El alcance de su victoria electoral va más allá del simple refrendo de dicha política: supone también el respaldo a la autorización dada públicamente a Kiev por los gobiernos de Francia, Bélgica, Alemania y Polonia de utilizar las armas de alta gama que le suministran para atacar objetivos militares en Rusia. Autorización dada igualmente por el Reino Unido y Estados Unidos. Autorización que representa un salto cualitativo en la hasta ahora inexorable ascensión de la guerra de Ucrania a sus últimos extremos de destrucción y muerte. Que fortalece aún más si cabe, a los halcones que en la próxima cumbre del G7, así como en el de la Conferencia de paz convocada por Suiza, defenderán la política continuar la guerra en Ucrania hasta que la misma concluya con la derrota estratégica de Rusia y el derrocamiento del régimen encabezado hoy por el presidente Vladimir Putin. “Putin no puede ganar”, como repite incesantemente Macron.
Cierto, de esta victoria apenas se tiene noticia debido a que los medios hegemónicos se ha concentrado en destacar el avance de lo que ellos mismo llaman la “ultraderecha”. O sea, en ese conjunto heterogéneo de partidos y movimientos políticos, en los que unos enarbolan la bandera del a la inmigración, otros la de la crítica de la cultura woke y unos y otros la defensa de la soberanía nacional y la crítica a la globalización y a la burocracia de Bruselas. Sin faltar quienes se oponen a la implicación de sus respectivos países en la guerra de Ucrania.
En este contexto informativo, Francia destaca sobremanera. Y se comprende: los vociferantes llamados del presidente Macron a enviar armas y tropas a Ucrania han sido respondidos por los electores en las urnas con una contundente derrota de su partido en las urnas. Obtuvo apenas un 15 % de los votos. Él, o sus asesores, han logrado sin embargo enmascarar ante la opinión pública esta contundente derrota con la audaz decisión de disolver la Asamblea nacional y convocar a nuevas elecciones. ¿El primer resultado? Desplazar el debate de la guerra en Ucrania al del enfrentamiento al auge de la ultraderecha. Que en el caso francés está representado por el partido de Marine Le Pen, que obtiene más del 30% de los votos en las elecciones al parlamento europeo. Mas del doble de los obtenidos por los partidarios de Macron.
La maniobra política es desde luego arriesgada, pero solo hasta cierto punto. Macron confía en que funcione de nuevo a su favor, el mecanismo que desde hace décadas ha funcionado en Francia. En virtud del cual los partidos del régimen siempre han conseguido que los logros electorales obtenidos por el lepenismo en la primera vuelta, sean respondidos por el llamamiento de republicanos, socialistas, verdes y comunistas a votar en la segunda vuelta por su candidato. Aunque es posible que esta vez el llamado de las bases populares a formar un nuevo “frente popular”, junto a la decisión de los partidos de centro y de izquierda de elaborar listas conjuntas, logre romper dicha rutina, otorgándoles la mayoría relativa en la primera vuelta de las próximas elecciones a la Asamblea nacional.
No se puede descartar sin embargo que Marine Le Pen obtenga dicha mayoría, en cuyo caso o la izquierda vota al candidato de Macron para impedir que ella se haga con el gobierno. O, por el contrario, los partidarios de Macron votan por ella y ella igualmente lo consigue. Un resultado que tendría como pre requisito que ella adhiriera a la política “pro Europa, pro OTAN, pro Ucrania”. Así ocurrió en Italia con Giorgia Meloni, quien su día fue calificada por los medios hegemónicos de “ultraderechista”, y puede volver a suceder en Francia. Y no olvidemos que, sea cual sea el resultado electoral, lo cierto es que seguirá en la presidencia de la república el Macron que firmó hace poco un acuerdo de asistencia y cooperación con el régimen ucraniano, que le permite seguirle prestando ayuda militar indefinidamente.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: France 24
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