Lo primero que hay que decir es que hábil, pero equivocadamente, el estafeta-periodista de la Casa de Nariño dejó de lado las explicaciones que como vocero presidencial debía dar del uso del avión presidencial, para transportar a particulares que acompañaron a la Primera Dama de la Nación y a sus hijos, a una fiesta de cumpleaños de una de sus hijas, a celebrarse en un lugar público llamado Panaca, ubicado en el Eje Cafetero.
Del lado de la periodista Vicky Dávila, hay que decir que su error estuvo en yuxtaponer la defensa de su “ego, profesionalismo y buen nombre”, al hecho noticioso al que estaban convocados los dos para que el jefe de prensa de Iván Duque defendiera el indefendible y escaso sentido que de lo Público tiene el Jefe de Estado, el mismo que prometió austeridad en los gastos gubernamentales. Y sobre ese mismo débil sentido de lo Público, Dávila se sintió ofendida y equiparada con el uso de un bien público, cuando el estafeta-periodista de la Casa de Nariño comparó el uso del vehículo que la UNP le tiene asignado a la periodista, para cuestiones personales, no asociadas estrictamente a sus labores periodísticas.
Una vez la periodista vallecaucana entendió que Nassar intentaba ponerla en el mismo nivel moral de los colegas que de muchas maneras se han beneficiado de viajes, en el avión presidencial, y prerrogativas de los gobiernos con aquellos periodistas que, incorporados[1] al Régimen, se comprometen tácitamente a dar un tratamiento benévolo a los hechos públicos y privados que rodean la vida de los presidentes, entró en cólera y se puso en un plano moral superior, propio de quienes, como diría Sandra Borda, actúan bajo los parámetros de lo que ella llamó en una columna, Clasismo Moral[2].
Lo lamentable de lo sucedido es que ambos irrespetaron a las audiencias. La mayor responsabilidad recae en Vicky Dávila pues era ella a quien le correspondía confrontar y cuestionar las explicaciones que intentó dar el periodista-posta que presta sus servicios a la Casa de Nariño (¿o de Nari?). Del lado de Hassan, su labor quedó a medias, pero logró que las audiencias terminaran hablando del “agarrón” con Dávila y no del hecho ético-político que con indiscutible claridad dejó ver el verdadero talante del presidente Duque, en materia del uso racional de los recursos del Estado, para asuntos que nada tienen que ver con el ejercicio del poder político, los superiores intereses del Estado y con sentido de lo público que los acompaña de forma natural.
Ubicada, como dije en una órbita moral superior, la periodista aprovechó su privilegiado espacio radial para insistir en su profesionalismo y su ética periodística, cuestionadas en varias ocasiones por su cercanía-admiración con el llamado “uribismo[3]” y por el nefasto tratamiento periodístico dado a los hechos relacionados con la olvidada “comunidad del anillo[4]”. Recuérdese que la manera como abordó esos hechos, terminó por provocar su salida de la FM. Sobre este asunto, hay que señalar que el Jefe de Prensa de Duque es un admirador o fans de Álvaro Uribe Vélez. De allí el señalamiento que Dávila usara para descalificarlo como periodista y persona, al llamarlo “lagarto”.
En relación con la crisis del periodismo colombiano, hay que decir que esta aparece y crece por cuenta de las siempre perniciosas relaciones que suelen establecer los periodistas con agentes del poder político y económico del país. Relaciones que dejan entrever no solo simpatías ideológicas, sino aspiraciones personales, como las que guiaron a Hassan a “lagartear”, según Dávila, el puesto de Jefe de Prensa de la Casa de Nariño.
Otro elemento que se suma a la crisis de credibilidad del periodismo colombiano es la pauta oficial y la comercial. Manejada como un mecanismo de presión, los gobiernos suelen usarla para frenar acciones periodísticas conducentes a develar escándalos de corrupción. Y las empresas comerciales, suelen usar la pauta como una forma de censura. En el pasado, recordemos las presiones económicas que en su momento Michelsen Uribe[5] le hizo al EL ESPECTADOR para evitar que este medio destapara hechos dolosos en el manejo del Grupo Gran Colombiano.
Lo que dejaron entrever Dávila y Hassan en su vergonzoso desencuentro, es que las intrigas, la competencia desleal, las cercanías al poder, los egos y las aspiraciones personales hacen parte de esa “hoguera de las vanidades[6]” en las que suele operar el periodismo. Y no solo el colombiano.
Termino con algunas frases del periodista-reportero Ryszard Kapuscinski
Los cínicos no sirven para este oficio. …
La mía no es una vocación, es una misión. …
Para ser periodista hay que ser buena persona ante todo
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[1] Véanse: https://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com/2018/05/periodistas-vs-petro.html y https://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com/2017/11/periodismo-incorporado.html
[2] Véase: https://www.revistaarcadia.com/opinion/columnas/articulo/proceso-paz-colombia/43650
[3] Véase: https://laotratribuna1.blogspot.com/2008/06/rcn-el-courrier-de-palacio.html
[4] Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com/2016/08/lecciones-de-periodismo.html
[5] Véase: https://www.elespectador.com/especiales/caida-del-grupo-grancolombiano-articulo-333984
[6] Véase: https://www.youtube.com/watch?v=4Y5rxz_tjUA
Germán Ayala Osorio, comunicador social- periodista y politólogo
Foto tomada de: El País Cali
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