Teníamos un margen muy estrecho para salvar la democracia norteamericana en este año, y puede que hayamos iniciado ese viaje. Para empezar, es probable que los demócratas mantengan el Senado. Catherine Cortez Masto parece estar en camino de lograr una apretada victoria en el estado de Nevada una vez que se cuenten todos los votos. Ese éxito, junto con la casi segura victoria del demócrata Mark Kelly en Arizona, significa que los demócratas mantendrán probablemente 50 escaños en el Senado, gane o no Raphael Warnock la segunda vuelta del 6 de diciembre en Georgia.
Así que aun en el caso de que los demócratas pierden por muy poco la Cámara de Representantes, Biden dispondrá de un Senado que puede confirmar nombramientos, llevar a cabo investigaciones y bloquear la enloquecida legislación republicana. Y si queda claro que los demócratas han mantenido su control hasta sin el escaño de Georgia, es probable que eso deprima la participación republicana, más que la demócrata, cuando voten los georgianos. El secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, un republicano anti-Trump, logró la reelección, y podemos pues esperar un recuento de votos honesto.
Más notablemente, las reclamaciones anticipadas de Trump sobre el fraude electoral, así como los intentos republicanos de utilizarlo en su beneficio, se desvanecieron por completo. Las apelaciones de Trump fueron ampliamente ignoradas. En casi todas partes, resultaron unas elecciones normales.
Se bloquearon los esfuerzos de intimidación de los votantes en los colegios electorales. Con algunas excepciones, hasta los tribunales conservadores se negaron a mostar connivencia con las estrategias republicanas para disuadir o deprimir el voto.
En todas las contiendas importantes supervisadas por la AP [Associated Press], el perdedor ha aceptado la derrota. La mayoría de los candidatos republicanos que hicieron campaña en los estados en torno a las reclamaciones de fraude en las votaciones resultaron derrotados.
En su mayor parte, los funcionarios electorales estatales y locales, de ambos partidos, se comportaron como profesionales, defendiendo el derecho al voto. Los pocos casos reales de problemas técnicos con la votación, como los de Filadelfia y el condado de Maricopa, en Arizona, se rectificaron rápidamente. Todavía queda una buena parte del recuento de votos, pero todo indica que se está realizando sin problemas.
Y como señala nuestro colega Miles Rapoport, “además de negarles la vitoria a los negacionistas de las elecciones en los estados más importantes, los votantes de diversos estados aprobaron iniciativas electorales para ampliar el voto y las opciones de voto”.
Rapoport señala que en Michigan los votantes aprobaron una medida que exige disponer de nueve días de votación anticipada, un incremento de los buzones de votación y más tiempo para contar los votos en ausencia. Arizona promulgó una iniciativa que exige más transparencia en las aportaciones a las campañas. Y los votantes de Connecticut aprobaron una enmienda constitucional que permite el voto anticipado.
En el ámbito municipal, Portland (Oregón) aprobó un nuevo plan de representación proporcional multimiembros y de voto por orden de preferencia. En Oakland se aprobó un programa de vales de financiación pública y se amplió la transparencia de las elecciones locales. Y en Seattle, una iniciativa de voto por orden de preferencia está resultando muy reñida.
El hecho de que los candidatos o activistas republicanos no se enganchen al banderín de Trump sobre el supuesto fraude electoral es otra señal de la disminución de la influencia de Trump, tanto en su partido como entre los votantes. Gran parte de la reclamación de elecciones robadas comenzó con Trump. Y como signo de una democracia enferma, bien podría terminar con él.
La batalla para salvar la democracia está lejos de haber terminado, pero estas tendencias son una señal de que al menos la fiebre del “fraude electoral” ha llegado a su punto máximo. Por supuesto, varios de los problemas más profundos de la democracia siguen estando presentes: las grotescas cantidades de dinero de intereses particulares que se invierten, las manipulaciones partidistas (“gerrymandering”) y la apropiación por parte de la extrema derecha del Tribunal Supremo.
A escala local y de los estados, la lucha para evitar que la legislación partidista y la interferencia oficial disuadan de votar seguirá siendo una guerra de trincheras. En Florida, por ejemplo, se ha logrado socavar una iniciativa electoral aprobada por los votantes para devolver el voto a los exconvictos.
Pero ahora tenemos una buena oportunidad de reconstruir nuestra democracia. Esto no estaba en absoluto asegurado y todavía está lejos de ser algo seguro.
Para que la democracia se imponga ampliamente, es necesario repudiar a los candidatos de la derecha. Los demócratas tendrán que seguir concitando el apoyo de los votantes en torno a la justicia económica, igual que hicieron en las elecciones intermedias de 2022. Tendrán que seguir desprendiéndose de los votantes de Trump, como hizo John Fetterman [senador electo por Pensilvania] de forma tan brillante. Tendrán que vencer en 2024 con un sólido programa progresista.
Como han señalado varios comentaristas, los republicanos están furiosos con Trump por ayudar a los republicanos a perder un escaño ganable tras otro, además de asustar a los votantes con sus propias payasadas. Queda por ver cuántos van a romper públicamente con él. Aunque Mike Pence, Mitch McConnell y otros son más abiertos en sus críticas a Trump, todavía podría retener suficiente apoyo de las bases MAGA [Make America Great Again] para lograr la designación como candidato de 2024.
Los trumpistas que no son Trump, como Ron DeSantis en Florida, podrían ser más peligrosos. Sin embargo, no está claro qué tan bien viajará alguien como DeSantis. Si los demócratas pueden atenerse al género de temas populistas progresistas que llevaron a Fetterman a obtener grandes avances en Pensilvania, pueden vencer a Trump o a DeSantis en 2024, especialmente en los estados del Medio Oeste en disputa en los que se decidirán las elecciones.
El pasado mes de abril, cuando las cosas parecían bastante sombrías para Biden y los demócratas, publiqué un libro titulado Going Big. En él, desafiaba la premisa convencional de que 2022 sería una ola republicana y sugería varias razones por las que los demócratas podrían vencer la maldición de mitad de mandato.
Señalaba yo que Biden podía no ser popular personalmente, pero que él y los demócratas habían cumplido con creces; que Biden no estaría en la papeleta, pero que Trump sí lo estaría, y que Trump causaría estragos; y que las posturas republicanas en temas impopulares como el derecho al aborto ayudarían a los demócratas. También señalé que la competición individual al Senado pintaba bastante decente para los demócratas. En ese momento, la gente apreció mis esfuerzos por mantener viva la esperanza, pero pensó que era yo un poco iluso, por no decir delirante. Pues bueno, tal vez no.
El martes se demostró que los Estados Unidos continúan siendo una democracia. Vamos a tener que seguir luchando como locos para que siga siendo así.
Deja un comentario