En Colombia han primado las políticas inequitativas, amparadas en la ideología neoliberal. Han servido para vender ilusiones al tiempo que han matado la prosperidad y los sueños de muchas generaciones. No ofrecen oportunidades para todos, al contrario, benefician siempre a una élite que hábilmente se camufla en una compleja relación donde participan políticos, empresarios y narcotraficantes. Todos actúan bajo un cuestionado conjunto de intereses, donde uno pretende capitalizar votos con poder político, el otro resguardar sus utilidades con poder económico y el último garantizar el lavado de activos con poder criminal. Pero eso sí, ninguno tiene dentro de sus prioridades el respeto por las personas, el sentido humano ni la sensibilidad social. Hablan de ello, incluso se autodenominan socialmente responsables, como una práctica políticamente correcta, pues nos han demostrado que son capaces de armar complejos entramados que hasta la misma justicia especializada le cuesta entender, descubrir y judicializar sus actividades delictivas y su organizada forma de transgredir las normas para conseguir sus objetivos, donde insisto: no estamos todos.
Por esta compleja relación, que está dominada por la ideología neoliberal, no sabe más que hablar que de consumo y producción. Necesitan que haya tanto lo uno como lo otro, y de allí, el camino expedito que promulga el neoliberalismo para alcanzar una de sus obsesiones: el crecimiento económico. Por ello se ha hablado de la importancia de ‘internacionalizar’ la economía, de conseguir tratados que permitan llegar a ‘nuevos mercados’ y la necesidad de que el Estado permita que los privados participen cada vez en más actividades económicas. Pero ¿Para qué nos ha servido la supuesta ‘internacionalización’? ¿Qué beneficios han traído los tratados económicos firmados? ¿Cuáles han sido las consecuencias de la mayor participación de los privados en diferentes negocios económicos? Creo que si nos miramos seriamente al espejo veremos arrugas empresariales que comprueban nuestra incapacidad de modernizar la oferta exportable, pelucas sobre los tratados que cubren el cáncer del tejido empresarial, incapaz de configurar nuevas formas de creación de valor con empleos decentes, y la sonrisa postiza de una pauperización que abunda tanto, como la cartelización en el país. El nivel de cartelización alcanzado es un indicador suficiente para decir que la idea del crecimiento económico sólo ha servido para eso, para concentrar el beneficio económico en pocas manos, donde se quedan taponadas las grandes tajadas de oportunidades para el disfrute de pocos y jamás se derramarán sobre quienes se dijo, votaron o esperan con ilusión recibir algún día algo. Nada más infame.
Esta realidad se palpa muy fácil si nos percatarnos de que somos el segundo país más desigual del continente, donde el 1 por ciento más rico de la población concentra el 20 por ciento del ingreso, según datos de la Cepal; aunque para la OCDE, a donde fuimos admitidos recientemente, somos el más desigual de América Latina por la alta concentración de ingresos. Según el estudio “¿Un elevador social descompuesto? Cómo promover la movilidad social” para salir de la pobreza un niño tendrá que esperar 2 generaciones en Dinamarca, 3 en Finlandia, 5 en Estados Unidos, 6 en Chile, 9 en Argentina y Brasil, mientras que en Colombia: 11 generaciones, es decir, 330 años. Esto es vergonzoso. Pero preguntémonos: ¿Cómo estamos leyendo estos resultados? ¿Qué estamos discutiendo para, por lo menos, instalarlos en la agenda pública? ¿Hasta dónde estamos discutiendo estos temas y bajo qué perspectiva o aparatos ideológicos?
Según Gabriela Ramos, Directora de la OCDE, buena parte de la población en Colombia se encuentra en el empleo informal, sin posibilidades reales de progreso y agrega que “no tienen cobertura médica, ni pensiones, ni servicios básicos. Entonces las dificultades se reproducen porque el impacto redistributivo del sistema de impuestos y de la seguridad social no le llega a los más pobres”. Insisto: ¿Cómo estamos leyendo estas realidades?
De allí que las legítimas manifestaciones sociales que vivimos en el país, sumadas a las indignaciones suscitadas por la reforma tributaria disfrazada de Ley y las polémicas que seguramente vendrán tras el Plan de Desarrollo 2018-2022: ‘Pacto por Colombia. Pacto por la equidad’; no sean hechos aislados, sino que tienen un común denominador: la persistencia fracasada de perseguir el crecimiento económico sin redistribución, y peor aún, bajo la estrategia del miedo.
La idea del crecimiento se ha construido como se ha hecho con la política de seguridad, a través del miedo: el miedo a perder empleos, el miedo a perder los subsidios, el miedo a perder la calificación de la inversión, el miedo al déficit fiscal, el miedo a la desconfianza inversionista, el miedo a parecernos a algún país vecinos, el miedo a los políticos porque sostienen su poder con burocracia, el miedo a los empresarios porque nos despiden, etc., etc. Es necesario entonces abandonar los miedos pues suficiente con haber caído tan bajo aunados de confianza –inversionista–. Sin embargo, el reto mayor no es ese, sino revertir el modelo económico que domina; aunque abandonando los miedos se podría ir allanando el camino que sin duda es menos catastrófico para todos.
Una primera manera de empezar es no engañarnos al creer que la Ley de Financiamiento derramará sobre los pobres unos beneficios, suficientes ilustraciones han dado muchos colegas al respecto demostrando lo adverso que sería esta iniciativa frente a la deuda social histórica, la desigualdad galopante y la inequidad evidente. Pero esta iniciativa ya está en manos del Congreso, donde domina una élite camuflada en aquella compleja relación señalada arriba: políticos, empresarios y narcotraficantes, y habrá que esperar su devenir.
También nos tenemos que convencer de que la derecha que gobierna y ha gobernado al país -con su élite camuflada- no tiene ninguna sensibilidad social. Este convencimiento sería un gran avance para ver si por fin somos capaces de construir el Estado Social de Derecho que nos propusimos desde 1991: idea que no estoy seguro de que todo el mundo la entienda, luego habrá que empezar también haciendo esta pedagogía.
Finalmente, creo que, si empezamos por convencernos de que la ideología de la derecha, que domina y controla el poder en el país, definitivamente no ha sido capaz de demostrarnos cuáles son los beneficios del crecimiento, más allá de restregarnos en la cara las utilidades de las compañías financieras y de su capacidad para cartelizarse y concentrar la riqueza; estaríamos dando un paso importante para hacer cambios que nos animen a pensar en la construcción de otra sociedad, otra economía, otros empleos, otros ingresos, otros políticos y otros empresarios; pero debemos abandonar la idea del crecimiento per se y del miedo por sí.
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Jorge Coronel López: Economista – Magister en Economía. Profesor universitario. Columnista Diario Portafolio
Foto tomada de: Actualicese
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