Hablar de desigualdad o inequidad dejó de ser un discurso académico en boca de intelectuales izquierdosos y copó todos los escenarios, volviéndose recurrente relacionar tal problemática con las raíces estructurales del modelo económico imperante. En lo social, además de la pauperización de vastos sectores, se consolidó el fenómeno de la urbanización del país acelerada por el conflicto armado, se estableció una capa amplia de clase media, ganaron espacio los sectores minoritarios de distinto tipo, las mujeres y los jóvenes afianzaron su protagonismo como actores indispensables para el cambio, dando lugar a la llamada explosión social de los últimos años que allanó el camino para que la propuesta de la izquierda tuviera su oportunidad en el ejercicio del poder, mientras la derecha se sumía en el colapso, sindicada, además, de haber permitido que la corrupción se convirtiera en una forma de gobierno y de relacionamiento con el sector privado.
Pero el triunfo de Petro no fue arrollador. Previamente, las mayorías políticas responsables del país recibido por el candidato del Pacto Histórico, se habían asentado con indudables mayorías en el congreso de la república. De allí que la primera decisión del Presidente, horas después de su triunfo, fue convocar a la unidad nacional y declarar que los límites del ejercicio del nuevo mandato eran los establecidos por la Constitución y la ley. Se despejó la sombra de esquemas de gobierno poco gratificantes como los de Venezuela y Nicaragua. Quedo establecido que el afán de cambio de los colombianos era tan fuerte –a la segunda vuelta presidencial pasaron los dos candidatos que lo pregonaron- que la vía de la negociación política no iba en contravía de poder cumplir con lo más sustancioso del programa de gobierno sometido a las urnas.
Petro tuvo muy buena capacidad de maniobra para seleccionar su equipo de gobierno acorde con sus expectativas, más allá de asumir compromisos con quienes no votaron por su propuesta política o aceitar adhesiones. Fue tanta su holgura que muchos o varios de los nombres designados eran unos desconocidos, carentes de experiencia o reconocimiento, lo que se pudo evidenciar cuando desbocados, algunos de ellos, hablaron ante los micrófonos o las cámaras, o estallaron la agenda legislativa con la radicación o el anuncio de múltiples proyectos de ley. Hasta hoy, todo lo relacionado con la formulación del Plan Nacional de Desarrollo, en cabeza del Departamento Nacional de Planeación, no ha logrado recoger las sinergias propias del equipo de gobierno y, hacia afuera, en la sociedad civil, la sensación es de cierta frustración porque los diálogos regionales considerados “vinculantes” no están exentos de demagogia e improvisación en manos de tecnócratas alejados de la visión y el talante del Presidente en muchos frentes.
Lógico que partidos como el liberal, conservador y la U, no se regalaron a cambio de simplemente sintonizarse con la época. Tienen cabida en el computador del Palacio de Nariño en manos de personas de entera confianza del gobernante. No es una dinámica nueva para Petro curtido en las lides del legislativo como congresista y con lecciones aprendidas por su paso por la alcaldía de Bogotá. La vocación de subsistencia de los partidos tradicionales hoy coaligados con el gobierno es tan fuerte que en el conservatismo se produjo la descabezada de su dirigencia institucional y en el liberalismo todos los días se deteriora la jefatura única de Cesar Gaviria.
La misma amplitud de miras, propia del realismo político de quien quiere triunfar luego de fracaso tras fracaso, demostrada por Petro Presidente para armar mayorías en el congreso y asegurar los votos para lo más grueso de sus propuestas de cambio, se había puesto de presente en la campaña electoral con la aparición del Pacto Histórico, como un instrumento aglutinador de fuerzas disimiles y el acercamiento del candidato a sectores no asimilables en campañas anteriores e incluso rechazados por los fundamentalistas del petrismo ortodoxo. Allí estribó el gran salto del Petro amarrado por los fundamentos y prácticas de la tradicional izquierda aislacionista y purista, al Petro convencido de que para gobernar se demanda negociar, tranzar, sobre unos mínimos que no son más que entregar unos cargos y ceder en lo marginal para conservar lo fundamental. La reforma tributaria fue aprobada, aunque trasquilada en sus alcances y no tan progresiva como era de esperarse, pero histórica por los avances que contempla; lo mismo el marco jurídico para la paz o ley de orden público, que dejó sentadas las bases para soñar con la paz total, mientras en el gobierno el otro impostergable reto es la seguridad ciudadana, ante la cual el discurso de la seguridad humana no es suficiente para contener la sensación de incertidumbre propiciada por todo tipo de delitos contra la vida, integridad y bienes de las personas. Mejorar la capacidad de reacción institucional, inmediata y efectiva, ante la delincuencia organizada, es tan crucial como construir la paz total.
En estos primeros cien días quedó clara la impronta de que transformar a Colombia si es posible. Le corresponde al gobierno nacional clarificar hasta donde llegará el cambio, para no terminar quemado con las expectativas. Un periodo de gobierno es muy poco ante las necesidades de tiempo y recursos, y una correlación de fuerzas que, si bien ahora es favorable, se puede dinamitar ante los riesgos existentes dado el poder económico de los contradictores y la persistente polarización política en las afueras del Congreso nacional y del Palacio de Nariño.
El escenario internacional es más que favorable. La cancillería de la paz ha actuado con audacia e innovación para reconstruir las relaciones internacionales del país. Petro goza de respeto en los confines del gobierno de Washington, en los círculos de poder y de opinión del mundo entero y capacidad de hacer aliados en la región. Su discurso sobre el cambio climático y la política de drogas, es poderoso. Pero Petro debe y puede ser profeta en su tierra.
Jorge Mejía Martínez
Foto tomada de: La Silla Vacia
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