¿Ha llegado la hora? Reacción tardía, y una notable carga de cinismo, al que, por lo demás, nos tienen acostumbrados Draghi y los responsables de las instituciones comunitarias. En los años de crisis los salarios de muchos trabajadores han perdido capacidad adquisitiva –sobre todo de los más vulnerables- situándose cerca o por debajo del umbral de la pobreza; las desigualdades entre las rentas del trabajo y del capital han aumentado, y también la brecha que separa los salarios medios de los percibidos por los altos directivos y ejecutivos; el peso de los ingresos de naturaleza salarial en la renta nacional se ha reducido.
Y el BCE y su presidente han sido un factor clave en esa degradación, son culpables de la misma. Junto a la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, fueron los artífices –y todavía lo son hoy- de una política económica centrada en la represión salarial, responsable del agravamiento de la crisis y de la histórica fractura social que recorre Europa, no sólo su periferia.
El estancamiento y desplome de las retribuciones de buena parte de los trabajadores no es el resultado (sólo) del crack financiero. Estamos ante un razonamiento que, deliberadamente, se instala en las medias verdades; y que, en la práctica, se limita a echar balones fuera del terreno de juego. Es evidente, el desorden de las finanzas ha desempeñado un papel decisivo en esa evolución, pero, además –y esto, claro, Draghi lo omite- ha sido la consecuencia de la aplicación de políticas económicas erróneas e interesadas, las cuales han beneficiado a las elites y las oligarquías, de las que forman parte Draghi y compañía.
Por otro lado, proclamar la necesidad de que aumenten los salarios, sin más precisiones ni añadidos, es un brindis al sol (de nuevo impregnado del cinismo de los que están arriba e ignoran lo que ocurre abajo). Los datos del Instituto Nacional de Estadística muestran que han sido las decilas salariales más bajas las que han experimentado drásticas pérdidas de capacidad adquisitiva, mientras que las más altas, donde está situada la cúpula empresarial, han mantenido o mejorado su situación. Estos defensores de la reactivación salarial, con un planteamiento genérico e impreciso, meten a todos en el mismo saco. Sin embargo, parece lógico (y justo) que las mejoras salariales beneficien en mayor medida a los trabajadores que han padecido en mayor medida los rigores de la crisis; resultaría igualmente razonable establecer mecanismos encaminados a moderar el nivel y el crecimiento de los salarios más altos.
La contradicción, la inconsistencia más llamativa en el discurso de Draghi, y de cuantos se alinean en esas posiciones, reside en las reformas de los mercados de trabajo. La Troika ha defendido con insistencia la necesidad de realizar transformaciones cuya piedra angular está justamente en esas reformas. En el lenguaje oficial, se trataba de flexibilizar las relaciones laborales; en realidad, de proceder a una desregulación de las mismas. Lo importante, más allá de los términos, es que han alterado las relaciones de poder en los centros de trabajo, en beneficio del capital, y han favorecido tanto la reducción de los salarios como los ajustes de las plantillas.
Ha pasado el tiempo, pero las instituciones comunitarias continúan defendiendo idénticas música y letra. Presionan a los gobiernos para que den una vuelta de tuerca más a las reformas laborales, llegar más lejos en la privación de derechos de los trabajadores. ¿Alguna reflexión crítica por parte de Draghi? ¿Alguna propuesta nueva al respecto? Ninguna.
Pero la llamada a una política salarial más expansiva queda vacía de contenido, es retórica si, al mismo tiempo, no se garantiza la negociación colectiva en las empresas, si no se reequilibran las relaciones capital/trabajo, si, en definitiva, no se empodera a los trabajadores. Ello pasa de manera ineludible por la derogación de las reformas que se han aplicado estos años y el diseño de un nuevo marco institucional donde los derechos laborales y ciudadanos queden reconocidos.
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