Los meses de abril y mayo significaron una pérdida enorme de empleos, donde además quedaron de manifiesto las enormes desigualdades sociales del país, pero ante todo, la falta de empleo decente, de unas condiciones de trabajo dignas para la gente, donde la evidencia ha demostrado que son las mujeres y la juventud quienes llevan la peor parte de la situación. La informalidad es entonces la gran característica de nuestros mercados laborales. Tener un contrato de trabajo que garantice derechos es realmente un privilegio, cuando debería ser la condición básica para las personas.
Con cifras a septiembre la situación si bien había mejorado, tampoco es para alegrarse. El desempleo es del 15.8%, cuando un año atrás se ubicó en el 10.2%. Mejor hablemos en términos de gente, es más humano. Entre un período y otro, la población ocupada descendió en 1.998.000 personas, las y los nuevos desempleados fueron 1.257.000 y la población que se declaró inactiva aumentó en 1.241.000 personas. Es decir entre desempleados e inactivos, se suman 19.727.000 personas, el 39.82% de la población total o el 49.37% de la población en edad de trabajar. Y de los que trabajan el 48% de acuerdo con el DANE, son informales. Así 10.520.000 personas tienen un trabajo formal que les permite un ingreso estable en sus hogares. Se suma además algo que ha venido sucediendo en los sectores formales y es la disminución “voluntaria” de salarios, de lo cual aún no se tienen evidencias fiables, aunque se habla de disminuciones entre el 10% y el 25% en la industria de la construcción, por ejemplo. Es una verdadera tragedia, por si alguien lo quiere poner en duda.
La caída de los ingresos se hace entonces manifiesta, las economías campesinas que como se ha dicho ya, fueron capaces de responder con alimentos en medio del confinamiento, desarrollando de manera virtuosa circuitos cortos de distribución, hoy se enfrentan a las bajas demandas en las ciudades, aspecto agravado con una mayor oferta de importados, a razón de los tratados de libre comercio que les han dado un empuje cierto a las importaciones. Aunque se ha dado el fenómeno del día sin IVA, donde se vendieron productos por 5.8 billones de pesos, un fenómeno sociológico que habrá que estudiar en detalle, también es cierto que la caída de la demanda agregada es el resultado del desempleo, el aumento de la informalidad y la baja en los salarios, su recuperación dependerá de la reactivación del empleo, y ésta se hará de forma más lenta aun que la recuperación económica, de la cual las cuentas más optimistas y oficiales ya hablan de que será hacía el 2022.
Y es que el propio DANE en la encuesta del Pulso Social puso en evidencia el deterioro de las condiciones de vida de los hogares. Con datos recientes, a octubre de 2020, con una cobertura de 23 ciudades y áreas metropolitanas, el 58.8% de los hogares manifestaron que frente a octubre del año 2019 su situación económica es peor. El 88.4% de las y los jefes de hogar y sus conyugues entrevistados manifestaron no aspirar a vacaciones en este fin de año. El 78.9% contestó que no tienen mayores posibilidades para comprar ropa zapatos o alimentos. Con cifras similares (85.2%) manifestaron no aspirar a realizar consumos de bienes duraderos y el 68.6% planteó no tener capacidad alguna de ahorro. El 14.3% de las y los estudiantes abandonaron sus actividades académicas.
Obviamente, cuando se analizan las cifras por ciudades, se refleja exactamente lo que sucede en el mercado laboral, es decir en ciudades como Neiva donde el desempleo ha golpeado fuertemente, el 84.0% dice estar hoy en una situación peor que en el año anterior. En ciudades como Sincelejo o Cúcuta el 70% de las mujeres entrevistadas manifiesta no realizar ninguna actividad laboral, en el total nacional esa cifra para las mujeres llegó al 45.5%
La encuesta indaga por las comidas consumidas en el hogar al día en la última semana. Frente a este tema antes del confinamiento (tomando esto como línea base, a marzo de 2020) 6.7 millones de hogares consumían comida tres veces al día, los datos para octubre muestran como este dato bajó a 5.4 millones de hogares, es decir, 1.3 millones de hogares en Colombia dejaron de consumir una comida diaria. El resultado es asustador, el 27.28% de los hogares en Colombia consume dos comidas al día y el 2.54% solo lo hace una vez o menos. Así en una tercera parte de los hogares en Colombia no se cuenta con una ingesta adecuada de alimentos, esto en términos de veces al día, el análisis en términos nutricionales seguro que arrojaría resultados dramáticos, cuando además se reconoce, de acuerdo con la OMS, que el 60% de las y los colombianos no tenemos adecuadas formas nutricionales.
No es nada alentador entonces el panorama de la calidad de vida en Colombia. La pobreza y la desigualdad siempre han sido una característica de nuestro modelo de desarrollo y sus niveles superan siempre los promedios regionales. Sin embargo, es de reconocer los esfuerzos realizados en años anteriores para la disminución de la pobreza y la indigencia, aunque la desigualdad se siga manteniendo en niveles superiores al 0.5, a pesar del crecimiento económico y los programas públicos de accesos a bienes y servicios. Todo esto está experimentando un aumento sin precedentes, Jairo Núñez investigador de Fedesarrollo estima que la pobreza pasará en este año del 26.9% al 38% de la población y la pobreza extrema lo hará del 7,4% para ubicarse al final del año en el11,3%. Para Luis Jorge Garay y Jorge Espitia de la Universidad Nacional, la pobreza se ubicará en el rango del 54.5% y el 59.5 %. Proyecciones disímiles ambas pero que coinciden en el aumento vertiginoso de la pobreza, dejando en evidencia la alta vulnerabilidad de las personas y los hogares en Colombia ante la fragilidad estructural en los ingresos.
Todo esto muestra, por último, la poca efectividad de los programas sociales existentes y la escasa injerencia de las políticas gubernamentales de emergencia. En los países con medidas exitosas, estas acciones han pasado por la garantía de los ingresos a las personas y a los hogares a través del mantenimiento de las nóminas o de las trasferencias directas por montos que realmente sostengan como mínimo la canasta de consumo básica para las familias. El Gobierno se ha resistido a ello y el propio ministro de Hacienda ha reconocido que los montos invertidos para paliar la crisis ascienden al 3.5% del PIB, uno de los más bajos de la región. Lejos estamos de la recuperación y cerca de acrecentar aún más las ya deterioradas condiciones de vida de la población. La protección a las nóminas completas de las empresas así como la renta básica a los hogares, pero no solo de las ciudades sino también del campo, deberían ser los puntales esenciales para la proclamada reactivación económica. Si esto no se hace desde la demanda no será fácil salir de la crisis, y para esto es urgente que la población tenga ingresos. No son tiempos de ortodoxia económica.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales, Universidad de La Salle.
Foto tomada de: Colombia Informa
Deja un comentario