La crisis pandémica y el periodo de pandemia intermitente en el que vamos a entrar pueden ser el detonador de la explosión de la extrema derecha. Para evitarlo, solo hay una solución: impedir que se agrave la crisis social, lo que no fue posible en los años 1930. Hoy, los Estados Unidos de Biden iniciaron un vasto programa de regeneración de ingresos y de inversión pública a contracorriente, contra todo lo que predicaron durante el apogeo del neoliberalismo. La Unión Europea, patéticamente, parece más presa del neoliberalismo que Estados Unidos y siempre rehén del capital financiero internacional. Alemania cumple en Europa el papel que Estados Unidos desempeña a escala mundial: exporta el neoliberalismo, pero en este momento no lo sigue internamente. Saber hasta qué punto los programas de recuperación y resiliencia podrán contener la grave crisis social que se aproxima es una pregunta abierta, una crisis que actualmente tiene tres puntos de ruptura: Colombia, Brasil y la India. Portugal tendría unas condiciones privilegiadas para evitar lo peor si supiera actuar como Alemania y los países nórdicos: servirse de Europa como jefe sin servir a Europa como empleado.
La segunda similitud/diferencia se refiere a la relación entre democracia y extrema derecha. La similitud es que la extrema derecha utiliza la democracia con el único propósito de destruirla. Lo hace de muchas maneras. La principal consiste en promover una lógica de pertenencia, sea nacionalista o racista, contra la lógica de participación propia de la democracia. La diferencia es radical y, por tanto, invisible. Participamos en una realidad contribuyendo a construirla (sociedad, democracia), mientras que pertenecemos a una realidad ya plenamente construida (nación, raza, etnia, casta), ya sea la construcción real o inventada. La pertenencia confiere seguridad a quien pertenece en la misma medida que excluye a quien no pertenece. En tiempos de crisis, esta seguridad es preciosa. Las opciones en las que se basan la participación y la pertenencia son muy diferentes. En la participación, se elige entre; en la pertenencia, se elige contra. El objetivo es alcanzar el poder democráticamente para luego no ejercerlo de manera democrática. Como, por ahora, el objetivo todavía no se ha logrado, la extrema derecha seduce fácilmente a las fuerzas de la derecha democrática, a las que ofrece el trampolín de la llegada al poder. La derecha, por su parte, confía en poder domesticar a la extrema derecha y esta, en subvertirla. Fue así en Alemania en la década de 1920. Lo que puede suceder hoy en otros países es una cuestión abierta. En Portugal, los intelectuales de derecha, interesados o no en la promoción de la extrema derecha, siguen la misma línea discursiva: estamos prestando demasiada atención a la extrema derecha y esto la favorece. Exactamente como en Alemania a finales de la década de 1920.
La tercera similitud/diferencia se refiere a la lucha ideológica. Esta lucha tiene cuatro frentes: el discurso de odio dirigido a los que no pertenecen (ya sea judío, gitano, negro, homosexual, comunista, izquierdista y, finalmente, demócrata); la infiltración de los medios de comunicación; la sustitución de la política por la moral; la seducción de los estratos sociales descontentos y emergentes. Con diferencias, se están activando todos los frentes. En Portugal, el discurso de odio tuvo un estallido estremecedor durante los debates presidenciales y se pudo entender que los medios públicos estaban infiltrados. Esta sospecha se hizo realidad con lo ocurrido recientemente en la agencia pública de noticias, Lusa. En una noticia publicada, un periodista identificó como “negra” (en portugués, “preta”) a una diputada suplente del Partido Socialista. En Portugal, el término “negro” es un término racista, altamente ofensivo. El sustituto del discurso de odio es la dramatización de todos los errores del gobierno, especialmente si es de izquierda. Comparativamente, el gobierno portugués tiene uno de los mejores desempeños en la conducción de la pandemia y los portugueses lo entendieron cooperando cívicamente con las políticas. Sin embargo, quienes siguen las noticias más mediáticas (incluidas las de la televisión pública), solo ven noticias de fracasos groseros, una dramatización que pretende apoyar la idea difundida por la extrema derecha de la “enfermedad de la democracia” y de los “claveles negros”, que pueden justificar “gobiernos de salvación nacional”. Hoy en día, la extrema derecha dispone de las redes sociales, una herramienta poderosa, sobre todo porque el modelo de negocio que subyace en ellas no les permite intervenir salvo en casos extremos. Hoy, el discurso antipolítico y moralista es la lucha contra la corrupción y, especialmente en algunos países, el conservadurismo evangélico o católico. Ambos discursos son proyectos globales y tienen su origen en la extrema derecha estadounidense. Hoy, uno de los grupos emergentes son las mujeres. De cara a las elecciones municipales y locales, el partido de extrema derecha (Chega) recluta en las redes sociales “mujeres dinámicas e inteligentes”.
La cuarta similitud/diferencia se refiere a la reinvención del pasado. Consiste en convertir las victorias en derrotas y las derrotas en victorias. En Alemania, la paz posible después de la Primera Guerra Mundial se convirtió en humillación nacional; la derrota, en algo que solo no se evitó debido a la debilidad de los gobernantes democráticos. Hoy, en Portugal, los intelectuales de derecha aprovechan subliminalmente el desliz de la participación hacia la pertenencia para elogiar el fascismo colonial de Salazar porque devolvió el orgullo nacional a los portugueses, dio más calidad a la dirección política y, sobre todo, no fue corrupto. Nada de esto tiene que ser cierto para ser efectivo. Es sorprendente (pero con antecedentes históricos) que algunos de estos intelectuales olviden activamente que ellos mismos fueron excluidos de la pertenencia a la sociedad fascista precisamente porque quisieron ejercer participación política. A su vez, el fin del colonialismo, la victoria fundacional de la democracia portuguesa, es transformado en una derrota humillante. Por tanto, de ahí a convertir la revolución del 25 de abril de 1974 en un acto terrorista hay un paso.
Para detener la deriva de la participación en pertenencia, la historia podría enseñarnos algo si quisiéramos aprender. Aquí hay una lista realista de propuestas. El agravamiento de las desigualdades y de la crisis social deben evitarse a toda costa con políticas de cohesión eficaces. Los servicios públicos deben refinanciarse y repensarse, especialmente en las áreas de salud y educación. La corrupción debe ser eficazmente combatida. La oposición de derecha democrática debe perder la ilusión de poder domesticar a la extrema derecha. Los partidos socialistas que controlan gobiernos de izquierda (en Portugal, PS) deben ayudar al resto de partidos a su izquierda (en Portugal, Partido Comunista y Bloque de Izquierda) a poder invertir en la participación, ya que son las primeras víctimas de la deriva de la pertenencia (las próximas víctimas serán los socialistas). A su vez, los partidos a la izquierda de los partidos socialistas deben asumir que su adversario principal es la derecha y la extrema derecha, y no los socialistas. Los medios de comunicación públicos deben ser escrupulosos a la hora de liquidar el huevo de la serpiente donde se esté incubando. Si la pereza democrática afecta al sindicato de periodistas o a la entidad reguladora de los medios de comunicación, es de esperar que la comunidad PALOP (Países Africanos de Lengua Oficial Portuguesa) suspenda la autorización de Lusa para operar en sus países hasta que el periodista racista sea despedido. De lo contrario, pronto se multiplicará por muchos.
Boaventura de Sousa Santos
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
Foto tomada de: Radio Macondo
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