Por cierto, esa “grandeza” es un objetivo que la élite ultra conservadora quiere conquistar a toda costa, aunque sea a los empellones; esto es, activando recargadas tensiones, sostenidas tanto con sus adversarios como con sus aliados. Bueno, tal vez sea más preciso enunciarlo de otro modo: no es una alternativa de segundo orden la de presionar con una carga negativa; en realidad es el plan A, el de ejecutar las cosas a la brava, para demostrar superioridad no solo con respecto a los fines, que son ganancias, sino con relación a los medios que son la metodología. Es la demostración de que el “príncipe” es capaz de engendrar más miedo que respeto. Esta fórmula es la peor versión de la alternativa descrita por Maquiavelo en el ejercicio del poder, la de despertar el temor más que el amor entre los ciudadanos; en este caso, entre los demás actores internacionales.
La estrategia no-colaborativa
Los componentes de tal estrategia son el proteccionismo económico y la anti-migración. El primero, supone la implementación de una perspectiva “mercantilista”, mediante la elevación de las aduanas que castiguen los productos que provengan del extranjero y, al mismo tiempo, con un alcance más general, conseguir la disminución del libre comercio y de los tratados que garantizan los bloques regionales, propios de los últimos 50 años. El segundo componente se traduce en deportaciones masivas, acompañadas con el ritmo odioso del estigma contra el migrante y, en últimas, contra el pobre.
Un “toma y daca” pero desequilibrado.
Trump había anunciado restricciones sensibles a las mercancías de otros países, pero terminó debutando brutal e inesperadamente contra un aliado débil, como Colombia. Eso sí, luego de que el nuevo presidente de la superpotencia montara en cólera por una medida precipitada del presidente Petro que ordenó devolver dos aviones con colombianos deportados cuando ya estaban en vuelo, algo que, estando inspirado en motivaciones nobles no dejaba, por otro lado, de ser una provocación frente al poder de los republicanos, el de su ala ultra-conservadora, ansiosa de una oportunidad para golpear económicamente al que la desafiara, así lo hiciera desventuradamente con toda la inocencia del mundo.
Donald Trump respondió con dureza y como un jugador aventajado y ventajoso, le lanzó una carta fuerte al retador rodeado de desventajas y escollos: mandó que se le impusiera un arancel del 25% a las exportaciones del país suramericano y dejó para la semana siguiente el alza del 50%, lo que simple, llana y cruelmente equivalía a un bloqueo. Ya un 25% debiera traducirse en un golpe irreparable a la industria de los floricultores, los mismos que preparaban sus envíos para cubrir la demanda de San Valentín.
Esta era una amenaza, además de creíble como en principio deben ser las amenazas para que se tomen en serio, de fácil manejo también por parte de las autoridades de la superpotencia, ya que no le representaría costos importantes: era pues un juego de ganancia fácil.
De ahí que los propios funcionarios del gobierno Petro corrieran desde las primeras horas del domingo 26 de enero con el empeño de arreglar el riesgoso entuerto generado por las órdenes dictadas en la alta madrugada; y sobre todo por la apabullante punición de Trump. Fue un ejercicio diplomático de los ministros entrante y saliente de Relaciones Exteriores, junto con el embajador en Washington. En contacto con el encargado especial para América Latina, Mauricio Claver-Carone, desplegaron sus energías en una misión especiosa, pero por fortuna con rápidos resultados, con la que superaron el “impasse”, procediendo a un reversazo; no podía ser de otro modo; claro, conservando un pequeño margen para salvar los muebles del desastre, margen que configuraron en el terreno moral, también válido, al dejar una especie de constancia, la de que el interés justificado de Gustavo Petro no es otro distinto que el del trato digno a los deportados, los cuales, no por ilegales, son criminales, esta última sindicación, un baldón inadmisible.
Así se le facilitó un triunfo expedito al jugador con mayores recursos, pero el retador, en posesión de menores armas, alcanzó a reservarse un nicho de éxito, el de reivindicar una causa moralmente legítima, para de ese modo no perder por knockout, solo por knockdown -términos del rudo lenguaje boxístico-. Esta circunstancia le facilita continuar con las banderas de su causa humanitaria; eso sí, sin exagerar el tono y sin sobrepasar los límites impuestos por el dueño de la baraja.
Los naipes del “duro” y sus limitaciones.
El lance atrevido de Petro en la madrugada de aquel domingo pedregoso de desvelos inciertos, en la que el insensato retó al arrogante, le permitió a éste, ensayar el garrote que ha escogido como su arma preferida, la de los aranceles contra las mercancías extranjeras. Fue un evento que le brindó una oportunidad de éxito temprano; y eso sin siquiera ejecutar la amenaza, apenas blandiéndola como un mandoble primitivo. Claro está que el entrenamiento le funcionó por la enorme asimetría entre Colombia y los Estados Unidos, una relación en una balanza con pesos completamente desiguales.
Ahora bien, la espada de Damocles que pende sobre las cabezas de Brasil, México y Canadá es una amenaza que, al mismo tiempo, le puede representar costos y pérdidas a los Estados Unidos, dada la respuesta probable de estos países, lo cual empujaría a Trump a inscribirse en una impredecible espiral de alza en los aranceles, preámbulo de una guerra comercial de alcances globales. Esta se vería repotenciada con la escalada, en los peores términos, con la República Popular China, verdadero blanco del dueño de las cartas.
Sólo que China es ya un súper poder económico, por lo que ha pasado a ser el competidor número uno de unos Estados Unidos necesitados, por otra parte, de disminuir sus déficits mayúsculos, pero así mismo, urgidos de mantener los lazos que los unen al mercado mundial. Un mercado constituido por una red gigantesca en medio de la cual Estados Unidos ha mantenido un empuje creciente, con buenos indicadores internos, casi sobresalientes como son los casos del empleo, el crecimiento del PIB y el control de la inflación, muy alejados de la radiografía apocalíptica que exponía el propio Trump, como lo aclaraba hasta el cansancio Paul Krugman, el premio Nobel.
La contradicción salta a la vista: por una parte, los frenos que impone el gobierno norteamericano al comercio mundial; por otra, los beneficios que de este derivan los Estados Unidos, en peligro de regresar a un bache recesivo, si Trump insiste en castigar al mundo. Con todo, se puede advertir que en medio del desorden de los aranceles y las sanciones, pueden abrirse espacios aprovechables para Colombia; aquellos que queden vacíos por las restricciones impuestas a otros. Claro, si el presidente Petro no se excede en sus desafíos verbales y simbólicos, algo que no significa renunciar al valor de la dignidad.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: France 24
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