Pero no solo esto ha llevado a “rasgar vestiduras”, también la disminución del crecimiento del PIB en este año se ha utilizado como un argumento político para “demostrar” lo mal que va el país, a lo que se suma la probabilidad de un menor crecimiento para el año 2023; fenómenos por demás esperados ante un efecto rebote tras la apertura de la economía después de los confinamientos y de una mayor inflación resultado de la alta especulación mundial.
Pero esta indignación ha tapado, por ejemplo, que la Inversión Extranjera Directa, creció de manera significativa en lo corrido del año, llegando a ser superior en un 80.5% respecto al tercer trimestre del año 2021 (US$6.129 millones), aspecto que contradice las versiones de fugas masivas de capital por la desconfianza inversionista. Lo que si ha aumentado de manera significativa son las importaciones, que en lo corrido del año ya representan un déficit de US$10.962 millones.
Lo que resulta también llamativo es la sorpresa por presentar como algo negativo un crecimiento del PIB del 9.4% (datos originales) al tercer trimestre, pero en ningún momento se han pronunciado por el decrecimiento del sector Agropecuario, Silvicultura, Caza y Pesca, que frente al tercer trimestre del 2021 disminuyó en -1.0%, para un decrecimiento acumulado en lo corrido del año 2022 del -4.5%. En realidad, esto sí que es una tragedia, no solo por lo que representa un aporte negativo a toda la economía, sino por lo que significa en términos de disponibilidades de bienes para el consumo, es decir una menor oferta relativa y por ende una mayor presión a la inflación.
Con datos ajustados, los distintos subsectores presentaron un comportamiento variopinto acumulado en el año. Mientras el cultivo de café decreció el -11.6%, la Silvicultura el -34.5%, y la pesca el -10.3%; los cultivos transitorios y permanentes crecieron el 1% y la ganadería lo hizo en 0.5%. Ya son varias décadas de menor crecimiento sectorial frente al total de la economía, una velocidad menor en el crecimiento promedio significa la perdida relativa de participación del sector en la estructura económica del país, pero también la perdida en valores absolutos en algunos renglones, lo que en últimas significa la desruralización del país, y la exigencia a seguir aumentando las importaciones con el fin de garantizar los alimentos para los humanos, pero sobre todo, los alimentos para la producción animal y, obviamente, los agroinsumos que se requieren para toda la producción agropecuaria nacional.
Si esto fuera poco, las expectativas para el año próximo no son alentadoras, la misma Federación de Cafeteros ya ha alertado sobre las dificultades en producción y precios, donde el cambio climático, es decir, invierno más sequías ya están haciendo sus estragos. Las dificultades con los precios de los agroinsumos ya está obligando a productores a disminuir las cantidades requeridas o a cambiar de fertilizantes sin tener claros los efectos sobre la producción o inclusive sobre la calidad de los productos, los suelos y del medio ambiente; todo esto traerá más dificultades de productividad y por ende de competitividad.
Resulta llamativo e incomprensible el escaso interés sobre la ruralidad colombiana. A pesar de la desruralización, aun así, su importancia es considerable: representa el 5.96% del PIB total, por encima de sectores “privilegiados” como Explotación de Minas y Canteras que aporta el 3.81%; Construcción que aporta el 4.77% o las actividades financieras y de seguros (4.87%). No se trata de estar en contra de estas actividades, no faltaba más, pero lo que si es verdad es que si se intenta hacer algo frente a ellas inmediatamente el país económico salta pronosticando la hecatombe. Al analizar el empleo sucede algo parecido: el 21% de la población ocupada del país está en la ruralidad, y solo el 14% de ella posee un contrato formal de trabajo. Todos los sectores son importantes, pero la verdad es que, sin agro, sin alimentos, no hay vida.
No son tiempos gratos para la ruralidad, para los productores rurales, para las familias campesinas. Parece que ya pasaron los momentos donde salíamos a las puertas de las casas a saludar, a aplaudir a nuestros campesinos y campesinas quienes pacientemente llevaban hasta nuestras puertas los alimentos. Pero no solo hay que recordar, también hay que agradecer, reconocer, seguir trabajando en procura de un campo que nos garantice la soberanía, la sostenibilidad alimentaria, el derecho humano a tener una alimentación adecuada, suficiente y nutritiva, que sea garante de calidad de la vida saludable, que permita, además ser fuente de ingresos y de rentabilidad para quienes asumen el riesgo y responsabilidad de trabajar la tierra.
Para esto no solo se requiere del acompañamiento de las políticas públicas, sino de acuerdos entre sociedad civil, academia, productores, campesinos, consumidores, para lograr los magnos propósitos de contar con los alimentos para tener una vida digna, también con excedentes para participar activamente de los ingresos en los mercados nacionales y mundiales. Pero ante todo se requiere de sensatez, de compromiso de país, de un pacto de país con la ruralidad colombiana. No es tan difícil.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: Revista Enfoque
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