“…mi enfoque es cómo logramos que lo quede al país después de este proceso es que se haya podido construir justicia sin impunidad y que se haya podido hacer una reparación efectiva de las víctimas.” Iván Duque, presidente de Colombia, ET, 4/12/20, 1.2.
Una profecía asesinada
Quizá le resulte insólito a más de un lector atento, que este escrito de política nacional lo comience recordando el asesinato de John Lennon, el 8 de diciembre de 1980. Por un fanático, Mark David Chapman, quien portaba la carátula de Double Fantasy, autografiado por él, horas antes, y un revólver calibre 38, con el que le disparó 5 tiros a quemarropa. A la entrada del edificio Dakota, en la calle 72, muy cerca del Central Park, en New York.
Ese álbum de John incluía un sencillo, (Just Like) Starting Over: “Es como si nos estuviéramos enamorando de nuevo/Será como volver a empezar.” Para entonces Lennon hacía poco había cumplido 40 años.
El cantautor de las millones de veces tarareada Imagine, inolvidable para mi gusto y recuerdo, después de ser un rebelde sin causa aparente, se había jugado enterito por el amor y la paz, a la disolución de Los Beatles. Al final compartía todo con la artista Yoko Ono, rompiendo su intimidad con fotos públicas. Así franqueaba también las fronteras entre lo privado, lo íntimo y lo público, con un exhibicionismo retador. Era el mismo que casi exánime solo alcanzó a exclamar: “¡Oh, Dios!
Haciendo trizas la paz
“Hay líderes ciegos para ver que si seguimos así podemos regresar a la guerra dura. Podemos volver a una situación de más de 2.000 secuestros por año, de esas que vivimos cuando era imposible salir al campo”. Francisco de Roux, presidente de Comisión de la Verdad, ET, 6/12/20, 2.1.
Pasemos la página, para regresar a los tiempos de la pandemia sanitaria y económica, porque una y otra caminan parejas en más de una realidad estatal nacional. Colombia no es la excepción, donde, en todo caso, la gran mayoría de su gente, imagina un mejor futuro; entre el pasmo de la vida y la muerte escucha cómo la verdad la disfrazan con absoluto descaro, quienes ofician hoy como integrantes de la clase política, la que el Gaitán de 1948, al borde de otro asesinato, enjuiciaba con el término “país político.”
Así, el pasado noviembre, la opinión fue atropellada por dos revelaciones. La confesión de parte de Carlos Antonio Lozada, que las Farc-Ep, cometió el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, uno de los tres dirigentes de las deliberaciones de la única Asamblea constituyente que el país realizó durante el siglo XX.
Es un acto que la AD/M19 insiste en caracterizar, con la vocería de Gustavo Petro, como un nuevo pacto de paz que le dio cabida a la oposición política con el reciente estatuto de la oposición, después de casi 200 años de existencia independiente de la primera república bolivariana.
La otra revelación que quiero no pasar por alto es el descubrimiento ante la opinión, de la tramoya armada por el exfiscal Néstor Humberto Martínez Neira. Un enemigo embozado de la paz, quien ocultó al expresidente Juan Manuel Santos, avezado jugador de póker, que con Marlon Marín, sobrino de Iván Márquez, y la DEA, encartaban a Jesús Santrich, el más destacado intelectual orgánico, del partido Farc, opositor en La Habana a la dejación de armas, sin prueba concomitante del cumplimiento de lo acordado con el gobierno Santos.
Se trató de sindicarlo de traficar con 5 kilos de cocaína, suministrados por la misma Fiscalía a Marín; y con esta maniobra hacer trizas la paz firmada en La Habana y refrendada en el Teatro Colón. A pocas cuadras del palacio de San Carlos, por una de cuyas ventanas tuvo que huir Simón Bolívar, en una noche septembrina, para salvar su vida de un atentado.
Santrich estuvo recluido por un año en la Picota, por cuenta de la sindicación montada por la Fiscalía Martínez, que prometía pruebas de la DEA, que nunca llegaron. Presentado el caso ante la JEP, las recabó infructuosamente de las dos instancias. Fueron ocultadas, excepto una, que resulta ser un montaje, de un total de 24.000 y más grabaciones, que los senadores citantes, Petro, Cepeda, Barreras y Sandino descubrieron, en el debate contra el exfiscal Martínez Neira. Con la consecuencia que su candidatura presidencial quedó sepultada durante ese ejercicio de control político, y la suerte de la JEP siguió incólume que tiene un nuevo conductor, el jurista Eduardo Cifuentes.
Los Idus del Teatro Colón y la doctrina Damasco
“Debo manifestarle de manera respetuosa pero enfática que he perdido absolutamente la confianza en el alto mando institucional, encabezado por el señor general Eduardo Zapateiro, comandante del ejército, lo que me impide continuar bajo sus órdenes.” Coronel Pedro Rojas, ET, 1/12/20, 1.5.
““Los ejércitos vienen a ser el más alto, puro, noble servicio nacional. (…) Cuando las Fuerzas Armadas entran a la política lo primero que se quebranta es su unidad, porque se abre la controversia en sus filas…” Alberto Lleras Camargo, presidente, Discurso del Teatro Patria, 9/05/1959
El teatro Colón es el mismo lugar donde se “consagró” el reemplazo de la Unión Panamericana para darle paso a la OEA, con la presencia del general Marshall, y cuyo primer secretario fue un colombiano, Alberto Lleras Camargo, peón de brega internacional de los Estados Unidos de posguerra.
Aplicados estuvieron ambos, con diligencia, a la cruzada de derrotar el socialismo existente y extinguir el fantasma comunista. Más aún, después del triunfo de la revolución cubana, uno de cuyos protagonistas estuvo en la ceremonia del Colón aquel año de 1948, haciendo desde el gallinero agitación antiimperialista y lanzado chapolas sobre la concurrencia.
Acerca de la nueva geopolítica nacional e internacional citemos apartes del libro Éxodo. Salir del Capitalismo, de la autoría del abogado y politólogo Víctor Manuel Moncayo, quien refiere lo siguiente, basándose en el Informe de la politóloga andina María Emma Wills (partícipe de la Comisión histórica del Conflicto y sus Víctimas):
“…un hito significativo es la injerencia norteamericana solicitada por el Gobierno de Lleras Camargo que se materializa en el Informe de la CIA de 1959-1960, en el cual se advierte el potencial peligro comunista y se aconseja una fuerza móvil contrainsurgente y al tiempo reformas sociales, políticas y económicas, recogidas por el gobierno de entonces. Forma parte del mismo proceso el conocido Plan Lasso (Latin America Security Operation) de 1964 que condujo a la autonomización de las fuerzas armadas del Ejecutivo en el manejo del orden público”. (Moncayo, 2018:216)
Previamente, el mismo Lleras Camargo, en su “famoso discurso” del Teatro Patria, de noviembre de 1958, exigía el carácter no deliberante de las FF.AA. Aquella vez, con una nación de 13 millones, salida de la guerra civil interna no declarada dijo también “Colombia, como toda nación, pero en este momento más que cualquiera otra necesita tanto de un buen gobierno como de unas Fuerzas Armadas poderosas, no sólo por su capacidad de defensa sino por el respeto y el amor que el pueblo les profesa.”(Lleras Camargo, 1958)
Consideraba los antecedentes inmediatos de la Violencia colombiana, donde, sin embargo, los mayores agentes institucionales en aquella tragedia dantesca fueron los cuerpos de Policía, controlados por los gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez, y quienes lo sucedieron. Mientras que el “pacificador” previo a la nueva coalición del Frente Nacional, pactada en España, en los balnearios de Sitges y Benidorm, fue el ejército bajo la conducción del teniente general Gustavo Rojas Pinilla, a quien entregaron sus armas Guadalupe Salcedo Unda y las guerrillas liberales del Llano.
Bien. Ahora, a finales de noviembre de 2020, el coronel Pedro Rojas, con 33 años de servicio, se retira del servicio activo del ejército, en los términos del epígrafe arriba citado. Él era expositor principal en la escuela de guerra de la doctrina “Damasco,” esto es, el proyecto de modernización del ejército, luego del posconflicto, en materia de “principios, fundamentos, tácticas, técnicas, procedimientos y nuevos conceptos operacionales”. Era un proyecto que ordenado por el expresidente Santos contaba con $31.000 millones para su desarrollo que debía ir hasta el año 2030.
Así que la doctrina caída en “desgracia” se asociaba con un nexo con el proceso de paz de La Habana. Más grave aún, no pocos oficiales y el alto mando, pensando en la JEP y la doctrina Damasco, la conectaba con el juzgamiento a miembros de las fuerzas armadas: “Nadie quiere arriesgarse a ser judicializado después de haber combatido al terrorismo, al narcotráfico y a la delincuencia”. (ET, 1/12/20, 1.5)
El colofón a este viraje definitivo lo puso el general (r) Jaime Ruiz, presidente de Acore, que jamás oculta sus simpatías por la política de guerra conocida como “Seguridad Democrática,” que era reemplazada, en parte, por la doctrina Damasco:
“Generó rechazo desde un principio por etérea y confusa. Fue acertado que el general Zapateiro le retirara el nombre…”
A lo cual replicó el coronel Rojas, con tono de amenaza, ya por fuera del cargo: “Somos socios globales de la Otan porque Damasco existe, es el lenguaje profesional común y el cordón umbilical estratégico-operacional”.
Con el triunfo de Joe Biden en la presidencia estadounidense, esta fórmula de borrón en materia de seguridad interna y externa, porque hasta su nombre se suprimió de una cafetería castrense contigüa al centro de doctrina del ejército nacional, aparece un poco precipitada. Aunque en materia militar, las variaciones del Pentágono y el binomio republicano y demócrata poco y nada varían desde los tiempos del general Eisenhower, no ocurrirá lo mismo, probablemente, en materia de sanciones a los militares y policías que hayan incurrido en conductas criminales de diverso tipo y dimensiones. Máxime cuando a la vista está todavía, la impunidad derivada de las ejecuciones de civiles por fuera de combate, con el pretexto de dar resultados queridos a la seguridad “democrática” de Uribe Vélez.
Entre paz y elecciones, ¿qué?
“Vamos a citar a los expresidentes. Quiero hacer público que al expresidente Juan Manuel Santos ya lo invitamos y está en actitud completamente positiva. Nuestro propósito es tener a los expresidentes y a los principales actores del país, que tengan la oportunidad de darnos su versión de lo que para ellos fue el conflicto armado interno.” Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, ET, 6/12/20, 2.1.
Una vez cumplidos cuatro años de los Acuerdos, otra voz relevante es la del padre jesuita Francisco de Roux, probado en su labor de mediación y reconstrucción del asolado Magdalena Medio, en la década de los noventa.
Le confió el expresidente Santos presidir la Comisión de la Verdad, con miles de participante, y un presupuesto multimillonario que, a finales de noviembre de 2021, ad portas del año de las elecciones presidenciales, delante del gobierno, de las instituciones de la sociedad, y muy particularmente delante de las víctimas, dirá: “Miren, estos son los resultados que nosotros encontramos.” (de Roux, 2020)
A un año del cierre del trabajo sobre la verdad del conflicto, Francisco se atreve a afirmar en su reportaje, que “la paz en Colombia y la terminación del conflicto se merecían grandeza humana, de todo el mundo político del país, y esa grandeza no ha existido.” Y abundando en razones, este doctorado en economía de la Sorbona, quien asumió la presidencia de la Comisión en 2018 comentó:
“Nos hemos visto enredados por razones políticas y juicios muy torpes y muy irracionales, en frenar algo que es muy importante para Colombia y que podría ser justamente lo que recogiera a la totalidad de todas esas otras formas de violencia que han continuado…La salida no es hacia el odio y las estigmatizaciones, sino a que seamos inteligentes y éticos, por el dolor de nuestras víctimas.” (de Roux, 2020)
Con la verdad de lo subalternos a la vista, quedarán pocos meses para los debates de las conclusiones, que, por supuesto, no acarrearán responsabilidades judiciales, sino políticas. Tocarán a quienes comprometieron sus esfuerzos individuales y colectivos en el conflicto armado interno. Uno que para no pocos analistas radicales no fue otra cosa que “una guerra contra el pueblo”. Lanzada por la elite política bipartidista, orgánica del que Gaitán sentenció moralmente como el “país político”. Al que responsabilizó en los comienzos de aquella guerra fratricida, que lo contó también como una de sus víctimas más emblemáticas, de las desgracias y miserias sufridas por el país nacional.
Este recuerdo vuelve a conjugarse setenta años después, en la observación del sacerdote Francisco de Roux: “Hay líderes ciegos para ver que si seguimos así podemos regresar a la guerra dura, Podemos volver a una situación de más de 2.000 secuestros por año, de esas que vivimos cuando era imposible salir al campo.”
Otra voz protagónica es la del presidente Iván Duque, embollado con su errático modo de encarar la pandemia sanitaria, cuya decisión en la mezquina compra de vacunas nos ha puesto a la cola de su adquisición, para cuando estén disponibles las dosis destinadas a América Latina, con los manes del mercado capitalista desatados, y aplicados a aprovechar al máximo este pingüe negocio de vida o muerte, después de la feroz competencia global por llegar al 95 por ciento de eficacia curativa/preventiva.
Duque al conversar con Roberto Pombo, hoy director de El Tiempo, años atrás un joven reportero de la revista Alternativa, durante los años setenta, junto a Enrique Santos y Antonio Caballero bajo los auspicios de Gabo, esto señaló como el escudero más importante de la paz reaccionaria, cuyo despliegue estratégico conocieron los colombianos bajo la divisa de la “seguridad democrática que exigía veinte años para realizarse:
“Colombia ha tenido muchos procesos de paz. Cuando a mí me preguntan cuál es el elemento común de todos los procesos de paz, de pronto con alguna excepción, siempre ha sido la impunidad, siempre ha sido el borrón y cuenta nueva, con matices jurídicos, con embellecimiento retórico, pero siempre ha sido la idea de que quienes cometieron delitos no paguen por ellos, ha sido la línea común.” (Duque, 2020)
El reportaje se cierra con un vaticinio y una preferencia del presidente: “para dónde va el país, nos tiene que poner a todos nosotros de cara el 2021 en una idea y es pensar en el futuro…y entender que en la carrera de construir futuro, el futuro está en el centro.”
Entre Populismos y el Centro, otra Alternativa
“Afirmar que el centro político no existe solo refleja una profunda ignorancia. Sus raíces son muy antiguas. Los historiadores sitúan su origen a mediados del siglo XIX:” Eduardo Pizarro Leongómez, ET, 1/12/20, 1.16.
El miércoles pasado, la alcaldesa de Bogotá, entrevistada en la radio, daba un parte positivo de su gestión de la pandemia sanitaria, a la vez que se lamentaba de la discusión inútil entre los ministros de hacienda y de trabajo en relación a cómo resolver los problemas de la economía y el desempleo del trabajo nacional. Pero, al preguntársele por las elecciones presidenciales coincidió con el deseo de Duque, que la fórmula ganadora es el centro, enfrentando los extremos populistas, que según esta politóloga con PhD., en los Estados Unidos, tienen como sus principales representantes al expresidente Álvaro Uribe, que ya no será más candidato, y Gustavo Petro, quien nunca se autocalifica de izquierda, sino que se define como progresista, y quien de manera rotunda dice que el centro no existe.
Haciendo cuentas, entonces, conviene seguirle la huella a lo escrito por Eduardo Pizarro Leongómez, hijo de la familia de un almirante, que ha tenido vientos huracanados en su trayectoria, repartiendo a su prole en la política que fue de la inmolación de Carlos, y el “ajusticiamiento” de otro, asociado en la coautoría de la masacre de Tacueyó. En el caso de Eduardo, primero estuvo entusiasmado con la Juco, en sus mocedades, y luego se convirtió en cuidado analista del proceso guerrillero, y después traslado sus intereses académicos a dar cuenta de los procesos democráticos y los certámenes electorales. Ahora acrecentado su tiempo, al regresar de la embajada, que se traduce en ensayos periódicos. El más reciente lo tituló “Colombia, ni con populismo de derecha ni con el de izquierda.”(Pizarro, 2020)
La primera andanada argumental de Pizarro va contra el populismo, para lo cual se vale de citar a Pierre Rosanvallon, quien antes ganó celebridad escribiendo acerca de la democracia representativa con atención principal a Occidente. Aquí, el nuevo libro se titula El siglo del populismo. Historia, teoría, crítica (2020). De su examen se desprenden cinco características:
Concepción idealizada del pueblo; visión de democracia directa sin intermediación, representación reducida al hombre-pueblo que encarna el poder, nacionalismo extremo, y retorno emotivo y pasional por encima de la razón y la argumentación.
Con el anterior horizonte teórico comprensivo, Pizarro echó mano de la pasado encuesta del politólogo César Caballeros, propietario de la firma Cifras y Conceptos, que publicó los resultados de su encuesta de octubre de este año. Las cifras son elocuentes: el 53% de colombianos (dispuestos a votar) se define como de centro, el 23% a la izquierda, y el 24% a la derecha. Luego cita el argumento de autoridad del “demócrata” Barack Obama, quien condena el populismo de extrema derecha del presidente Trump, que según él, quebró los acuerdos bipartidistas fundamentales en lo interno y externo con los que se definía el consenso nacional. (Pizarro, 2020)
A Pizarro le aterra la polarización liberal conservadora de Colombia en 1948. Sin embargo, tras de ella, el analista de turno, le escurre el bulto a una determinación mayor, que a la base de los resultados electorales de 1946, se produjo un “clivaje social”, que se expresó en el quiebre al interior del partido liberal mayoritario, entre su ala más moderada/conservadora, liderada por Gabriel Turbay, y el ala liberal popular dirigida por Jorge Eliécer Gaitán, que no había aceptado los dictados del directorio liberal que encabezaba el tío de los Santos, Eduardo, quien al siguiente triunfo de Gaitán, y ante el retiro de Turbay, le entregó “las llaves del partido”.
En la cabeza de esta agrupación, quien previamente animara la UNIR, dio entidad al Plan Gaitán, con el concurso del socialista y académico Antonio García Nossa, y corroboró para todos los escépticos que había una división social, y un proceso de acelerada conciencia de clase que se hacía notar de manera transversal más en el liberalismo que en el conservatismo, donde Gilberto Alzate Avendaño, primero, coqueteaba con las fórmulas corporativas herederas del fascismo, el salazarismo y el franquismo.
Así las cosas, la conclusión catastrófica con la que amenaza el analista y moralista abierto, Eduardo Pizarro, es, ni más ni menos, la antesala de la violencia. Omitiendo, claro está, comentar el desenlace de la contienda entre demócratas y republicanos, donde triunfó Biden, con la presencia de dos poderosas minorías, la afro-descendiente que tenía expresión en Kamala Harris, hija de migrantes; y el pacto realizado con Bernie Sanders, el independiente socialista, con quien se alinderó buena parte de la juventud irredenta, atada, a la falta de trabajo, y a las deudas contraídas para alcanzar la promesa de la igualdad de oportunidades en las universidades de elite.
Como si fuera poco, y antes de conocer los resultados de la elección de la asamblea nacional, por cumplimiento de términos constitucionales, y sin saber nadie todavía, cuántos venezolanos votarán la consulta popular que convoca la oposición al chavismo, que lidera Juan Guaidó, el presidente espúreo que respaldan 53 países, con los gobiernos de Estados Unidos y Colombia a la cabeza, Eduardo Pizarro discurre acerca del mal ejemplo ofrecido por nuestro vecino:
“El caso de Venezuela es un ejemplo impactante: en 1999, cuando Hugo Chávez accedió a la presidencia, el 49,4% estaba bajo la línea de pobreza y la desigualdad de los ingresos era, según el índice de Gini, de 0,498. En el año 2012, la pobreza disminuyó al 27,8% y el índice de Gini, al 0,394…No obstante, pocos años más tarde, todo el edificio se derrumbó por la ausencia de un programa de desarrollo sostenible…” (Pizarro, 2020)
Vienen ahora las conclusiones del articulista para la querida Colombia. Esto aclara Pizarro, recordando, es probable, los porcentajes registrados por Cifras y Conceptos:
“No es improbable que se estén cocinando dos coaliciones políticas con miras al año 2022: un proyecto reformista de centro y centro derecha y uno de centro y centroizquierda. Si estos proyectos quieren disputar el poder deben…comenzar a diseñar con tiempo una hoja de ruta mediante tres líneas de acción: Primero, comenzar a elaborar un programa de gobierno que los cohesione…Segundo, construir una coalición pensando no solamente en la presidencia, sino, igualmente, en el Congreso, hoy muy fragmentado…Tercero, aprovechar los instrumentos institucionales previstos en las leyes electorales para definir un candidato único…(Pizarro, 2020)
El cierre lo da recordando el mecanismo utilizado en 2018. De una parte, el 11 de marzo de 2018, la Gran Consulta por Colombia, entre la derecha y la reacción, que dio como triunfador a Iván Duque; y la Consulta por el Cambio, en la que el triunfador fue Gustavo Petro. Pero, advierte, que esta vez, si se repite la estrategia se requiere la construcción de “un sólido gobierno de coalición”. El remate es, por demás esclarecedor: “¿Tendrán las fuerzas políticas de centro la madurez para escoger un candidato único o va a predominar el canibalismo?”
Sobre el particular, ante esta encrucijada, que se resolvió favorablemente en el 2018, para el bloque de la derecha y la reacción, porque liberales y seguidores de Sergio Fajardo inclinaron la balanza electoral en favor de Duque, amén del fraude alegado por su adversario, Gustavo Petro. Perpetrado con impunidad en los departamentos de la Costa, y que denunció y documentó la senadora fugitiva del clan de los Char/Gerlein, Aída Merlano, cuando estaba cobijada por la justicia venezolana, donde permanece hasta hoy, reclamando garantías de la justicia colombiana.
Aquel bloque a la fecha está resquebrajado por la sindicación de su “hombre-pueblo”, Álvaro Uribe, y por la caída en barrena de uno de sus mosqueteros, hasta hace poco presidenciable, Néstor Humberto Martínez, por sus servicios a la causa de hacer trizas la “paz neoliberal” de Santos, a sus espaldas. En el otro lado del espectro de la derecha “moderada” están las anunciadas aspiraciones de Sergio Fajardo, ficha segura del Sindicato antioqueño, cuya tibieza conquista corazones, pero no suficientes votos, como se probó en la primera vuelta de 2018. Tiene eso sí, para bien o para mal, el respaldo de dos capitanas de la Alianza Verde, Claudia López y Juanita Gobertus, y la aspiración del senador Robledo, desprendido del PDA, que quiere estar también en ese fogueo.
Un plan (B) para Colombia
El bloque de la paz con reformas mantiene el liderazgo de Gustavo Petro, a quien parece que se unirán su coequipero Gustavo Bolívar, junto a los senadores Iván Cepeda, Armando Benedetti, Aída Avella, y Feliciano Valencia, y otros congresistas del PDA. Es probable, que en la segunda vuelta la bancada de la Farc se una, por indisposición manifiesta de Gustavo Petro desde el año 2018.
Con estas cuentas, conviene recordar que Petro señala de manera explícita que el Centro no existe, y en su lugar propuso otra ecuación adversarial, la que levanta la bandera de la ecología, y la salvación del medio ambiente enfrentada a la fórmula del gran capital. En estos términos, interpela a la amplia multitud de jóvenes, y minorías, donde las mujeres son la mayoría.
Con estas cartas se juega la suerte de la paz subalterna, porque exige la defensa del ambiente, y un programa de sustentable de reformas económicas y sociales, que saquen a los muchos de la indigencia en que se encuentran postrados. Y que se atreva por fin a realizar tres reformas, la urbana, la rural, y la del sistema pensional; y que acabe con las veleidades suicidas del extractivismo.
¿Será esto posible? Mucho dependerá de la disposición de construir un liderazgo democrático que ascienda de lo local a lo nacional, donde el candidato se atreva, de nuevo, a hacer una consulta a las bases, proponiéndoles una constituyente social y educativa. Que las dote de la fuerza institucional prometida en la constitución de 1991, e incumplida a lo largo de estos 30 años.
Será la cuota inicial para aclimatar el urgente desarrollo de la paz democrática. Los bloques de la paz y de la guerra están a la vista en el partidor, y el embeleco del centro también. Todos a sus marcas, con suficiente inteligencia y trabajo de base.
Miguel Ángel Herrera Zgaib, PhD. Director Grupo Presidencialismo y participación, Universidad Nacional de Colombia/Unijus, Presidente IGS, Colombia.
Foto tomada de: La Silla Vacia
Deja un comentario