Se les olvida que en una democracia, incluso, las minorías y los opositores juegan un papel sustancial para la sobrevivencia del régimen. Acaba de decir el señor Presidente, Iván Duque, en una de sus últimas alocuciones, lo que ha sido repetido por miembros radicales de su partido político, que: “nadie me va a ganar en las calles, lo que me gané en las urnas”. Una frase, por cierto, políticamente incorrecta y socialmente infortunada, lo que indica, con claridad, una visión restringida de la democracia y, a su vez, que no está dispuesto a gobernar para todos, sino para una parte de los colombianos.
Los sistemas democráticos deben ofrecer a los diferentes sectores o colectivos de la sociedad la oportunidad de participar en los procesos políticos y de hacer escuchar sus demandas, con lo que se reduce el riesgo de que estos colectivos propicien acciones de violencia para lograr sus objetivos o canalizar su indignación. Lo cierto es que en América Latina la gente ha venido perdiendo el miedo a expresarse en proyectos colectivos, especialmente, la gran masa de jóvenes hombres y mujeres. Entre más se escuchen a las comunidades y menos se les vulneren sus derechos, se reducen lógicamente las posibilidades de sublevación y/o de confrontación violenta con las instituciones del Estado.
¿Qué fue lo que se ganó Duque en las elecciones presidenciales? Gobernar para y con todos los colombianos. Así de sencillo. De ahí que el futuro de los diálogos es algo aún incierto. No se trata de un pesimismo irracional, sino de un escepticismo ilustrado. Cuando en una democracia no se reconoce al interlocutor en un diálogo, como representante legítimo de un colectivo, con el cual se puede llegar a acuerdos o consensos, estamos lejos de resolver nuestros problemas y de aclimatar nuestras diferencias. Dialogamos para posponer las diferencias que sean irreconciliables y, a la vez, para acentuar las afinidades que permitan mejorar la relaciones de convivencia en paz. Las recientes movilizaciones en Colombia se manifiestan como algo interesante, en un país en el que poco se hablaba, dado que estuvo por más de cinco décadas en medio de un conflicto armado.
¿Por qué ahora la gente decide salir a las calles a protestar a lo largo y ancho del territorio nacional? Para los “duros” del uribismo la respuesta parece sencilla: son coletazos del castrochavismo, del socialismo del Siglo XXI, del “azuzador” de Gustavo Petro, de los ateos y comunistas que nunca faltan en la sopa, etc., y de otros factores que, por regla general, provienen desde fuera de la sociedad colombiana. De ahí el reclamo de algunos miembros del Centro Democrático al Presidente para que haga uso de “mano dura” contra los marchantes, para que no se deje intimidar, dado que consideran como signo de debilidad el tener que sentarse a conversar con quienes perturban el orden público.
Muchos analistas han argumentado que la prosperidad de cualquier país depende de la inclusión social, política y económica. Y la reiterada e invisibilizada exclusión en Colombia, en efecto, ha sido causa inicial de las guerrillas, del narcotráfico y de la inveterada pobreza. Pero también en razones para la indignación y explosión social. En especial, de una nueva masa de jóvenes que cada vez están mejor educados y que reclaman el cumplimiento de las declaraciones que han sido signadas en la Constitución y las leyes con el ánimo de proteger los derechos ciudadanos.
Sin embargo, todo parece indicar que quienes ejercen el poder y controlan las instituciones del Estado no están del todo interesados en que las cosas cambien, ni que se cumplan los compromisos adquiridos con las comunidades, en especial, que se apliquen las partes más importantes del Acuerdo de Paz de La Habana. Además, en el ámbito de los territorios locales la política sigue siendo, en términos generales, terriblemente corrupta y clientelista.
¿Cuál es el principal problema que tenemos entonces los colombianos? Es la manera de funcionar la política y el Estado Social de Derecho. Se ha creado medio país que ha estado al margen de las políticas sociales y públicas. Un medio país periférico que está por fuera de las decisiones más importantes del Estado. Las instituciones del Estado han estado por décadas cooptadas por élites o clanes familiares, muy lejos de la mayoría de la sociedad. Tenemos una sociedad fragmentada. Excluyente. Clientelista. También corrupta. Colombia está siendo gobernada por gente cómoda con ese sistema clientelar y excluyente, lo que ocasiona que sean inadmisibles otras maneras de gobernar. He ahí un crucial problema para cualquier mesa de diálogo en el caso colombiano.
Carlos Payares González
Foto tomada de: La Silla Vacia
Deja un comentario