Por otro lado, si se tiene en cuenta la incesante construcción o reafirmación de muros fronterizos, fácilmente concluimos que, por el contrario, nunca las fronteras se han movilizado tanto para delimitar pertenencias y crear exclusiones. Los muros entre Estados Unidos y México, entre Israel y Palestina, entre Hungría y Serbia, entre Crimea y Ucrania, entre Marruecos y el pueblo saharaui, entre Marruecos y Ceuta/Melilla, están afirmando el dramático impacto de las fronteras en las oportunidades de vida de quienes buscan atravesarlas.
Esta ambivalencia o dualidad de nuestro tiempo no es nueva. Acotándonos al mundo occidental, podemos decir que existe desde el siglo XV, en el momento en que la expansión transatlántica europea obliga a alinear los poderes gemelos de eliminar y crear fronteras. El Tratado de Tordesillas de 1494 regulaba la libertad marítima de los reinos de Portugal y Castilla, al mismo tiempo que excluía a los demás países del comercio oceánico, el mare clausum. Cuando en 1604 le contrapone la doctrina del mare liberum, Hugo Grotius tiene en vista disputar las fronteras existentes para sustituirlas por otras, más acordes con las aspiraciones de la Holanda emergente. En la misma lógica de conveniencias, Francisco de Vitória, al mismo tiempo que defendía la soberanía de los países ibéricos, defendía que el derecho de libre comercio prevalecía sobre cualquier pretensión de soberanía de los pueblos de las Américas.
Desde el Renacimiento en el siglo XV hasta la Ilustración en el siglo XVIII se va afirmando la universalidad sin fronteras de la humanidad y del conocimiento, al mismo tiempo que se van levantando las fronteras entre civilizados y salvajes, entre colonizadores y colonizados, entre libres y esclavos, entre hombres y mujeres, entre blancos y negros. Un siglo después de que Europa se hubiera parcelado en países soberanos con el ordenamiento que surgió del Tratado de Westfalia de 1648, Immanuel Kant aboga por la idea del Estado universal, cuna de todo el cosmopolitismo eurocéntrico. Esa fue la única forma de garantizar la coexistencia pacífica entre poderes y religiones que se habían enfrentado de modo bárbaro en la Guerra de los Treinta Años, en la que murió un millón de personas. Un siglo después de Kant, las potencias europeas, resueltas a garantizar la expansión sin límites del capitalismo emergente, se reúnen en Berlín para diseñar las fronteras en el reparto de África, sin que obviamente los africanos sean escuchados.
El relato podría continuar con la inestabilidad crónica de las fronteras de Europa del Este y de los Balcanes y el forzoso desplazamiento masivo de poblaciones derivadas del colapso del Imperio otomano. A su vez, en nuestros días, el espacio Schengen ilustra cómo el mismo poder, simultáneamente, puede eliminar y crear fronteras. Mientras que para los europeos incluidos este espacio convirtió las fronteras internas en un anticuado impedimento felizmente superado, para los no europeos las fronteras externas se convirtieron en un muro opaco y burocrático, cuando no en una pesadilla kafkiana.
Todas las situaciones conducen a la misma conclusión: las fronteras son instrumentales y son siempre expresión del poder de quien las define. Por su parte, la violación de las fronteras o es expresión de un poder emergente que se pretende imponer al poder existente, o es expresión de quienes, sin tener poder para redefinir o eliminar las fronteras, las atraviesan sin autorización de quien las controla.
Dado su carácter instrumental, las fronteras son mucho más que líneas divisorias geopolíticas. Son formas de sociabilidad, exploración de nuevas posibilidades, momentos dramáticos de travesía, experiencias de vida fronteriza, líneas abisales de exclusión entre ser y no ser, muros de separación entre la humanidad y la subhumanidad, tiempos-espacios de ejercicio de poder arbitrario y violento. En este ámbito, lo que mejor caracteriza nuestro tiempo es la diversidad de experiencias fronterizas, la aceleración de los procesos sociales, políticos y culturales que erigen y
derriban fronteras, la valoración epistemológica del vivir y el pensar fronterizos y los modos de resistencia contra fronteras consideradas arbitrarias o injustas.
Veamos algunas situaciones paradigmáticas. La travesía de las fronteras puede ser tanto una experiencia banal, casi irrelevante, como una experiencia violenta, degradante, en la que el horror cotidiano es la única banalidad. En el primer caso son paradigmáticas las travesías cotidianas, para fines de comercio y convivialidad, de las comunidades africanas que fueron separadas por fronteras arbitrarias después de la Conferencia de Berlín en 1894-95; de los pueblos indígenas de la Amazonia, que tienen parientes en ambos lados de la frontera de los varios países amazónicos; o de las “gentes da raia” entre Portugal y España (sobre todo en Galicia). En el segundo caso, hay que distinguir entre travesías cotidianas y de doble sentido, y las travesías singulares o las experiencias reiteradas y frustradas de travesías imaginadas, unas y otras como de sentido único. De las primeras son paradigmáticas las travesías cotidianas de los palestinos que van a su trabajo en Israel, a través de los infames check-points, donde pueden estar horas o directamente no pasar, en cualquier caso víctimas del mismo poder violento, arbitrario y totalmente opaco. De las segundas son paradigmáticas las travesías logradas o frustradas de millares de emigrantes o, mejor, de fugitivos del hambre, de la miseria, de las guerras y de los cambios climáticos que atraviesan América Central rumbo a los Estados Unidos, o naufragan en el Mediterráneo al intentar cruzarlo en su camino hacia Europa.
En estas travesías, las temporalidades históricas tanto se dramatizan como pierden sentido. Estos peregrinos de la desheredad moderna, capitalista, colonial y patriarcal, ¿huyen hacia el futuro o huyen del futuro? ¿Vienen del pasado o van hacia el pasado? ¿Son hijos de la expoliación colonial que intentan liberarse de la devastación que ella creó o son proyectos de carne joven para re-esclavizar, esta vez en el seno de las fachadas de las avenidas del glamour metropolitano, y ya no en los campos de exterminio en las plantaciones de las colonias?
La sociabilidad de frontera tanto puede resultar del ejercicio permanente de desplazamiento de las fronteras, como de la vida detenida junto a fronteras fijas y bloqueadas, muros de cemento o redes de alambre de púas. En el primer caso, la frontera es definida y desplazada por quien tiene el poder para hacerlo. Es paradigmática la experiencia de pioneros, expedicionarios, emigrantes que, durante siglos de expansión colonial, fueron invadiendo y colonizando los territorios de los pueblos nativos. Al haber acontecido en un contexto supuestamente poscolonial, la experiencia
del Far West norteamericano es particularmente reveladora de la línea abisal que la frontera va diseñando entre las zonas de ser y las zonas de no ser, como diría Frantz Fanon. De este lado de la línea, siempre en movimiento,
está la sociabilidad de los pioneros, una sociabilidad de nuevo tipo caracterizada por el uso selectivo e instrumental de las tradiciones y su mezcla con la creatividad de los inventos de convivencia exigidos por el nuevo contexto, por la pluralidad de poderes y jerarquías débiles entre los diferentes grupos de pioneros, por la fluidez de las relaciones sociales y la promiscuidad entre extraños e íntimos. Del otro lado de la línea están los indios, los dueños del territorio, que los pioneros convierten en seres inferiores, indignos de tanta abundancia, obstáculos al progreso, a ser
superados con la inexorable conquista del Oeste. De un lado de la frontera, la convivencia; del otro, la violencia. La matriz moderna de la construcción paralela de humanidad y de inhumanidad tiene aquí una de sus ilustraciones
más dramáticas y violentas.
A su vez, la sociabilidad de las fronteras bloqueadas está muy presente hoy en día en los campos de refugiados que se van multiplicando en varios países europeos y en países asociados para el efecto, como es el caso de Turquía. Son, en verdad, campos de concentración de los nuevos presos políticos de nuestro tiempo, los presos políticos del capitalismo, del colonialismo y del patriarcado, poblaciones consideradas desechables o sobrantes para estas tres formas de dominación moderna que hoy parecen más agresivas que nunca.
Las fronteras son las heridas incurables y expuestas de un mundo sin fronteras. El único motivo de esperanza que ellas nos permiten es la emergencia de movimientos y asociaciones de jóvenes que se rebelan contra las fronteras y se solidarizan activamente con las luchas de los migrantes y refugiados. No practican ayuda humanitaria, sino que se involucran en sus luchas, facilitan la comunicación entre los migrantes, exploran medios legales e ilegales para liberarlos de esas prisiones infames. Estos jóvenes constituyen la mejor manifestación de la desesperada esperanza de nuestro tiempo.
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Boaventura de Sousa Santos
Foto obtenida de: RTVE.es
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