Para el ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), la Unión Europea (UE) debe invertir en el futuro 800 mil millones de euros adicionales al año, el equivalente al 5% de su producto interior bruto (PIB), es decir, aproximadamente tres veces el Plan Marshall (entre el 1% y el 2% del PIB en inversiones anuales en la posguerra).
El continente recuperará así su nivel de inversión de las décadas de 1960 y 1970. Para lograrlo, el informe propone recurrir al crédito europeo, como se hizo con el plan de recuperación de 750 mil millones de euros adoptado en 2020 para hacer frente al Covid-19. Excepto que ahora se trata de recaudar esas sumas cada año para invertir de forma sostenible en el futuro (especialmente en investigación y nuevas tecnologías), y no de financiar una respuesta excepcional a la pandemia. Si la UE es incapaz de realizar estas inversiones, entonces el continente entrará en una “lenta agonía” frente a Estados Unidos y China, advierte el informe.
Podemos estar en desacuerdo con Mario Draghi en varios puntos esenciales, en particular sobre la composición precisa de la inversión en cuestión, que no es poco. Pero este informe tiene el inmenso mérito de torcer el cuello al dogma de la austeridad presupuestaria.
Según algunos, en Alemania, pero también en Francia, los países europeos deberían arrepentirse de sus déficits pasados y entrar en una larga fase de superávit primario de sus cuentas públicas, es decir, una fase en la que los contribuyentes tendrían que pagar muchos más impuestos de los que reciben en gastos, para pagar urgentemente los intereses de la deuda y el principal.
El maná del ahorro
En realidad, este dogma austeritario se basa en un sin sentido económico. En primer lugar, porque los tipos de interés reales (netos sin inflación) han caído a niveles históricamente bajos en Europa y Estados Unidos durante los últimos veinte años: menos del 1% o 2%, a veces incluso a niveles negativos. Esto refleja una situación en la que existe un enorme maná de ahorro poco o mal utilizada en Europa y a nivel mundial, listo para verterse en los sistemas financieros occidentales casi sin rendimiento. En tal situación, la tarea de los poderes públicos es movilizar estas sumas para invertirlas en formación, salud, investigación y nuevas tecnologías, grandes infraestructuras energéticas y de transporte, renovación térmica de edificios, etc.
En cuanto al nivel de la deuda pública, es realmente muy alto, pero no sin precedentes: se acerca al registrado en Francia en 1789 (aproximadamente un año de renta nacional), y es significativamente más bajo que los del Reino Unido después de las guerras napoleónicas y en el siglo XIX (dos años de renta nacional) y en todos los países occidentales al final de las dos guerras mundiales (entre dos y tres años).
Sin embargo, lo que muestra la historia es que no se hace frente a tales niveles de deuda con métodos ordinarios: se necesitan medidas excepcionales, como gravámenes más altos sobre el patrimonio privado, como los que se aplicaron con éxito en Alemania y Japón en la posguerra. Cuando los tipos de interés reales suban, habrá que hacer lo mismo con las fortunas de los millonarios y multimillonarios. Algunos explicarán que es imposible, pero en realidad es un simple ejercicio de escritura en el ordenador. No ocurre lo mismo con el calentamiento global o los desafíos de la salud pública o la educación, que no se resolverán con un simple trazo de pluma.
Un enfoque tecnófilo
Si examinamos en detalle las propuestas del informe Draghi, obviamente hay mucho de qué quejarse, y eso es bueno. Desde el momento en que aceptamos el principio de que Europa debe invertir masivamente, es saludable que se expresen varias visiones sobre el tipo de modelo de desarrollo e indicadores de bienestar que queremos utilizar.
En este caso, Draghi se basa en un enfoque tecnófilo, mercantil y consumista bastante tradicional. Hace hincapié en las amplias subvenciones públicas a las inversiones privadas en digital, inteligencia artificial y medio ambiente. Sin embargo, podemos pensar legítimamente que Europa debe, por el contrario, aprovechar la oportunidad para desarrollar otros modos de gobernanza y evitar dar, una vez más, plenos poderes a los grandes grupos capitalistas privados para gestionar nuestros datos, nuestras fuentes de energía o nuestras redes de transporte.
Draghi también prevé inversiones propiamente públicas, por ejemplo, en investigación y educación superior, pero de una manera demasiado elitista y restrictiva. Propone que el Consejo Europeo de Investigación financie directamente a las universidades (y no solo a proyectos de investigación individuales), lo que sería excelente. Desafortunadamente, el informe propone centrarse solo en algunos polos de excelencia de las grandes metrópolis, lo que sería económicamente peligroso y políticamente inaceptable. En cuanto a la salud pública y a los hospitales, están casi completamente ausentes del informe.
En general, para que se pueda adoptar un plan de inversión de este tipo, es esencial que los territorios y las regiones más desfavorecidas, incluidas, por ejemplo, las alemanas, sean incluidas y se beneficien de medios masivos y visibles. Si Francia, Alemania, Italia y España, que reúnen a tres cuartas partes de la población y del PIB de la zona euro, logran llegar a un acuerdo sobre un compromiso equilibrado e inclusivo a nivel social y territorial, entonces será posible avanzar sin esperar la unanimidad y apoyándose en un núcleo duro de países (como prevé el informe Draghi). Es este debate el que ahora debe iniciarse en Europa.
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