El 17 de junio tendrá que ser recordado por los colombianos como otro de los tantos en el que se les ha impuesto a los colombianos la gobernabilidad de intereses extremos. Ese día se enfrentaron -coaligados, además- los dos extremos que han campeado durante décadas. Y dentro de esas extremas no estaba Petro, como se ha pretendido establecer, sino la extrema derecha y la extrema orfandad.
La extrema derecha estaba en lo suyo, en la demagogia del miedo, en la del lobo fungiendo como pastor de ovejas. De eso no hay duda y tampoco es cosa que asombre. Eso está claro para aquellos que posamos de ilustrados. Lo que estaba fuera del alcance de los más connotados pesimistas es el abandono a que sometieron a los colombianos aquellos de los que no se espera que debajo de su piel haya un animal con largos colmillos, poco apropiados para frutívoros, para humanistas.
Ya lo dijo Desmond Tutú, quien en épocas de crisis se declara neutral, elige al opresor. Y eso fue lo que hicieron connotados baluartes de la moral pública en las pasadas elecciones. Pero lo hicieron con tanta saña que es difícil creer que lo hicieran de adrede; yo prefiero creer que su ilustración no da para tanto. ¿Cómo es posible que se sumaran al coro del uribismo para declarar a Petro como un hombre de izquierda extrema? ¿un hombre polarizante? Eso sólo le era útil a quien funge como defensor de la amenaza “castrochavista”. Si con eso querían lograr un lugar en la historia como alternativa, pues se equivocaron porque esa es la hipótesis con la que el uribismo se ha ganado el espacio de los miedos, y reforzarla no hace otra cosa que justificar su existencia. Estoy seguro de que se puede creer con más facilidad que para defendernos del Coco es más hábil el que ya nos convenció de que ha matado varios que un aprendiz de matador de cocos.
La cantinela del “hombre polarizante” impidió o sirvió como excusa para no aceptar la propuesta largamente expuesta por Petro de definir una candidatura alternativa en una consulta popular. No tengo duda de que las circunstancias del momento favorecían a Sergio Fajardo y que alrededor de él se habría logrado consolidar un frente contra esa derecha impune y voraz. Pero Fajardo no estaba para consultas ni siquiera con Claudia López y con Jorge Robledo, quienes lo elevaron a los altares. Y tampoco estaba para respetar unos mínimos de decencia: podremos contarles a nuestros nietos que la oportunidad se empezó a perder, primero, cuando Fajardo se negó a dar respuesta a Petro y, segundo, cuando -luego de una larga noche de discusiones con Robledo y Claudia López que dejó principios de acuerdo- a lo Trump, Fajardo madrugó a inscribir su candidatura en solitario. Queda para enmarcar la cara que puso Claudia cuando se enteró de lo hecho por el gran expositor del sesudo programa del “vamos bien, vamos bien”.
Antanas parecía ser el más sensato, aquel que podía prever el desastre. En su momento de efervescencia y calor llamó a Fajardo a unirse hasta con las FARC, entendiendo que había que unir a todos aquellos que estuvieran a favor de la paz, que había que seguir la hipótesis del bien mayor, como ya lo había hecho Petro cuatro años antes. Puedo afirmar sin duda que Mockus, Claudia y Robledo se sumaron a Fajardo pero que este no se sumó a los tres, lo que deja claro que Fajardo no es un hombre de consensos.
Por su parte, Humberto de la Calle, envejecido en largas lides, que tenía un espacio ganado como abanderado de los acuerdos de paz -que nos convenció de que había llegado el momento de revisar el modelo que tanto había promovido, causa última de la injusticia y de las guerras, que era necesaria la justicia y la reparación para arreglar los asuntos del pasado, y el desarrollo para vacunarnos conta la injusticia del futuro- no quiso apuntarse a una consulta del liberalismo simultánea con las elecciones parlamentarias y tampoco encontró motivo suficiente para promover la confluencia con Fajardo o con Petro, o con ambos. Laura Gil, siempre tan perspicaz, dijo que “El momento era del centro, y los errores de Sergio Fajardo y Humberto de la Calle lo asfixiaron”.
Tuvimos la oportunidad y la dejamos pasar. Superada la primera vuelta los príncipes de la neutralidad moral anunciaron su voto en blanco. En consecuencia, a Petro le tocó en solitario ponerle el pecho a la tempestad, perseguido por esta especie de Tonton Macoutes en que se convirtieron los organismos de control del Estado bajo la égida de Vargas Lleras, y acosado por “los del centro” que hacían coro y servían de onda expansiva a los inventos discursivos del lado oscuro de la fuerza.
De los Tonton Macoutes los jueces han atinado a librarlo poco a poco, con parsimonia, pero con firmeza. Han encontrado que las acusaciones en su contra no son más que “chismes de la oposición”, sin fundamento en los hechos ni en la ley. Pero los “del centro” lograron inscribir en el imaginario de muchos que la candidatura de Petro no era respetable, cuyo efecto fue que gran parte de la población -que paga el IVA del 19% y más impuesto a la renta que Ardila Lulle, Sarmiento Angulo, los Santodomingo y los hijos de Uribe, y tan adicta a asumir posturas de nuevos ricos- se alejaran de la única propuesta que tenía vocación de enfrentar los retos del postconflicto. La llegada de Antanas y Claudia López, nueve días antes de la segunda vuelta y sin tiempo para posicionar un discurso de la esperanza, no fue suficiente para restañar las heridas.
Ariel Ávila, entre otros, aclaró que la propuesta de Petro no pasa de los límites de los objetivos del milenio fijado por la Naciones Unidas. Petro ha dicho que la división entre izquierda y derecha es obsoleta. Y razón tiene porque lo que propone, excepto la política para enfrentar el cambio climático, ha sido asumido desde la izquierda, desde la derecha y desde la socialdemocracia. La época dorada del capitalismo en Europa y Estados Unidos se caracterizó por ese tipo de política. Corea y China, con la promoción del mercado interno y su regulación del mercado externo, han logrado éxitos notables. Por eso -voces notables como las de Pikety, Chomsky y Ha Jon Chang, se hicieron oír respaldando su programa.
A cambio de los objetivos del Milenio, como lo diría Ariel Ávila, en cambio de poner a funcionar el Estado Social de Derecho escrito con buena letra en la Constitución Política de Colombia, tendremos esa avalancha legislativa que hará trizas los acuerdos, que garantizará la impunidad y la no restitución de la tierra despojada a bala y motosierra, y que dejará en el olvido los 10 mil falsos positivos dentro de una población ninguneada. Atrás quedaron las advertencias de Gaviria sobre la amenaza que representa Uribe; lejos está la promesa de la Calle de votar por el candidato alternativo que pasara a segunda vuelta. Quedó para el recuerdo la incoherencia de Fajardo al unirse al marxismo de Robledo, pero que guardó distancia frente al liberalismo social de Petro.
Nos dejaron en la extrema orfandad, precisamente aquellos que tenían que defender a las ovejas de las acechanzas del lobo feroz.
Yanod Márquez Aldana, Graduado en Ciencias Políticas y Administrativas – Magister y Doctor en Ciencias Económicas
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