Aunque este debate no ha perdido vigencia desde hace la bobadita de 2.400 años, cuando Platón habló idealmente de un filósofo-rey, es factible examinar el asunto en un marco distinto, el del relato, el del orden simbólico incorporado en el discurso del “príncipe”.
Simbolización en el relato
El relato oficial, el de la narrativa presidencial, incluye por cierto:
- La idea de que después de 500 años de oprobio llega por fin el cambio: es la señal del nuevo amanecer, todo un imaginario histórico.
- Puesto que el presidente de izquierda representa el cambio, las fuerzas de la extrema derecha conspiran para dar un golpe. así sea blando pero efectivo: es la activación de la idea de persecución, de la que se es víctima.
- Sin embargo. El nuevo poder levanta una agenda de reformas, representativas de una transformación: es la bandera de la gobernanza positiva.
- El gobierno de avanzada apela entonces a la movilización popular para conseguir las reformas, frenadas por la inercia oligárquica: es la señal progresista de la dinámica de masas.
- El viejo sistema, además, acoge mecanismos y contratistas privados que potencian el fraude en elecciones: es la denuncia anticipada de a trampa.
Con esas marcas del relato -la trampa, la exclusión y la autovictimización, pero también la movilización y la promesa de una gobernanza buena y transformadora-, el nuevo poder articula un discurso con la presunta potencia para validarse.
Funcionalidades del lenguaje
El relato, hecho de imaginarios ideológicos; claro, no exentos de fundamentos históricos, ofrece el material rico en resonancias épicas para el discurso político.
Relato, ideología y discurso se amalgaman para producir sentido, el mismo con el que se conectan el líder y las bases; y con el que se definen los comportamientos alrededor de la lucha por el poder.
Así mismo, son factores que galvanizan la adhesión de los militantes y los simpatizantes, una adhesión que a veces termina en prejuicio y fanatismo.
Finalmente, dicha amalgama de relato, ideología y discurso llena los vacíos en materia de legitimidad; es el vehículo para que una nación reconozca como válido a un gobernante, proporciona los referentes para que su dominación sea identificada con valores, acordes con una simbolización positiva.
En síntesis, el relato en el que se articulan imágenes e impresiones sociales resulta simbólicamente funcional a la defensa de un poder.
Es con ese referente en la mano, como hay que considerar la llegada creciente de activistas al alto gobierno y concomitantemente el adiós de intelectuales, técnicos y académicos, hecho que ha tenido lugar desde hace un año.
La disciplina en torno al relato
La despedida de intelectuales y académicos en beneficio de algunos activistas es una circunstancia que no obedece tanto al desprecio por la formación técnica y profesional, cuanto más bien a una valoración exagerada del discurso y del relato.
Es una coyuntura en la que se imponen el discurso ideológico y el relato de imaginarios; en ellos concurren verdades, pero igualmente mentalidades cimentadas, todas ellas con sus sesgos, ideas recibidas y medias verdades, elaboraciones pre-concebidas; no sometidas a crítica y en cambio reproducidas ad-Infinitum.
El activista es decisivo en la formación de un partido y en la construcción de un poder. Pero su vocación lo hace más propenso a la militancia, sin necesariamente dar preámbulo a la duda y sin ser especialmente reflexivo.
Los intelectuales y académicos pueden introducir en la vida política, no solo sus competencias técnicas, sus experticias, sino sus dubitaciones y reflexiones, que hacen más complejos los procesos decisionales, sobre todo si son sujetos más o menos independientes. Todo lo cual, termina por desajustar el relato, con pretensiones “hegemónicas”; sus interrogantes y sus interpelaciones abren brechas al interior del discurso que aún no alcanza el estatuto de hegemonía ideológica.
Es por eso quizá que se ha fortalecido el “gabinete de los activistas” a expensas del “gabinete de los técnicos”: porque los intelectuales, técnicos y académicos subvierten el relato con el que el gobernante quiere justificar un modo particular de ejercer el poder.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: Infobae
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