Esta estrategia le ha salido a medias. Juntando el tema de la crisis de Venezuela al atentado del Ejército de Liberación Nacional el pasado 17 de enero en la ciudad de Bogotá, Duque abiertamente se echó en manos del Centro Democrático y de su mentor Álvaro Uribe que por supuesto evalúa que Duque ha “enderezado” su gobierno como se lo exigía públicamente y a cambio de su irrestricto apoyo le exige a Duque acentuar sus políticas de saboteo a los Acuerdos de La Habana y el debilitamiento de las políticas y de las inversiones económicas desprendidas del Acuerdo firmado en noviembre de 2016 en el Teatro Colón de Bogotá entre el Estado Colombiano y las FARC-EP.
Al intentar convertir el tema de Venezuela en uno de los puntos prioritarios de la Agenda Colombiana Duque se pone al servicio de la política del gobierno norteamericano de manera incondicional. Trump busca el derrocamiento de Maduro entre otras cosas porque tiene intereses directos en los importantes recursos naturales venezolanos y en primer lugar en el petróleo dado que Venezuela es de lejos el primer país con reservas petroleras comprobadas de más de 200 mil millones de barriles amén de otros recursos naturales en oro, coltan y gas. Trump ya en plena campaña para la reelección no la tiene fácil con una oposición demócrata fortalecida por su victoria parlamentaria que ha dejado a este partido con una mayoría holgada en la Cámara de Representantes. Trump necesita mostrar logros tanto en su gestión interna como en su política internacional. No basta la renegociación del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, requiere cerrar una negociación con China después de la crisis por la elevación de las tasas arancelarias en el comercio con dicho país, tener algún logro tangible con Corea del Norte en materia de acuerdos nucleares ante la evidente derrota de los EEUU en su intervención en Afganistán y en Siria. Así el derrocamiento de Maduro es parte de la búsqueda de logros para mostrar en la campaña electoral en curso.
El gobierno de Duque le apuesta a esta política de derrocamiento de Maduro y ha secundado a los Estados Unidos en toda su estrategia: reconocimiento del autoproclamado presidente Juan Guaidó, apoyo a la estrategia de intervención humanitaria en Venezuela y de dientes para afuera respaldo a la retórica norteamericana que insiste que todas las vías están disponibles frente a la crisis venezolana, de allí que ni él ni su canciller Carlos Holmes Trujillo hayan dicho nada sobre la libreta de apuntes de John Bolton en que aparecía la frase “5.000 tropas a Colombia” dando a entender que se enviarían tropas norteamericanas para enfrentar al gobierno de Maduro. De manera irresponsable el gobierno de Duque guardó silencio frente a este hecho.
La operación de ingreso de “ayuda humanitaria” prevista para el sábado 23 de febrero a Venezuela contó con el respaldo activo en primer término del gobierno de Duque que prestó el territorio colombiano para que ingresaran los aviones que transportaron esas ayudas. Se dispuso la realización de un gran concierto en la fronteriza ciudad de Cúcuta, el viernes 22 de febrero, para lograr no solo atraer la atención mundial y mostrar una respaldo activo y masivo a la “intervención humanitaria” sino disponer de cientos de miles de personas en la frontera para forzar al régimen de Maduro a permitir el ingreso de los vehículos con la supuesta ayuda humanitaria poniendo en riesgo la paz en la frontera con el hermano país.
El sábado 23 de febrero se presentaron incidentes en la frontera. Desde el lado colombiano y sin que para nada interviniera la fuerza pública colombiana, grupos de encapuchados no se sabe organizados por quién ni mucho menos el origen de su financiamiento, enfrentaron a la Policía Venezolana y a grupos de choque chavistas. Estos incidentes por fortuna no pasaron a mayores. El gobierno de Venezuela reforzó la presencia policial y militar en tres puntos de la frontera con Colombia. La jornada transcurrió con estos incidentes. La “ayuda humanitaria” se quedó en Colombia pues no logró generar el caos en la frontera para facilitar su ingreso. Se impuso en la práctica el bloqueo decretado por el Gobierno Venezolano y se conoció el rechazo de la mayor parte de los partidos políticos en Colombia a la salida militar a la crisis venezolana y en cambio el reclamo por encontrar salidas pacíficas a la crisis.
El siguiente paso en la estrategia previamente acordada era la reunión en Bogotá del llamado Grupo de Lima el día lunes 25 de febrero. Todo estaba bien planeado. Pero las cosas resultaron de otra manera. Pese a la presencia de delegados de varios países los días previos en la ciudad de Cúcuta la escalada del conflicto con Venezuela, por fortuna, no contó con la fuerza que sus mentores habían previsto. La ayuda permaneció en Colombia y los desmanes no fueron de la magnitud que se podría haber pensado por sus organizadores. La operación en su primera fase, fracasó. Y la segunda fase profundizó ese fracaso tras la declaración de la reunión en dónde aparte de condenar el régimen de Maduro en los más duros términos posibles, sin embargo, recogió en su punto 16: “Reiteran su convicción de que la transición a la democracia debe ser conducida por los propios venezolanos pacíficamente y en el marco de la Constitución y el derecho internacional, apoyada por medios políticos y diplomáticos, sin uso de la fuerza”.[i]
Así que de acuerdo con el grupo de Lima y pese a la presencia del vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, no todas las vías para derrocar a Maduro están disponibles. La declaración descarta el uso de la fuerza y declara, como debe ser, que la solución de la innegable crisis venezolana deben resolverla los venezolanos respetando su soberanía.
Sin embargo estamos lejos de pensar que la estrategia de derrocar a Maduro se haya detenido. Urge renovar los esfuerzos para que el Grupo Internacional de Contacto creado por la Unión Europea, en la reunión de Montevideo, del pasado 7 de febrero y que cuenta con la presencia activa de México y Uruguay pueda efectivamente activar mecanismos de diálogo entre la oposición y el gobierno de Maduro para buscar una salida negociada a la crisis de Venezuela, ese a mi juicio es el camino sensato y democrático que conviene a toda la región latinoamericana.
Entretanto la estrategia cortoplacista de Duque en la medida en que no logró los objetivos previstos a corto plazo se le viene devolviendo en contra. Si bien mostrar la mano dura frente a Maduro y frente al ELN y revivir el fantasma de la amenaza terrorista le significó un repunte en las encuestas al pasar del 28% al 42% en la aprobación de su gestión al cabo de siete meses de gobierno, este repunte no parece sólido. Los sondeos que se han hecho para calificar la política mantenida frente a la crisis de Venezuela muestran un rechazo cercano al 70% de los consultados. Y todo ello a pesar de que los grandes medios de comunicación han aprobado sin reparo la estrategia de Duque. El mismo día 23 de febrero se presentaba la inundación grave de seis municipios del departamento del Chocó al tiempo que se conocían las cifras según las cuales en los últimos 5 años han muerto por hambre y desnutrición 4.770 niños en la Guajira y cerca de 3.2 millones de colombianos aguantan hambre. Obvio que la exigencia de los colombianos de a pie es que Duque se ocupe primordialmente de los problemas que tenemos en casa y no prioritariamente de los problemas del vecino. Así de claro.
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Pedro Santana Rodríguez
Director Revista Sur
Foto obtenida de: RTVE.es
[i] Declaración del Grupo de Lima en apoyo al proceso de transición democrática y la reconstrucción de Venezuela. Bogotá febrero 25 de 2019. Consultado en www.presidencia,gov.co el 28 de febrero de 2019.
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