El Estado como organización política es inseparable de la sociedad: entre ambos se producen relaciones tensas de poder que dan lugar a la contradicción y al conflicto, de donde surge propiamente lo político. La política es un asunto de poder, y trata sobre diversas concepciones colectivas sobre el buen vivir, la felicidad y el bien común. La política brota de este pulso y se identifica con la oposición de intereses encontrados que, en sociedades democráticas, debe resolverse con el diálogo y la concertación. El contrato social no es solo una ficción teórica que sirve para remontarse a un pasado originario con el propósito de explicar el nacimiento de las sociedades existentes; es un principio que actualiza de manera sostenida la legitimidad de un determinado orden político. “Porque si la oposición de los intereses particulares ha hecho necesario el establecimiento de las sociedades, el acuerdo de estos mismos intereses es lo que lo ha hecho posible” (Rousseau, 2017).
Pero Juan Daniel Oviedo, como buen sujeto neoliberal, rehúye el conflicto que entraña la política y pretende tratar de resolver los problemas sociales sin “polarizar”. Pues anda convencido de que para gobernar no hace falta ideología, ni doctrina, ni filosofía, que basta con la recopilación de información y su utilización instrumental para “tomar decisiones a partir de datos”. Su idea de gobierno se reduce a la simple apropiación de unas cuantas reglas básicas de administración y gerencia. Así de sencillo resulta gobernar para un tecnócrata.
Su discurso aparece como una visionaria proyección depurada de toda apreciación política y contaminación ideológica que pueda sesgar su visión “objetiva” de los acontecimientos. La mirada neoliberal supone estar observando un horizonte amplio de imparcialidad valorativa, de neutralidad ideológica que los convierte en ejecutores eficientes que carecen de las taras típicas del hombre político. Pero su pretendida asepsia ideológica es ella misma una forma de ideología: “la ideología de la neutralidad ideológica”, como la llamó Adolfo Sánchez Vásquez.
Los neoliberales aseguran ser la garantía de un gobierno eficaz dirigido por expertos administradores y audaces financistas. El mercado se convierte así en el medio más apropiado para proveer recursos y obtener servicios. El ciudadano queda despojado de derechos básicos y se convierte en un sujeto emprendedor que debe gestionar su propio capital para procurarse por sí mismo el acceso a los que antes debieron ser sus derechos de ciudadanía. La salud, el trabajo, la educación y la vida digna se comprenden ahora como bienes accesibles al comprador capaz, al recursivo emprendedor que invierte en sí mismo para optimizar su “capital humano”.
Cuando el Estado es una empresa todos sus fines se asimilan a la relación costo-beneficio. Por eso, el operario neoliberal alega la necesidad de reducir los costos de contratación y reducir el funcionamiento del Estado a niveles mínimos, para lo cual adopta dos paquetes de medidas: i) despido de funcionarios (recortar el “personal”), cerrar instituciones y entidades consideradas muy poco rentables; y ii) abolir la posibilidad de construir un Estado democrático garante de derechos sociales y económicos. La universidad, por ejemplo, comienza a ser regida por la competencia y se somete a criterios financieros la valoración de su rendimiento, no ya académico, sino económico. El agente neoliberal (que no se reconoce como gobernante ni como neoliberal, sino como administrador), en su campaña de desprestigio contra lo público, al reprocharle su condición improductiva e ineficaz, trata de efectuar en lo inmediato toda una restructuración del sistema público favoreciendo al sector privado.
Lo paradójico de esta visión empresarial de la política es que conduce al ideólogo neoliberal a una reducción absurda: dado que la competencia que rige al mercado es posible gracias a una construcción creada y sostenida por el Estado, resulta una tarea estéril importar las reglas de funcionamiento de un mercado “libre” competitivo al sector público, pues antes debe contarse con una entidad estatal que haga posible tal suplantación. Por lo tanto, la única manera de sostener dicha idea empresarial de la administración pública es construyendo la mentira de un mercado autónomo separado del Estado. Así pues, el claro y firme propósito del demagogo neoliberal es trasladar la racionalidad de la empresa al ejercicio del poder gubernamental para sostener la actividad empresarial privada. En este sentido cobra vigencia la idea de Karl Marx expresada en el Manifiesto Comunista, según la cual “la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, se apodera finalmente del Poder político. […] El Gobierno moderno no es sino un Comité administrativo de los negocios de la clase burguesa”.
El “gobernante” neoliberal no se percibe como un servidor público sino como un gestor privado que ve en la administración de los asuntos del Estado un cargo de gerencia que le brinda la ocasión de hacer negocios a costa de los impuestos que aportan los ciudadanos, a quienes considera como clientes. Su labor no vela por el bien común sino por los fines que le exige el capital. En santa alianza con el capital privado, el “gobernante” neoliberal ejerce una “gobernanza expertocrática” basada en el pragmatismo mercantil que captura todo el ámbito estatal y social. “El neoliberalismo convierte la contingencia y la discordancia propias del vivir en posibilidades de negocio, de formación de empresa y de ampliación del mercado” (Bedoya, 2021). Concibe la administración del Estado, no como un servicio público sino como un negocio que debe arrojar ganancias y ser rentable para hacerse sostenible.
Se requiere, pues, con urgencia recuperar la noción de acción política que el neoliberalismo trató de destruir supeditándola a la empresa, al mercado y a la economía. Empecemos entonces por retornar al concepto de lo político y reconocer como aspectos constitutivos suyos las ideas de poder y de gobierno.
No, Bogotá no es una empresa y no reclama la presencia de un gerente. Es una ciudad y necesita urgente un buen alcalde.
David Rico
Foto tomada de: Infobae
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