¿Cómo puede llegarse a un acuerdo, por ejemplo, con los corruptos responsables del atraso para “sacar adelante” a una ciudad, región o país? Es algo así como apagar el incendio con los pirómanos que lo provocaron.
Vivimos un momento en el que los cambios económicos, demográficos y el incremento de la comunicación, debido a la globalización, generan diferentes crisis que aumentan la polarización política y social. Este hecho se agrava por la pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones del Estado y ante la llamada “clase política” tradicional, por un lado, y a su vez por un aumento de la desigualdad social, por el otro. Otro factor coyuntural del fenómeno polarizador es el aumento de procesos migratorios que han hecho resurgir manifestaciones, racistas, xenofóbicas y aporofóbicas.
El fenómeno de la polarización, como lo hemos afirmado, desde hace tiempo se ha ido incubando tanto en los países desarrollados como en los tercermundistas, respondiendo a factores estructurales. La historia ha demostrado que la polarización política emerge siempre que se intentan cambios económicos profundos o estructurales. La historia de la humanidad es la historia de las polarizaciones. Por eso algunos consideran que la historia de la humanidad no ha sido nada distinto a la historia de sus guerras. Como lo ha dicho Michel Serres en una entrevista: La convivencia nunca se dará “por la acción de los Estados o por el establecimiento de normas de Derecho Internacional, sino cuando los hombre tomen conciencia de la necesidad de unirse para salvar el planeta y vivir mejor”. Todo haría pensar que ante los momentos de la más ardua polarización política se hace necesario una serie de cambios o de transformaciones y la construcción de políticas públicas de redistribución y de cohesión social o de convivencia ciudadana para hacerle frente.
No obstante, lo que se observa es que en coyunturas altamente polarizadas, el Estado (en manos de unos pocos) y las organizaciones políticas tradicionales, procuran es responder con una mayor concentración de la riqueza y con la represión institucional agudizando, lógicamente, aún mucho más la situación. Por eso es difícil construir consensos necesarios desde polos opuestos para poder llevar a cabo una sociedad con mayor equidad e inclusión social.
En Colombia la pandemia de la Covid-19 no solo ha develado lo que investigadores han venido demostrando como es la existencia de una profunda diferenciación socioeconómica, sino que sus consecuencias afectarán aún mucho más esta dispar situación. Lo que obligará a las clases dominantes a resquebrajar aún mucho más nuestra por si debilitada democracia. Hoy es notoria la influencia determinante de un liderazgo populista de extrema derecha en el manejo del Estado colombiano, presentándose un aumento en la inseguridad y en las tasas de la criminalidad, especialmente, en contra del liderazgo social, comunitario y ambientalista. Lo que vemos a diario es que la polarización se incrementa por parte de diferentes sectores de la política colombiana.
No obstante, la solución no es la emergencia de “hombres fuertes” que asuman a los trancazos la solución de las crisis e impongan su autoritaria voluntad sobre los demás. Este tipo de personajes lo que hacen es agudizar mucho más la confrontación y terminan disolviendo los escasos espacios de la democracia aún remanentes. En los Estados Unidos el Presidente Trump es un buen ejemplo de un alternante bullicioso y polarizador, dada su forma de actuar bajo la búsqueda permanente de enemigos visibles u ocultos para poder tener un blanco contra el cual la ciudanía debe ser movilizada más con la emoción que con la razón. En Colombia la figura más sobresaliente en este sentido es Álvaro Uribe Vélez quien sueña con acabar el Acuerdo de Paz de La Habana entre el Estado colombiano y las FARC, para poder seguir denunciándolas, combatiéndolas y metiendo miedo a la población de su presencia en el territorio nacional. Ni Trump ni Uribe hablan de consensos, sino a través de la definición, identificación y abatimiento de los “enemigos de la democracia”, los cuales son diabolizados por medio de arengas políticas, acompañado por algunos expresidentes y partidos políticos tradicionales, exacerbando ambos las divisiones en el seno de la sociedad, tanto en la estadounidense como en la colombiana, Una vieja estrategia que le ha servido para alcanzar y conservar el poder (Uribe, después de sus 8 años de gobierno, ha puesto gobernantes durante 10 años contiguos). No sorprende que Trump hable en los Estados Unidos del peligro castro-chavista cuando todo el mundo sabe que se enfrenta en la actual campaña presidencial a uno de los hombres más moderados del Partido Demócrata.
Yo diría que entre más polarización exista, más demócratas se necesitan, si de verdad queremos resolver civilizadamente nuestros conflictos y diferencias. La pregunta (para poder empezar a entender) que todos debemos hacernos, repito, como punto de partida, es: ¿Por qué en nuestro país la sociedad parece adolecer de una “enfermedad política” denominada “polarización”? Al menos tenemos que admitir que la polarización tanto social como política ha sido un factor común en todos los tiempos y en todas las sociedades. Siempre ha estado inserta en los procesos de la evolución social. Las sociedades se mueven, cambian y se transforman. Y siempre habrá un lastre que pretende inmovilizarlas: son aquellos que han vivido bien a costa de muchos. Mientras las sociedades tengan crisis (no es posible hablar de sociedad sin crisis) habrá polarización, lógicamente, con diferentes actores y graduaciones de la radicalización, dependiendo esto de la naturaleza y/o la profundidad de la crisis.
Sin embargo, es justo reconocer que existen maneras democráticas de resolver muchos de nuestros conflictos y/o nuestros estados de crisis: El dialogo democrático permite llegar a concertaciones sin las obligantes confrontaciones que en realidad solo han permitido la sobrevivencia de aquellos populistas autoritarios que se acostumbraron a vendernos siempre la idea que solo existen en el mundo lo blanco y lo negro. La vieja y falsa antinomia del bien y del mal… que tanto daño nos ha ocasionado.
Carlos Payares González
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