasgow se aplican en las próximas décadas, el cambio climático puede mitigarse hasta el punto de que la temperatura media solo aumente entre 1,7 y 1,8 grados. Dado que la COP26 es un paso intermedio en el camino correcto, no tiene ni debe detenerse ahí. En esta década y hasta 2030, las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero deben reducirse en un 45% (respecto a 2010) para cumplir los objetivos climáticos vigentes. Esto significa que todos los países deben mejorar sus planes climáticos y endurecer sus medidas. Y deben rendir cuentas de ello, ya no cada cinco años como se acordó en París, sino cada dos. Por primera vez, se han establecido de forma tan vinculante y detallada las reglas del juego de la política climática internacional, a diferencia de como estaban en el Acuerdo de París. En el futuro, también se dará prioridad a la justicia climática, lo que obliga a los países tradicionalmente industrializados a utilizar más que nunca sus conocimientos tecnológicos. La razón: no son los únicos, sino los mayores responsables históricos de la emisión de gases de efecto invernadero. Por ello, se decidió duplicar la ayuda financiera a los países del Sur Global especialmente afectados por la erosión climática, pasando de 20 a 40 mil millones de dólares anuales. Además, se va a crear un fondo de ayuda internacional para reparar los daños causados por las sequías, las inundaciones y las subidas de las mareas; lamentablemente, no se menciona ninguna cantidad concreta para su financiación.
En Glasgow hubo una serie de acuerdos adicionales, no de todos, pero sí de actores importantes, que se dieron en coaliciones de quienes estaban dispuestos a cooperar. Por ejemplo, la Unión Europea y Estados Unidos, que quieren reducir las emisiones de gas metano en un 30% (respecto a los niveles de 2020) para 2030. A este esfuerzo se han sumado más de 100 países, que en conjunto representan casi la mitad de estas emisiones. El metano representa el 20% de los gases de efecto invernadero y aproximadamente un tercio del calentamiento global. Para reducirlo habrá que meterse con la industria del petróleo y el gas, así como con sectores de la agricultura y la gestión de residuos. Pero este mismo acuerdo representa un intento de aumentar la presión sobre los actores en la economía. Lo mismo ocurre con el compromiso firmado por más de 100 países de detener la deforestación para 2030 e invertir la tendencia protegiendo y reforestando los bosques. Entre los firmantes se encuentran Canadá, Brasil, Indonesia, Rusia, China, Estados Unidos y la República Democrática del Congo, en cuyo territorio se encuentra el 85% de los bosques del mundo. También en este caso hay una compensación en forma de ayuda financiera para los países más pobres y los pueblos indígenas si se regula con más firmeza el comercio del aceite de palma, soja y cacao para detener la deforestación.
Finalmente, 24 gobiernos, varias empresas automovilísticas y numerosas ciudades acordaron en Glasgow dejar de ofrecer o, mejor dicho, permitir vehículos con motores de combustión en sus mercados nacionales para 2035 y en todo el mundo para 2040. El mensaje es: el motor de combustión interna ya no tiene futuro en el transporte: su tiempo ha terminado. Estados Unidos y Alemania se negaron, al igual que algunas de las grandes empresas automovilísticas alemanas. Dos docenas de estados se comportaron de forma muy diferente, declarando que pondrían fin a la financiación de proyectos de producción de petróleo, gas y carbón ya el año que viene.
Por qué China es obstinada
La sensación fue, sin duda, la declaración de EE.UU. y China de cooperar más y más intensamente en política climática para evitar un calentamiento global superior a 1,5 grados. A pesar de toda la rivalidad política mundial, algo así como la diplomacia climática funcionó entre las grandes potencias. Los chinos son líderes mundiales en tecnología climática y energías renovables, pero su todavía elevada dependencia del carbón no cambia la situación. Hay una sencilla razón por la que la delegación china se opuso recientemente a la eliminación del carbón para debilitar la redacción del Pacto de Glasgow: el gobierno de Pekín se ha comprometido a la neutralidad climática en 2060 a más tardar, pero no quiere que se le dicte el calendario para la renuncia absoluta al carbón, ni quiere alejarse de la energía nuclear. El argumento reside en la “justicia climática histórica”: como país de desarrollo industrial tardío, China solo es responsable de un máximo del 13% de las emisiones históricas de gases de efecto invernadero, a pesar de que su participación en las emisiones mundiales de dióxido de carbono es hoy del 31%. Los dirigentes chinos tienden a hacer lo que declaran públicamente y evitan las promesas que resultan poco realistas, lo que se llama buen gobierno.
Fuente: https://www.freitag.de/autoren/der-freitag/besser-als-sein-ruf
Traducción: Jaume Raventós
La Cop26 está sentenciada, y la culpa le corresponde a la huera promesa del “cero neto”
Yanis Varoufakis
“No nos equivoquemos, el dinero lo tenemos aquí si el mundo quiere usarlo”, declaró Mark Carney, ex gobernador del Banco de Inglaterra y hoy enviado de las Naciones Unidas sobre el el clima, que representa a su vez a una alianza de financieros sentados sobre una montaña de activos por valor de 130 billones de dólares. Entonces, ¿qué quiere el mundo? Si la humanidad tuviera el poder de organizar una encuesta mundial basada en la idea de un ser humano, un voto, ese referéndum de toda la especie daría sin duda una respuesta clara: “¡Hagamos lo que sea necesario para dejar de emitir carbono ya!”. Por el contrario, tenemos un proceso de toma de decisiones que culmina en el colosal fiasco que se está produciendo en Glasgow.
El fracaso de la Cop26 refleja el fracaso de nuestras democracias a ambos lados del Atlántico. El presidente Biden llegó a Glasgow mientras su gente impulsaba en Washington su proyecto de ley de infraestructuras en el Congreso, un ejercicio que desvinculó el proyecto de cualquier inversión seria en energías renovables y financió una serie de infraestructuras que emiten carbono, como la ampliación de carreteras y aeropuertos. Mientras tanto, en la Unión Europea, la retórica puede estar pintada de verde brillante, pero la realidad es de color marrón oscuro, ya que incluso Alemania espera recibir abundantes cantidades de gas natural ruso a cambio de dar luz verde al gasoducto Nord Stream 2. La UE debería estar creando una Unión Paneuropea de Energías Renovables, pero, por desgracia, nuestros líderes ni siquiera están debatiendo esta idea.
Hay tres razones por las que la COP26 está resultando una debacle tan espectacular. La primera razón estriba en un problema de acción colectiva en todo el planeta respecto al “free-riding” [las actitudes arovechadas]. Las grandes empresas, al igual que los estados, siguen el ejemplo de la plegaria de San Agustín: “Señor, hazme casto, pero todavía no”. Todo el mundo prefiere un planeta en el que nadie emita carbono a un planeta que chisporrotee. Pero todo el mundo prefiere también retrasar el pago del coste de la transición si puede salirse con la suya. Si el resto del planeta hace lo correcto, el planeta se salva, aunque uno posponga egoístamente su propia conversión a la probidad medioambiental. Y si el resto del planeta no hace lo correcto, ¿por qué ser el único tonto que lo hace?
La segunda razón estriba en un fallo de coordinación global. En cierto sentido, Carney tiene razón: hay montañas de dinero en efectivo ociosas en el sistema financiero mundial, cuyos propietarios ultrarricos están dispuestos a invertirlo en actividades con bajas emisiones de carbono. Pero una inversión privada, por ejemplo, en hidrógeno verde, sólo dará beneficios si hay muchos otros inversores que invierten también en ella, y por eso todos los inversores se sientan a esperar que sean los demás los primeros. Mientras tanto, las empresas, las comunidades y los estados se unen a este juego de espera, sin querer asumir el riesgo de comprometerse con el hidrógeno verde hasta que las grandes finanzas lo hagan. Lo trágico es que no hay un coordinador global que ponga de acuerdo al dinero, las tecnologías y las necesidades disponibles.
La tercera razón es, sencillamente, el capitalismo. Siempre ha ganado ritmo a través de la incesante mercantilización de todo, empezando por la tierra, el trabajo y la tecnología antes de extenderse a los organismos genéticamente modificados, e incluso al vientre de una mujer o a un asteroide. A medida que el reino del capitalismo se extendía, los bienes sin precio se convirtieron en mercancías caras. Los propietarios de la maquinaria y la tierra necesarias para la mercantilización de los bienes se beneficiaron, mientras que todos los demás pasaron de la miseria de la clase obrera del siglo XIX a las fantasías tranquilizadoras del consumismo pequeñoburgués sin sentido.
Todo lo que era bueno se mercantilizó, incluida buena parte de nuestra humanidad. Y las malas externalidades que el mismo proceso de producción generaba simplemente se liberaron a la atmósfera. Para alimentar al gigante capitalista se saqueó el carbono almacenado durante milenios en los árboles y bajo la superficie. Durante dos siglos se produjo una inmensa riqueza -y la correspondiente miseria humana- mediante procesos de explotación que agotaron el capital natural “gratuito”, el carbono en particular. Los trabajadores de todo el mundo están pagando ahora el coste de la naturaleza que el mercado capitalista nunca asumió.
Los partidarios del libre mercado quieren que creamos que las empresas han cedido a la ciencia y que están listas y dispuestas a ocupar el vacío de la inacción gubernamental. No debemos creer eso ni por un momento. Sí, Carney tiene razón en que está disponible el dinero para esa tardía transición verde, y en que es abundante. Los que lo poseen lo invertirán sin duda para suministrar, por ejemplo, hidrógeno verde si nosotros, la sociedad, les pagamos por ello. Pero al mismo tiempo, no abandonarán voluntariamente los procesos de producción que siguen liberando carbono a la atmósfera.
Por eso los contaminadores adoran los objetivos de cero neto: porque son una brillante tapadera para no restringir las emisiones. A cambio de compensaciones no verificables, se les permite seguir saqueando el carbono almacenado que queda en el planeta, hasta que llegue el momento en que su coste marginal privado supere sus ingresos por la última unidad vendida. Al situar cínicamente el cero neto en su centro, la COP26 no se ha convertido en otra cosa que en un costoso disimulo para seguir con las emisiones tóxicas. Escondidos detrás de la Cop26, la flor y nata de la gente importante le miente a los jóvenes, miente a la gente más vulnerable y hasta se miente a sí misma repitiendo la verdad de que el “dinero está ahí” para invertirlo en la salvación del planeta.
¿Qué es lo que hay que hacer? Como mínimo, dos cosas. Primero, un cierre total de las minas de carbón y de nuevas plataformas de petróleo y gas. Si los gobiernos pueden encerrarnos para salvar vidas durante una pandemia, pueden cerrar la industria de los combustibles fósiles para salvar a la humanidad. En segundo lugar, necesitamos un impuesto global sobre el carbono, para aumentar el precio relativo de todo lo que libera más carbono, y cuyos ingresos deberían devolverse a los miembros más pobres de nuestra especie.
Para tener la oportunidad de estar a la altura del mayor reto al que se ha enfrentado la humanidad, debemos primero enfrentarnos tanto a los financiadores como a los propietarios de los sectores de combustibles fósiles. Aunque este enfrentamiento no garantice nuestro futuro, es condición necesaria para que lo tengamos.
Giuseppe Onufrio, Michael R. Krätke, Yanis Varoufakis & Ed Hawkins.
Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/cop-26-dossier
Foto tomada de: https://www.sinpermiso.info/textos/cop-26-dossier
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