En la época de la Grecia clásica, cuando sus pensadores se referían al ideal de sociedad consideraban que para lograrlo necesitaban un especial proceso educativo (paideia) y en él hacían una distinción binaria de funciones: educación, por un lado, e instrucción por otro. Cada una tenía una función específica y de la misma manera, una figura docente definida, el pedagogo y el maestro respectivamente. Literalmente el pedagogo convivía con los niños y adolescentes en el hogar y los instruía en valores de la polis, formando su personalidad y desarrollando su integridad cívica, ética y moral. El maestro, en cambio, era externo a la familia, y su papel era enseñarles a los niños conocimientos instrumentales como lectura, escritura, matemáticas. Los griegos en su concepto de sociedad distinguían la vida activa, que era la que llevaban los ciudadanos libres en la polis, para la que eran preparados por los pedagogos. El mundo constitutivo de la vida productiva era tarea especial del maestro.[1]
Aristóteles y muchos pensadores griegos de su época, al referirse a las necesidades humanas, las jerarquizaban según su importancia y duración, lo que generaba la distinción clara entre política y economía. La política se refería a la vida activa, a las necesidades más elevadas relacionadas con el “buen vivir” y que tenían que ver con las necesidades humanas de virtud, de reconocimiento, de inmortalidad, de perdurar en el recuerdo. Para suplir estas necesidades se requería el uso de la palabra para las relaciones entre los humanos, de la retórica, siendo esta la capacidad de utilizar el discurso frente a un auditorio, lo suficientemente elocuente, bello y eficaz, para deleitar, persuadir o conmover. Además, Aristóteles en su obra la Ética para Nicómaco nos dice que el bien último al que pueden aspirar los humanos por naturaleza es a la felicidad. Es decir, la naturaleza impele a los humanos a buscar la felicidad, la que identifica con la vida buena, con el buen vivir.2
Para la vida productiva, es decir para la economía, Aristóteles se refería al nómos del oikós (oikonomía), dicho de otra manera, a lo que tiene que ver con la administración del hogar o la economía doméstica, cuya prioridad no son las relaciones entre los humanos, sino las relaciones de ellos con los objetos, con las cosas. La economía también la refiere a las necesidades básicas humanas, unas de índole biológico como el alimento, el aire, el agua, y otras más culturales como el abrigo (vivienda, calzado, vestido y recreación). Según Aristóteles, la economía se caracterizaría por el cuidado, la buena administración, el uso correcto de las cosas para la satisfacción recta de las necesidades humanas. Esto sería lo que él denominó el arte de vivir y de vivir bien. Es decir, lo económico íntimamente ligado a lo ecológico y a lo profundamente humano. [2]
De esta forma, la economía sería un factor fundamental para la política. La vida productiva estaría firmemente ligada a la vida activa. “Sin un mínimo de bienes es imposible la práctica de la virtud. Sin recursos en el ámbito de la alimentación, el vestido y la vivienda, no cabe pensar en el reconocimiento, en la aspiración al recuerdo, sino por vías no adecuadas.”[3]
En el capítulo introductorio de su libro Política5, Aristóteles distingue la economía de la crematística, esta última sería el arte de la adquisición y posible acumulación de bienes a través del comercio.[4] La crematística estaría basada en el valor de cambio y en el poder de compra que tienen las cosas para poder adquirir otras. Además, distingue la crematística al por menor, la que justifica y admite para poder adquirir los bienes necesarios para la supervivencia, pero siempre supeditada a la política y a la crematística al por mayor, la que radicalmente crítica y que surge cuando lo que se busca es el incremento desbocado de dinero y de bienes, más allá de las reales necesidades humanas básicas.
Con el paso de los siglos y con el nacimiento y fortalecimiento del capitalismo, la crematística desplazó a la economía (oikonomía) y usurpó perversamente su nombre. La vida productiva se convirtió en lo único importante y se independizó de la vida activa. De paso abrió la puerta a la Hybris, concepto griego que alude a la desmesura, al orgullo, prepotencia o confianza desmedida y exagerada de los que ostentan el poder, cifrado éste en el dinero y la acumulación. Al mismo tiempo, la ética, la mesura, lo bello y lo justo se fueron borrando de la vida cotidiana por la presión de acumular. Aristóteles consideraba esta acumulación de la crematística al por mayor en que devendría la economía, como el tráfico comercial más antinatural.
Karl Polanyi, el historiador económico, considera que lo hecho por el filósofo griego fue “probablemente la más profética observación jamás hecha en el campo de las ciencias sociales”. En su famosa obra La gran transformación,[5] Polanyi utiliza este criterio transformador de la economía en crematística, para referirse al concepto de economía instrumentalizado por el capitalismo naciente con el mundo moderno. A partir de allí, el dinero se convirtió en lo central y el mercado se hegemonizó en la sociedad. La ética sucumbió ante la acumulación. Con Maquiavelo, la política también toma el rumbo del fin justifica los medios y rompe con la ética.
El camino queda expuesto para que Don Dinero[6] se transforme en el nuevo fetiche, en la anhelada e idolatrada deidad, como lo denunció en su momento Carlos Marx. El modelo económico capitalista, creció de la mano con la Modernidad y con el desarrollo de la ciencia. El pensamiento científico se abrió paso entre otras formas de pensamiento y se entronizó como el único criterio de verdad. El pensamiento económico capitalista es guiado en la Modernidad por el principio de la ciencia de la separación del sujeto del objeto.[7] En este proceso el sujeto es lo importante y el objeto existe para ponerlo al servicio de aquel. Entonces, al poner al sujeto como centro de todo lo que lo rodea, ya sea la naturaleza u otros sujetos, son asumidos como meras cosas u objetos para manipular, para usar, utilizar, acumular o desechar. Es el mundo capitalista de la cosificación de las relaciones con los humanos y con la naturaleza.
El capitalismo y su nueva cara el neoliberalismo proponen un modelo de desarrollo, que resulta impuesto por los organismos internacionales de crédito y de presión (Banco Mundial, FMI y OMC). Este modelo está basado en la ganancia, en la acumulación, en el crecimiento económico. Empero, este crecimiento en los países dependientes como el nuestro, no genera desarrollo. Sus recetas han sido pensadas para otras latitudes y otras sociedades y resultan inadaptables, su racionalidad económica mecanicista no se ajusta a las realidades de los países pobres, en los que se pretende que la miseria sea erradicada como consecuencia de la liberalización de un mercado en el que los millones de pobres, en la práctica, se encuentran marginados. Además, estos mercados resultan restringidos y oligopólicos, y la actividad económica se orienta con sentido especulativo, lo que deriva en resultados concentradores que son socialmente terribles, dolorosos y excluyentes.[8]
Para el neoliberalismo, el crecimiento es un fin en sí mismo y la concentración de capitales se acepta como una consecuencia natural. La idea es un crecimiento ilimitado para acumular y acumular.
La economía de hoy, que sería la crematística repudiada ayer por Aristóteles, cuyo eje es la ganancia y la acumulación sin límites, todo lo mercantilizó, todo lo transformó en una cosa vendible y comprable. La vida, la salud, la recreación, el tiempo libre, la educación, el vestido, el ambiente, el paisaje y toda la vida activa fueron convertidas en simples cosas, en mercancías supeditadas a la vida productiva. Los impresionantes avances de la biotecnología, la bioinformática y la inteligencia artificial, permiten mejorar la esperanza de vida, combatir enfermedades y curas milagrosas, pero para los que las pueden pagarlas. Que son muy pocos.11
Por lo tanto, desde el enfoque del modelo económico del capitalismo y de sus nuevas caras, el neoliberalismo y la globalización, la economía es lo más importante. Todo, absolutamente todo, se debe subordinar a ella. Y la salud no escapa a este imperativo. Entonces, en este modelo capitalista alienante y excluyente NO hay enfrentamiento entre salud y economía. La economía es lo primero. Punto. Otra cosa es que el discurso político quiera mimetizar esta dominancia de lo económico.
La otra mirada.
Son innegables los avances del capitalismo. La ciencia, la técnica y la tecnología han logrado alcanzar unas metas destacadas. La biotecnología, la inteligencia artificial y la bioinformática han desarrollado avances y desarrollos impresionantes. Los lujos y caprichos, que logran acumular los pocos dueños del dinero prácticamente humillan la imaginación. Empero, a la par crece la miseria, la pobreza, la exclusión, el hambre, la enfermedad y la violencia. Es por eso por lo que es un rotundo disparate pensar que la salud pueda mejorar convertida en una mercancía.
Si nos decidimos a trascender la mirada lineal de la economía de crecimiento y acumulación, entenderemos que la política, la economía y la salud convergen, se entrecruzan y autolimitan, y nos mostrará que la mala salud es el resultado de la mala política y de la mala economía. En general, los economistas y los políticos solo reconocen la crematística como economía. Para ellos lo importante son los ajustes a los indicadores económicos sin importar las consecuencias sociales de esas medidas.
“Si las políticas económicas diseñadas por economistas, afectan totalmente -como, de hecho, lo hacen- la totalidad de una sociedad, los economistas ya no pueden pretender que su única preocupación son los problemas económicos. Tal pretensión sería poco ética, puesto que implicaría asumir la responsabilidad por la acción, pero no por las consecuencias de la acción.”[9]
La crematística al por mayor, o lo que aceptamos como la economía de hoy, valora el desarrollo de una sociedad por el crecimiento del producto interno bruto (PIB), que, exagerando un poco, es un indicador que mide el crecimiento cuantitativo de los objetos, la cuantificación de las cosas que se acumulan. Para buscar superar la crisis en la que nos encontramos, lo que se necesita es una propuesta para el desarrollo diferente, pensada y construida a escala humana, donde su guía sean los indicadores de los avances cualitativos de las personas, que les permita elevar individual y colectivamente su calidad de vida. Una apuesta por el desarrollo que entienda que hay límites. Que respete la naturaleza, la sociedad, al individuo y piense en las generaciones que aún no están.
Un desarrollo que se refiera a las personas con su entorno y no a los objetos. Una propuesta que posibilite a las personas, a todas las personas sin exclusión, satisfacer sus necesidades humanas fundamentales de las que depende su calidad de vida y su proyecto de felicidad. Una apuesta que comprenda que no tiene sentido sanar a un individuo para luego devolverlo a un ambiente enfermo y que seguramente fue el que lo enfermó. Como lo expresa con seguridad la Dra. Esperanza Cerón: “no es posible salud humana sin salud ambiental”.[10]
Este sería un proyecto económico solidario, humanizante y esperanzador, como lo avizoró Aristóteles y después muchos otros pensadores, en el que la economía estaría al servicio de la sociedad y su contexto. Una apuesta por la calidad de vida de toda la sociedad y no de unos pocos. Donde la vida productiva esté al servicio de la vida activa y la naturaleza. Un proyecto incluyente y colectivo para enriquecer las relaciones humanas. Para la interrelación en el respeto. Una propuesta que ponga la vida en el centro y no la ganancia. 14
Desde este enfoque la salud dejaría de ser un negocio y una mercancía y recuperaría su valor como derecho fundamental. Un concepto de salud integral, en la que entendamos que ella es importante para la subsistencia por lo tanto requiere alimentación sana, abrigo suficiente y trabajo estable, edificante y bien remunerado. Que la salud requiere descanso, ocio, alegrías y entornos
gratificantes. Necesita seguridad social humana, eficiente y oportuna. Requiere respeto, solidaridad, autoestima, generosidad y mucho amor. Salud es imperativamente biocéntrica, con un ambiente sano, vigoroso.[11]
Mirado desde este enfoque tampoco habría un enfrentamiento entre economía y salud. La economía estaría a disposición de una sociedad sana para consolidar un buen vivir, una vida por la convivencia en paz, para disfrutar del ambiente, de la naturaleza y para construir solidariamente la felicidad individual y colectiva.
[1] Savater, Fernando. El valor de educar. Bogotá. Editorial Ariel. 1999. Pp. 45-46 2 Aristóteles, Ética a Nicómaco.
[2] Aristóteles, Ética a Nicómaco.
[3] Ballesteros, Jesús. Postmodernidad: decadencia o resistencia. Técnos. Madrid. 1990. Pp. 25-34 5 Aristóteles. Política.
[4] Cendra Jaume, Stahel Andri, Cano Marcel. Oikonomía vs. Crematística. Sostenibilidad No 7. Dialnet.
Barcelona. 2005. Pp. 47-71
[5] Polanyi, Karl. La gran Transformación. Ediciones de La Piqueta. Madrid. 1989
[6] Angarita, Agustín. Poderoso señor es don dinero. El Nuevo Día. Ibagué. Octubre 7 de 2005. Pp. 7
[7] Sotolongo, Pedro y Delgado Carlos. La revolución contemporánea del saber y la complejidad social. Clacso.
Buenos Aires. 2006. Pp. 47-63
[8] Max-Neef, Manfred et al. Desarrollo a Escala Humana. CEPAUR. Santiago Chile. 1996. Pp. 12-52 11 Harari, Yuval Noah. 21 lecciones para el siglo XXI. Barcelona. Penguin Random House. 2019.
[9] Max-Neef, Manfred. Ibíd.
[10] Cerón, Esperanza. Epistemologías para mirarnos con otros ojos. Conetso. Popayán. 2017. 14 Lécaros Urzúa, Juan Alberto. La ética medioambiental: principios y valores para una ciudadanía responsable en la sociedad global. Acta Bioéthica. Santiago de Chile. 2013; 19(2): 177-188.
[11] González Oreja, José Antonio. La ética y el medio ambiente. Ciencias 91. Puebla (México). Julioseptiembre. 2008
BIBLIOGRAFIA.
ANGARITA, Agustín. 2005. Poderoso señor es don dinero. Ibagué. El Nuevo Día.
ARISTÓTELES. 1993. Política. Barcelona. Ediciones Altaya.
ARISTÓTELES. 2009. Ética a Nicómaco. Madrid. LID Editorial Empresarial.
BALLESTEROS, Jesús. 1990. Postmodernidad: decadencia o resistencia. Madrid. Técnos.
CERÓN Villaquirán, Esperanza. 2017. Epistemologías para mirarnos con otros ojos. Popayán. Conetso.
GONZÁLEZ Oreja, José Antonio. 2008. La ética y el medio ambiente. Ciencias 91. Puebla (México). Julio-septiembre.
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MAX-NEEF, Manfred et al. 1996. Desarrollo a Escala Humana. Santiago Chile. CEPAUR. POLANYI, Karl. 1989. La gran Transformación. Madrid. Ediciones de La Piqueta.
SAVATER, Fernando. 1999. El valor de educar. Bogotá. Editorial Ariel.
SOTOLONGO, Pedro y Delgado Carlos. 2006. La revolución contemporánea del saber y la complejidad social. Buenos Aires. Clacso.
Agustín Ricardo Angarita Lezama
Foto tomada de: EL TIEMPO
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