Apatía, descreimiento, pesimismo, han sido algunas de las palabras que se utilizaron con más frecuencia a la hora de sintetizar el estado de ánimo de los electores frente a la votación del 12 de septiembre. La no concurrencia a votar o el hacerlo por expresiones que enarbolan la “antipolítica” aparecían como vías de escape para esos sentimientos.
En medio de una profunda crisis el oficialismo perdió las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). No puede sorprender si se piensa en la pobreza acosando al 50% de la población, en las cifras de desempleo de dos dígitos y en la creciente precarización del trabajo.
A eso hay que agregarle la pérdida de poder adquisitivo de salarios y jubilaciones que lleva varios años consecutivos y los planes sociales muy por debajo de un salario mínimo de por sí muy escaso. Las políticas orientadas a frenar la inflación han sido un fracaso, mientras los aumentos de precios se cebaban sobre los alimentos y otros bienes esenciales. Los efectos de la pandemia, que fueron acompañados por el descenso general de la economía, le agregaron dramatismo a la situación.
Frente a esas angustiantes circunstancias, el gobierno se dedicó más que nada a administrar lo existente. Tocar los intereses de los poderosos no formó parte de su recetario de medidas. Cuando hizo el intento fue con acciones muy limitadas en las que retrocedió en todo o en parte, como en el “aporte extraordinario por única vez”, que terminó con alícuotas bajas y afectando sólo a personas físicas. O el amago de expropiación de Vicentín, abandonado ante las primeras objeciones y seguido de una política concesiva frente al complejo agroexportador.
Políticas destinadas a paliar las consecuencias de la “peste” como el Ingreso Familiar de Emergencia fueron abandonadas, en aras del equilibrio fiscal. Se discurseó acerca de darle un destino de políticas sociales a los más de 4.000 millones de dólares recibidos en derechos especiales de giro; a poco andar se admitió que iban a utilizarse para pagar la deuda externa. Deuda ilegítima e impagable frente a la que la gestión de Alberto Fernández optó por una negociación interminable con el Fondo Monetario Internacional, buscando estirar los vencimientos hacia más adelante sobre la base del pago total de lo adeudado.
En esas circunstancias, los intentos del gobierno para paliar la situación de las mayorías, para “poner plata en el bolsillo de la gente”, fueron tímidos y escasos. Las paritarias se reabrieron y volvieron a cerrarse con aumentos de todas maneras por debajo de la inflación del 50% que se espera para este año. Se tomaron algunos recaudos contra la inflación que sólo lograron morigerar un poco las tasas de la misma, de todos modos por arriba del 3% mensual. Los planes sociales siguieron alcanzando a muchos menos de quienes los necesitan y con importes de creciente insuficiencia.
Los anuncios de reaperturas de plantas productivas, los alardes de que se recuperaron puestos de trabajo perdidos, la inauguración de obras públicas sin efectos decisivos, no bastaron para disminuir el generalizado descontento, que se hizo cada vez más perceptible. Los planes para comprar heladeras o teléfonos celulares en cuotas pueden hasta a sonar a burla cuando el dinero no alcanza para consumos más urgentes.
Señalar los efectos desastrosos de la gestión de Mauricio Macri es la expresión de una verdad incontrastable, pero no exime al gobierno de responsabilidades acerca de un nivel de vida que descendió desde la cota ya muy baja de diciembre de 2019.
La marcada aceleración de la vacunación de los últimos meses no suple la desatención frente a los efectos económicos de la pandemia. Y las “soluciones” meramente verbales acerca del compromiso con los que menos tienen y el propósito de crear trabajo genuino no desmienten la penosa experiencia cotidiana de la mayoría de la población.
Mientras tanto, como se ha señalado más de una vez por quien firma estas líneas, la campaña electoral del Frente de Todos pareció desenvolverse en otra dimensión. Candidatxs que intentaron seducir con frívolas sonrisas, relatos sobre el número y composición de sus familias, y comentarios festivos divorciados de la angustiante realidad. Muy poco en materia de proyectos que impulsen algún cambio y casi ningún anuncio de iniciativas para revertir los resultados de la doble crisis que aqueja a la sociedad argentina. Chatura conceptual que deja a un lado un debate sobre los grandes temas nacionales.
Apatía, desencanto, pesimismo fueron palabras usadas para caracterizar el ánimo frente a las elecciones, desde mucho antes de la votación de ayer. El sufragio de los desilusionados castigó al gobierno de variadas maneras. La baja participación en los comicios fue una de ellas. Bastante más del 30% del padrón no concurrió a emitir el sufragio.
El voto a la oposición de derecha constituyó un refugio para muchxs; un destino lamentable a la hora de expresar disconformidad. Habrá que preguntarse por qué tantos ciudadanxs no encontraron otro cauce para manifestarse. El esfuerzo de lxs candidatxs oficialistas por presentar una imagen “descafeinada” del peronismo, con ministrxs más preocupados por “tranquilizar la economía” que por atender necesidades reales jugó sin duda un papel en ese aparente olvido de lo que significó el neoliberalismo puro y duro del gobierno anterior.
La izquierda vio aumentar su caudal, sin alcanzar un incremento que marque un salto cualitativo en la repercusión de sus propuestas. Fue la única voz a la hora de cuestionar el pago de la deuda, denunciar las políticas de ajuste y hacer propuestas para afectar las enormes ganancias de los poderosos o aumentar de modo drástico el salario mínimo. Las elevadas cifras alcanzadas en algunas provincias patagónicas, en San Juan y el pico de Jujuy, con un primer postulante indígena y trabajador, otorgan expectativas favorables para el futuro inmediato
El apoyo a sectores de ultraderecha en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y en mucho menor medida en la Provincia de Buenos Aires, marca un toque de atención, sin dejar de ser, al menos por ahora, un fenómeno localizado que puede diluirse en una ola pasajera.
El Frente de Todos perdió con claridad en la provincia de Buenos Aires y en varios distritos en los que suele imponerse -como Chaco y La Pampa- entre otros ejemplos posibles, en ambos casos con diferencias muy claras en su contra. Hay que remarcar que el peronismo fue unificado, sin las escisiones que lo afectaron en las elecciones legislativas anteriores, lo que agrava la pobreza del resultado.
Como no podía ser de otra manera, los grandes medios festejan el resultado sin ambages. Una suba significativa en los valores bursátiles será una noticia casi segura al cierre de los mercados de hoy. Una coincidencia obvia entre los observadores es el debilitamiento de la figura presidencial. Ya menudean las especulaciones sobre cambios en el gabinete como parte de una ofensiva kirchnerista para tomar las riendas de la situación. La expectativa de los poderes permanentes es en cambio la de maniatar al gobierno, para imponerle la cuota de “moderación” y “seriedad” que le impidan apartarse siquiera un ápice de las imposiciones del gran capital y los organismos financieros internacionales. Y esperan, por supuesto, la ratificación de la derrota en noviembre.
Cabe recordar que estamos ante el resultado de unas elecciones primarias. De acá a los comicios generales de noviembre puede haber cambios en uno u otro sentido. De lo que no cabe dudar es de que el Frente de Todos ha experimentado los efectos adversos de encarnar un progresismo muy menguado, agravados por una disociación entre la realidad y el discurso que no escapó a la percepción colectiva.
La construcción de una alternativa popular amplia, que busque la atención de las mayorías sin tentaciones sectarias ni desvíos hacia el reformismo, sigue siendo una asignatura pendiente.
Daniel Campione
Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/213822
Foto tomada de: https://www.alainet.org/es/articulo/213822
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