El nudo entre el uno y los otros, ese acople entre la transformación y los consensos, exige pasos estratégicos en, al menos, tres planos, para el progreso histórico, así este no tenga la profundidad ansiada.
Agenda y reformas
El primer plano es ocupado por las reformas sociales y políticas. Representan la dimensión objetiva y técnica del cambio; esas transformaciones que resitúan a los estamentos y las clases; a los sectores de la población en una condición más justa y equilibrada, con respecto a la distribución de ingresos, rentas y servicios, una forma de garantizar los derechos.
Por su calado institucional y por su alcance jurídico, pasan a conformar la agenda legislativa.
Dada la alta fragmentación en el Congreso, el avance de las leyes supone, si o sí, una sumatoria de apoyos que supere las distancias ideológicas entre gobiernistas e independientes, sin excluir a veces a los opositores.
No es fácil el hecho de llegar a acuerdos, pero estos se imponen como una necesidad, si es que existe entre algunos partidos el interés de aparecer asociados con reformas progresistas; solo que la viabilidad de estas, requiere de las modificaciones y ajustes que puedan tener lugar en los debates propios del Congreso. Así que, a mayor insistencia del gobierno en sacar adelante sus proyectos sin que sean tocados, surgirán menos posibilidades en favor de su aprobación.
La paz pero sin polarización
El segundo plano, en el que cambios y consensos van de la mano, es el de la solución negociada de los conflictos violentos, que aún sacuden al país, los de inspiración política y los propios de la delincuencia común.
Por cierto, la paz es un cambio, que al mismo tiempo consiste en un acuerdo. Solo que más allá de lo que significa la negociación con los grupos armados, surge la posibilidad de una amplia concertación para el respaldo a la llamada “paz total”.
Sin embargo, dos obstáculos se interponen para sólidos acuerdos en esa perspectiva. De una parte, la incertidumbre sobre el cierre definitivo del conflicto con la guerrilla, en otras palabras, sobre el hecho de que la negociación sea coronada por el abandono efectivo de las armas; y de otra parte, el estado de inseguridad y violencia que, de modo persistente daña el orden público interno, con el efecto colateral de lesionar la confianza entre los agentes sociales y políticos.
Participación y autonomía ciudadanas
El tercer plano del reformismo, la evolución y el consensualismo, no es otro que el definido por la participación ciudadana, el de la movilización de la sociedad civil, la que se traduce en la reproducción vivaz de las asociaciones. Constituye, por decir así, el elemento subjetivo del cambio, el nacimiento de sujetos colectivos.
Es la apropiación de los procesos del cambio por parte de las colectividades, de modo que dichos procesos no desciendan solo desde las instancias del poder, a fin de que el pueblo las reciba en forma pasiva. En ese caso, sobrevienen reformas, pero no verdaderos cambios en el sentido simbólico, en ese sentido cultural y antropológico en el que nacen y obtienen desarrollo las identidades históricas. Por lo demás, es lo que da lugar a la sociedad civil, como un agente colectivo repotenciado.
El fomento de acuerdos nacionales pasa por activar las bases populares; eso sí, no bajo relaciones de dependencia frente al poder constituido, no: más bien, de la manera, más autónoma posible; es decir, el pueblo con sus asociaciones y juntas, con sus ejercicios comunitarios, a impulsos de dinámicas autónomas; lo cual lo convertiría en un agente múltiple con capacidad de negociación, base para la construcción de consensos, libres de la subordinación.
A modo de colofón
Sobre estos tres planos, cabe pensar en los acuerdos amplios y heterodoxos que permitan reales avances; lo que en todo caso no será obvio, si falta la inteligencia política; unos avances que fundamentalmente debieran marcar las huellas para nuevas identidades y esperanzas.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: La FM
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