Su nombre fue Juan de Dios, según tengo entendido escogido por su señora madre, pero comúnmente lo llamábamos Don Juan, o Camarada, Compa, Viejo, Abuelo que según contaba la historia, fue dado en las montañas del Caquetá en su lucha guerrillera o al menos así lo entendí. Inmensamente solidario junto a su compañera Pachita, su aguerrida y lucida Compañera en la inmensa mayoría de su proyecto de vida. Comprometidos con la justicia social y la liberación de los pueblos, su refugio era la casa de puertas abiertas para quienes llegaban en busca de abrigo y de diálogos faltantes para avanzar en las diferentes facetas de la lucha a cada lado de la frontera.
Llegué a la tierra de Bolívar como refugiado, huyendo de una guerra eterna, buscando nuevos horizontes en el país que estaba abriendo caminos para la construcción democrática de una nueva sociedad. El paso por su casa y entorno socio-político, fue de valioso cumulo de conocimiento en un constante y fascinante conversatorio. Su desprendimiento y voluntad solidaria con seguridad nunca borraremos. Sin olvidar sus charlas recordando historias, anécdotas y visiones sobre las trochas recorridas por él y su Pachita querida. Su ardua vivencia en ocasiones las convertía en divertidas historias colmadas de enseñanzas y siempre llenas de esperanza. Por igual siempre me llamó mucho la atención como llegaban desde ambos lados de la gran Colombia, personajes para consultarle sobre el quehacer político y social de nuestros países. Era todo un maestro.
Nunca dejó su alma campesina, contando con orgullo su historia ligada al mundo rural y su fascinación por trabajar la tierra con sus propias manos, siempre acompañado de su Pachita del Alma. Desde muy temprano se fue ligando a la lucha política en su natal Santander, haciendo parte del Cabildo de su ciudad capital. Y por su compromiso militante y estoicidad, se fue con su amada a extender su lucha por las montañas de Colombia, a esa patria agreste, profunda y olvidada. En reconocimiento a su valioso aporte día tras día, visitó diferentes territorios lejanos, pese a su fobia y terror a los vuelos. En sus viajes con la calma alicorada, no faltaban anécdotas con afamados acompañantes en aventuras viajeras, siempre contadas con su fino humor.
Nunca olvidaré su capacidad crítica, reflexiva e irreverente. Con frecuencia resalto en las conversas con cercanos, sus expresiones y saberes. Sigo agradecido porque me permitieron compartir sus espacios, sus enseñanzas. Por su infinita solidaridad. Fue una escuela siempre recordada. Por eso quizás pronuncio con frecuencia resaltando siempre su autoría, una frase reiterativa de Don Juan… “Entre más vivo más veo”.
John Elvis Vera Suarez
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