Arato: Nancy, hace una semana mantuvimos una conversación en Great Evremond (Massachusets) acerca de las elecciones, y hubo una cosa que dijiste que de verdad me sorprendió. Si me permites parafrasearte, afirmaste algo así como que “lo peor de estas elecciones es que debido a las declaraciones y afirmaciones tan salvajes de Trump, y a los ataques que se centran en eso, estamos descuidando totalmente las verdaderas cuestiones que se han mezclado con su candidatura, y con la de Sanders anteriormente”. ¿En qué pensabas exactamente? ¿Puedes resumir cuáles son esas cuestiones o cuáles eran?
Fraser: Sí, has captado exactamente mi propósito. Me sorprende el contraste tan agudo entre los debates tan estimulantes de las primarias, que ponían en tela de juicio el sentido común neoliberal reinante, y la moralización pegada al presente, que ha clausurado todo ese cuestionamiento so capa de la necesidad de combatir el “grave peligro” que representa Trump. Esto lo encuentro a la vez desmoralizador y exasperante. Es cierto, por supuesto, que Trump es un regalo que sigue dando mucho, que nos sirve una incesante serie de provocaciones, cada una más indignante que la anterior, y que proporciona a los defensores del presente orden un suministro inagotable de pretextos para eludir las cuestiones que salieron a la superficie durante la campaña de las primarias.
Pero es la reacción de la clase política y las élites “que piensan lo correcto” lo que más me desquicia. Esta es la verdadera “corrección política”, no lo que sucede en los campus y en lo que se amparan los conservadores. Es el esfuerzo calculado de la campaña de Clinton por agotar el reloj y truncar la agenda política. Suscitan la indignación moral respecto a Trump con el fin de garantizar que no quede espacio para hablar de la “economía amañada”, la necesidad de una “revolución política”, los costes sociales del “libre comercio” neoliberal y la financiarización, la pésima distribución de esos costes y la política exterior norteamericana, incluyendo el “cambio de régimen”, la “guerra contra el terror” y el futuro de la OTAN. Y están impidiendo hablar de esas cosas justo en el momento en que la gente de todo el mundo proclama de maneras diversas (Brexit, Podemos, etc.) que están hartos del actual orden social y dispuestos a contemplar la posibilidad de cambiarlo. Esto, bastante más que el mismo Trump, es lo que ahora mismo verdaderamente me solivianta.
Arato: Estoy desde luego de acuerdo en que el debate de las cuestiones más importantes, aparte tal vez del de la inmigración, se ha interrumpido, y añadiría que como suele suceder en la mayoría de las campañas dominadas por los medios al estilo norteamericano. Afirmas con razón que ese debate se produjo durante las primarias. Pero casi todos los campos con cuestiones de importancia los abordaron o Sanders o Trump, o en algunos casos los dos. Creo que Trump acertó al descubrir que los otros republicanos no representaban las necesidades e intereses de la mayoría quizás de sus votantes y recurrió de modo muy inteligente al comercio, el sistema político amañado y la política exterior para atraer a su lado a quienes se quedaron fuera o tenían incluso la sensación de ser víctimas lo mismo durante las administraciones republicanas que demócratas. Que ello entrañara algo de principios tiendo a dudarlo. Esos principios estaban detrás el discurso de Sanders, muy eficaz también. Pero Clinton no era tan débil como las “estrellas” republicanas, además de que el DNC [Comité Nacional Demócrata, órgano que rige el Partido] le prestara alguna ayuda que necesitaba. En cualquier caso, fue primordialmente el voto de los afroamericanos el que condujo a la derrota de Sanders. Así que, salvo en la medida en que Clinton incorporó unas cuantas de sus ideas, que se han presentado de forma que ya no ponían en tela de juicio al lado demócrata, en su campaña se acabó el debate.
Trump tiene ahora que apelar a los republicanos más convencionales y tiene por tanto que mostrarse más suave respecto al comercio, la política amañada, los impuestos injustos y hasta la política exterior, a menos que tenga que resucitar algunos asuntos en contra de Clinton. Vale. Esa es la razón por la cual se interrumpió en mi opinión el anterior debate al que te refieres, más que el bloqueo coordinado políticamente correcto de los medios en nombre de diversos intereses creados, sobre todo la campaña de Clinton. Pero asumamos que llevas razón en lo referente a todo eso. Mi pregunta es esta: ¿por qué no renueva Sanders sus argumentos anteriores y los dirige principalmente contra la campaña de Clinton y los medios que simpatizan con ella, como haces tú? Podría dominar el debate en los “blogs”, por no decir en los medios convencionales que tampoco podrían permitirse silenciarle por completo. Si las cosas son tal y como las presentas, tiene él que ver y comprender la misma cosa. Por mi parte, admiro personalmente muchísimo su “ética de la responsabilidad”, acaso porque también yo temo lo que más parece temer él de todo, una victoria de Trump ¿Tú no tienes grandes temores a ese respecto?
Fraser: Haces algunas buenas observaciones acerca del proceso que llevó al bloqueo del debate crítico. Y tú suscitas una pregunta interesante respecto a lo que hay detrás de la decisión de Sanders de silenciar los temas que inspiraron a tanta gente a lo largo y ancho de la campaña de las primarias. Puede que tengas razón en que ha optado por renunciar a perseguir “lo mejor” con la esperanza de evitar “lo peor”. La verdad es que no sé qué es lo que está pensando. Pero, en todo caso, tengo dudas respecto a esa estrategia. El problema es que no afronta las condiciones que han permitido el ascenso de Trump. Entre esas condiciones se encuentra lo que Sanders sucintamente denomina “economía amañada”, que ha ido redistribuyendo riqueza y renta hacia arriba a escala masiva durante los últimos treinta años, en parte por la destrucción de sindicatos, la precarización del trabajo y la succión del valor de los hogares por medio de la deuda depredadora. En ello también se cuenta el sistema político amañado que apoya y protege la economía, mientras demócratas y republicanos conspiran para suprimir cualquier propuesta de reforma estructural seria, hasta cuando sus demás batallas saturan la esfera pública y chupan todo el oxígeno que hay en ella.
Esa estrategia de connivencia para silenciar toda la problemática de la redistribución, a la vez que se enzarzan ruidosamente en la del reconocimiento, ha funcionado sorprendentemente bien hasta hace muy poco. Pero ahora se ha destapado la olla. Y lo que ha surgido es una rabia populista que aterroriza a las élites liberales y sus partidarios, a la vez que manda a muchos otros, por mucho que sea con renuencia, al bando de Clinton. Pero esa rabia no desaparecerá por el hecho de derrotar a Donald Trump en las urnas en noviembre, sobre todo teniendo en cuenta que los estrechos lazos de Hillary con Wall Street garantizan la continuación de la neoliberalización bajo su presidencia. Por el contrario, apoyar a Clinton simplemente ratifica y afianza aun más el timo de la “redistribución/reconocimiento”, mientras la gente que “piensa lo correcto” cierra filas en contra de los “deplorables” [epíteto con el que Hillary Clinton se refirió a la base electoral de Trump]. De hecho, la rabia que sienten muchos de los que apoyan a Trump es bastante legítima, aunque (buena parte de ella) esté actualmente mal orientada en contra de los inmigrantes y otros chivos expiatorios. La respuesta adecuada, creo yo, consiste en reconocerla y reconducirla a las depredaciones sistemáticas del capital financiero. Así es precisamente cómo entendía yo el proyecto de la campaña de Sanders. Y me siento decepcionada de que, por lo visto, se haya aparcado ese proyecto. Sobre todo teniendo en cuenta que hay otra opción bastante mejor: me refiero a la veterana táctica de izquierdas de apoyo crítico a una candidata que presenta graves problemas. Apoyo crítico significa acompañar la recomendación de votar a ese candidato en estados indecisos con una crítica vehemente de sus medidas políticas y hacer campaña de modo explícito por alternativas al estilo de la de Sanders. Significa una estrategia “sin paños calientes” que mire más allá de noviembre hacia la lucha en curso por construir una nueva izquierda norteamericana.
Arato: Estoy de acuerdo con la última frase en lo que respecta a lo que debería ser nuestra meta a largo plazo. Y creo que señalas cosas interesantes tanto teórica como estratégicamente con las que estoy de acuerdo, pero sólo en parte. Con respecto al diagnóstico teórico, es verdad que en la última época las luchas por la igualdad de estatus desempeñaban el papel principal, y se ha descuidado el igualamiento de la posición económica, así como el poder político, viéndose desfavorablemente afectados, como tú dices. No creo que esto sea función de la gran estrategia de nadie como del ascenso y proliferación de movimientos e iniciativas orientadas hacia la identidad. Es cierto, el consenso “neoliberal” ha hecho mucho más fácil lograr el “reconocimiento” en lugar de la “redistribución”. Lo que es más importante, sin embargo, es que no creo que la distinción entre reconocimiento y redistribución capte bien lo que entraña. En primer lugar, la línea entre ambos no es tan nítida. El reconocimiento de las legítimas demandas de identidad conduce lógica, y probablemente de manera empíricamente demostrable, a la mejora económica del estatus realzado.
Asimismo, la mejora de la posición económica y el poder de negociación incrementan el estatus. Igualmente importante es que, aunque siga siendo interesante la tipología histórica de Polanyi de la reciprocidad-mercado y la redistribución, en las modernas condiciones económicas la última categoría capta sólo parcialmente lo que los igualitarios deberían hacer y desde luego demandan, cuando el desarrollo económico no tiene un carácter de suma cero. Rousseau ya previno en contra del igualamiento mediante la confiscación o expropiación. Las medidas socialdemócratas no quieren decir confiscación, diga lo que diga la derecha, puesto que tienen una dimensión positiva en términos de desarrollo. Las infraestructuras, financiadas mediante la fiscalidad, benefician a todos, no sólo a los pobres. De modo más general, la fiscalidad y la política social pueden significar un juego de suma positiva al incrementar el consumo y limitar el comportamiento depredador con consecuencias irracionales para el capital, así como para el trabajo y los consumidores. De modo que si entendemos por redistribución política social y regulación política, y no simplemente quitarle a los ricos para dárselo a los pobres, estoy de acuerdo con tu énfasis, pero creo que debería recurrirse a una categoría diferente. Y desde luego, nosotros en particular no deberíamos criticar las luchas supuestamente sólo liberales a favor del reconocimiento, que han tenido en los últimos tiempos espectaculares consecuencias en la vida de muchas de las identidades movilizadas.
Respecto a tu estrategia, una cosa me preocupa. Atacar a Clinton en los estados [electoralmente] en disputa, aunque anunciemos nuestro “apoyo crítico” va a suponer perjudicar el total de votos. Votar por Stein incluso en estados ya seguros [para los demócratas], lo cual no es ciertamente algo por lo que hayas abogado, acrecienta el estatus del candidato sin posibilidades, dado el carácter de las reglas electorales norteamericanas, y esto puede sumarse al total de ella incluso en estados en disputa. Deberíamos acordarnos de Nader, y no solo en Florida en el año 2000, y dado el margen cada vez más estrecho en estas elecciones, deberíamos escoger una estrategia distinta. En mi opinión, deberíamos apoyar a Clinton recalcando su reciente adhesión (sea o no genuina) a varios de los temas de Sanders: alza del salario mínimo, gasto en infraestructuras, apoyo a los estudiantes y renegociación de algunos tratados comerciales, junto a su énfasis en una nueva política de inmigración, el nombramiento de jueces que revoquen Citizens United [el dictamen del Tribunal Supremo que eliminó las barreras a la financiación privada de las campañas electorales] y la libertad de elección [respecto al aborto]. Puede que ella esté dispuesta a abandonar algunas partes de este programa, y debemos estar igualmente listos para hacer que se ciña a ellos ahora o más tarde.
Lo que es igualmente importante, deberíamos hacer exactamente lo que están haciendo Sanders y Warren, luchando por que salgan elegidos más demócratas en ambas cámaras del Congreso. Esto resulta especialmente importante, porque dado lo estrecho del margen de estas elecciones, Clinton trata de atraer cada vez más a los “¡¿moderados?!” dentro del Partido Republicano. Puede que trate luego de gobernar fiando en ellos, y no sabemos si serían muchos los que cooperaran. La única manera que tenemos de evitar la formación de un nuevo centro-derecha consiste en el equilibrio de al menos una de las cámaras. Eso permitiría mínimamente la importantísima elección de un juez (o jueces) progresista(s) para el Tribunal Supremo, pero también podría bloquear al centro-derecha impidiéndole establecer una política a su gusto. Es verdad que solo si ambas cámaras fueran demócratas podría una izquierda renovada recurrir a su influencia para orientar positivamente la política. Pero, puesto que es bastante improbable hoy que arrase Clinton, esa plena reorientación puede ser posible solamente en 2018. Deberíamos empezar a trabajar ya en ello.
Fraser: Estamos de acuerdo en muchos puntos, Andrew. Pero hay diferencias, y me parece que giran en torno a lo que se entiende por “apoyo crítico” a Clinton. Tu interpretación, tal como yo la entiendo, se centra simultáneamente en derrotar a Trump y “empujarla [a Clinton] a la izquierda” en cuestiones como el salario mínimo, el “libre comercio” y la deuda estudiantil. Aunque ese enfoque es ciertamente honroso, lo considero sin embargo inadecuado, porque permite la lamentable elección entre opciones electorales que se nos han puesto delante para definir los términos de la política de izquierdas. Prefiero guiarme por un objetivo a largo plazo que se asiente en un análisis crítico de la presente coyuntura. Lo que debería encuadrar el pensamiento de izquierdas, en mi opinión, es que se tambalea (si no todavía el derrumbe) el proyecto neoliberal y el abierto rechazo del mismo por parte de estratos significativos en los EE.UU. y en otros lugares. Ese proyecto, hegemónico desde los años 70, no sólo ocasionó el derrumbe casi completo del sistema financiero global, exacerbó el calentamiento global y una subida masiva de la desigualdad y la precariedad, como ya dije, sino también algunos avances para las mujeres y las minorías, aunque mucho de esto último era más simbólico que material para todos salvo para las clases profesionales-directivas, y algo bastantes menos substancial que las conquistas que conseguiría un orden social igualitario. En todo caso, son las perspectivas que abre esta situación en su conjunto, y no las opciones hoy en oferta por parte del sistema bipartidista, las que deberían constituir el punto de partida de los esfuerzos por definir una nueva política de izquierdas.
Propongo que fijemos el rumbo partiendo de la transformación histórica del capitalismo que comenzó en los 70 y ahora se está deshilachando. El aspecto estructural de esa transformación se ha comprendido bien: mientras que el anterior régimen facultaba al Estado para que subordinara los intereses a corto plazo de la empresa privada al objetivo a largo plazo de la acumulación sostenida, el actual autoriza a las finanzas globales a disciplinar al Estado y la población en interés inmediato de los inversores privados. Pero el aspecto político se entiende bastante menos. Yo lo caracterizaría en términos casi de Polanyi. Con el objetivo de fomentar el crecimiento mediante un nexo de producción masiva, consumo de masas y oferta pública, el capitalismo gestionado por el Estado representaba una nueva síntesis creativa de los dos proyectos que Polanyi consideraba inherentemente antitéticos: mercantilización y protección social. Pero se conjuntaron a expensas de un tercer proyecto nunca mencionado por Polanyi, que yo llamo emancipación, porque todo el edificio descansaba sobre la (incesante) depredación (neo-)imperial del Sur Global, sobre la institucionalización de la dependencia de las mujeres mediante el “salario familiar” y sobre la exclusión de la Seguridad Social por motivos raciales de los trabajadores agrícolas y domésticos.
Para los años 60, estas poblaciones se estaban ya movilizando activamente contra una negociación que les exigía pagar el precio de la relativa seguridad y prosperidad de otros. ¡Y con razón! Pero sus luchas se cruzaron fatídicamente con otro frente de lucha, que se desarrolló en paralelo en el curso de posteriores decenios. Ese segundo frente enfrentó a un partido en ascenso de defensores del libre mercado, decidido a liberalizar y globalizar la economía capitalista, en contra de movimientos sindicales en declive en los países capitalistas del centro, antaño la base más poderosa de apoyo de la socialdemocracia, pero hoy a la defensiva, si no enteramente derrotados. En este contexto, los “nuevos movimientos sociales progresistas” que tenían como objetivo derribar las jerarquías de género, sexo, “raza”-etnia y religión, se encontraron enfrentados a poblaciones que trataban de defender mundos de vida asentados, ahora amenazados por el “cosmopolitismo” de la nueva economía financiarizada y post-industrial. La colisión de estos dos frentes de lucha produjo una nueva constelación política: los postuladores de la emancipación se unieron a los partidarios de la mercantilización para emprenderla con la protección social. El fruto de esa alianza es un neoliberalismo “progresista”, que celebra la “diversidad”, la meritocracia y la “emancipación” mientras desmantela las formas de protección social, expropiando los ahorros trabajosamente conseguidos por la clase obrera y afianzando una extendida precariedad.
Hillary Clinton es la encarnación misma de esta constelación. ¿Hay que sorprenderse de que a los partidarios de la protección social, que se sienten con razón rebasados por esta nueva alianza, les haya sacado de quicio? Abandonados por aquellos que han redefinido la emancipación en términos truncos, en amistad con el mercado, encuentran una especie de voz a través de Trump, con acentos de resentimiento y chovinismo. Lo que antes mencionaba como estafa de “redistribución/reconocimiento” es una versión resumida de este análisis. Lejos de proponer quitar a los ricos para dar a los pobres, uso esta expresión para clarificar la dinámica política de la carrera entre Clinton y Trump. Es una carrera, a mi entender, entre un partido “reaccionario” de protección social, por un lado, y un partido “progresista” que encubre una orgía de mercantilización alimentada por la deuda con una versión mutilada, meritocrática, de la emancipación, por otro.
Ahora bien, aquí está mi conclusión y la diferencia central entre nosotros: ¡en mi opinión, ¡la izquierda no debería optar por ningún bando en esta lucha! En lugar de aceptar los términos que nos presenta el sistema bipartidista, deberíamos trabajar por redefinirlos, valiéndonos del inmenso y creciente fondo de revulsión social contra el presente orden. En resumidas cuentas: en lugar de alinearnos con la mercantilización-más-emancipación en contra de la protección social, deberíamos centrarnos en forjar una nueva alianza de emancipación y protección social contra la mercantilización desenfrenada. Y no podemos hacer eso trabajando por derrotar a Trump y elegir a Clinton.
Lejos de “empujarla a la izquierda”, esa “honorable” interpretación del “apoyo crítico” sólo refuerza la actual constelación, mientras relegamos nuestros objetivos a largo plazo. Personalmente, me siento remisa a ver relegados los objetivos de la izquierda cada cuatro años por temor a un Bush o a un Trump…tanto más considerando que lo que se supone que ha de salvarnos de lo peor no hace sino fertilizar el suelo en el que germinan nuevos y aún más peligrosos hombres del saco, que a su vez justifican posteriores aplazamientos…y así sucesivamente, en un círculo vicioso (y esto sin mencionar siquiera que lo que se supone que va a salvarnos de lo peor puede ser esta vez peor en lo que toca a la política exterior). De manera que interpreto la idea de apoyo crítico de un modo que prioriza el proyecto de construir una nueva izquierda norteamericana aliando a las fuerzas de la emancipación y a las fuerzas de la protección social, por oposición a derrotar a Trump. Y supongo que ese es nuestro principal desacuerdo. .
Arato: Creo que es momento de poner fin a este interesante debate, puesto que nos estamos extendiendo cada vez más. El modelo por fases que sugieres no carece de interés: mercado y protección, segunda fase; mercado y emancipación, tercera, y luego la siguiente imaginada: protección y emancipación (¿sin mercados?). Yo mismo tampoco he creído nunca mucho en esas teorías de la historia, aun cuando me influían Marx y Lukacs, aun cuando no las creyera “vulgares”. No tengo problemas con un movimiento que tome como objetivo la emancipación y la protección mientras no imaginemos que podemos eliminar en la sociedad moderna el papel económico fundamental de los mercados. ¿Supone eso una apuesta en estas elecciones? Indirectamente, quizás. ¿Debemos elegir entre dos estrategias? La primera apoya a Hillary de modo entusiasta, sobre la premisa de que es más probable que se muestre abierta y se vea influida por estrategias e iniciativas de protección y emancipación que Trump. El argumento no resulta muy persuasivo, dado lo probable de que una presidenta Clinton, en un gobierno dividido, dependa de los republicanos, algo que ya aparece de modo destacado entre sus partidarios y en sus anuncios. Parecía que yo abogaba por algo así en mi última intervención, pero debo confesarlo sin ningún optimismo, y ateniéndome a la perspectiva ahora improbable de que salgan elegidos demócratas suficientes para acabar con un gobierno dividido.
El segundo argumento, asumiendo que la elección sea entre males iguales, define el apoyo crítico como no elegir entre ninguna opción en absoluto, esperando que esto contribuya de algún modo a la construcción de una izquierda imaginada. Aun sin mucha esperanza en esta última perspectiva, podría apoyarla si la elección fuera entre dos alternativas igualmente malas. Pero no lo es, no porque Clinton sea tan buena sino porque Trump resulta tan peligroso. Tú no ves y no puedes ver esto porque creo que has introyectado los temas de la antiglobalización con los que juega él de modo ocasional, y debido al apoyo que recoge entre las víctimas. Él te parece mejor en protección y Clinton, mejor en emancipación, de ahí que veas un empate normativo.
Lo siento, pero yo no lo veo. Aun en esos términos, gana Clinton al abogar por la subida del salario mínimo, un enfoque diferente del comercio, el apoyo a matrículas universitarias con carácter universal, además de las formas de “reconocimiento” que tienen implicaciones “redistributivas”. Pero esto no es lo principal. Trump forma verdaderamente parte de un movimiento internacional para revertir los procesos de democratización que se iniciaron en los años 70 y han continuado hasta nuestro tiempo.
Tú sabes que soy vehemente lector de Károly Polányi y con razón. Así que trata de recordar lo que él describe como desenlace histórico de la crisis y el derrumbe de la primera globalización. El New Deal (y el estado keynesiano) fue un desenlace, pero hubo otros mucho más dominantes y probables en la época: el fascismo y el estalinismo. Y lo que es importante, las izquierdas radicales cooperaron de modo intenso en estos dos desenlaces, cada uno de los cuales, por cierto, combinaba dimensiones de izquierda y derecha. El elemento común en cada caso era el rechazo a apoyar a la democracia (a causa del odio al liberalismo), el rechazo a decidirse de verdad por una opción, ya fuera en el caso de la lealtad de partido de la Oposición de Izquierda en la Unión Soviética (véanse las memorias de Victor Serge) o la línea “socialfascista” del KPD en Alemania. La Historia, por supuesto, no se repite. Lo que tú y otros llamáis de manera muy confusa el “orden neoliberal” no se ha venido abajo, aunque esté en crisis. Trump no es Hitler, ni siquiera Mussolini. Pero el movimiento histórico contra la democracia liberal es bien real: de Correa y Maduro a Putin, de Orban y Erdogan a Al Sisi, con el Brexit y diversos movimientos fuertes, populistas de derechas, entremedias. Trump forma parte de todo eso; la línea entre populismo de derechas y de izquierdas es fácil de trascender, como en el significado flotante de Laclau.
Debemos evitar todas las formas de populismo de izquierda en nuestro bando. La explicable debilidad de Obama como presidente no debería hacernos pensar que los presidentes norteamericanos carecen de poder. El Partido republicano es, como mínimo, un desastre ideológicamente, y si gana Trump, se convertirá indiscutiblemente en su líder, con las dos cámaras y, pronto, con el Tribunal Supremo respaldándole. ¿Parecería así probable la perspectiva de formación de una “nueva izquierda” durante su presidencia? Lo dudo seriamente. No sabemos cómo gobernaría, ese es exactamente el problema con todos los populismos. Pero hay muchas posibilidades de que opte por una opción movilizadora derechista, que deje la economía en ruinas y requiera ulterior represión.
Dices que te niegas a aceptar los términos del sistema bipartidista norteamericano. Votar por Stein o por Johnson, o no elegir entre Trump y Clinton, no hará más que confirmarlo. Sin embargo, hay cosas que se pueden hacer, como luchar por candidaturas nuevas bien organizadas en los estados, e, intelectualmente, argumentar en favor de la representación proporcional, de eliminar el dinero de la política, de abolir la actual delimitación de los distritos [electorales, artificialmente manipulada a favor de los republicanos] en la mayoría de los estados, así como de desarrollar programas plausibles para partidos nuevos, algo que ni siquiera Sanders tenía. Tirar el voto optando por Stein o Johnson significa votar por Trump en el sistema existente, que será el sistema hasta que se cambie. Es decir, hasta que se reforme, porque el concepto de revolución política introducido por Sanders o es un sinsentido o es equivalente a una reforma significativa.
No soy entusiasta en lo más mínimo respecto a Clinton, una candidata muy poco atractiva, la cual, junto a su marido, hizo uso de su estatus y poder para hacerse increíblemente rica, y que sigue demasiado cerca de aquellos intereses que deberíamos debilitar y controlar. Así pues, no podía escribir un artículo entusiasta a favor de ella. Pero, tratándose de política, y dada la debilidad del apoyo a Clinton en la izquierda, bien puede ser ese el tipo de artículo que escribiéramos si asumiéramos que lo que escribimos tiene verdadera importancia. Tu lenguaje de no tener que elegir ayudaría a Trump, y mis advertencias acerca de Trump no es probable que desalienten a izquierdistas carentes de conocimiento histórico de votar por un mal muy radicalmente menor.
Fraser: Sí, Andrew, llevas razón. Nuestras respuestas se hacen más largas, desde luego, pero eso es porque estamos profundizando en el debate y sacándole punta a los temas. Así que no puedo resistirme a hacer un último comentario, aunque estoy de acuerdo en que deberíamos redondear esto antes de acomodarnos para ver el debate de esta tarde [de las elecciones presidenciales, entre Clinton y Trump].
Déjame empezar por dos pequeñas clarificaciones antes de pasar al argumento principal. En primer lugar, cuando hablaba de alianzas movedizas entre las fuerzas de la mercantilización, la protección social y la emancipación, no estaba ofreciendo una “teoría por fases” de la Historia. Más bien estaba presentando una estrategia para diseccionar el conflicto social en las sociedades capitalistas. En efecto, estaba transformando la idea de Polanyi del doble movimiento en un triple movimiento. Esta última estrategia clarifica mejor la factura de la hegemonía por medio de diversas alianzas de dos-contra-uno. Pero eso no implica ninguna secuencia dialéctica mediante la cual haya de desenvolverse necesariamente la Historia.
En segundo lugar, por seguir utilizando el término “mercantilización” de Polanyi para designar un polo de este triple movimiento, no me veo más comprometida con la abolición del mercado de lo que se veía él, no más de lo que estoy por abolir la protección social o la emancipación. Como partidaria de un socialismo democrático de mercado, mi preocupación no se centra en la existencia de los mercados per se, sino antes bien en el carácter inherentemente desestabilizador de los mercados “autorregulados” (lo que es como decir mercados desregulados), que arrasan el mundo al subordinar la naturaleza, la sociedad y los seres humanos a la dinámica de la acumulación de capital desenfrenada. Contra esa suerte de mercantilización, los otros dos polos han de tener la consideración que merecen. Ese es el “contenido normativo” de mi apelación a una alianza contrahegemónica de la emancipación y la protección social contra la mercantilización (neoliberal).
Vale. Vamos ahora a la cuestión principal: comprendo que estás utilizando un argumento histórico audaz con implicaciones globales. Déjame hacer un resumen. Tú crees, primero, que Trump no es simplemente un mal candidato para presidente de los EE.UU. contra uno menos malo sino un síntoma o epitome de una ola mundial de movimientos sociales y políticos que están decididos a destruir la globalización (neo)liberal. Tú crees asimismo, y en segundo lugar, que esos movimientos son en el fondo neofascistas, aunque se exhiban como facetas del populismo, a izquierda y derecha. Y crees, tercero, valiéndote de la calamitosa experiencia de la “primera globalización”, que la única manera de evitar hoy un desenlace fascista consiste en privar a estos movimientos de la inyección de energía que les supondría alinearse con los que postulan la globalización (neo)liberal. Estoy de acuerdo con el primer punto, pero profundamente en desacuerdo con el segundo y tercero. Y estoy sobre todo en desacuerdo con tu supuesto subyacente de que la única alternativa al fascismo es siempre jamás el (neo)liberalismo y la globalización.
El problema es que, analíticamente considerados, el (neo)liberalismo y el fascismo no son verdaderamente dos cosas distintas, una de las cuales es buena y la otra, mala, sino dos caras interconectadas del sistema mundial capitalista. Aunque no son en modo alguno normativamente equivalentes, ambos son producto de un capitalismo incontrolado, que en todas partes desestabiliza hábitats y mundos de vida, dejando tras de sí tanto liberación individual como sufrimiento sin cuento. El liberalismo expresa ese primer lado, liberador, de este proceso, a la vez que pasa por encima de la rabia y el dolor ligados al segundo. Si se deja que se enconen en ausencia de una alternativa, esos sentimientos alimentan autoritarismos de todo género, entre ellos los que merecen de veras el nombre de fascismo y aquellos que, categóricamente, no. Dicho de otro modo, sin izquierda, el torbellino del “desarrollo” capitalista sólo genera fuerzas liberales y fuerzas contrarias autoritarias, unidas en perversa simbiosis. Así pues, lejos de ser un antídoto del fascismo, el (neo)liberalismo es socio suyo en el delito.
Llevas razón, Andrew, en que las apuestas son globales. Pero el verdadero talismán contra el “fascismo” (ya sea proto- or cuasi- o de verdad) es un proyecto de izquierdas que reconduzca la rabia y dolor de los desposeídos hacia una profunda reestructuración de la sociedad y una “revolución” política democrática. Hasta hace muy poco, no se podía siquiera avizorar, de tan asfixiantemente hegemónico como era el fraude de la redistribución/reconocimiento que antes describía. Pero gracias a Sanders, Corbyn, Syriza, Podemos –por imperfectos que sean todos – podemos visualizar un conjunto más amplio de posibilidades. La izquierda debe aprovechar este momento y resistir la presión macartista de cerrar filas junto a los neoliberales.
Es interesante, Andrew, creo que estás más cerca de esta posición de lo que puedas creer, al menos performativamente, si no ideológicamente. Tú mismo eres incapaz de reunir el género de apoyo entusiasta en favor de Clinton que dices que haría falta “si asumiéramos lo que escribimos tiene realmente importancia”. Y ofreces así un retrato desolador de sus defectos de carácter y su posición, aun cuando recomiendas su candidatura a otras personas. ¿Por qué no dar otro pequeño paso y conciliar tu verdadera opinión de ella con tu posición pública? ¿Por qué no emparejar tu apoyo crítico en los estados [electoralmente] indecisos con una crítica contundente de la depredación neoliberal en nombre de una izquierda independiente?
Nancy Fraser profesora de filosofía y política en la New School for Social Research de Nueva York. Su último libro: Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis (Londres, Verso, 2013).
Andrew Arato (Budapest, 1944) es profesor de Teoría Política y Social en el departamento de Sociología de New School for Social Research de Nueva York. Es conocido por su trabajo sobre constituciones y Teoría Crítica y fue codirector de la revista Constellations entre 1994 y 2014.
Fuente: Public Seminar, 26 de septiembre de 2016
Traducción: Lucas Antón
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