Agregaba el presidente: “Hacemos TEST, TEST y más TEST. Es una conspiración de los medios. Mucha gente joven se cura muy rápido. El 99,9 por ciento. La conspiración de los medios es todo el tiempo muy alta. El 4 de noviembre el asunto cambiará completamente”. Y concluía: “La gente está cansada de la Covid. La gente está cansada de escuchar al doctor Fauci y todos esos idiotas, esos idiotas que no acertaron” en su diagnóstico de la pandemia; Fauci “es un desastre, si le hubiera escuchado tendríamos medio millón de muertos”.
Como complemento, Steve Bannon, el exasesor político de Donald Trump, en la última edición de su programa War Room Pandemic, pidió el despido de Fauci, el principal responsable científico en la lucha contra el coronavirus en Estados Unidos y dijo: “Me gustaría volver a los tiempos de la Inglaterra de los Tudor, pondría las cabezas en picas, a cada lado de la Casa Blanca, como una advertencia a los burócratas federales” refiriéndose tanto a Fauci, como al director del FBI.
Estas frases llaman profundamente la atención por dos razones: la primera, el intento reiterado de minimizar la gravedad de la pandemia, a pesar de la inocultable evidencia sobre la crítica situación en los Estados Unidos y, la segunda, el deseo de matar al mensajero, el portador de las malas noticias, que siempre se vio en la penosa obligación de desmentir al inquilino de la casa blanca, por más que fuera su jefe y presidente todopoderoso.
A todas luces parecería insensata e irresponsable la actitud negacionista y contraevidente del presidente Trump, pues el hecho de minimizar la peligrosa enfermedad acabó colocando en riesgo extremo a la población de Estados Unidos, y convirtió en desastroso el manejo de la pandemia en su conjunto. Sin embargo, la prensa demostró que dicha actitud del presidente era consciente e intencional.
Como resultado de esta conducta, cabía esperar que los ciudadanos castigaran severamente a su gobernante en las urnas. Sin embargo, después de conocer los resultados electorales, que arrojan un enorme respaldo al presidente Trump -aunque haya perdido por estrecho margen-, parece obligada una profunda reflexión, con base en la siguiente pregunta. ¿Será que parte del éxito del presidente, en la reciente votación, consistió precisamente, en negar la gravedad de la pandemia?
Habría que señalar, previamente, que Trump utilizó la clásica y reiterada estrategia electoral de las derechas políticas, consistente en agrandar y exagerar peligros inminentes, para despertar en el inconsciente de la población miedos profundos e irracionales, es decir alborotar la paranoia de los ciudadanos y, posteriormente, presentarse como el único salvador ante tales amenazas: los impuestos, el ocaso de los negocios, el desorden, la homosexualidad, el socialismo o el castro-chavismo.
Dicha estrategia funciona bastante bien con buena parte de los habitantes, dado que este mecanismo de defensa, tan profundo en el cerebro, fue la razón y esencia del desarrollo del pensamiento y la inteligencia del hombre primitivo, al hacerlo capaz de imaginar y anticipar los peligros que lo acechaban, para preparar la defensa antes de que se concretara el ataque. El pensamiento paranoide permitió a la especie humana, primero sobrevivir y luego, dominar otras especies. También funciona para defenderse de la angustia culpando a otros y es especialmente útil para justificar toda clase de salvajadas infligidas al otro, al enemigo, cualquiera que sea.
Pero el éxito de Trump, en la reciente contienda, tiene que ver también con otro mecanismo de defensa, posiblemente de construcción cientos de miles de años más reciente en la humanidad: la negación.
El escritor William Ospina explicó muy bien este mecanismo, con respecto a la destrucción de la naturaleza, en la edición dominical del Espectador: “Al ciudadano medio que trabaja y paga sus impuestos le incomoda saber que su estilo de vida está matando al mundo, y en los barrios campestres de los Estados Unidos el deterioro del planeta no es tan evidente como en las favelas de Río, en los incendios del Amazonas o en las barriadas infinitas y cenagosas de Nigeria. Así que opta por cerrar los ojos y votar por los adormecedores de conciencias. Y cuando alguien viene a abrirle los ojos a la fuerza, prefiere hacer lo que hacían los antiguos: sacrificar como ofrenda a los dioses al mensajero del desastre.”
Y agregaba: “Trump sabe lo que quiere oír el buen burgués: somos los mejores, no hay tal cambio climático, solo necesitamos prosperidad e ingresos, no hay sombra que no disipe un televisor encendido, un refrigerador bien surtido y un automóvil oloroso a nuevo esperando en el porche”.
Con la pandemia parece que sucede lo mismo. Gran parte de la población, de Estados Unidos o de Colombia, no quiere saber más de ese asunto “COVID, COVID, COVID”, que solo plantea desgracias y un incierto futuro. Para evitar la ansiedad utilizan el mecanismo de negación. No quieren oír más del asunto, prefieren volver al pasado, cuando no existía el virus, cuando funcionaban todas las cosas sin limitaciones y prohibiciones. Por ello aprecian a los líderes que niegan la pandemia y llaman al retorno a la normalidad, a la reactivación económica y la no repetición de prohibiciones y confinamientos. Sus palabras los liberan del miedo y la angustia y por ello les darán su apoyo en las urnas o las encuestas.
Por otra parte, son capaces de linchar a los mensajeros de las malas noticias, a quienes les incrementen la angustia, sin importar que tengan o no razón. Veamos un ejemplo de esta negación, con gran temor y agresividad incluidas: Un avión despega de Leticia y, apenas inicia su ascenso encuentra un vacío y pierde la elevación de la nariz. Queda volando totalmente horizontal, apenas a un centenar de metros sobre la selva y el rio Amazonas, por unos eternos dos o tres minutos. Finalmente, el piloto hace un giro y logra encontrar la resistencia de aire adecuada para elevar la nariz y ascender velozmente, de modo que la emergencia se supera, sin consecuencia alguna. Muchos pasajeros, acostumbrados a despegar en estos jet, de elevación rápida, se dieron cuenta de la emergencia, pero guardaron prudente silencio hasta que el avión pudo tomar altura. Sólo entonces, los comentarios de alivio y explicación del susto surgieron de inmediato en toda la aeronave. Uno de los pasajeros le explicaba a su compañero de asiento el incidente y el grave riesgo en que estuvieron. De pronto, sin permitirle completar la explicación, el compañero de asiento lanza un grito que se escucha en todo el avión. ¡Cállese, h…, no me joda! Si me muero, me muero, pero no me venga a contar esas vainas. ¡Déjeme tranquilo!
Estas reflexiones, sobre el mecanismo de negación y la pandemia, están dirigidas a los compañeros del sector salud que se enfrentan a diario con la tragedia de la Covid-19, a los expertos en salud pública o representantes de los trabajadores de la salud, para que comprendan cuan poco le gusta a la gente que les digan la dolorosa verdad sobre los riesgos que afrontan ciudadanos y sociedad por la Covid-19, cuanto temor tienen a que les hablen de un futuro incierto y poco halagador. Sin duda seguirá siendo su deber hacerlo y advertir a la población que debe temer y que se debe cuidar y al gobierno que debe tomar todas las medidas de prevención, por dolorosas que resulten para muchos y por duras que resulten para la economía.
Ojalá pudieran ser portadores de noticias alentadoras, para reducir el temor a los ciudadanos, pero no se ven actualmente en la realidad razones para suponer -dado que la primera ola de la epidemia fue más grave en nuestro país que en la mayoría de los países del mundo, por condiciones sociales bastante deplorables-, que una segunda ola, a todas luces probable, como la que hoy se esparce por todo Europa, sea menos grave.
Si bien mucha gente no quiere escuchar malas noticias, tampoco se puede permitir que la población, aunque lo desee, sea engañada por autoridades irresponsables o gremios interesados con falsa información, en el sentido de que no hay riesgo en múltiples actividades sociales, educativas, laborales o de transporte, o asegurando que la reactivación es irreversible. No lo ha sido en ningún país de Europa, pues cuando la velocidad de transmisión del virus amenaza muchas vidas, la única forma de frenarlo sigue siendo el aislamiento y el confinamiento.
Por último, los temores sobre mutación del virus y posibles reinfecciones aumentan cada día, lo que hace suponer que la vacunación puede no resultar totalmente efectiva, por lo que probablemente la lucha contra el virus deba ir mucho más allá de una primera vacunación.
Dicho lo anterior, de seguro seguirán lloviendo rayos y centellas contra quienes portan las noticias que no se quieren escuchar, mientras los políticos hábiles, apoyados en algunos expertos de bolsillo, ganarán adeptos por decirle a los colombianos lo que quieren escuchar, que la reactivación llegó para quedarse definitivamente y, lo más injusto y abusivo, que la pandemia ahora depende únicamente del comportamiento de cada ciudadano. Si, por supuesto….., como la pobreza, como la violencia, como el desempleo. Cuando los gobernantes y los poderes económicos son responsables tan sólo de las buenas noticias y los ciudadanos -por su comportamiento- de las malas, la tragedia de la pandemia no para, así no quieran saber de ella, como la mitad de la población de Estados Unidos.
Félix León Martínez, Presidente de Fedesalud
Foto tomada de: Agencia de Periodismo Investigativo
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