El capitalismo usa el mercado para someter a los ciudadanos; y el socialismo usa el asistencialismo y el control ideológico para lo mismo.
Un Estado privatizado y débil, ofrece ayudas; un Estado fuerte, asume responsabilidades.
El candidato a la Presidencia, Gustavo Petro Urrego es, hoy, un fenómeno social en la plaza Pública, mas no es un fenómeno mediático dado que no cuenta con la bendición de los medios masivos privados de Colombia[1]. Y esto se explica porque en su paso por la alcaldía[2] de Bogotá, los medios masivos capitalinos se convirtieron en actores políticos e hicieron oposición política a la gestión del entonces Alcalde Mayor; a pesar de la persecución mediática, Petro logró dejar una marca indeleble entre los más necesitados, en los vulnerables y en una suerte de “ejército” de desposeídos, excluidos y estigmatizados por un sistema político cerrado, por un modelo económico que, desde la perspectiva del mercado, decide quién existe y quién no cuenta para el sistema; y por una sociedad que deviene escindida, pero que intenta ocultar una lucha de clases que está ahí, como dormida, a la espera de la mecha que encienda en las calles, las disputas entre los que están adentro (ricos y clase media indolente) y los que están por fuera (pobres y miserables). Es probable que el discurso de Petro y su carácter confrontador y retador, terminen siendo esa llama que “encienda la lucha de clases”, asunto que preocupa hoy a los líderes del Establecimiento y a las empresas mediáticas.
Así entonces, Petro Urrego está hoy recogiendo lo que sembró durante su complejo y difícil paso por la administración del distrito capital: el aprecio de una masa de hombres y mujeres que para el Estado local, las élites de poder, los medios de comunicación e incluso, para la propia Iglesia, no existían o carecían de rostro humano. Petro les devolvió la identidad y la autoestima que los sistemas social, político y económico les negaron, les arrebataron.
Pero su imagen de “redentor identitario”, traspasó los límites geográficos de la capital y en varias zonas del país su discurso reivindicativo lo erige ya como un fenómeno social y político que hace recordar a muchos las candidaturas presidenciales de Gaitán y Galán. Por ello, insisto, Petro Urrego es un fenómeno social en la Plaza Pública, lo que lo convierte en un líder popular, con un alto riesgo de caer en prácticas de confrontación entre clases y, por ese camino, libere el carácter mesiánico que suelen tener ciertos líderes carismáticos con gran aceptación social y convertidos en un “fenómeno de masas”.
De inmediato, el discurso de la derecha lo tilda de populista, como si el fenómeno mismo fuera una vergüenza. “El populismo no es un fenómeno vergonzoso de coyuntura. Es una fuerza crucial en la democratización del régimen político y económico, pues incorpora las grandes masas a la política y a los beneficios del desarrollo, aunque no pocas veces sirve a regímenes de derecha”[3] .
Convertido el concepto y la categoría Populismo/populista en una suerte de “muletilla ideologizada”, va perdiendo sentido y en ese proceso de “vaciamiento” de su contenido histórico y el carácter propositivo, sirve a los propósitos de aquellos que le temen a un líder carismático que agite las banderas de la reivindicación social de las mayorías excluidas y proponga cambios en las correlaciones de fuerza al interior de un Establecimiento que deviene debilitado moralmente por los altos niveles de corrupción alcanzados y por el carácter mezquino y cicatero de sus élites más connotadas.
“El populismo como fenómeno recurre en últimas a depositar en el pueblo la posibilidad de que sea el agente con determinación estatal que puede cambiar las condiciones sociales, económicas y políticas de la sociedad, pero, ¿què significa el pueblo[4]? Intuitivamente podemos considerar que estaría constituido por <<los de abajo>>… se han definido como populistas aquellas formas de la política por las cuales <<el pueblo, es considerado como conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes…”[5].
Así entonces, mientras el discurso petrista toma fuerza en la calle y su líder y promotor se hace fuerte en las encuestas y llena plazas públicas, sus opositores hurgan en las realidades sociales, políticas y económicas de Venezuela, para señalar a Petro de ser el “Chávez colombiano” que nos llevará por el camino del “Castrochavismo”.
Como ejemplo de las confusiones conceptuales que genera la Prensa, está el punto de expropiar por vía administrativa (Petro habló de comprar) aquellas tierras improductivas, que fue tomado como parte del modelo de estatalización (nacionalización) propio del viejo régimen socialista soviético (la antigua URSS). De allí que Petro genere miedo y la prensa de derecha lo acerca al llamado “modelo venezolano”. Quizás por ello cobra sentido el calificativo de “populista”, en particular cuando se lee mal la señalada propuesta, que preocupa a ganaderos, latifundistas, mafiosos y “empresarios” del campo que especulan con la propiedad de la tierra. Es la especulación inmobiliaria a la que Petro buscaría atacar y no la propiedad privada, base fundamental del actual modelo de desarrollo económico.
Petro representa la esperanza para cientos de miles de ciudadanos y proto ciudadanos que, cansados de promesas no cumplidas por parte de Partidos Políticos y los políticos tradicionales, y especialmente, hastiados de la corrupción (del ethos mafioso), entienden que llegó el salvador, el Mesías. Un Mesías de izquierda, eso sì, contrario en sus propuestas, al populismo de derecha que agentes del Régimen, los presidentes en ejercicio siempre han exhibido y aplicado. Baste con nombrar las políticas y los programas asistencialistas de Uribe y Santos para entender que el populismo de derecha se enmascara, hábilmente, en acciones y programas que han legitimado y convertido el clientelismo en una práctica política institucionalizada. Hablo del desafortunado programa de Familias en Acción, estrategia clientelista-populista usada por Pastrana, Uribe y Santos para mitigar el malestar social y por esa vía, hacer aún más tramposa a la pobreza. Sobre esa base práctica y conceptual, quienes aplicaron dicha política no buscaban edificar una ciudadanía activa y capaz de exigir derechos, sino, consolidar esa relación lastimera y mísera entre unos casi súbditos y un Estado asistencialista.
De esta manera, Gustavo Francisco Petro, como candidato presidencial, es hoy un fenómeno social y político que, sin contar con el apoyo de la Gran Prensa bogotana, puede llegar al Solio de Bolívar y vencer a las maquinarias bien aceitadas del también candidato presidencial de la derecha y la ultraderecha, Germán Vargas Lleras y las ya envejecidas estructuras clientelares de Uribe Vélez, puestas, hasta el momento, al servicio de su ungido, Iván Duque Márquez.
Petro: un perfil retador
Nadie puede negar que las propuestas de Petro son viables y sobre todo, de urgente aplicación. Se suma a lo anterior, que el ex alcalde de Bogotá tiene una enorme capacidad analítica y oratoria, que le permitió, recientemente, resistir la embestida de la periodista[6] Vicky Dávila[7], quien no pudo llevarlo por el camino sinuoso que siempre ella propone a quienes considera “peligrosos” para el Establecimiento que ella defiende en su rol de “periodista incorporada[8]”.
No hay tema en el que Petro no exhiba dominio conceptual de los hechos y las circunstancias que rodean a los problemas que le plantean académicos, técnicos o periodistas. Digamos entonces que Petro es un candidato “completo”: tiene un carisma focalizado en lo popular, es inteligente, pero… es retador y puede, por esa vía, tramitar en el ejercicio del poder, las angustias que le producen los pobres y el proceso de reivindicación de clases que quedó trunco al momento de dejar la lucha armada, y que aplazó por largos años al cumplir con lo acordado en la época y de actuar dentro de la institucionalidad en su aplaudido papel como Congresista.
Por los registros que se tienen de sus presentaciones en las plazas públicas en donde se viene presentando y por la imagen entregada por las encuestas, es probable que Petro pase a la segunda vuelta presidencial. Dudo que logre un triunfo en primera vuelta, aunque en estos escenarios electorales todo puede pasar. Ya en ese escenario, lo más probable es que los sectores de la izquierda que hoy acompañan a Fajardo terminen con Petro Urrego, claro está, sobre la base de que Fajardo llegue débil a esa instancia o simplemente no pase de la primera vuelta.
¿Qué le falta a Petro? Además de maquinaria, darle manejo a ese espíritu vindicativo con el que parece entender la división de clases y la lucha por asegurar bienestar a esas grandes masas de outsiders que esperan la llegada de su salvador.
Si Petro logra concretar en votos la presencia masiva de colombianos en sus eventos proselitistas, y se convierte en Presidente, tiene dos caminos: uno, gobierna para los pobres y hace reformas sociales ancoradas en un oneroso proyecto económico con el que buscará “acabar con la pobreza”; o dos, transa con esa parte del Establecimiento que sea capaz de reconocer la inviabilidad del actual Régimen de poder y por esa vía, generar las condiciones institucionales y la institucionalidad suficientes para llevar al país por los caminos de reformas sustanciales que no solo reivindiquen la vida de ese “pueblo” que le sigue, sino que permitan consolidar una idea de Estado moderno que sea defendida por una sociedad que debe tener ese mismo talante. Ahora bien, en cualquier sentido, cuatro años serán siempre insuficientes para transformar las difíciles condiciones en las que han operado históricamente el Estado, la sociedad y el mercado.
El modelo de Estado que tiene Petro en mente es viable siempre y cuando transe con el viejo Régimen de poder. De no hacerlo, sus deseos y anhelos de reivindicar la vida y los derechos de los más pobres lo podrán llevar a una suerte de modelo estatista que en lugar de consolidar una renovada ciudadanía en sus seguidores y apadrinados, y en los que por extensión se reconozcan en sus ideas, termine por crear “neo súbditos”, es decir, mendigos de un Estado que no ofrece bienestar estructural, sino paliativos coyunturales.
De conquistar el poder el 17 de mayo próximo, y de no transar con el Establecimiento, tanto Vargas Lleras y Uribe harán todo lo que esté a su alcance para “hacer invivible la República”, con el apoyo de la Gran Prensa. Ese riesgo lo conoce Petro, pero dudo que sus fieles seguidores comprendan lo que se puede venir para el país si ese escenario llega a darse. Amanecerá y veremos.
GERMÁN AYALA OSORIO: Comunicador social y politólogo
NOTAS
[1] Contrario lo que sucedió con Uribe Vélez, quien logró que la Gran Prensa se hincara ante su imagen carismática, su violento carácter y sus formas coloquiales de expresarse y de hablarle al “pueblo”.
[2] Véase: http://otramerica.com/opinion/el-caso-petro-modelo-estado-medios-comunicacion-colombia/3071
[3] De la Torre, Cristina. Álvaro Uribe o el neopopulismo en Colombia. La Carreta Política. 2005. p.23.
[4] Véase: http://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com.co/2017/04/el-pueblo.html
[5] Santamaría Vergara, Orlando. ¿Neopopulismo o neoliberalismo? Universidad Distrital Francisco José de Caldas. 2007. p. 18.
[6] Véase: https://www.sur.org.co/elecciones-colombia-opinion-publica/
[7] Días después de la entrevista, la periodista Victoria Eugenia Dávila, conocida como Vicky Dávila, invitó al mismo set al candidato de la derecha y la ultraderecha, Germán Vargas Lleras. La periodista le permitió a Vargas Lleras que dedicara buena parte de la entrevista a despotricar y criticar las propuestas de gobierno de Petro. Lo sucedido hace parte de una muy bien tejida estrategia mediática de evitar confrontar propuestas, y permitir en su lugar, que los candidatos de la Derecha asusten al electorado con el fantasma del Castrochavismo y del populismo de izquierda.
[8] Véase: http://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com.co/2017/11/periodismo-incorporado.html
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