Trump envió a Vance a dar un discurso inesperado que hirió la dignidad europea.
El 14 de febrero en la Conferencia de Seguridad en Múnich, J.D. Vance soltó un mensaje devastador a la encopetada burocracia política y militar que dirige Europa: “La amenaza que más me preocupa respecto a Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo. Lo que me preocupa es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa respecto a algunos de sus valores más fundamentales, valores compartidos con Estados Unidos de América”.
El desconcierto en la audiencia fue rotundo. Y para ilustrar el enigma de sus palabras, citó casos en los que gobiernos europeos mencionados por sus nombres, han violado la opinión religiosa y política de sus ciudadanos. Nadie mueve el cuello para no mostrar al vecino la cara. En situaciones de perplejidad, hay que saber tragar la saliva gruesa. ¡La madre que lo parió!, este tipo confunde la democracia con un mundo sin control, parecía decir Josep Borrell, exjefe de la diplomacia europea.
Y Vance prosiguió machacando a los 200 perplejos en las sillas del hotel que alberga la reunión anual desde 1963: El continente tiene que hacerse cargo de su propia defensa, no temer a la libertad política de sus ciudadanos, no anular sus decisiones, respaldar a los que enfrentan responsablemente la migración descontrolada, a los que están contra toda censura a la opinión, y los instó a oponerse a las reglas que traban la libertad para crear y producir. Según él, los problemas que amenazan a Europa.
No trajo un solo compromiso con la seguridad de Europa amenazada, ninguna condena a Rusia por la invasión a Ucrania, a la que apenas nombró cuando al paso mencionó las opciones de “una paz razonable”, de la que nada saben. No les hablaba un amigo.
Stoltenberg y Mark Rutte, pasado y presente en la secretaría general de la OTAN, sienten frío al comprobar que el socio mayor menosprecia la alianza cuando se trata de Ucrania, tal y como el propio Trump lo había dejado entrever. Y Úrsula von der Leyen, que minutos atrás creyó hacer un aporte fundamental a la seguridad continental proponiendo su “nuevo enfoque audaz” – estirar las reglas fiscales para que los miembros de la OTAN puedan gastar más en defensa –, disimula su enojo porque Washington habla sin mostrar el menor respeto, y se atreve a proponer el cambio del sistema político de la UE por el modelo-Trump de democracia. Algo intolerable.
Pero la indignación general nunca vista en la historia de la Unión Europea contra la Casa Blanca, no se origina del todo en el discurso de Vance. Brotó la semana anterior, cuando Trump anunció que restablecería las relaciones entre Moscú y Washington, en la perspectiva de las conversaciones sobre el conflicto de Ucrania, y dio pistas de que Europa y Ucrania no eran indispensables en ellas. Y luego escuchan en Bruselas decir al Secretario de Defensa, que no es realista esperar que Ucrania llegue a ser miembro de la OTAN, o que sus fronteras regresen a las de antes de 2014. La declaración demuestra el desprecio por los puntos mínimos que la UE ha defendido durante la guerra.
En una semana desaforada, Trump puso sobre la mesa un libreto nuevo para el reordenamiento geopolítico global sin contar con sus aliados europeos de la OTAN, que no saben qué hacer con el libreto viejo. Confiaron en que tal cosa no sucedería a pesar de los anuncios de campaña del republicano, y ven romperse la partitura que rigió el orden del mundo desde 1945.
Simplemente, Washington dio una voltereta ideológica y la UE quedó en la trinchera anti rusa que defendió 80 años, porque el nuevo croupier en Washington cambió las reglas y decidió repartir otra mano.
Si la política de Trump prospera y la paz en Ucrania se consolida, el Pentágono no volverá a mencionar a Rusia como el enemigo mortal “de los valores de occidente”, y los otanistas y aliados de USA en todo el mundo, aprenderán el nuevo dogma en otra cartilla. Como lo hará la prensa corporativa del mundo.
Nixon separó a China de Rusia visitando a Mao en Pekín en 1972, y Trump aspira a distanciar a Rusia de China cuanto pueda, visitando a Putin en Moscú. La UE entró a la guerra en Ucrania siguiendo a Biden, y de ella saldrá siguiendo a Trump. Están obligados desde que cometieron el error de confundir a Europa con la OTAN, y viceversa.
Lo haya previsto Trump o no, su política desactiva la nueva guerra fría en que se embarcaron el Reino Unido, Francia y Alemania detrás de Biden. Así la señora von der Leyen, Macrón, Scholtz y Starmer, junto a Zelensky, hayan insistido en aumentar el gasto militar al término de la reunión de París celebrada de urgencia el 17 de febrero, la víspera de la reunión de Marco Rubio y Serguei Lavrov en Riad, con la que Washington y Moscú instalaban los contactos formales sobre la paz de Ucrania.
La UE ha perdido la fe sobre su propia unidad, no tiene certeza de que sus estructuras políticas salgan indemnes de la debacle de Ucrania y del viraje que Trump ha dado a la geopolítica; duda que la OTAN resista o sobreviva tal como se conoce.
Ahora, los nuevos aguiluchos de Europa demandan su presencia en la mesa de una paz que no buscaron honrada y decididamente, siguiendo el viejo libreto de destruir al enemigo ruso; porque quedar fuera de la mesa es perderse una parte del botín de la reconstrucción de ese país devastado.
Boris Johnson y Antony Blinken hicieron bien su trabajo al impedir que Zelensky firmara el primer borrador de paz redactado en Turquía en 2022 a sólo 4 meses del primer disparo, y su industria armamentista ha hecho jugosas ventas en 36 meses. El Reino Unido obtuvo de Zelensky acuerdos que otorgan a sus empresas cupos en la reconstrucción de sectores clave de Ucrania, y otro tanto logró Alemania, más la explotación de una parte de las minas de litio indispensable en su industria automotriz de eléctricos. Por desgracia, esos tratos están amenazados por dos realidades indeseables: el ejército ruso ha ocupado buena parte de los territorios mineros que probablemente se quedará; y Trump, como “El Mercader de Venecia” a la Shakespeare, exige al deudor poner una parte de su propia carne en la balanza como parte de pago: solicita las mismas tierras raras de Ucrania como contraprestación.
No es difícil adivinar quién se llevará la parte del león.
Al otro lado de las puertas cerradas, Zelensky grita que el trato que propone Estados Unidos no es justo. Conmovido con la soledad del hombrecito, un empleado con las manos enguantadas le ofrece un vaso de agua, y allí lo deja.
Álvaro Hernández V
Foto tomada de: EITB
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