Cuando se quiere matar a alguien, se le tacha de inmoralidad. Esta maniobra, familiar a los partidos, constituye la vergüenza de todos los que la emplean.
Balzac
En una anterior columna mía titula “Gobierno y poder”, publicada a raíz de una entrevista que María Jimena Duzán hizo al presidente afirmé que “al presidente Petro quieren deslegitimarlo y asesinarlo moralmente apelando a la mentira: lo tildan de mal padre, mentiroso, incumplido, perezoso y drogadicto”.
Hoy la misma periodista que inspiró aquella columna apeló a este recurso para denigrar de la figura de Gustavo Petro y deshonrarlo. Las viejas élites y sus plumas alquiladas se han confabulado en Santa Alianza contra el presidente. El reproche moralista quiere sujetar la universalidad de la vida pública a las contingencias morales de la vida privada. Amenazan la existencia de un gobierno legítimo tratando de aniquilar moralmente a quien lo preside. Este gobierno ha sido objeto de una crítica maniática de perseguidores obsesivos que, motivados por la envidia y la perfidia, vigilan o se inventan lo que come, lo que dice, lo que hace, lo que piensa, y hasta en su manera de comer vislumbran ademanes propios de un adicto. Que el video sexual de Petro, que Petro sufre de depresión, que Petro está borracho, que las maletas de Petro, que Petro sí sabía, que Petro tiene Asperger, que Petro es drogadicto. Frases todas que tienen por objeto la aniquilación social de un individuo para invalidar a todo su gobierno. Maquiavelo escribió que las acusaciones favorecen a la república, pero la perjudican las calumnias:
“Las calumnias no tienen necesidad de testigos ni de otras pruebas, de modo que cualquiera puede ser calumniado por cualquiera, pero no puede, en cambio, ser acusado, porque las acusaciones necesitan el apoyo de pruebas verdaderas y de circunstancias que demuestren lo fundado de la acusación (2012)”.
Periodistas, congresistas, columnistas… andan hoy muy preocupados por el buen ejemplo, los valores y la educación; la desigualdad, la pobreza y los recursos de inversión. Les ha aflorado una tardía sensibilidad ética y social con el actual gobierno: se volvieron inspectores, fiscalizadores y guardianes protectores de la moral pública y el presupuesto nacional; vigilan muy celosos el buen uso de los recursos públicos, cosa que está bien, aunque sea simulación, pues siempre se los han robado. Pero bien se sabe que la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud. Ellos son lo buenos, los morales, los capaces, los expertos, los ejecutivos, los que siempre han hecho lo que no ha podido este gobierno: “ejecutar” [robarse] el presupuesto. No son políticos morales, sino moralistas políticos que siempre han arruinado la posibilidad de conciliar la política con la moral. Transgresores de la ley y del Estado de Derecho, han preferido predicar y aleccionar con su moral de hombres mediocres, antes que construir un buen ordenamiento político y social. Un sistema de normas justas y efectivas garantiza mejor la existencia del orden civil que las prédicas de hipócritas moralizantes quebrantadores de la ley.
El establecimiento corrupto y sus cómplices han salido a alzar su voz en nombre de la moral y las buenas costumbres. Están escandalizados porque en la Casa de Nariño, antiguo templo de virtud, hogar de ilustres presidentes, observadores rectos de la ley, sin vicios, sin aberraciones, ni adicciones, está instalado hoy un supuesto drogadicto que pone en entredicho su salud mental y su sana facultad para el ejercicio del gobierno. Les atormenta más la mera idea de un presidente que consume droga, que los graves indicios de expresidentes relacionados con carteles que trafican mensualmente toneladas de cocaína. Claro, el primero rompe la moral, el segundo activa la economía.
Desde un tribunal inalcanzable, condenan la figura principal de este gobierno para maniatarlo y reducirlo. El moralismo santurrón es el último refugio desde el cual el político mediocre y el “buen hombre de familia” lanza su sentencia de suprema autoridad.
“¿Qué maestro de escuela no ha demostrado muchas veces ampliamente que Alejandro Magno y Julio César fueron impulsados por tales pasiones [ambición de conquista y afán de gloria], siendo por tanto hombres inmorales? De lo cual se sigue enseguida que él, el maestro de escuela, es un hombre excelente, mejor que Alejandro y César, puesto que no posee tales pasiones; y lo prueba no conquistando el Asia, ni venciendo a Darío ni a Poro, sino viviendo tranquilo y dejando vivir a los demás” (Hegel, 1982).
Similar al relato de García Márquez, la derecha, la extrema derecha (que se autodenomina “Centro”) y el centro hipócrita que en realidad es derecha, han puesto a circular ideas que siguen dando vueltas en la cabeza de la gente: generan pánico económico, inestabilidad política y terror social a través del miedo psicológico que crean mediante un tenebroso plan mediático de desestabilización general diciendo que “algo grave va a pasar”. Fabrican una realidad virtual que extraen de sus cabezas ocurrentes para generar una sensación de caos y anarquía que pueda desatar la crisis. Periodistas desequilibrados, locos de odio y bien remunerados, ponen a girar estas ideas como un trompo en la plaza pública a ver si por fin, una vez sembrado el miedo entre los habitantes, estos ponen en acción lo que al final describe el cuento:
“y empiezan a desmantelar, literalmente, al pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice: “Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda en nuestra casa”, y entonces incendia la casa y otros incendian otras casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra, y, en medio de ellos, va la señora que tuvo el presagio exclamando: “Yo lo dije que algo grave iba a pasar, y… me dijeron que estaba loca” (Márquez, 2012)
David Rico
Foto tomada de: Hsb noticias
Rosaura Mestizo says
Mejor columna, no podía ser.
Hernando Giraldo Bermúdez says
Magnífica columna, llena de total realidad