Retirada de retratos del presidente de la República Francesa, huelgas por el clima, bloqueos de los sitios web de Amazon, Monsanto o BNP Paribas, acciones locales a todos los niveles: no pasa una semana sin que se produzca algún golpe de efecto en nombre de la defensa del planeta. Muchas personas que nunca antes habían militado se implican y cambian en profundidad la naturaleza de organizaciones tradicionales como Greenpeace, Les Amis de la Terre (“Amigos de la Tierra”), ATTAC o France Nature Environnement (“Francia, naturaleza, medio ambiente”). Todas afirman ser radicales, es decir, centradas en primer lugar en abordar los problemas desde la raíz, en el núcleo del sistema económico y social que los genera. “Somos un movimiento radical en el sentido etimológico del término, es decir, a favor de un cambio profundo, con una crítica radical al sistema capitalista”, explica Gabriel Mazzolini. En diciembre de 2018, este activista responsable de las movilizaciones en Les Amis de la Terre fue puesto bajo custodia policial durante una acción no violenta ante la sede de Société Générale, el banco francés acusado de apoyar las “energías sucias”.
Esta radicalidad se expresa en grados muy diversos, según dos ejes que pueden confundirse, pero también divergir: el del fin, del proyecto político, y el de los medios de acción. Movimientos como Greenpeace o, más aún, Sea Shepherd pueden llevar a cabo operaciones muy audaces, en particular contra petroleros o cazadores de ballenas, al tiempo que respaldan un proyecto de sociedad reformista, incluso indiferente ante las cuestiones sociales.
Aunque pocos activistas ecologistas vienen de entornos modestos, estas cuestiones ya no se ignoran. “Las personas ven claramente que hay una relación entre la sobreexplotación del planeta por grandes multinacionales y las desigualdades sociales –valora el sociólogo Albert Ogien, del Centro de Estudio de los Movimientos Sociales en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés)–. Hoy en día, el ecologismo ya no se desmarca de los problemas sociales”. Por otra parte, se revela necesario el surgimiento de otras soluciones, de otros modelos, aunque ya no es suficiente. “Hemos intentado cambiar en el día a día, establecer planes con los Ayuntamientos, con los colectivos, hemos organizado marchas… Nada ha cambiado. Necesitaba actuar más allá de lo que ya se había hecho”, resume Anne-Sophie Trujillo. Esta activista de Alternatiba y de Action Non Violente-Cop21 (ANV-Cop21) fue condenada a una multa suspendida de 500 euros por haber descolgado el retrato de Emmanuel Macron de un ayuntamiento en el departamento francés de Ain.
A comienzos de octubre se emprendieron actuaciones judiciales contra 51 activistas por “robo en grupo” tras haber participado en descolgar esos retratos; dos fueron puestos en libertad por el tribunal correccional de Lyon, que reconoció un “estado de necesidad” debido a la inacción del Estado contra el cambio climático. El fiscal interpuso un recurso de apelación; los demás activistas, por su parte, fueron condenados por los mismos hechos. Todos preconizan la desobediencia civil. En realidad, se trata más bien de una forma no violenta de acción directa. “Durante las acciones de desobediencia civil, una persona determina conscientemente que no quiere respetar una ley –explica Ogien–. Dice: ‘Arrésteme, métame en prisión, lléveme a juicio y le explicaré por qué esta ley me parece incorrecta’. Si funciona, esa ley cambiará. Las acciones de Extinction Rebellion [como la ocupación de los puentes de Londres], el descolgar retratos del presidente o las campañas contra la energía nuclear no se dirigen contra una ley en concreto”. La llegada de estos nuevos activistas proporciona mayor amplitud a algunas acciones. En Alemania, cada año, el colectivo Ende Gelände bloquea durante un día la inmensa mina a cielo abierto de lignito de Garzweiler, en Renania del Norte-Westfalia. Después de congregar a 1.500 personas en la primera movilización en 2015, el colectivo ha reunido a entre 5.000 y 6.000 en 2019 y ha logrado impedir el funcionamiento de la mina durante cuarenta y cinco horas.
Aunque ha habido convergencias con las manifestaciones por el clima en numerosas ciudades pequeñas, la sublevación de los “chalecos amarillos” ha sacado a la luz una fractura social, impactante en París. Jérôme Cassiot, “chaleco amarillo” de Villefranche-sur-Saône concienciado desde hace mucho con el ecologismo, cuenta su jornada del 16 de marzo de 2019: “Volvíamos de los Campos Elíseos, donde había casi una guerra, y llegamos a la plaza de la República, a donde llegaba la ‘marcha del siglo’ por el clima. El contraste era muy chocante, a nivel visual, olfativo. Pensé: ‘Ahí está el mundo de los osos amorosos y de los burgueses bohemios. No quieren ver lo que pasa al lado’. Quizás estuviéramos unos treinta ‘chalecos amarillos’ en ese momento y éramos transparentes. Nadie nos miraba”. Mathieu Bourbonneux, “chaleco amarillo” de Nantes, matiza: “Algunos grupos de ecologistas más radicales prefirieron manifestarse directamente con los ‘chalecos amarillos’, que no están a favor de la negociación, sino de un cambio de régimen”. Khaled Gaiji, presidente de Les Amis de la Terre, lo admite con humildad: “Faltamos a esa cita. Nos llevó tiempo reaccionar. Había un poco de síndrome de ‘gorros rojos’ (1), con el temor a la extrema derecha. Tampoco fue fácil porque los ‘chalecos amarillos’ estaban en lugares donde nuestros activistas no estaban. Intentamos rectificar. Desde abril, hay acercamientos. Pero hay una cuestión de códigos culturales, no es natural, son nuestras primeras tomas de contacto”.
Esa cita a la que faltaron subraya igualmente la fractura entre dos visiones del ecologismo. “Los movimientos que están del lado de la naturaleza siempre han sido muy diversos, pero, en su mayoría, no integran ningún discurso sobre el progreso social –explica Valérie Chansigaud, historiadora de ciencias y medio ambiente (2)–. Encontramos comunidades reaccionarias, los espiritualistas, por ejemplo, cuyo discurso se basa en la naturaleza pero no promueve la emancipación. El movimiento Colibrís y la antroposofía están en esa línea (3). Ahora bien, aunque se desconoce en gran medida la influencia de la antroposofía, quizás sea más importante que la de los movimientos revolucionarios. El ‘ni de derechas ni de izquierdas’, que algunos reivindican con orgullo, es reflejo de su desconocimiento de las luchas sociales. Los ecologistas que se van a La República en Marcha [LREM] proceden de esta corriente”.
El peligro de aislarse
Numerosos activistas de Les Amis de la Terre, que organizaron la candidatura de René Dumont en las elecciones presidenciales francesas de 1974, están atrincherados en el reformismo. Ironías del destino: pese a que en otros tiempos se consideraban partidarios del decrecimiento, incluso libertarios, en la actualidad creen en un capitalismo virtuoso… “Hay que abandonar las ideas de grand soir (4) y ver cómo se puede actuar a nivel reglamentario –considera, por ejemplo, Yves Lenoir, activista desde los inicios de Les Amis de la Terre y de Greenpeace–. Sería necesario un capitalismo en el que las prioridades fueran ecológicas. No hay que pensar en términos de desigualdades; si no, se fracasará. Por razones históricas, hay personas con dinero. Lo que cuenta es qué hacen con ese dinero”.
Otra visión del ecologismo surgió a partir de los años 1970. “En Estados Unidos y en los países anglosajones se desarrolla una crítica más radical, que articula una preocupación medioambiental con una denuncia cada vez más importante del sistema capitalista”, explica Fabien Carrié, profesor titular de Ciencia Política en la Universidad París-Nanterre. Los movimientos británicos como el Frente de Liberación Animal (Animal Liberation Front, ALF) y el Frente de Liberación de la Tierra (Earth Liberation Front, ELF) se distinguen en que no aceptan ninguna forma de jerarquía entre los seres vivos. Estos grupos anarquistas y anticapitalistas promueven la acción directa y critican el reformismo de los demás (5). “En ALF, y después en ELF, –continúa Chansigaud– encontramos una crítica auténtica al capitalismo. Sin embargo, siguen siendo marginales, no tanto por su número como por su posicionamiento. Estos activistas tienden a apartarse de la sociedad, lo que da lugar a los movimientos punk y a diversas comunidades. Pueden luchar contra la sociedad sin mezclarse en ella, sin incorporarse en los sindicatos en las empresas, por ejemplo. Esta galaxia prefigura la ZAD [zona por defender] (6) de Notre-Dame-des-Landes. En las ZAD hay acción directa, es decir, transformar la vida de forma radical para ser coherentes”. “En las ZAD, todas o casi todas las dimensiones de la vida están involucradas. Hay también una auténtica exposición al peligro”, completa Jean-Baptiste Comby, sociólogo, profesor titular en la Universidad París 2 Panthéon-Assas.
“Somos apartidistas”
La crítica del ecologismo reformista, del movimiento Colibrís o de la explosión del desarrollo personal impulsa muchas publicaciones, como el sitio web Terrestres o los periódicos La Décroissance y Silence. Este movimiento más revolucionario denuncia a los representantes electos, incluyendo a los de Europa Ecología Los Verdes, que cambian de posiciones para acceder a puestos de poder. Enfrenta la construcción de un colectivo eficaz y unos egos poco capaces de actuar en conjunto y, en definitiva, no politizados (7). Los nuevos activistas, tanto los de Youth for Climate como los de Extinction Rebellion, condenan además severamente las maniobras políticas y procuran evitar cualquier forma de deformación partidista.
“Somos completamente apartidistas –explica Marin Bisson, de 16 años y miembro de Youth for Climate Lyon–. Intentamos permanecer lejos de los partidos políticos para que no se nos asimile a ellos. Queremos mostrar que los jóvenes se levantan por su futuro. A nivel interno no todo el mundo coincide en la línea política”. Según Antoine, de Youth for Climate Paris, “tampoco hay que olvidar por completo la vía política. Es un modo de acción que no hay que subestimar, aunque no se debe creer que vaya a salvarnos. Personalmente, pienso que crear vínculos con activistas que están en partidos ecologistas puede ser una fuerza adicional”. Algunos ecologistas desean utilizar el sistema electoral para organizar comunas autogestionadas. El Collectif pour une Transition Citoyenne (“Colectivo por una Transición Ciudadana”), en particular con el movimiento Utopia, y la organización Démocratie Ouverte (“Democracia Abierta”) proponen crear listas participativas para ganar alcaldías en las elecciones municipales de 2020 en Francia.
El redescubrimiento de pensadores como Élisée Reclus, del ecologismo social y del municipalismo libertario de Murray Bookchin o incluso del ecologismo político de André Gorz favorece una reapropiación de los conceptos de lucha de clases y de desigualdades sociales por parte de una generación a la que el confort y el consumo desmesurado habían despolitizado.
Alternatiba (“alternativa” en euskera), que nació en 2013 y se moviliza contra el cambio climático, se inscribe en el centro de esta contradicción entre la necesidad de ampliar la base abriéndose a categorías sociales poco activistas y la voluntad de construir un proyecto de sociedad radicalmente diferente. “Con los ‘pueblos de las alternativas’ se observaba un discurso consensuado, que no señalaba adversarios, sin análisis estructural –describen Nicolas Brusadelli y Yannick Martell, sociólogos que siguen este movimiento desde 2014–. Han logrado reunir en un mismo lugar a personas que no están de acuerdo en nada, pero que tienen los mismos modos de vida. Casi todos los miembros de Alternatiba son personas de clase media. Despolitiza entre los activistas altermundistas, pero politiza en gran medida entre las personas que vienen de mucho más lejos, como ejecutivos industriales. Estas personas, al entrar en Alternatiba, inician un proceso durante el cual van a hacer saltar por los aires sus vidas y van a romper en parte con sus familias. Este proceso de politización les hace cuestionarse su visión habitual de los movimientos sociales. En un segundo momento, el nacimiento de ANV-Cop21 posibilita ir hacia formas de acción más concretas y romper con el activismo de manual que practican las grandes organizaciones” (8).
La sublevación del otoño pasado propició un gran cambio entre los ecologistas más reformistas. “Los ‘chalecos amarillos’ reintrodujeron la cuestión de la relación de clase. Es la primera etapa para la politización”, analiza Comby. Incluso el cineasta Cyril Dion, iniciador con Pierre Rabhi del movimiento Colibrís, apoya ahora públicamente a los “chalecos amarillos” y explica que no cree en absoluto en la capacidad de las instituciones actuales para transformarse con el fin de resolver la crisis ecológica.
La urgencia social coincide con una urgencia ecológica cada día más patente. Los eslóganes de Extinction Rebellion y su logo –un reloj de arena dentro de un globo terráqueo– resumen la situación: el tiempo apremia. En su seno se desarrollan debates sobre una salida del capitalismo y de la civilización industrial. Numerosos activistas desean ir más allá en la acción directa y han desarrollado una crítica a las soluciones falsas. Prueba de ello son las enérgicas críticas dirigidas al grupo de Maxime de Rostolan, el fundador de Fermes d’Avenir (“Granjas del futuro”), desde donde se promueve una agricultura ecológica pero productivista y respaldada por multinacionales del sector agroalimentario. El festival L’An Zéro, que Rostolan quería organizar en agosto de 2019, tuvo que ser anulado después de la movilización de una treintena de colectivos que denunciaban el acontecimiento como “ecolo-macronista”. Los promotores del festival deseaban una “convergencia” para una transición ecológica y democrática mediante “soluciones innovadoras” propuestas por start-ups. Sus opositores denunciaban un intento de desviar la energía de los activistas sinceros hacia una transición que no sería más que un espejismo.
Para los grupos de activistas, la urgencia de la situación obliga a ampliar la gama de acciones habituales: recursos jurídicos, manifestaciones, huelgas, bloqueos de lugares públicos o de empresas contaminantes, reapropiación de espacios, sabotajes… Son cada vez más numerosos aquellos que aceptan la idea de una diversidad de tácticas que permita a cada uno actuar según su propio método. “Creo que hace falta de todo –observa Vipulan, de 15 años, miembro de Youth for Climate–. Acciones de sensibilización, manifestaciones, huelgas, y también acciones un poco más fuertes, como ocupaciones, bloqueos…”. “Hace dos años, participé en un curso formativo en desobediencia civil con ANV-Cop21 –cuenta Léna, de 21 años, estudiante universitaria de Matemáticas y Física en la Sorbona, miembro de Désobéissance Écolo Paris y de Youth for Climate–. Pero se creó Désobéissance Écolo Paris porque somos muchos los que no nos identificamos con esa desobediencia civil. Nos sentíamos inútiles actuando de manera reformista. Cuando uno ve la historia del movimiento ecologista, es bastante deprimente. Ahora haría falta ser más creativo, evitar hacer todo el tiempo las mismas cosas. Para debilitar bastante al poder y tener una relación de fuerzas a nuestro favor, haría falta una desobediencia muy avanzada, que llevara, por ejemplo, a bloquear durante algún tiempo lugares estratégicos”. Esta complementariedad posibilitó el éxito de la ZAD de Notre-Dame-des-Landes. “En 2012 [durante la operación ‘César’] (9), fue sobre todo la diversidad de tácticas lo que permitió la victoria. Es nuestra capacidad para sorprender la que cuenta”, observa Isabelle Frémeaux, habitante de la ZAD y cofundadora del colectivo The Laboratory of Insurrectionary Imagination.
No obstante, la complementariedad de las acciones se topa siempre con la cuestión estratégica del recurso a la violencia. “Para nosotros, la complementariedad de las tácticas produce el ‘efecto granadina’. Imagine un vaso de agua; en su interior, pone una dosis de granadina, es decir, una dosis de violencia. Al final, todo lo que se ve es la granadina. Se pierde el beneficio y el fondo de la acción. Somos conscientes de las relaciones de fuerzas existentes y no somos ingenuos en cuanto a la rigidez del sistema político; por eso hay que masificar el movimiento”, explica Mazzolini, de Les Amis de la Terre. “Esta cuestión del vaso de granadina, es un etnocentrismo de clase –responde Comby–. Que los medios de comunicación predominantes denuncien con vehemencia los destrozos o el sabotaje no significa que todo el mundo que recibe este punto de vista lo comparta. Pero, en realidad, vuelve invisibles los otros tipos de violencia: institucional, policial, etc.”. Atrincherarse detrás de una proclamación de no violencia puede equivaler a negar la existencia de una violencia disimulada de los dominantes y de una violencia de Estado, policial, que afecta en primer lugar a las clases desfavorecidas. Mutilaciones, personas que pierden un ojo, brutalidad de todo tipo: la gravedad de los ataques a las personas que acompaña la represión de los “chalecos amarillos” solo ha provocado una conmoción limitada en comparación con otros periodos, como durante las manifestaciones estudiantiles de diciembre de 1986, marcadas por la muerte de Malik Oussekine.
Hoy en día, ningún grupo ecologista aboga por el recurso a la violencia física. Para Léna, es evidente: “Nosotros, sencillamente, no tenemos ganas de ser violentos con otros seres vivos, pero en realidad no hay límites en el plano material”. En los discursos más radicales, como el del Comité Invisible, está presente sobre todo la cuestión de la degradación material y del sabotaje. “Para construir una coalición, hay que aprender a trabajar con personas que no comparten la misma visión –opina Chansigaud–. Eso significa saber escucharse y respetarse, sean cuales sean las opiniones de cada uno”. Mantenerse firme en las posiciones propias o aferrarse dogmáticamente a su estrategia conlleva fracasos estrepitosos, como durante la contracumbre del G7 en el País Vasco, en agosto de 2019. Más de cincuenta organizaciones intentaron agruparse en la plataforma G7 EZ. Finalmente ganaron las disensiones. Casi ninguna de las acciones previstas por la plataforma pudo desarrollarse.
Consenso de acción
Otras acciones concertadas sí han tenido éxito. Así, algo más de 2.000 activistas se coordinaron ante el llamamiento de Greenpeace, ANV-Cop21 y Les Amis de la Terre para bloquear las sedes de diversas empresas y del ministerio francés de Transición Ecológica y Solidaria en el distrito financiero de La Défense, en París, en abril de 2019. El barrio quedó paralizado y no se señaló ninguna detención provisional. Muchos activistas precisaron que un bloqueo más largo no habría sido aceptado por los organizadores… Habría sido necesario discutir sobre el terreno sobre la continuación de esta acción. Surgió el mismo problema en la movilización del 21 de septiembre de 2019. Los colectivos Désobéissance Écolo Paris, Youth for Climate e incluso Extinction Rebellion se pusieron de acuerdo con grupos de “chalecos amarillos” para apoyarles en el oeste de París y, más tarde, para bloquear centros de poder. En paralelo, ANV-Cop21, Les Amis de la Terre, Greenpeace y otros movimientos organizaron la “movilización general”, una marcha no violenta entre los jardines de Luxemburgo y el parque de Bercy, en París.
“No queríamos un segundo 16 de marzo –cuenta Léna, de Désobéissance Écolo Paris–. Los ‘chalecos amarillos’ tendieron la mano a otras organizaciones. Querían hacer una manifestación en centros de poder, pero se mantuvieron abiertos con respecto a lo demás. Alternatiba y ANV parecían estar de acuerdo, pero pidieron garantías de que la movilización sería no violenta. Así que, evidentemente, no funciona”. “Nos piden renunciar al consenso de acción –responde Txetx Etcheverry, cofundador de Bizi! (“Vivir” en euskera) y, más tarde, de Alternatiba–. Es una cuestión de estrategia. Estoy a favor de construir una relación de fuerzas que permita arrancar victorias y reforzar las alternativas que erosionan el capitalismo. Para ello, hace falta masificación y radicalización. La violencia, como la complementariedad violencia/no violencia, para nosotros, es una estrategia perdedora a largo plazo frente a un enemigo que cuenta con tantos recursos. No vamos a meternos en las estrategias de los demás. Me gustaría que nos dejaran continuar con la nuestra”. Muchos “chalecos amarillos”, que en parte no pudieron llegar a los Campos Elíseos, terminaron por unirse a la manifestación por el clima, desplazando con ellos a las fuerzas del orden que no dudaron en agredir y arrojar gas lacrimógeno a familias con niños o a los manifestantes más pacifistas.
En cambio, la intervención en el centro comercial Italie 2, en París, el sábado 5 de octubre, se presentó como un éxito. Un grupo heterogéneo de activistas por el clima, de “chalecos amarillos” y de jóvenes de barrios populares trabajaron juntos para bloquear el lugar durante dieciocho horas, hasta que la asamblea general votó marcharse hacia las cuatro de la madrugada. Se habían organizado bien previamente y cada grupo tenía su tarea correspondiente. Durante el intento de expulsión por parte de las brigadas especiales de la policía, al comienzo de la noche, la decisión colectiva fue permitir la formación de una barricada por grupos más acostumbrados a los enfrentamientos. Estos impidieron la entrada de las fuerzas del orden y evitaron así que se llevaran a los activistas.
Cuando los grupos pasan demasiado tiempo contradiciéndose, la eficacia general disminuye. La división en torno a la violencia permite a la máquina mediática separar a los activistas “buenos” de los “malos”. Con el riesgo de que después se pueda reprimir a los “malos” tranquilamente, con dispositivos de seguridad cada vez más duros. En un informe publicado en junio de 2019 sobre la radicalización de los grupúsculos de extrema derecha, una comisión de investigación de la Asamblea Nacional francesa pedía la extensión de los instrumentos de lucha contra la radicalización a movimientos como los veganos o los anarquistas (10). “El prisma escogido para la investigación era la ultraderecha, pero queríamos ampliarlo al conjunto de los grupos ultras. Por lo tanto, contamos con preconizaciones que pueden aplicarse a cualquier movimiento de ultraderecha y de ultraizquierda. Es decir, a cualquier asociación que cuestione los fundamentos de la República –explica Adrien Morenas, diputado de LREM y ponente de esta comisión de investigación–. Hay un movimiento violento de ultraizquierda innegable. A nivel del ecologismo, se trata de grupos en torno a la ganadería y a la carne”. Aunque precisa que no alude a todos los veganos, considera que incluso las acciones destinadas a “señalar para condenar” revisten violencia.
“La esfera de lo que está permitido en materia de política y de activismo se reduce cada vez más –analiza Vanessa Codaccioni, profesora titular de la Universidad París 8–. Ya no se tolera que la gente exprese una reivindicación si no pasa por formas pacíficas y legalistas como el voto. En seguida se clasifican algunas formas de lucha en la radicalidad, en la violencia. La radicalización activista significa el paso de métodos de acción legales a acciones ilegales, asimiladas hoy día al terrorismo (11). El poder busca en su aparato legislativo los medios para reprimir un movimiento al que no quiere responder, de ahí la ‘ley sobre los alborotadores’. En la historia, los dispositivos de represión se desplegaron para la extrema derecha y, de inmediato, se aplicaron a la extrema izquierda. Las respuestas ya no son políticas, son represivas”.
Construir una estructura auténtica
Dividir y después reprimir: el método ya ha roto muchos movimientos ecologistas. De esta manera, en julio de 1977, la lucha contra el proyecto del reactor reproductor de plutonio Superphénix en Creys-Malville alcanzó su apogeo. Mientras que la prensa resaltaba la presencia de hordas de alemanes radicales, varias decenas de miles de ecologistas venidos de toda Europa debían enfrentarse a una prohibición de manifestarse y a una represión feroz, principalmente con el empleo, en particular, de granadas ofensivas. El balance: numerosos heridos, un muerto, Vital Michalon, y el estancamiento de la movilización antinuclear en Francia. El reactor se construyó y pasó por muchos reveses técnicos. Después de un hostigamiento jurídico, Los Verdes lograron su desmantelamiento en el acuerdo de gobierno aprobado en 1997 con Lionel Jospin, primer ministro de la “izquierda plural” que reunió a socialistas, ecologistas y comunistas hasta 2002. “En Gran Bretaña, a partir de 2001 y de las leyes antiterroristas, se privó de sus principales integrantes al ALF y a los grupos que luchaban contra los laboratorios de experimentación con animales –recuerda Carrié–. Sus dirigentes fueron encarcelados. Los activistas no podían cruzar un perímetro determinado alrededor de los laboratorios”.
El fracaso de la contracumbre del G7 ha hecho reflexionar a los activistas. “Es importante estar en una estructura auténtica, aceptar hacer cosas con personas diferentes, procedentes de otras luchas –considera Frémeaux–. Hace falta una movilización general, pero no todo el mundo necesita estar en primera línea del frente. Hacen falta personas que hagan de comer, que organicen… Sin embargo, hay que tener cuidado con no exigir resultados inmediatos. El movimiento anticarreteras en Inglaterra perdió todas las batallas sobre una u otra carretera y, sin embargo, se volvió tan fuerte, costaba tanto expulsar a toda esa gente en cada ocasión, que el Gobierno terminó anulando un programa que incluía trescientas carreteras. Tenemos que darnos tiempo. ‘La historia no avanza como un ejército, sino de lado, como un cangrejo’, dijo la escritora Rebecca Solnit” (12). El acercamiento entre Extinction Rebellion, diversos grupos de “chalecos amarillos” y de Youth for Climate parece participar en esta coalición en construcción. ¿Podría empezar el cangrejo a pellizcar con fuerza?
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Claire Lecoeuvre
Foto obtenida de: https://www.huffingtonpost.es/
(1) N. De la T.: Revuelta en Bretaña en 2013 en contra de la “ecotasa”, impuesto ecológico sobre los camiones. Ante las protestas, el Gobierno socialista finalmente eliminó la medida.
(2) Cf. Valérie Chansigaud, Les Combats pour la nature. De la protection de la nature au combat social, Buchet Chastel, col. “La Verte”, París, 2018.
(3) Véase Jean-Baptiste Malet, “La antroposofía: una discreta multinacional del esoterismo”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2018.
(4) N. de la T.: La “gran noche” es un término de origen comunista que se refiere a ese momento en el amanecer de un nuevo día que vería derribado no solo el sistema capitalista, sino también las normas sociales vigentes.
(5) Cf. David Pellows y Hollie Nyseth Brehm, “From the new ecological paradigm to total liberation: The emergence of a social movement frame”, Sociological Quarterly, n.° 56, Omaha, 2015.
(6) N. de la T.: Zone À Défendre, término popularizado por quienes se resistieron a la construcción del aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes.
(7) Cf. Maxime Chédin, “La ZAD et le colibri: deux écologies irréconciliables?”, y la respuesta de Cyril Dion, “Résister, mais comment?”, Terrestres, respectivamente el 15 de noviembre de 2018 y el 16 de enero de 2019.
(8) Cf. Nicolas Brusadelli, Marie Lemay y Yannick Martell, “L’espace contemporain des ‘alternatives’”, Savoir / Agir, n.° 38, Vulaines-sur-Seine, 2016.
(9) N. de la T.: En dicha operación, la policía no logró desalojar al grupo de activistas de la ZAD de Notre-Dame-des-Landes.
(10) “Rapport sur la lutte contre les groupuscules d’extrême droite en France”, Asamblea Nacional de Francia, París, 6 de junio de 2019.
(11) Algo que también hacen los autores Éric Denécé y Jamil Abou Assi en Écoterrorisme. Altermondialisme, écologie, animalisme, Tallandier, París, 2016.
(12) Rebecca Solnit, Garder l’espoir. Autres histoires, autres possibles, Actes Sud, Arles, 2006.
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