¿Qué causó esta inmediata reacción en cadena de voces ofendidas? Lo logró la religión… la religión hizo el milagro. No la violación a un tratado de paz, a un pacto global sobre la conservación del agua, o la denuncia del genocidio que sucede a tan solo 3.342 kilómetros de la Torre Eiffel, al alcance de un misil balístico.
Dirigentes de iglesia y civiles que deciden la geografía del mundo, se declaran gravemente ofendidos por un motivo caprichoso: aseguran haber visto “La última cena” que Leonardo da Vinci pintó en el oscuro comedor de unos monjes dominicos en Milán por 1497, en la representación de un festín realizado por bailarines y cantantes drags en un puente sobre el río Sena, durante la ceremonia olímpica. El sketch de 1’18” activó el resorte acusador de creyentes y jerarcas de las iglesias mosaicas por lo que consideran una intolerable “profanación a la fe”; acusando a los organizadores de hacer una “burla grotesca” del momento en que Jesús instituyó el sacramento de la eucaristía, un dogma basal en la doctrina romana. Así lo demostró el cardenal Lercaro disertando sobre el pan y el vino con elocuencia incansable por tres horas en la visita de Pablo VI a Bogotá en 1968. La Catedral Primada debe guardar el registro de esa hazaña canónica.
Aunque pudiera convenirse que, al primer golpe visual, el montaje pudo dar una idea del mural de Leonardo y, de contera, del pasaje del Nuevo Testamento, hay que preguntarse si los creadores tuvieron en mente esa referencia bíblica, o pensaron en otra cosa.
Thomas Jolly, director artístico de la ceremonia, negó que el pasaje de Jesús fuese la inspiración, y explicó que quisieron mostrar una fiesta pagana con Dionisio, el dios griego de la parranda y el vino, y Secuana, la diosa del río Sena. Philippe Katerine, el actor que hizo de Dionisio pintado de azul también lo negó, y enfatizó que “nadie iba vestido de Jesús, nadie lo parodiaba, ni en el atuendo ni en el comportamiento”. Y Anne Descamps, portavoz de París 2024 declaró: “Claramente nunca hubo la intención de mostrar falta de respeto a ningún grupo religioso. Al contrario, queríamos mostrar tolerancia y comunidad. Si alguien se ha sentido ofendido, lo lamentamos”.
Ninguno admite el uso de la obra de Leonardo, ni pide perdón por ello. Lamentan que alguien se sienta ofendido al malinterpretar su trabajo. Sin embargo, los medios han hecho creer que la portavoz reconoció una equivocación y pidió perdón.
Para los creyentes cerriles, Jesús es la mujer grande y redonda vestida de azul situada al centro; el casco plateado rematado en rayos que lleva sobre la cabeza, es un solideo o un halo; los actores drag queen son los 12 apóstoles, sin importar que haya mujeres y una niña, que sean 17, y figuren María Antonieta decapitada en la Revolución Francesa y Juan Bautista, ya difunto para la cena bíblica; y la pasarela en la que los actores drag cantaron y bailaron por cerca de dos horas, es la mesa pascual. Y publican un fotograma editado a su gusto como evidencia del sacrilegio.
El segmento debió resultarles ofensivo porque en forma explícita están juntos el arte y el sexo, representados en esas figuras gesticulantes de difícil definición sexual. Lejos de sosegarse, los irritaba saber que la cantante que su cara evocaba Las damas de Avignon de Picasso, era Aya Nakamura, la más famosa cantante francesa del pop; y que la regordeta era la DJ francesa Barbara Butch, icono LGBTQ+ y activista feminista. El catolicismo siempre ha mirado el arte con sospecha y prevención – salvo cuando sirve a sus dogmas – y nada como el sexo ha padecido su desaprobación y castigo. La condena a los “invertidos” y “desviados” fue ley de fuego en los conventos y seminarios medievales, y está en la base de la doctrina cristiana despreciar al diferente de los dos sexos “creados por Dios”, y en el asco de los políticos actuales más retardatarios.
Y obispos y feligreses, presidentes y gobernados con la misma ideología, se niegan a ver dos veces, suponen que fue un acto perverso, y dejan hablar al inquisidor que llevan adentro.
La conferencia episcopal francesa deploró “las escenas de escarnio y burla del cristianismo”. La Comunión Anglicana de Egipto, dijo sentir un “profundo pesar” y criticó duramente al COI. Para el obispo católico de Minnesota, fue “una burla frívola y grosera”; el Consejo de Iglesias de Oriente Medio (compuesto por la católica, ortodoxa, ortodoxa oriental y evangélica), desaprobó que en los Juegos se hubiera hecho “burla al misterio de los misterios del cristianismo”; y el vocero de la Mezquita egipcia de Al-Azhar – de la mayoría sunní –, señaló que la escena de Jesús faltó “al respeto a su honorable persona y al alto estatus de la profecía de una manera imprudente y bárbara”. El Vaticano se declaró “entristecido por algunas escenas” de la ceremonia, y se unió a los “que deploran la ofensa causada a muchos cristianos y creyentes de otras religiones”; y el guía supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei – quién lo hubiese imaginado –, entró a la controversia diciendo: “El respeto a Cristo es algo incuestionable entre los musulmanes. Esas ofensas que se hacen a las grandes figuras de las religiones divinas, incluido Cristo, merecen a nuestro juicio ser condenadas.”
Por su parte, políticos con las raíces más disímiles, sin importar la diferencia de sus intenciones y la credibilidad que merezcan, reaccionaron igual. “Soy muy abierto de mente, pero creo que lo que hicieron fue una vergüenza”, dijo el sinvergüenza Donald Trump; María Zakharova, la portavoz en Asuntos Exteriores de Rusia – la cuna del infierno ateo según los púlpitos –, despreció la ceremonia por mostrar “otras partes del cuerpo”, aludiendo a Macrón quien dijo que su país mostró “su verdadera cara” en la inauguración. El presidente turco Erdogan – que revertió la corriente civilista del país para regresarlo a los cánones del islam – calificó como inmoral el episodio; el presidente de la Cámara norteamericana, Mike Johnson, dijo que había sido “insultante para el pueblo cristiano”. La eurodiputada de extrema derecha Marion Marechal, dijo a los cristianos “insultados por esta parodia ‘drag queen’ de La Última Cena”, que había sido la obra de “una minoría de izquierda lista para cualquier provocación”. Hasta Jean-Luc Melenchon, líder del partido mayoritario de izquierda francés, se preguntó: “¿qué sentido tiene arriesgarse a ofender a los creyentes? ¡Incluso cuando se es anticlerical!”
El ojo del creyente vio, y se niega a volver a ver. No admite razones, ni la duda del error sin intención. De momento, la intransigencia cunde en las redes sociales, y el abogado de Barbara Butch ha denunciado “una campaña de ciberacoso y difamación, con una violencia sin precedentes”. Muchos se sienten agraviados hasta los tuétanos y podrían actuar por su cuenta, creyendo hacer “lo correcto”. Es verdad que desde Constantinopla la cristiandad no va a una guerra abiertamente religiosa, pero algunos fanatizados pueden estar tentados a imitar la intolerancia de los musulmanes organizados en ISIS y en su sueño del Estado Islámico. Ojalá un acto de “indignación religiosa” no cobre venganza en los actores, y que un “diverso” desamparado no caiga en manos de esos piquetes de ultraconservadores que salen a cazarlos de noche, para quitarse de encima la rabia.
La reacción a la escena olímpica prueba que la ideología religiosa es la mejor mecha para la pólvora, que el odio por la fe no es cosa del pasado.
Por lo pronto, alguien ya perdió la compostura delante de sus feligreses. Sucedió en la parroquia de Jiquilpan, en Michoacán, México, el domingo siguiente a la inauguración de los JJ OO. El cura vestido con el hábito, la estola y una casulla verde, frente al atril del libro de oraciones se declaró indignado con la escena de la ceremonia olímpica, envió un saludo satírico a todos los que participaron en ella, incluidos el Comité Olímpico y el presidente Macrón, y gritó en el micrófono: Por mí, no por la comunidad, por mí personalmente pueden ir a chingar a su reputísima bomba madre.” Tiró el micrófono, se dio la vuelta decidido y salió de escena. Un aplauso entusiasta le siguió los pasos.
La escena a la que no estaba habituada la memoria, trajo de vuelta las hazañas militares de “los cristeros”; los mexicanos católicos que en 1926 se alzaron armados contra el gobierno por las medidas que afectaban a la iglesia. Y más cerca, recuerda la intolerancia cristiana en San Miguel Canoa, Puebla, en 1968, cuando la gente acusó de comunistas y enemigos jurados de Cristo a 5 universitarios despistados que fueron a dar allí. Fue un linchamiento tumultuoso en defensa de la fe, con la aquiescencia del párroco, el mismo año que Pablo VI bendecía multitudes en Bogotá.
Siempre hay fanáticos esperando una señal superior para actuar. Que nadie se olvide del edicto religioso (fatwa) del primer Ayatolá en 1989 instando a sus seguidores a ejecutar al escritor Salman Rushdie donde se le hallara, por la publicación de su libro “Los versos satánicos”. Por esa condena a muerte el autor vivió oculto y custodiado, hasta que 33 años después, el 12 de agosto de 2022, un cazador creyente le salió al paso y lo hirió gravemente, cuando iba a dar una conferencia en el Estado de Nueva York.
Que ningún bruto suponga ahora, que ha recibido una orden para atacar.
Álvaro Hernández V.
Foto tomada de: Teletica.com
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