Permítanme formular tres contrapropuestas: 1- No hay ninguna razón imperiosa para subir los tipos de interés, ni ahora ni después. 2- Sin embargo, las futuras presiones sobre los precios son inevitables. 3- Es posible y necesaria una estrategia antiinflacionista progresiva que apoye el empleo y el nivel de vida y que no implique a la Reserva Federal.
¿Por qué aumentaron los precios este año? En primer lugar, porque los precios mundiales del petróleo se dispararon en la primavera de 2021, mientras que los problemas relativos a las cadenas de suministro afectaron la producción de vehículos nuevos y provocaron un aumento de los precios de los vehículos usados. Estos fueron los elementos principales. Se trata de acontecimientos puntuales -como en el caso del petróleo, que terminará en gran medida en julio- mencionados una vez por mes en los titulares porque el gobierno informa de las variaciones de precios de los últimos 12 meses [tasa de inflación de un año]. Aunque algunos efectos se mantienen, estos grandes cambios desaparecerán automáticamente de las noticias a medida que avance el año 2022.
Los salarios también suben, aunque un poco. Dado que la mayoría de los empleos en EE.UU. se encuentran en el sector de los servicios, estos salarios también son precios. Y son precios que se pagan -esto debería ser una obviedad- por personas más ricas que los trabajadores de los servicios. La supresión de los aumentos salariales para los trabajadores con salarios bajos es, por tanto, reaccionaria. Y es un resultado que sólo puede lograrse encadenando a estos trabajadores y a sus familias en la espiral de la deuda privada, y amputándoles su poder de negociación [en la medida en que la presión de su deuda aumenta la precarización] ante los empresarios.
Hay también otros elementos, como el aumento de los alquileres y de los precios de la carne. Pero en general, la “inflación” que hemos visto hasta ahora es claramente transitoria, como en el caso del petróleo o los coches, o una buena noticia, como en el caso de los salarios. Ninguno de los dos justifica una política de tipos de interés más altos. Ni ahora, ni por varios años, hasta después de las próximas elecciones presidenciales.
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¿Por qué si la Reserva Federal mantiene su línea, esto sólo puede perjudicar a los trabajadores? Porque para alcanzar un determinado objetivo de inflación -el 2% anual, digamos, como preferiría la Fed-, mientras algunos precios suben mucho más que ese 2%, eso significa que otros precios deben subir mucho menos, o incluso bajar. ¿De qué otros precios estamos hablando? En una economía de servicios, se trata principalmente de los salarios. Pero para reducir los salarios, se necesita una recesión y un desempleo masivo. ¿Quieren saber cómo funciona esto políticamente? Pregúntenle a Jimmy Carter [1977-1981: discurso de Carter en julio de 1979 ante el aumento de la inflación, que se achacaba en gran medida a los salarios que había que limitar, y ante una profunda recesión].
La idea de que la Reserva Federal puede (de alguna manera) bajar la inflación sin costo alguno se sustenta sólo en sinsentidos y en la irreflexión. El viejo eslogan de Milton Friedman “La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario” muestra hasta qué punto el pensamiento económico puede alejarse de la realidad. Existe la idea de que los “mercados de trabajo” se ajustan por sí mismos para preservar el pleno empleo. Algunos afirman que los programas de estímulo ante el Covid fueron demasiado amplios y que la economía va “demasiado rápido”. Todo esto es erróneo, lo que se vuelve obvio cuando nos damos cuenta de que hoy hay 2 millones de empleos menos en Estados Unidos que en 2019, cuando no había inflación propiamente dicha. Está claro que nos enfrentamos a cambios estructurales inducidos por la pandemia, algunos de los cuales no pueden ser revertidos y otros que no deberían serlo, pero ninguno de ellos puede ser ignorado por la Fed presionando al alza los tipos de interés.
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Y cada vez se avecinan más cambios estructurales, nos guste o no. Lo más importante es que Estados Unidos ya no gobierna el mundo. Tenemos que alejarnos -rápidamente, antes de que se produzcan más desastres- de los esfuerzos infructuosos por preservar un dominio militar y financiero que no podemos sostener. En segundo lugar, debemos abandonar los combustibles fósiles. Por último, la pandemia ha demostrado que es necesario alejarse de la cadena de suministro mundializada, no en todos los casos, pero sí en algunas áreas críticas, restableciendo la capacidad de producción nacional para hacer frente a las emergencias. Cada una de estas transiciones futuras ejercerá presiones sobre el nivel de precios. Y el argumento que se acaba de exponer volverá a aplicarse: hay que aceptar algunas subidas de precios, y otras deben gestionarse, lo mejor que podamos, mediante políticas que mantengan la situación bajo control y repartan las cargas.
¿Cuáles son estas políticas? Entre ellas figuran importantes inversiones en infraestructuras, transporte público, vivienda y reconstrucción urbana, medidas para combatir el cambio climático y leyes para aumentar el salario mínimo y garantizar el empleo. Una vez más, todos estos esfuerzos contribuirán, inicialmente, a un aumento de los precios. Esto se debe a que generan ingresos que no pueden gastarse inmediatamente en más bienes de consumo, a menos que exista lo que los economistas llaman “una oferta perfectamente elástica”: es decir, más bienes procedentes de China, sin costo adicional, que circulan sin problemas por la cadena de suministro. Olvidémonos de eso. En cambio, podemos suponer que los consumidores compren casas, coches de segunda mano y otros activos fijos, haciendo subir los precios. Y estas compras pasarán a registrarse, directa o indirectamente, en el índice de precios.
¿Cómo debemos manejar esas presiones? En primer lugar, poniendo a disposición los recursos que actualmente estamos desperdiciando. Sobre todo, deberíamos desmilitarizar y reorientar esos “materiales valiosos”, o sea habilidades y mano de obra para hacer las grandes inversiones que necesitamos aquí en el país. Las imprudentes políticas bélicas de los últimos 20 años ya acabaron con el dominio mundial del que una vez disfrutamos: Irak, Afganistán y ahora la situación en Ucrania son prueba de ello. La única manera de salir de este declive es ponerse a trabajar y reconstruir en el frente interno. Esto es lo que han hecho Alemania, Japón, Corea y China, y precisamente por eso son las potencias económicas líderes o en ascenso, mientras que nosotros estamos entre las que están en declive.
En segundo lugar, Estados Unidos necesita definirse a sí mismo. Desde la época de Reagan, la economía estadounidense ha pasado por oleadas de especulación -en el sector inmobiliario, en las tecnologías de la información, en las hipotecas y ahora de nuevo en el sector inmobiliario-, todas las cuales han llevado al colapso. En este caso, la solución es doble. En primer lugar, disolver o absorber los grandes bancos, restablecer una regulación eficaz y crear un sistema bancario público que sirva a un propósito público, como hizo Francia después de la Segunda Guerra Mundial. A continuación, gravar fuertemente los activos especulativos, incluyendo la tierra, los derechos minerales y la llamada propiedad intelectual, obligando a nuestros oligarcas a poner los pies en la tierra y reduciendo los impuestos a los trabajadores, a los consumidores y a los beneficios ordinarios de las empresas. Esto desinflará la “plutoeconomía”, esa parte de la economía de consumo alimentada por los excesos de los más ricos. Si alguien quiere llamar a eso “socialismo”, que lo haga.
En tercer lugar, para controlar los costos de la atención médica. ¿Cómo? Mediante la promulgación de un seguro de salud para todos (Medicare for All), incluyendo el poder que tiene un comprador gubernamental para negociar los precios de los medicamentos. Medicare for All es un sistema de control estratégico de precios dirigido a un sector clave; es potencialmente la herramienta antiinflacionaria más poderosa de que dispone el gobierno.
En cuarto lugar, el control de los alquileres. Como todos los sitios son únicos, el alquiler de viviendas es intrínsecamente una forma de poder del mercado [la capacidad de un administrador, en este caso, de dictar los precios]. Y si los propietarios merecen una rentabilidad justa, los inquilinos también merecen un trato justo. El control de los alquileres, gestionado por los consejos comunales, es la herramienta para conseguirlo y mantener bajos los costos de la vivienda.
Por último, utilizar controles de precios selectivos para frenar los abusos. La inflación siempre se ve agravada por los malos actores que abusan de su poder de mercado para obtener beneficios. La mejor arma contra esto es el consumidor competente, informado y organizado. El mayor experimento de democracia económica jamás intentado, la Oficina de Administración de Precios (OPA), dirigida por Chester Bowles de 1943 a 1945, desplegó más de 300.000 voluntarios civiles para controlar los precios. La OPA era odiada por las grandes firmas y fue abolida en 1946, precisamente porque era un contrapoder que realmente funcionaba.
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La izquierda debe tomar en serio la inflación, pero no porque lo que ya ha ocurrido sea tan importante. Y no porque nos enfrentemos al tipo de hiperinflación que favoreció a los nazis o que llevó al colapso de Zimbabue. Y, desde luego, sin someterse a los ideólogos cansados que han dominado los libros de texto de economía, la prensa financiera y las políticas de los bancos centrales desde los tiempos de Reagan y Paul Volcker [presidente de la Fed de 1979 a 1987].
La izquierda debe hacer frente a la inflación porque debemos ser realistas y estar preparados para lo que nos espera. Los progresistas no pueden pretender que nuestros desafíos se resuelvan por arte de magia o gratuitamente, sin afectar a los precios. El debilitamiento del poder mundial de Estados Unidos, el aumento del costo de los recursos, la transición energética y la crisis climática -así como muchas de las inversiones y políticas de empleo que estamos priorizando en respuesta a estos cambios- van a seguir presionando sobre el nivel de precios. La futura “inflación” es un reflejo condensado de esta realidad. Y la idea de que “la inflación es cosa de la Fed” no es más que una forma de negar esta realidad mientras se culpa de los inevitables costos del ajuste a los trabajadores estadounidenses, a sus familias, a los endeudados y a los pobres. Si la izquierda representa algo, debería tomar a su cargo una mejor orientación.
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