Si queremos conseguir que la sociedad se comprometa ante el cambio climático, tendremos que elaborar acciones eficaces. Si bien tendremos que ser cuidadosos en su elección, pues podríamos encontrarnos con desenlaces adversos, y nada mejor que tener en cuenta el contexto en el que queremos actuar.
Veamos, como ejemplo, el periodo que estamos atravesando. La gente se siente tan abrumada por el sinfín de crecientes amenazas, que le resulta imposible absorber más mensajes negativos, como podrían ser los relacionados con el cambio climático. Si insistimos, podrían desarrollar reacciones extremadamente defensivas, como la huida hacia delante. Con todo, existen colectivos humanos que, ante una situación crítica de estas características, se sienten capaces de frenar el cambio y despliegan una energía solidaria muy poderosa.
Por otro lado, las transformaciones que han tenido lugar a lo largo de los últimos sesenta años han provocado el desgaste de acciones que fueron eficaces durante más de un siglo, como es el caso de multitudinarias manifestaciones que generaron cambios trascendentales a nivel planetario. Hoy las hay, sin duda, pero la mayoría tienen un carácter más conmemorativo que reivindicativo. Esta «mudanza» se ha visto agudizada durante la presente pandemia, pues a la desgana «manifestativa» se ha sumado el peligro que conllevan concentraciones masivas, lo que ha obligado a su prohibición. Es más, los sectores proclives a las marchas reivindicativas sospechan que las restricciones gubernamentales son una buena excusa para tener más controlada a la población. Sin embargo, olvidan que desde hace ya mucho tiempo sus convocatorias han sido auténticos fracasos.
Ciertamente, movimientos como Fridays For Future (FFF) o Extinctionrebellion (XR) consideran que las concentraciones —con inclusión de performances en ocasiones— son herramientas informativas efectivas. No obstante, los resultados han sido más bien exiguos si atendemos a la reacción del 95% de la población mundial. En parte, porque los mensajes climáticos elaborados son tan negativos que pueden provocar una reacción de rechazo en la población. En efecto: en situaciones críticas, la vida cotidiana es ya lo suficientemente disruptiva como para absorber una urgencia tan abrumadora como la medioambiental.
Con todo, tenemos instrumentos aptos para desarrollar formas de protesta más creativas que lleguen, no solo a la población mundial sino también a los gobiernos respectivos. Se trataría de elaborar narrativas coherentes en la esfera pública para propagarlas entre grupos reducidos cercanos al informante por medio de un liderazgo horizontal. A su vez, los participantes expandirían las noticias a sus propios grupos. Está claro que la tarea es ardua, por larga y lenta, pero más efectiva que la llevada a cabo hasta ahora, con la que no se ha obtenido ningún resultado positivo. Se me podría aducir que los medios de comunicación de masas están capacitados para asumir dicha labor, pero no lo hacen porque están en manos de quienes han provocado el cambio climático.
El cambio individual como motor de arranque del cambio social
No todo es negativo cuando surgen amenazas a nivel planetario, ya que aparecen colectivos deseosos de trabajar solidariamente a partir de cambios individuales que se adaptan a circunstancias nuevas. Tenemos ejemplos de ello durante la actual pandemia con el uso generalizado de mascarillas y el mantenimiento de las distancias entre los individuos.
Es indudable que una acción individual por sí sola no puede doblegar una amenaza global, pero si asumimos que la responsabilidad personal para afrontar un problema comunitario puede mejorar la situación, fomentaremos actitudes modélicas colectivas eficaces destinadas a objetivos de mayor envergadura.
¿Cómo generar, pues, una respuesta colectiva al cambio climático a partir de la responsabilidad individual? Porque, hasta ahora, la información acerca del cambio climático no ha sido clara, el público no ha considerado efectivas las acciones individuales y, motivado como está por el comportamiento de sus iguales, tampoco ha visto en ellos una interiorización veraz de la urgencia con que hay que llevar a cabo los cambios. Por otra parte, es improbable que los gobiernos —por muy democráticos que digan que son— lleven a cabo cambios políticos radicales, porque conllevarían la asunción de costes significativos a corto plazo, con la consiguiente pérdida de votos. Solo aceptarían si hubiese una presión ciudadana consistente.
En síntesis: la pandemia ha demostrado que la gente quiere trabajar junta frente a una amenaza externa importante y se ha percatado de que los cambios individuales son eficaces colectivamente si se desarrollan narrativas coherentes. Es decir, actuando individuo a individuo sumamos una conciencia colectiva solidaria frente al cambio climático porque nos afecta a todos.
No matemos a los mensajeros fiables
Una comunicación efectiva acerca del cambio climático requiere de mensajeros fiables que compartan los valores y comprendan las necesidades de sus audiencias.
En ese sentido, el «ecologista o defensor medioambiental» tiene en la actualidad connotaciones negativas para la mayoría del público, pues lo considera miembro de un sector elitista y excesivamente moralizante que no se implica «a pie de campo» con la gente. Consecuentemente, no es el mensajero más apropiado, especialmente en periodos muy críticos.
¿Dónde podríamos encontrarlo? En las comunidades científica y sanitaria independientes. De hecho, de los expertos en ambos campos se ha fiado mayoritariamente la población mundial durante la pandemia. De ellos podemos, pues, esperar que sean plenamente aceptados por el público general ante el cambio climático. No obstante, debemos ser cautelosos, porque la gente todavía no comprende en toda su extensión la plena conexión entre cambio climático y salud.
El cambio climático se merece narrativas más coherentes
La prensa mundial ha publicado que grupos humanos muy vulnerables esparcidos por todo el mundo han constatado que solo unidos pueden alcanzar una cierta seguridad.
No es la primera vez ni será la última que acontecimientos muy disruptivos destapan graves vulnerabilidades sociales que son fruto de un sistema económico global fuertemente injusto. Ha ocurrido durante la pandemia: la gente en situación económica muy desventajosa ha sido la más expuesta a riesgos y daños irreparables.
Una consecuencia inmediata ha sido que la sociedad se ha focalizado en la protección del trabajo más vulnerable —el del cuidado profesional— que ha recuperado la valoración que tuvo en el pasado. Otras consecuencias que han mostrado la «culpabilidad» que hay tras el neoliberalismo han sido el desempleo masivo, la carencia de alimentos esenciales y las crisis comerciales, profesionales y culturales. En sentido positivo, se ha abierto una discusión fructífera acerca de la necesidad de provocar cambios sistémicos efectivos.
Sería interesante que también se imputase al sistema capitalista el hecho de ser la responsable del cambio climático, puesto que es cierto. Ahora bien, hay que elaborar una narrativa que sea aceptada por votantes de todo el espectro político mediante la utilización de términos como «legitimidad, equidad, ecuanimidad, imparcialidad», mejor aceptados que términos como «justicia», muy cercano a la ideología de izquierdas. Se trata de sumar voces.
Las imágenes atraen mucho más que las palabras
Vivimos en una época en que la imagen focaliza la atención de la gente y, por tanto, desencadena una serie de emociones que pueden ser utilizadas al servicio del medio ambiente.
Volvamos, una vez más, a la pandemia actual, que de tanta ayuda puede sernos frente al cambio climático. Casi a lo largo de un año, hemos visto imágenes de centenares de fotógrafos de todo el mundo. También de aficionados. Todos ellos han sido los cronistas de un documento histórico muy valioso. Sin embargo, ¿hemos sido conscientes de que también ha habido vivencias reales que se nos han ocultado?
Los seres humanos somos «animales visuales» y, por tanto, fotografías y vídeos son herramientas poderosísimas para fortalecer narrativas relacionadas con el cambio climático. Durante los primeros días de la instalación de la Covid-19, las imágenes de calles vacías, canales limpios y paisajes impolutos construyeron una narrativa muy vinculada a la «recuperación de la naturaleza». Nadie podrá negar que las emociones que brotaron de la gente fueron muy potentes. Sin embargo, a medida que las semanas han ido pasando, las imágenes relacionadas con la pandemia han ido perdiendo protagonismo. Lo mismo les ocurrió en su momento a aquellas vinculadas con el cambio climático.
En 2015, las investigaciones que los expertos en comunicación visual llevaron a cabo en el ámbito del cambio climático, constataron que el público se sentía más atraído por historias novedosas e imágenes auténticas de la vida cotidiana que por representaciones «metafóricas» como chimeneas, osos polares, escenas artificiosas y políticos imponentes hablando del cambio climático. Estas últimas, por cierto, le desagradaban especialmente al público.
Los expertos en comunicación visual también han podido comprobar que las imágenes que realzan el sentido de «estar todos juntos en algo» tienen un carácter muy exitoso. El resultado ha sido la composición de imágenes que muestran a gente real encarando problemas reales. Un buen ejemplo es ver a la gente trabajando junta, pues refuerza el sentimiento de que la gente que colabora entre sí supera todas las crisis. En el lado contrario, está el fuerte rechazo actual a imágenes en las que la gente participa en manifestaciones a favor del medio ambiente y contra el gobierno, siempre que este haya empezado a desarrollar políticas a favor de la sociedad en general.
Así pues, si la demanda de imágenes que muestren soluciones nuevas y actuales frente a la crisis climática no dejan de crecer, ya sabemos cuál es el camino a seguir en el campo audiovisual. La única dificultad con la que nos encontramos son las constricciones a las que nos ha sometido la pandemia.
Con todo, salir a la calle a buscar imágenes nuevas y creativas acerca de soluciones climáticas es la actitud más eficaz. Solo necesitamos vincularlas a historias humanas que resalten nuestra fragilidad y la del planeta, y muestren los impactos negativos que sobre la salud tiene el cambio climático.
Pepa Úbeda
Pulpo says
En qué momento se produjo una narrativa de recuperación de la naturaleza? Creo que dejarse influir tanto por unos medios sensacionalistas con mensajes tan simples y nuestras emociones demuestra una sociedad simplista, donde con ver un ciervo o un jabalí por las calles de Madrid es suficiente para autocomplacernos y creer q existe conciencia…mercantilismo de emociones.