Recientemente se ha difundido un texto en las redes sociales (incluso en la página de Facebook de [la revista italiana de jardinería] Il Giardiniere) en el que se alega que “tres grandes multinacionales estadounidenses compraron 17 millones de hectáreas de tierras de primera calidad a Zelenski”. Anteriormente, los rumores de esa supuesta venta de “la mitad de Ucrania a Monsanto, Cargill y Dupont” se habían amplificado a través de una pequeña galaxia de diversos sitios conspirativos que, en algunas versiones, también atribuyeron la responsabilidad a los sospechosos habituales, George Soros y las élites financieras mundiales (incluidos Warren Buffett, Bill Gates y los fondos de inversión Blackstone, BlackRock y Vanguard).
Detrás de las explicaciones simplistas con escasas pruebas de apoyo, hiladas para respaldar diversas agendas y que atraen una larga cola de comentarios indignados a su paso, hay en realidad un elemento de verdad tras los rumores, relacionado con los intereses económicos que convergen en Ucrania desde mucho antes de la invasión rusa. Desde hace varios años, una serie de informes del observatorio económico del Instituto Oakland han documentado los intereses macroeconómicos que han hecho de la antigua república soviética objeto de intensa disputa desde la caída de la URSS.
La Ucrania postsoviética, con sus 32 millones de hectáreas cultivables de rico y fértil suelo negro (conocido como “cernozëm”), posee el equivalente a un tercio de todo el terreno agrícola existente en la Unión Europea. Con el fin de la colectivización socialista, “entró en juego” una cantidad sin precedentes de hectáreas “vírgenes” que poner en el mercado, un bocado potencialmente apetitoso para bancos y multinacionales del agronegocio.
Al fin y al cabo, se trata del tan cacareado “granero de Europa”, con una producción anual de 64 millones de toneladas de cereales y semillas, y se encuentra entre los mayores productores mundiales de cebada, trigo y aceite de girasol (de este último, Ucrania produce cerca del 30% del total mundial). Desde la década de los 90, se inició una carrera entre las empresas por hacerse con lo que Jeff Rowe, director de DuPont para Europa, describe como “uno de los mercados agrícolas de más rápido crecimiento del mundo”.
“Ucrania había sido la más afectada por… la “terapia de choque” de la restauración capitalista en Europa del Este y en la propia Rusia”, escribe el economista británico Michael Roberts sobre esta etapa de la historia del país. De hecho, su economía ha sufrido: durante los 30 años posteriores a la independencia, los ingresos y la calidad de vida se han mantenido por debajo de los niveles de 1990 y la pobreza es galopante. La “conversión” al capitalismo ha seguido el patrón habitual: una clase de oligarcas y una estrecha élite se han enriquecido desproporcionadamente expoliando el sector público con la complicidad de la clase política.
Esta nueva “nomenklatura” viene siendo cortejada tanto por Rusia como por Occidente con paquetes de “ayuda” que compiten entre sí y que conllevan sus condiciones con el fin de mantener a Ucrania en sus respectivas esferas de influencia. La tensión entre bandos opuestos que ejercen influencia económica ha sido la dinámica subyacente de la política de la Ucrania independiente desde el principio, sintetizada en el enfrentamiento/oposición entre Yanukóvich y Yushenko. De acuerdo con Frédéric Mousseau, director del Instituto Oakland, la disputa “geoeconómica” por Ucrania representa el mayor enfrentamiento entre los dos bloques rivales desde la Guerra Fría.
Con los sucesos del Maidán en 2014, se impuso el campo occidental, mientras que Putin tomó represalias con la ocupación de Crimea y la guerra en el Donbás. Los acontecimientos marcaron el comienzo de la “anexión” de Ucrania a la esfera económica euroatlántica, descrita por Mousseau y Elisabeth Fraser en un informe de 2014 titulado The Corporate Takeover of Ukrainian Agriculture, [La absorción empresarial de la agricultura ucraniana] que da cuenta del redoblado impulso de las instituciones financieras occidentales para “abrir el ingente sector agrícola del país a las grandes empresas extranjeras”.
De Occidente llegaron armas y dinero en forma de paquetes de ayuda del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. Como es habitual, el dinero iba fuertemente ligado a las reformas que Ucrania debía aplicar, todo ello bajo la bandera de la contención fiscal y la austeridad. De acuerdo también con Mousseau, el impulso de Ucrania de privatizar el mercado de tierras no tiene precedentes en la historia reciente. Para limitar la privatización desenfrenada, se impuso en 2001una moratoria a la venta de tierras a extranjeros. Desde entonces, la derogación de esta norma ha sido uno de los principales objetivos de las instituciones occidentales. Ya en 2013, por ejemplo, el Banco Mundial concedió un préstamo de 89 millones de dólares para el desarrollo de un programa de escrituración y titulación de tierras necesario para la comercialización de tierras estatales y cooperativas.
Además, los bancos occidentales están imponiendo la optimización y consolidación de agronegocios en grandes entidades, a expensas de los pequeños productores, que todavía constituyen la mayoría en el país, con el objetivo de aumentar el “valor añadido” y, en palabras de un documento del Banco Mundial de 2019, “acelerar la inversión privada en la agricultura”. El mismo informe afirma que “un aumento de la productividad del 30 por ciento en la agricultura podría resultar en un crecimiento adicional del 4,4 por ciento del PIB ucraniano en cinco años, y un crecimiento del 12,5 por ciento en diez años”. Es de suponer que las tasas de crecimiento de los productores agrícolas privados se preveían mucho más elevadas.
A pesar de la moratoria sobre la venta de tierras a extranjeros, en 2016, diez corporaciones agrícolas multinacionales habían llegado ya a controlar 2,8 millones de hectáreas de tierra. Hoy, algunas estimaciones hablan de 3,4 millones de hectáreas en manos de empresas extranjeras, y de empresas ucranianas con fondos extranjeros como accionistas. Otras estimaciones llegan a los 6 millones de hectáreas. La moratoria sobre las ventas, que el Departamento de Estado de los EE.UU., el FMI y el Banco Mundial habían pedido repetidamente que se eliminara, fue finalmente derogada por el gobierno de Zelenski en 2020, antes de un referéndum final sobre la cuestión previsto para 2024. Además, en enero, un informe de USAID, la Agencia de Asistencia y Cooperación de los Estados Unidos, lamentaba la ausencia de un mercado de tierras fiable en el país, lo cual limitaba el crecimiento económico.
Todo ello a pesar de que un análisis de Open Democracy publicado en octubre revelaba que diez empresas privadas controlaban el 71% del mercado agrícola ucraniano, entre las que se encontraban, “además de la oligarquía ucraniana, empresas multinacionales como Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill, Louis Dreyfus y la empresa estatal china COFCO”. Según el último informe del Instituto Oakland sobre el tema, la lista incluye hoy también a corporaciones multinacionales como la luxemburguesa Kernel, el holding estadounidense NCH Capital, la saudí Continental Farmers y la francesa AgroGenerations.
En esta larga lista destacan especialmente las empresas europeas, cuyo papel es cada vez mayor, sobre todo tras la firma del acuerdo de asociación económica entre Ucrania y la Unión Europea que entró en vigor en 2017. Ese acuerdo, denunciado en su momento por Rusia como una puerta trasera para facilitar la entrada de multinacionales occidentales, incluye el fomento de la “producción agrícola moderna… incluyendo el uso de biotecnologías”, una aparente apertura hacia los cultivos transgénicos en los campos ucranianos (no comunitarios). Además, el desarrollo de la agroindustria en Ucrania y Europa del Este forma parte del plan estratégico de la Comisión Europea para impulsar las “proteaginosas” y reconvertir la producción en esas regiones, principalmente de soja, cuya satisfacción, en lo que respecta a las necesidades actuales de la UE, sigue dependiendo en buena medida de las importaciones de Argentina y Brasil.
Hoy parece probable que la guerra perturbe a corto plazo el gran proyecto neoliberal actual, debido principalmente a las interrupciones en la cadena de suministro de las exportaciones. Otra incógnita es la que tiene que ver con el modo en que podrían afectar las limitaciones de Ucrania en su estado actual a las rutas de distribución chinas hacia Europa en el marco del plan Belt & Road de China, al que el país se había adherido. No obstante, en el contexto de un reajuste geoeconómico mundial para el que la guerra promete ser un punto de inflexión crucial, cabe predecir que Ucrania seguirá siendo un punto de atención importante, aunque en medio de una grave inestabilidad mundial.
Luca Celada
il manifesto global, 3 de junio de 2022
Frédéric Mousseau: No hay escasez inminente, es la especulación la que tira de los precios. Entrevista
Frédéric Mousseau, economista francés, es director de políticas del Instituto Oakland, un observatorio económico progresista, para el que coordina la investigación sobre tierras, agricultura y seguridad alimentaria. Antiguo consultor de ONGs como Médicos sin Fronteras y Oxfam, trabaja en particular sobre las inversiones agrícolas, la volatilidad de los precios y la crisis alimentaria mundial. Le entrevista Luca Celada para il manifesto global.
Usted ha calificado el ascenso de las multinacionales en el sector agrícola de Ucrania como algo “sin precedentes”.
En lo que respecta a la historia reciente, yo diría que sí, especialmente el impulso de la privatización y la reforma agraria. No hay precedentes de un impulso de esta magnitud por parte de los países e instituciones occidentales para forzar un nivel similar de privatización.
Uno de sus informes compara la relación de Ucrania con Occidente con la de países como Zambia, Myanmar o Brasil. ¿Un ejemplo clásico de neoliberalismo poscolonial?
Ese informe muestra que las instituciones internacionales, los gobiernos y los intereses privados occidentales han promovido la privatización en varios países del mundo. Ucrania es un ejemplo paradigmático del uso de la ayuda económica como cuña para imponer las reformas que se desean. Pero Ucrania también constituye un caso único debido a su proximidad a Europa y a la cantidad de tierra previamente colectivizada por el sistema soviético, y por tanto disponible para la privatización.
¿Desempeñaron los intereses de la agroindustria un papel importante en un conflicto que se describe como un choque entre la democracia y la corrupción autoritaria?
No sólo esos intereses. Estaba claro que estaban en juego intereses igualmente importantes en materia de recursos naturales y minerales, así como una presión similar para privatizar los sectores de la banca y las pensiones. En cualquier caso, los grandes conglomerados occidentales estaban muy motivados para adquirir participaciones en estos sectores económicos nacionales.
Estos intereses ya estaban activos en la década de 1990
El impulso del Fondo Monetario Internacional en la privatización de las tierras públicas comenzó en cuanto consiguió Ucrania su independencia a principios de la década de 1990. Las grandes instituciones financieras ofrecieron al primer gobierno ucraniano “ayuda” para la elaboración de escrituras y títulos de propiedad de las tierras. Y fue igualmente evidente de qué manera los procesos de privatización beneficiaron a determinadas oligarquías restringidas, en lugar de beneficiar al pueblo ucraniano. Por eso se impuso entonces una moratoria sobre la adquisición de tierras, que se mantuvo hasta el año pasado.
Y ya están surgiendo dos proyectos de influencia económica, definidos por planes opuestos de ayuda de Rusia y Occidente.
Así ha sido. En 2014 se juntaron dos ofertas de ayuda económica que competían entre sí; dos “sobres”, uno ruso y otro occidental. Tras el levantamiento del Maidán, se impuso el paquete occidental .
Usted documenta de qué modo han llevado a cabo el FMI y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo una intensa campaña de privatización de tierras.
Desde el principio, la promesa de ayuda de la parte europea contenía determinadas condiciones, en primer lugar el fin de la moratoria [sobre la venta de tierras a extranjeros], una exigencia que ha acompañado a toda oferta de ayuda desde el principio. Era una condición previa necesaria.
¿Qué efecto práctico tendrá, ahora que se ha levantado la moratoria?
Sigue habiendo límites a la cantidad de tierra que pueden adquirir los extranjeros, pero es un paso importante hacia la privatización y la consolidación de la propiedad de la tierra. La ley impone límites a la propiedad extranjera, pero al mismo tiempo permite que los bancos internacionales se conviertan en accionistas de empresas ucranianas o inviertan en empresas locales, un mecanismo que permite a cualquiera invertir en el sector. Está abierta la puerta para que los grandes fondos de inversión norteamericanos, por ejemplo BlackRock o similares, inviertan en la agroindustria emergente a través de empresas ucranianas para que no aparezca oficialmente como propiedad extranjera. El país representa una oportunidad de obtener enormes beneficios de la inversión. La reforma también está diseñada para favorecer a los grandes terratenientes y a la agricultura industrial, expulsando cada vez más a los pequeños agricultores menos productivos, una dinámica defendida explícitamente por el FMI.
¿Es cierto, por tanto, que hay multinacionales estadounidenses con importantes participaciones en el control de tierras ucranianas?
Sí, pero centrarse únicamente en la propiedad de la tierra puede ser engañoso. Empresas como Monsanto, Cargill, Archer Daniels Midland y Dupont no necesitan poseer tierras. Su modelo se centra en la explotación de instalaciones de cultivo, plantas de fertilizantes, infraestructuras comerciales y terminales de exportación. Se benefician de la industrialización del sector agrícola y de la liberalización del comercio [además de silos y trilladoras, Archer Daniels Midland, por ejemplo, explota una terminal de cereales en el puerto de Odessa].
¿Conoce la existencia de una dinámica similar en otras repúblicas postsoviéticas?
No tenemos datos específicos sobre otros países. Sin embargo, dado el tamaño de Ucrania y la calidad de sus infraestructuras, yo diría que este país representa (aparte de la propia Rusia, si acaso) el mayor campo potencial de conquista para la agroindustria privada.
¿Es seguro asumir que uno de los propósitos de la agresión rusa es contrarrestar esta dinámica?
No me siento cómodo haciendo suposiciones sobre los objetivos rusos. Nuestros informes se limitan a ofrecer pruebas de que existe desde hace años una lucha por el control de los recursos de Ucrania. Por supuesto, las versiones oficiales hacen hincapié en la democracia o, por el contrario, en los vínculos culturales históricos de Ucrania con Rusia, pero está claro que existen enormes intereses económicos. Tampoco parece que la guerra haya cambiado la estrategia occidental en este sentido.
En estos momentos, lo que preocupa es el bloqueo de los puertos del Mar Negro por los posibles efectos en los mercados y en una crisis alimentaria mundial.
En breve publicaremos un informe sobre este tema. La FAO afirmó a principios de mayo que las existencias mundiales de cereales son relativamente estables. El Banco Mundial confirma que las existencias de cereales están cerca de batir marcas históricas y que tres cuartas partes de las cosechas rusas y ucranianas ya se habían entregado antes del comienzo de la guerra. Podemos decir que no hay una escasez inminente, sino una fuerte especulación en los mercados de futuros apostando por precios más altos y futuras hambrunas para maximizar las ganancias. Por ejemplo, se ha hablado mucho de la decisión de la India de detener las exportaciones de trigo, muy criticada por los Estados Unidos por la presión resultante sobre los precios mundiales. Pero si nos fijamos bien, India sólo representa el 2% de las exportaciones mundiales (10 millones de toneladas previstas para 2022/23).
Por comparación, los Estados Unidos mueven actualmente 160 millones de toneladas de grano al año, es decir, el 35% del comercio mundial. Las críticas a la India tienen menos que ver con una crisis alimentaria real que con el mantenimiento del mismo mercado global que interesa a los gigantes del agronegocio y a sus inversores. Está claro que existe una crisis alimentaria, con millones o cientos de millones de personas en estado de inseguridad en el mundo, sin acceso a una alimentación adecuada o dependientes de las redes de asistencia social, pero esto existe independientemente de la guerra. Hay una crisis alimentaria, pero es una crisis sin escasez real de alimentos.
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/dossier-ucrania-precios-agricolas-seguridad-alimentaria-y-especulacion
Foto tomada de: https://sinpermiso.info/textos/dossier-ucrania-precios-agricolas-seguridad-alimentaria-y-especulacion
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