Lucha de cúpulas político-culturales en la representación.
“Con el señor Gustavo Petro no estoy dispuesto a hacer ninguna alianza política. Sergio Fajardo.
Compromiso Ciudadano
“…hay dos propuestas de dónde escoger.” Angélica Lozano, senadora de la Alianza Verde.
“Nos exponemos a que perdamos las elecciones nuevamente.” Senador Gustavo Bolívar.
Decentes/Colombia Humana.
A la vista de todos está la disputa “civilizada y tramposa” del pasado 20 de julio en la elección de la mesa directiva del Senado. Porque ella marca a propios y a extraños el partidor en el ciclo de elecciones en Colombia. Estas serán el colofón que resolverá cuál es el estado de nuestra democracia en el desenlace de una prolongada crisis de hegemonía.
Indicándonos quién o quiénes tendrán las mayorías del Congreso, y de qué bloque saldrá el ganador de la presidencia como resultado del ballotage para el año 2022. En consecuencia, si en el posconflicto seguiremos legitimando el gobierno del bloque de la guerra, o le daremos paso a un nuevo pacto que refunde a Colombia, para bien, un pacto histórico que la revista Contravía proponía al final del siglo pasado, como un urgente modo de secularizar al país, dándole tránsito, por fin, a una lógica política adversarial, que está por verse.
Este ciclo definitivo en materia de representación comporta de manera ritual, por una parte, la elección de congresistas, con un repertorio necesario de consultas paralelas; de otra, éstas revelan ante la opinión pública la debilidad manifiesta de los partidos que contienden como tales para movilizar a nuevos y viejos electores.
Una parte importante, la que llamo el partido de la guerra, porque se resisten en política a salir de la teología política, la relación amigo-enemigo, y, en cambio transitar a la lógica secular adversarial, hace cábalas con respecto al rumbo presente del partido de la paz, dividido entre dos proyectos, la Coalición de la Esperanza y el Pacto Histórico, que parece, en cambio, apostarle a la lógica política adversarial, sin la cual la democracia representativa liberal es impracticable.
En Colombia, por lo pronto, el líder del Centro Democrático y sus acólitos prefieren lucrarse de la “guerra de religiones,” y cortarle las alas a la Oposición, que nació bajo la fórmula de la Alianza Democrática- M19. Aquella es el fruto de una heredad en parte novohispana, con componentes jesuíticos y dominicanos que se resiste a morir.[1] La caracterizo así para tomar en cuenta algo de lo que indaga el italiano Loris Zanatta, doctor en historia, con respecto a las raíces del populismo peronista en Argentina.
Aclaro, el argentino es un populismo que no podemos confundirlo con la versión desteñida, descafeinada del populismo colombiano, donde la igualdad social es una promesa incumplida desde los tiempos coloniales en adelante; y el nacionalismo un asunto en el que se entremezclan de modo explosivo religión y futbol, y donde los Estados Unidos son el “mejor amigo” de la elite oligárquica desde los tiempos de Eduardo Santos, quien abandonó pronto el entusiasmo por Sandino, el general de hombres libres, ante la invasión imperialista de Nicaragua.
Así que aquí el nacionalismo colombiano es una comunidad imaginaria por excelencia,[2] ayuna de satisfacciones materiales.[3] En cambio, sostenida, erigida sobre dos creencias, el dios católico que alimentó la Violencia en los campos, durante el medio siglo pasado; y lego el fútbol que la difundió con El Dorado que acompañó tanto la bonanza cafetera como la paz impuesta.
De ese modo se trasladó en Colombia, con la pacificación del medio siglo la pasión por los equipos de futbol del campo a las ciudades pobladas de migrantes desplazados; organizados con parejas de pobres y ricos. Millonarios y Santafé en Bogotá son ejemplo de ese dualismo socializador que se repite en las grandes ciudades que resultaron de la urbanización, fruto amargo de la desposesión y el desarraigo campesino sin reforma agraria, y perseguido a sangre y fuego.
En el siglo pasado se sitúa esta secularización bizarra, impregnada de la lógica teológica amigo/enemigo, en los estadios y sus alrededores. Donde ahora en lugar de comer fritanga, prohibida para resguardar la salud pública, – como antes se hizo con la chicha Muisca en los comienzos del siglo XX -, las bandas de jóvenes desfogan sus frustraciones golpeándose hasta producir la muerte del contrario, sin “ensañarse” como los “vándalos” del presente, en estrellar su furia contra los bienes muebles e inmuebles, la sacrosanta propiedad privada cuya presencia privilegiada se exhibe en público. Es la que recuerda con descaro quiénes son los verdaderos dueños del país, antes y después de la pandemia, según el economista Julio Silva Colmenares.[4]
Al lado de los monopolios, donde se ubican los de arriba, quienes multiplican con desparpajo sus ganancias, fruto del capitalismo político que es el que aquí impera, crece la cuenta de más de 111.000 víctimas mortales, fruto del desmantelamiento y privatización de los servicios de salud y sanidad. Al mismo tiempo sigue la campaña de eliminación personalizada de los excombatientes guerrilleros, para quienes el posconflicto es el espejismo de “la tierra prometida”; y la búsqueda casa por casa, la “operación rastrillo” contra los jóvenes desempleados y miserables de Cali, en primer lugar, signo de la revuelta y la rebelión ciudadana y popular de las multitudes.
De allí se irá generalizando a las otras ciudades como componente del fascismo social; diagnosticado desde los años 90, como componente del experimento del desmonte de lo progresista de la Constitución del 1991. No en lo inmediato porque median los cálculos electorales que aumenten la cauda de votantes de la oposición política que lideran los dos Gustavos, el trompo de poner de la reacción y sus estratagemas mediáticas.
La prueba indiciaria del pudín
La existencia de un sentido común dominante, entronizado en la masa popular a lo largo del siglo XX, después la fallida y recortada secularización de la República liberal que lideró el trío Olaya Herrera, López Pumarejo y Santos Montejo, nos ofrece con ocasión de la paz pactada y resistida por la reacción y la derecha juntas, en el bloque de la guerra, una muestra preelectoral de un sentido común que aún se resiste a transformarse. Porque no sigue el ejemplo de lo aprehendido en las barriadas populares deprimidas del triángulo urbano constituido por las grandes ciudades Cali, Bogotá y Medellín, y las multitudes deliberantes en asambleas barriales y movilizadas, en pleno durante setenta días, de los 90 del paro nacional.
Una prueba de lo dicho acaba de ocurrir en Bogotá, cuando la fanaticada regresó al estadio. Enfrentándose las hinchadas del Atlético Nacional y el Santafe, tomó por sorpresa al gobierno distrital, y a su secretario de gobierno. El estadio se convirtió en escenario de retaliaciones mutuas escogiendo la tribuna norte, dispuesta en el estadio el Campin para albergar a las familias con tolerancia. Fue transformada en campo de batalla en un santiamén en tiempos de pandemia, cuando el virus Delta vuelve a agobiar a la gente.
La orden de la alcaldesa no se dejó esperar, con una sanción por un año a los fanáticos y barras del Atlético Nacional, quienes agredieron, hasta casi ocasionarle la muerte, a un joven hincha del Santafé. Todo lo cual quedó registrado en un celular que se hizo viral. La misma fórmula no fue adoptada por el alcalde de Cali, quien ha dicho que habrá público en el Pascual Guerrero en las próximas jornadas futboleras.
Los estadios no han sido aprovechados todavía para mostrar el sentido común transformado, ese núcleo de buen sentido que reclama por miles de jóvenes organizados de modo plural, diverso, y a veces, en apariencia caótico, la importancia de un programa de igualdad social, la constituyente social incumplida, sacrificada en el “altar inviolable” de la apertura neoliberal, que ha “inmiserado” a millones de colombianos, y puesto en la mendicidad y la desesperanza a los jóvenes, y a las mujeres, quienes han sido animadores principales, de primera línea, del estallido social.
Pero esta multitud crítica sí mantiene sus deliberaciones y la participación bajo nuevas formas organizativas. Ya llevan contabilizadas dos asambleas populares nacionales, después de la separación de la mesa del paro nacional, en mayo. La primera se cumplió entre el 6 y 8 de junio, en el colegio Claretiano de Bosa, en la ciudad de Bogotá. La segunda en la Universidad del Valle, en Cali, durante los días 19-21 de julio. Y la tercera esta propuesta para Medellín sin haber acordado todavía su convocatoria.
Un nuevo bloque histórico con la participación de jóvenes y mujeres.
“Creo que la urgencia de Colombia es ir pasando unas cuantas páginas, y pasa por el liderazgo político…” Sergio Fajardo, entrevista con El Tiempo.
Tal es el contexto, donde la oposición, el bloque de la paz dividido, entre Pacto Histórico y Coalición de la Esperanza, tiene que establecer una interlocución clara directa, diferente, renovada, con reglas claras si no quiere ser de nuevo derrotada, con o sin fraude, como ya aconteció en el año 2018.
En consecuencia, con este trágico ínterin futbolero, regresemos a la política pura y dura, y sus aprendizajes más inmediatos. Se trata de romper, en lucha contrahegemónica para la orientación de la renovada sociedad civil colombiana, la necesaria disposición de construir un bloque progresista de fuerzas afines, que devenga en un bloque histórico alternativo con la presencia dinamizadora de los principales contingentes y dirigentes del paro nacional cívico y popular.
Sin insistir más, ni hacerle el juego a la lógica perversa, anacrónica del amigo/enemigo. Si quieren obtener opción de ganar el control del poder ejecutivo, es necesario hacer a un lado la tentación aupada por las papisas de la representación política, tanto las tradicionales como las irreverentes, ordenadas por parejas con diversos evangelios motivacionales.
Bástenos recordar las prédicas encendidas, y en apariencia opuestas de Angélica y María Fernanda, Claudia y Paloma. Para descubrir las claves del patriarcado y su contracara, que en ningún caso se dirigen a la transformación del Estado, como sí, en particular viene ocurriendo, bajo otras premisas en la hermana república de Chile, donde pronto comienza a obrar la Asamblea Constitucional, que no es desde el comienzo una Constituyente, como sí la hubo en Colombia, pero la que nunca se refrendó popularmente. Tal y como se hizo luego en la República Bolivariana de Venezuela.
El ejercicio más elemental al respecto de la construcción de un bloque histórico alternativo al bloque dominante liderado por la reacción que comanda el Centro Democrático y el Conservatismo son las coaliciones. Un gradiente más exigente, son las alianzas partidistas, donde las consideraciones programáticas son la prenda de garantía, para cumplir con el programa que se adopte. Lo cual solo es posible con la representación y el respaldo de la multitud ciudadana, auto-organizada y deliberante.
En virtud de lo dicho, está más claro, que se mantiene un bloque de la guerra, ahora ampliado a las ciudades, que busca perpetuar lo viejo en la disputa hegemónica actual que caracteriza a la guerra de posiciones política que define la escena del posconflicto colombiano. Su adversario es el bloque de la paz, que se perfiló desde la pérdida del plebiscito.
A pesar de una subdivisión de éste que se derivó de la aspiración presidencial que perfiló a un candidato de centro derecha, Sergio Fajardo, y a un progresista de vocación democrático liberal, Gustavo Petro. Para después de haber triunfado la Colombia Humana con una diferencia de 261.558 votos, Fajardo ignoró su derrota, y en lugar de apoyar al candidato de la oposición al Uribismo, publicitó el voto en blanco.
Meses después cuando había sido promocionado por su aliada, la alcaldesa Claudia López, expresó la que llama razón profunda de su disenso activo en el bloque de la paz: “…construir en un país, no se puede hacer desde la rabia, desde la agresión. Al diferente no se lo puede atropellar…nosotros podemos ser diferentes sin ser enemigos.”
De otra parte, en materia de representación política bajo el molde liberal, resuelto el asunto de las consultas al interior de cada bloque, que ahora son tres, con sus nombres actualizados: Pacto Histórico, Coalición de la Esperanza, y bloque de la guerra, que junta a reacción y derecha. Hay un pivote de rebeldes liberales que orientan el senador Juan Fernando Cristo, y una fracción de la Alianza Verde, que constituyen un puente potencial, pese a la reticencia de Sergio Fajardo.
Pero el indicio de la “trastada” hecha a la Lista de la Decencia, Comunes y el PDA por la Alianza Verde, cuando se hizo la votación del segundo vicepresidente, postulado, por turno, Gustavo Bolívar, se utilizó el expediente del voto en blanco que enseguida habilitó para que la Alianza Verde repitiera con la postulación de Iván Name, acogido por el senado, y contrario al candidato del Pacto Histórico.
El antecedente más inmediato estaba en la oposición que la Colombia Humana ha hecho a varias ejecutorias de la alcaldesa López, y en particular, las que han tenido que ver con el manejo de la protesta juvenil y popular en Bogotá.
Gustavo Bolívar se hizo más notorio, junto con Gustavo Petro, cuando apoyaron a los manifestantes; y el senador Bolívar hizo una vaca virtual para proveer a la defensa de la vida y la integridad de los integrantes de la Primera Línea, quienes protegen a los protestantes de las agresiones no pocas veces mortales del Esmad.
Tal fue la gota que rebosó la copa de la amargura de una alcaldesa que se reclama como autoridad de la ciudad, que sin embargo no logra disciplinar y controlar los repetidos abusos policiales; y con quien el general Vargas cogobierno en materia de “orden público”, con el pretexto de los actos de vandalismo. Así arremeten contra todos, sin hacer diferencia alguna.
Los idus de la Constitución del 86
Todos compiten por el premio mayor de los regímenes presidencialistas, como lo es el colombiano. En una suerte de monarquía constitucional, se trata de la elección del “rey del ejecutivo”, que no se desmontó, pervive desde la Constitución de 1886. El hiperpresidencialismo inaugurado en la Constituyente de 1991, no fue la excepción.[5]
Los constituyentes de entonces, inmersos en el baile que juntó el espectro bipartidista con la tercera fuerza pluralista, AD/M19, con exclusión de los guerrilleros exsocios de la paz y de la coordinadora guerrillera, mataron el tigre del autoritarismo frentenacionalista pero se asustaron con el cuero del centralismo santanderista/nuñista.
Peor aún, este hiperpresidencialismo que se ensayó también en la Argentina de radicalismo de Raúl Alfonsín y los gramscianos J.C. Portantiero, Aricó y asociados.[6] Allá a jugarse por la democracia liberal con neoliberalismo económico, no resistió el ensayo. Puso en el poder al peronismo neoliberal de un provinciano Carlitos Menem.
En Colombia, el cancerbero fue César Gaviria que metió con fórceps a la apertura, con los buenos oficios de dos parteros, Cepedín y el cerebro jurídico de la “nueva fórmula”, el nadaísta Humberto de la Calle, que hasta hoy es oficiante de la paz neoliberal de la mano del nobel Juan Manuel Santos,
Pero, el hiperpresidencialismo de Colombia degeneró, ante la ausencia de un nacionalismo peronista, desde los finales del gobierno del liberal Ernesto Samper, en connubio con narcos y paras, para asegurar la presidencia, y combatir a la guerrilla de las Farc-Ep, mientras negociaba paz con el ELN en Maguncia.
El engendro fue un proto régimen parapresidencial contra insurgente cuyo laboratorio fue el binomio Antioquia/Córdoba. Proyecto bajo la batuta de Álvaro Uribe y Pedro Juan Moreno, más el acompañamiento del politólogo Botero. El proyecto obtuvo un nuevo impulso con el triunfo de Andrés Pastrana sobre Serpa, quien arrastraba la bandera caída de la paz fracasada con el ELN. Le hacía “el fo” a la poderosa y envalentonada guerrilla de las Farc-Ep que sumaba victorias militares en seguidilla.
Entresijos de una negociación de paz truculenta y una derrota estratégica
Las Farc Ep acariciaban la perspectiva de una guerra de posiciones en el campo militar. Así se enganchó a la negociación de paz con Manuel Marulanda resguardado en su zona de confort, en las vecindades del Caguán. Permitió que Pastrana y su alter ego, Lloreda, con el apoyo de Clinton, adalid del capital financiero especulativo,[7] fortaleciera el poder ofensivo del Ejército colombiano.
Así se prepara, a la chita callando, la ruptura de la negociación de paz, como en efecto se ejecutó, en medio de una severísima recesión que empezó en 1999, por lo que se neutralizó el poder disruptor de la más poderosa insurgencia subalterna que mordió el anzuelo. Lo cual explica de manera tardía, la silla vacía de Marulanda, con el posible tirón de orejas interno.[8]
Las Farc quedaron de patitas afuera de San Vicente con decreto presidencial exprés, con un plazo de 72 horas; y, al final, con el acuerdo de San Francisco de la Sombra para enmarcarlo, a contravía de los oficios de los acompañantes internacionales.
Así se concretó la derrota estratégica de la insurgencia subalterna, que historió el profesor Juan Carlos García Lozano, en el libro La Lucha contra-hegemónica de las Farc-Ep, cuya lectura recomiendo a los visitantes de este ensayo para ampliar horizontes a un punto teórico y práctico neurálgico: no confundir la guerra de posiciones política con la guerra de posiciones clausewitziana.
Este fue un enfoque que sugerido, publicitado y defendido por el pensador neocon de temas de seguridad en Colombia, el economista de la Nacional, Alfredo Rangel, cuando a su manera alertaba al bloque dominante sobre un posible triunfo militar de la insurgencia guerrillera. Las Farc se tragó este “bocado envenenado”.
Esta comida estaba adobada por otro analista político, Eduardo Pizarro, de la promoción de la maestría de estudios políticos que contaba con el aval de Science Po. Pizarro tenía otra perspectiva estratégica, que en parte tenía que ver con su cercana lectura de la guerra de guerrillas en Centroamérica, y la paz de Esquipulas. En esta operó la mediación de los no alineados, durante los “misterios gloriosos” de Belisario Betancur.
Pizarro hablaba de un empate, un juego de suma cero, valiéndose de la teoría de juegos, el mismo instrumento teórico que Rangel, el economista de la política, su rival conceptual. Con su aserto Eduardo abría la ventana de la paz. Fue el tiempo en que floreció el jardín de los violentólogos, al amparo del recién creado Instituto Iepri de la Universidad Nacional.
De ese modo, le añadió a la receta política del análisis del conflicto armado, el coctel de las violencias. Para así reducirle la carga a la principal, la violencia política fundada en la insurgencia guerrillera contra el orden existente; con arraigo en el campo y el campesinado “irredento”, ayuno de tierra.
El precio para las Farc-Ep fue la derrota. Al no comprender el significado y el sentido de la guerra de posiciones política. Esta marcó el tiempo de la posguerra europea de los años treinta. Corresponde al inicio de una nueva época histórica, marcada por el triunfo efectivo de la primera revolución proletaria, la revolución rusa.[9]
Al respecto, Antonio Gramsci, recluido por el fascismo, nos presenta en los Quaderni la historicidad de las estrategias políticas. Así, en particular, distinguió a la guerra de posiciones políticas de la que se probó en el tiempo de las revoluciones burguesas, la estrategia que Marx y Engels definieron como “la fórmula político-histórica de la revolución permanente”.[10]
Con ese corte histórico, la filosofía de la praxis define una nueva estrategia para el impulso de la revolución socialista en el mundo y en los estados nacionales. Ahora se pondrá de moda la hegemonía, una palabra resignificada por Antonio Gramsci, que él advierte está presente en la praxis revolucionaria de Lenin; para concluir que en su acción política está in nuce la hegemonía. La cual hizo posible, de una parte, implementar las dos tácticas de la socialdemocracia bajo su mando, en la revolución democrática, colocando al proletariado a la cabeza de ésta sin solución de continuidad para no quedarse en ella.
Por otra parte, Lenin y los bolcheviques pudieron avanzar sin interrupciones, ejerciendo la hegemonía, la dirección y la persuasión de las grandes masas, en el hacer propio de la revolución socialista.
Con el proletariado al comando de la alianza con el campesinado, y la intelectualidad revolucionaria en Rusia, derrocando el zarismo, haciendo la paz de Brest Litovsk con Alemania, y entregando la tierra al campesinado. Era también el ajuste de cuentas políticas con el jacobinismo democrático revolucionario, puesto en práctica en la revolución francesa. Al fin de cuentas, la más radical de las revoluciones burguesas conocidas.
Pero la revolución socialista quiso expandir la fórmula estratégica de la revolución permanente, a través de la táctica de la guerra de movimientos, que hizo posible el asalto al cuartel del palacio de invierno, y producir la derrota de terratenientes, burgueses y ejército zarista en el campo de la sociedad política. Y luego, controlar, una sociedad civil gelatinosa, endeble.
Lo cual, se probaría, no ocurría en Occidente, sino en Oriente. Con el intento de hacer la revolución mediante la guerra de movimientos, y el putschismo, el golpe de Estado que derrumba la sociedad política. Esta fórmula de la estrategia de la revolución permanente fracasó en los diferentes escenarios europeos, así como en Colombia, con la experiencia de los bolcheviques del Líbano en 1929.
Con este acumulado de experiencias, Colombia, producida la derrota estratégica de la guerra de posiciones militar, se abre a la experiencia de la disputa por la hegemonía, con la negociación y firma de la paz. Luego del fracaso de la liquidación de las Farc-Ep, pregonada por el santón de la seguridad “democrática”, que dejó como dantesco colofón, una debacle en materia de derechos humanos. Más de 6.400 ejecuciones extrajudiciales documentadas ante la JEP, son el antecedente más importante, para negociar la paz con las Farc-EP, porque el gobierno de Uribe Vélez fue cuestionado por su principal aliado, Estados Unidos, que lo forzó a parar la hecatombe, con la mediación de su ministro de defensa, Juan Manuel Santos, que traicionó la doctrina Vietnam, que quería liquidar al enemigo de clase, hasta producir su rendición.
La cosecha estratégica y humana fue la Colombia amarga. En particular, los miles de víctimas inmediatas, sumados a 9 millones de desplazados internos y externos, elevan la contabilidad del desastre humanos a más de 10.000 colombianos asesinados por el ejército nacional. Para cumplir con la resolución expedida por el ministro de defensa Ospina, bajo el macabro dictado del general Mario Montoya, comandante del ejército en los tiempos del presidente de la seguridad democrática, que daba la prelación a las muertes en combate, medidas por “litros de sangre.”[11]
(CONTINUA)
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[1] Doctos militantes e inquisidores, como lo recuerda el palacio de la Inquisición en Cartagena, para aconductar a naturales y negros en el mestizaje racista.
[2] Para recordar el texto de Benedict Anderson, cuando debatía en Gran Bretaña la problemática de cultura, nación y estado, animado por el grupo de intelectuales de la nueva izquierda, orientados por Raymond Williams, Robin Blackburn, Perry Anderson, Stuart Hall, entre otros, a través de New Left Review y otras publicaciones de la izquierda ortodoxa.
[3] Argentina experimentó con el Peronismo, un estado de compromiso impuesto por un exmilitar entre elites oligárquicas y trabajadores organizados. En Colombia, este intento se frustró con el asesinato de un caudillo popular liberal, primero; y luego con la traición de un caudillo de prosapia populista extemporánea, Gustavo Rojas Pinilla, el “pacificador” del Llano, a quien le robaron la elección presidencial.
[4] Ella prueba el comando soterrado o abierto del capital financiero especulativo, repartido entre los verdaderos dueños del país, como lo registra el trabajo pionero del economista Julio Silva Colmenares desde 1977, y quien ha actualizado su primera pesquisa en la edición de 2020. Al respecto, según Eduardo Gutiérrez Arias, Colombia tiene ocho grandes monopolios cuyos activos ascienden a 1.140 billones de pesos colombianos y 380.000 millones de dólares (el 120% del PIB nacional de 2017). Controlan las áreas fundamentales de la economía nacional (financiera, industrial, agroindustrial, comercial, de transporte, de servicios públicos, medios de comunicación, etc.).
Los ocho monopolios de marras son: el grupo Aval dirigido por Carlos Sarmiento Angulo, el grupo Santodomingo, el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), el grupo Ardila Lulle, la oligarquía azucarera del Valle, el grupo Char de Barranquilla, el grupo Gilinski y el grupo financiero Colpatria.
Las Dos Orillas registró en febrero del 2018, a 5 de sus líderes entre las 1.000 personas más ricas del mundo según la revista Forbes: Luis Carlos Sarmiento Angulo, US$12.600 millones en el puesto 126; Andrés y Alejandro Santo Domingo, con US$4.400 millones en el puesto 492; Alejandro Santo Domingo; Jaime Gilinski, con US$3.700 millones, en el puesto 632, Carlos Ardila Lulle, con US$2.900 millones en el puesto 838.
[5] Ver al respecto los escritos del constitucionalista y politólogo argentino Carlos Nino.
[6] Antes fueron proclives a los Montoneros, luego de la desilusión del regreso de Perón presidente, que se selló el sangriento enfrentamiento de los peronistas en el aeropuerto de Ezeiza, por conducir el legado peronista.
[7] Después del fracaso de la Iniciativa de las Américas, que había pastoreado el primero de los Bush, sin éxito.
[8] De lo cual nada sabemos hasta hoy. Qué trataron Manuel y Jacobo, en presencia de su discípulo Alfonso Cano, no lo sabemos para esas calendas. Pero, sí es discernible una diferencia “aparente”, con el lanzamiento del Partido Comunista Clandestino, y el despliegue de una parada militar subalterna que emuló y superó probablemente el despliegue de la guerrilla liberal del Llano.
[9] Hay dos tiempos histórico-sociales fundamentales, los que estudió y caracterizó Marx, como revoluciones burguesas y proletarias. Así aparecen definidas de modo preliminar en el trabajo de análisis coyuntural titulado El 18 Brumario de Luis Bonaparte, que conoció muy bien Antonio Gramsci, quien, además, explora la experiencia de las revoluciones burguesas tardías, con el involucramiento directo de Marx, como fue el caso de la fracasada revolución alemana, que lo condujo al exilio y a ser un paria por Europa, hasta encontrar relativo refugio en Londres, bajo cobijo de su compañero de toda la vida intelectual de madurez, Federico Engels, cuando se comprometieron en la fracasada publicación de los Anales franco-alemanes.
[10] Gramsci, Antonio (1977). Escritos Políticos (1917-1933). Los Usos de Gramsci, Juan Carlos Portantiero. Cuadernos de Pasado y Presente 54. Ediciones Pasado y Presente. Siglo XXI Editores, México.
[11] En la última semana, en una sospechosa maniobra, de modo intempestivo, la Fiscalía inicia investigación contra el general Mario Montoya, por responsabilidad de mando en relación con más de 100 ejecuciones extrajudiciales, y lo citará para indagatoria, sin perjuicio del rumbo autónomo que cumpla en general “caído en desgracia” ante la JEP.
Miguel Angel Herrera Zgaib, PhD, Presidente de lnternational Gramsci Society, IGS-Colombia. Director del Grupo Presidencialismo y participación. Unijus/Minciencias.
Foto tomada: Bluradio.com
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