Ha pasado mucha agua bajo los puentes de la historia y han sido grandes las mutaciones en la ciencia, la tecnología, la política, la economía y la relación del homo sapiens con la naturaleza, el nivel de entropía que ocasiona esa relación que se ha traducido en las angustias de hoy, cuando los humanos nos acercamos al escenario fatídico de la sexta extinción y la civilización que hemos construido se acerca a una gran guerra, esta vez sí de características universales, con armas más letales, que colocan los objetivos a tiro de as con solo apretar un botón y que pueden matar desde la profundidad de los océanos y desde el cosmos infinito. No hay guarida posible.
En el Green New Deal Global, (Planeta 2019) el sociólogo norteamericano Jeremy Rifkin, un prestigioso visionario de las grandes tendencias económicas, realiza una ilustrada recapitulación del movimiento verde global que se despliega por el mundo de la mano de millones de jóvenes sobre la base de las ideas keynesianas, de una definitiva e indeclinable participación del Estado en la economía vía gasto público y de profundas trasformaciones democráticas que el nuevo gobierno colombiano que asume el próximo siete de agosto promete desarrollar como “la economía de la vida”.
Rifkin es uno de los teóricos más leídos del mundo y sus obras, especialmente “La Tercera revolución industrial”, cómo el poder lateral está transformando la energía, la economía y el mundo, (Paidós, 2011) y “La Sociedad del coste marginal cero”, el internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo (Paidos 2014), han inspirado gobiernos nacionales y regionales en todo el mundo y sus predicciones de una sociedad inteligente y cero carbono han sido la vena para implementar cambios de políticas ambientales y económicas en la necesaria y urgente transición energética hacia una economía descarbonizada en China, Alemania, en varios gobiernos europeos, en Texas y California y en algunas de las ciudades más importantes del mundo, entre ellas Nueva York y Londres.
Su lectura me lleva a varias conclusiones: El nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, para quien Rifkin es uno de los autores de cabecera, es un adelantado en sus propuestas de la urgencia de reconvertir la economía colombiana en una basada en energías renovables y energías verdes, que se acercan a costes marginales cero. El viento, el sol, las mareas, son gratis.
Si el país no hace esa necesaria transición nos hundiremos en una pobreza que palidecerá con respecto a la que hoy sufren y abruman a la sociedad colombiana y de seguro nos precipitaremos en un espiral de violencia de la que no saldremos indemnes. La realidad nos muestra cómo, en todos los ámbitos de la actividad industrial del mundo, derivados de la segunda revolución industrial-petróleo-petroquímica, industria automotriz, la logística, la infraestructura, la generación de electricidad, la agricultura, el sector de la construcción-, están en un proceso de reconversión irreversible ante las evidentes señalas del mercado que apuntan el fenómeno.
El acusado descenso del precio en la generación de las energías solar y eólica provocará inevitablemente billones de dólares en activos obsoletos y golpeará a los petro-estados que no logren reinventarse a sí mismos y no atiendan la velocidad de la actual transición energética. Indudablemente no somos un gran productor de petróleo-a pesar de que nuestra geología está atravesada por la roca recipiendaria más grande del planeta, la formación la Luna, que hace a Venezuela el depósito de petróleo más grande del mundo- pero, sí somos absolutamente dependientes de este commodity.
Lo que nos grita cuán atrasada está Colombia con respecto a las tendencias mundiales de reconversión de sus economías, en función de las amenazas derivadas del cambio climático, cada vez más destructivas, y de la aplicación de las nuevas tecnologías y del colapso de la civilización montada sobre las energías fósiles que llegaría en un lapso de aquí al 2030. (Pag.19)
Ni siquiera hemos sido capaces de convertir las efímeras bonanzas en prosperidad y felicidad. La muerte diaria de niños bajo severa desnutrición al lado de la mina de carbón a cielo abierto más grande del mundo, en el departamento de la Guajira, ilustra dolorosamente este fracaso rotundo. La violencia se ensaña en la geografía de la economía extractivista que se calca con la geografía de la pobreza y de la miseria del país.
En los próximos ocho años la energía solar y eólica será mucho más barata que las energías producidas con combustibles fósiles lo que está ocasionando una fuerte desinversión en la estructura y en los negocios basados en estas energías. En este contexto, Ecopetrol corre el serio riesgo de convertirse en un activo obsoleto.[1] Hay que transformarla para no perderla. Tiene mucho que aportar en la nueva economía solo si no sigue atada a la coyunda pretérita de las viejas fuentes de energía, como se pretende.
En el país, por la obsolescencia de las empresas eléctricas privatizadas, tanto el sector industrial como los colombianos de las diversas regiones, pagan cifras cada vez más estrafalarias por el costo de la energía que llega a los hogares bastante empobrecidos. O si no que lo digan los consumidores de energía de la Costa Caribe colombiana que en algún momento no van a tener con que pagar los recibos de la corrupta Electricaribe, ahora Afinia y Aires.[2]
En las regiones apartadas de Colombia las empresas eléctricas dependientes de energías fósiles, con sus largos tendidos de redes, no son viables financieramente para llevar energía a los poblados dispersos y estos se quedan sin energía o la obtienen de forma bastante precaria, a costos imposibles o no se la dejan cortar recurriendo a la violencia. El gobierno saliente cree que la revolución tecnológica que recorre el mundo fundamentada en el reemplazo de las energías fósiles, en el internet de las cosas, en síntesis de un capitalismo distribuido y colaborativo, es montar unos cuantos parques solares y eólicos de los cuales los colombianos no obtienen un solo beneficio y del que solo se lucran los conglomerados de negocios que dominan el mercado eléctrico, lejos de las positivas consecuencias sociales, económicas y ambientales de las nuevas energías, que liberan a millones de personas en el mundo instaurando una verdadera democracia de la energía.
Millones de colombianos pobres que viven donde el sol abrazador del trópico calienta sus vidas en la costa caribe y pacífica, en los llanos, en el curso de las poblaciones ribereñas y empobrecidas de la macrocuenca Magdalena-Cauca, esperan que los nuevos barrios que se construyan tengan como techo paneles solares que hagan del vecindario verdaderas micro-centrales eléctricas que le alivien la cartera, les posibilite negocios y los conecten con el mundo. Y los barrios antiguos puedan adaptarse.
La nueva economía verde que se extiende por el mundo bajo la inspiración de millones de jóvenes que desean una economía más resiliente y alineada con las limitaciones de recursos del planeta, es también una enorme oportunidad para la generación de empleo en la necesaria transición hacia una economía cero carbono, que reemplace las estructuras productivas derivadas de la segunda revolución industrial.
Devolverle los recursos necesarios al Sistema de Educación Superior, es decir sanear las Universidades financieramente y darle aire a su expansión gratuita por todo el territorio nacional donde se requiera, así como dedicarle más recursos a la Investigación y Desarrollo, es indispensable para la transición energética hacia una economía de la vida y hacia una era de paz para Colombia. En el texto de Rifkin, El Nuevo Trato Verde Global y en los textos señalados está la guía.
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[1] Diego Otero Prada, El cambio climático y el sector energético, Academia Colombiana de Ciencias Económicas, Bogotá 2022.
[2] El clamor de la región Caribe, Jaime Pumarejo, Alcalde de Barranquilla, La Republica, 22-07-2022.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: https://www.prehledne24.cz/
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