Territorios, grupos armados y negocios
El Catatumbo – la geografía agreste, las breñas insospechadas- es al igual que otros lugares en el Guaviare o Arauca, en Nariño y Choco, una subregión en la que hacen presencia organizaciones armadas y en las que han emergido de tiempo atrás unas economías ilegales que producen pingües ganancias, las de los cultivos de coca, sobre todo; cultivos que en el país han crecido en una extensión casi inatajable, rumbo a los 300.000 Km2, incluidos los 50.000 en estas zonas del noreste colombiano.
De implantación tradicional en estas montañas, la guerrilla del ELN, dueña aún de pretensiones políticas y heredera, aunque con ajustes, de la equivocada doctrina del foco revolucionario, ha terminado por chocar con otro agrupamiento, rezago de las antiguas FARC y remiso a integrarse dentro de la paz de 2016, el llamado Frente 33 del Estado Mayor, exactamente la fracción comandada por “Calarcá”, por otra parte, comprometida en negociaciones con el actual gobierno.
Aparte de los letales detonantes coyunturales, como la masacre perpetrada contra el dueño de una funeraria local y su familia; aparte de todas esas circunstancias y de las recriminaciones mutuas; en realidad lo que hay de por medio es una guerra por el control del Catatumbo, geografía clave para los aparatos armados en materia económica, dada la captura de rentas ilegales; así mismo en la construcción de retaguardias tácticas y en la búsqueda de hegemonías entre las comunidades rurales; pues no de otra manera podría explicarse la tremenda ofensiva lanzada por contingentes del ELN llegados desde Arauca para unirse a los comandos radicados en la zona.
Son razones -en una mezcla de guerra, política y crimen- como para no tener muchos miramientos con la sociedad civil, la más afectada, de lo que habla el desplazamiento masivo de pobladores, causa de sufrimiento colectivo; pero que estratégicamente le es útil a los actores armados, a la manera de una operación indirecta de “limpieza”, cuya finalidad es la ampliar el control social y además la de asegurarlo, en la perspectiva de una geopolítica local en la que se articulen territorio, población y “ejército”, por fuera del dominio del Estado.
¿Aparatismo armado sin horizonte político?
No importa si una organización que utilice la violencia tiene orígenes ideológicos o puramente delincuenciales o si es el remanente de algún proyecto social y revolucionario, todas esas entidades – la referencia es a las actuales agrupaciones armadas en Colombia- mantienen el común denominador, el ánimo compartido, casi una pulsión, de crear aparatos armados y de preservarlos allí donde encuentran condiciones geográficas favorables. En esa dirección, durante largos años se han consagrado a ejecutar rutinariamente unas técnicas (eso sí, paradójicamente super-violentas) con las que consolidan sus estructuras, convertidas así en un fin, no en un medio, por la propia lógica envolvente de sus acciones.
Han sido técnicas como el secuestro, la extorsión y la amenaza, los cultivos y la tributación asociada, incluso el asesinato y la eliminación de adversarios, también desde luego el combate y la emboscada. En la aplicación repetida y fetichizada de estas técnicas, termina por perderse el proyecto de construir un poder político, si esa era la razón esencial de su existencia.
Son técnicas que, repetidas, incluso ritualizadas, van dejando de ser simplemente funcionales a la construcción de un poder en perspectiva; ellas mismas se convierten en el poder, algo que se traduce en un mero aparato armado, de modo que al final, la política se pone a su servicio; el aparato ya no sirve a la política. Así, el mesianismo ideológico de unos o el simple beneficio rentístico y depredador de otros, toma cuerpo en una estructura armada, cuya reproducción consume las energías y tiende a agotar otras aspiraciones, las que de mantenerse quedan limitadas justamente a una implantación territorial que satisface la libido imperandi, esa pulsión de poder, que empuja a los dirigentes e incluso a las bases a una vida que se sacia en su condición de sujetos colectivos armados, una satisfacción que obvia y desvanece el horizonte histórico de poder.
Los estancamientos con el ELN
Por segunda vez, en menos de un año, Gustavo Petro, jefe de gobierno, ha suspendido las conversaciones con el ELN, por causa de los desafueros de la guerrilla, la primera vez en Arauca en donde fue atacada una base militar y ahora en el Catatumbo; todo lo cual deja sin avances al proceso y por lo demás con muy pocas perspectivas, dada la intervención de una guerrilla a la que el presidente ya no le ve por ninguno de sus costados ganas de dar el salto a la paz.
Aunque participe en unas negociaciones, esta guerrilla siempre ha querido descubrir el oscuro propósito de que con ellas lo único que quieren las élites gubernamentales es el desarme de los insurgentes, posibilidad que rechazan explícitamente.
Desde hace décadas, el movimiento fundado por los hermanos Vázquez Castaño, después puesto en marcha bajo el mando de Gabino y el cura Pérez y ahora comandada por Antonio García, ha sostenido que su proyecto para la paz tiene que ver con una movilización de masas, apoyada en las comunidades organizadas, proceso en el que, traducido en una suerte de Constituyente, se aprueben los grandes cambios políticos y sociales, algo que como proyecto rompe con la ecuación política (ésta más práctica, funcional y operativa) de que los acuerdos terminen de modo concreto con la guerra, al tiempo que los alzados en armas hacen dejación de las mismas y se transforman en fuerza política; pero esto último es lo que no quieren los del ELN; siempre han desestimado la entrega de las armas, la han descartado casi como una traición, cuestionándola cuando se refieren a los otros procesos de paz.
Aspirar a conseguir las transformaciones revolucionarias, mediante la movilización de las comunidades, pero sin la entrega efectiva de las armas, es sustituir el proceso de cambiar la guerra por la política – verdadero trasfondo de una solución negociada- por el reino de una “neblina insensata”, para utilizar la expresión de Vilas Mata; una situación por lo demás inestable y sin avances seguros en el cierre definitivo del conflicto armado.
La negociación, como estrategia para terminar la guerra (juego de concesiones mutuas) supone un punto en el horizonte, en el que se entreguen las armas, implica además que los actores fijen, en una especie de contabilidad, “los más y los menos” de cada uno, sin dejar de cruzarlos con los de la contra-parte; esto es, una suma mixta, una agenda de sus costos y beneficios, para arribar a un acuerdo definitivo. Se trata de las responsabilidades recíprocas que, si se dejan diluir, dan paso a negociaciones sin fin y, por tanto, a un conflicto sin término, a veces recrudecido.
Perspectivas inciertas o el “eterno retorno”
Es lo que parece sobrevenir. De hecho, el jefe de Estado, Gustavo Petro, impaciente ante la contumacia del ELN, ha sentenciado categórico: “Si el ELN quiere la guerra, guerra tendrá”. Al mismo tiempo, ha decretado el estado de “conmoción interior”, un régimen de excepción que le permitiría, además de tomar medidas de orden social, lanzar una contra-ofensiva táctica de gran envergadura en el Catatumbo, algo que en principio significaría una intensificación del conflicto, sin excluir claro está un repliegue táctico de la organización guerrillera en el noreste del país, antes de regresar como en un ciclo ineluctable, la mira puesta en la ocupación del territorio.
Simultáneamente, las conversaciones entre los enemigos para detener las acciones bélicas se disiparán, muy seguramente a la espera de que en el último año del período presidencial, las partes retomen el proceso de negociaciones; eso sí, con mayor cautela de parte del gobierno, sin necesidad de ofrecer ceses del fuego bilaterales tan tempranos; y sin olvidar la constante presión, que perturbe la implantación rutinaria de los frentes armados en los territorios, convertidos estos en santuarios del conflicto; implantación que es ya el objetivo primordial de una guerrilla como el ELN, sin muchos horizontes fijados en la toma del poder.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: BBC
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