El crecimiento económico del año 2016 llega a niveles observados después de la crisis de 2008. No obstante crecer el 1,9%, que es la proyección de mayor realismo para el año, no es del todo malo, a pesar de venir de crecimientos significativos que incluso llegaron a ser del 6.6% en el 2011, se espera que la Región se contraiga en el 1.1%, decreciendo por segundo año consecutivo después de dos décadas de crecimiento. Así las cosas, crecer poco es importante. La economía colombiana tiene unos comportamientos difíciles de explicar, cuando crece no lo hace lo suficiente y cuando decrece, se comporta mucho mejor que los vecinos. Una paradoja de su comportamiento interno, parece que ya es propio de su actuar y es independiente a la gestión que se haga sobre ella. Sin embargo, su comportamiento se sustenta en actividades especulativas, pero aquellas que si generan valor y empleo productivo se mantienen por debajo del crecimiento general y con un pasado de pérdidas donde aún esos pequeños crecimientos poco le permiten a sectores como la industria manufacturera o el sector rural, convertirse en los motores del crecimiento y del desarrollo, como debería ser.
Y si bien al sector manufacturero lo impactó positivamente la entrada en funcionamiento de Reficar, esto no ha sido suficiente, incluso contrarrestado por una caída considerable de las exportaciones. El precio del dólar, que se mantiene y seguirá haciéndolo, por encima de los $3.000 cuando debió ser pieza fundamental en la mejora de competitividad de la economía colombiana, terminó sin ningún efecto sobre el incremento de las exportaciones, por el contrario, estas mostraron una reducción paralela a la registrada por las importaciones (que si recibieron el efecto del tipo de cambio), fenómeno que, paradójicamente, llevó a que se mantenga el déficit comercial del país. Es decir, la industria, y en general la estructura productiva, no fue capaz de reaccionar ante las mejores condiciones cambiarias. Así se pagan los años de revaluación, o mejor, los años de desindustrialización y desruralización.
El país no cuenta con un aparato productivo robusto para enfrentar las oportunidades que puede brindar el comercio exterior, esas vagas promesas que se hacen desde los TLC pero que este año ha quedado de manifiesto aquello que tanto molesta a los hacedores de política: nuestra estructura productiva no permite aprovechar esas pretendidas ventajas comerciales, pero si se sigue abriendo el país a las importaciones, todo esto genera el efecto contario, y es debilitar aún más la estructura productiva.
El país sigue empecinado en apoyar y fortalecer a la gran empresa, la reforma tributaria que hoy termina de aprobarse es una muestra de ello. Se defiende al gran capital, dejando al libre albedrío del mercado al 99.3% de las empresas, esas que son las micros, pequeñas y medianas empresas, que difícilmente pueden acceder a los beneficios de las políticas económicas, y a las pocas a las que sí tienen acceso, no son lo suficientemente contundentes, para posibilitarles cambios sustanciales en sus estructuras de financiamiento, producción o comercialización.
Esta debilidad se hace consecuente con la generación de empleo y en especial con la calidad del mismo. A octubre la tasa de desempleo fue del 8.3% (8.2% en 2015), con unas tasas de ocupación y de participación similares en los dos períodos. La informalidad también se mantiene, de hecho son los trabajadores cuenta propia quienes presentan un mayor aumento en las ocupaciones. Y todo esto va de la mano con una problemática que se ha hecho estructural: mientras el empleo sea informal, mientras los pagos a la seguridad social no se aumenten de manera significativa, los sistemas de salud y de pensiones seguirán con problemas de financiamiento y si a esto se le suma un modelo de gestión que ha fracasado, aún a pesar de la confianza que el Ministro Gaviria tiene en él, aún a costa de la evidencia, las posibilidades de salir de la crisis son cada vez menos. El estallido de los hospitales de Medellín (14 más 1) son la muestra fehaciente de un fracaso anunciado veinte años atrás.
Pero todo esto tiene un elemento en común: la disciplinada aplicación de medidas de corte neoliberal, pero en especial la ortodoxia monetaria del Banco de la República, que tras el susto por la devaluación así como por el incremento de precios después del paro de transportadores, se dedicó a subir las tasas de interés hasta “ahogar” a la economía y enfriarla. El fantasma de la inflación llevó a la Junta Directiva del Banco a implementar medidas de austeridad en momentos donde ya las propias fuerzas económicas estaban conduciendo el funcionamiento económico a la baja.
Se trata ni más ni menos de una nueva intervención desafortunada por parte de las autoridades monetarias, se incluye al Gobierno Nacional, donde pareciera que siempre hay una interpretación errada de la realidad. Hoy, como en las crisis pasadas, el Banco de la República pasa de agache ante el país y el saliente Director deja una economía, aún a pesar de los fallos de la Corte Constitucional que ordenan lo contrario, donde sigue prevaleciendo el control a la inflación, sobre la generación de empleo y el crecimiento económico.
Pero sin duda alguna, el hecho económico de mayor relevancia en el 2016 fue la firma de los acuerdos de paz con las FARC. Esto, para la mayoría, tiene una considerable significación, que traspasa el tema de los gastos de la guerra o las pérdidas humanas y materiales producidas por el conflicto. Es la posibilidad de tener una vida tranquila, en especial para el campo, para el mundo rural quien siempre ha debido padecer no solo la guerra sino el olvido del país urbano y moderno. El rescate y la dignidad de las gentes del campo son una tarea inaplazable y no solo por ella misma, sino por el país que requiere de medidas que lo conduzca hacia la seguridad y soberanía alimentaria.
Pero entender esto no es tarea sencilla, la prepotencia urbana ha dejado a esa otra Colombia rezagada, marginada a expensas no solo de la guerra sino de los mercados, son pequeñas economías campesinas relegadas o los más mezquinos intereses de los grandes terratenientes y de las empresas multinacionales. La paz se constituye entonces en un halo de esperanza, en una oportunidad que tiene el país de reivindicar, de pensar lo rural como una real alternativa para su propio crecimiento y desarrollo.
No son pocos los retos entonces, en especial cuando la gestión económica ha sido llena de equívocos para los intereses generales, pero funcionales para los intereses creados por las élites. El año venidero será complicado, primero por la implementación de los acuerdos, en medio de unas élites que no terminan, no lo van a hacer, de ponerse de acuerdo sobre el país del futuro; segundo por las vísperas de un año electoral, unas presidenciales que ya comenzaron y que van a ser muy largas, con el riesgo del hastío en la ciudadanía; y tercero, por los cambios que el mundo empieza a experimentar, el giro a la derecha, pero esta vez con intereses marcados a la defensa de lo propio pero en contra de los otros, una mala combinación que siempre ha terminado en el fascismo.
Por ahora, como siempre ocurre en Macondo, será mejor dedicarnos a las celebraciones, buscar un poco de alegría y de descanso, ya vendrá el 2017, eso sí, espero que sea de mejores venturas.
Jaime Alberto Rendón Acevedo
Director Programa de Economía
Universidad de La Salle
Diciembre 22 de 2016
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