El candidato ultraderechista Jair Bolsonaro ha ganado por una amplia mayoría las elecciones en Brasil con un 55% de los votos contra el 45% obtenido por el desconocido candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad.
Resulta bastante sorprendente que en un país donde el PT había ganado las últimas cuatro elecciones presidenciales consecutivas –2002 y 2006 con Lula y 2010 y 2014 con Dilma Rousseff– de pronto gane por diez puntos de diferencia un candidato tan opuesto a lo que ha representado ese partido. ¿Qué ha pasado?
Es indudable que la cuestionada destitución parlamentaria de Rousseff en 2016 y las posteriores y reiteradas acusaciones de corrupción del PT y de otros partidos de todo el espectro ideológico –muchas de ellas corroboradas por los tribunales– han tenido un efecto desmovilizador demoledor en una parte muy importante del electorado petista.
Sin embargo, creo que hay algo más estructural, que se podría enunciar como el “resurgimiento del capitalismo religioso” en algunos países desarrollados. Una de las primeras frases de Bolsonaro al conocer los resultados electorales parece apuntar en este sentido: “Esta misión de Dios no se escoge, se cumple”.
Esos países se caracterizan porque, si bien los valores postmateriales y de realización individual están en correlación con el grado de desarrollo económico alcanzado, la religión y la tradición siguen teniendo un gran peso en ellos, mucho mayor de lo que correspondería a su nivel de desarrollo económico y social. Según la World Value Survey, el 51,5% de los brasileños, y el 40,4% de los estadounidenses, consideran que la religión es muy importante en sus vidas. ¿Cómo es posible?
Hace más de dos siglos el filósofo Bernard Mandeville puso voz al pensamiento de un gran número de gente rica y poderosa sin escrúpulos, como aquellos que apoyan a Bolsonaro y a Trump: “En una nación libre en la que no se permite la esclavitud, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos(…) es un requisito que un gran número de personas se mantengan tan ignorantes como igualmente pobres”.
Las palabras de Mandeville nos permiten explicar lo que acaba de suceder en Brasil, y hace dos años en EE.UU. con la elección de Trump. Que en una sociedad tengan gran peso los valores morales basados en la religión, que ignoran y desprecian las explicaciones científicas, tiene importantes consecuencias negativas sobre el grado de sociabilidad extensa, o universal. La sociabilidad en estos países es más estrecha y está más fragmentada, restringida a quienes pertenecen al mismo grupo que comparte idénticos valores y creencias, los ciudadanos de estas sociedades hiperreligiosas son más desconfiados respecto a los desconocidos. Tan solo un 35,2% de la población en EE.UU. confía en desconocidos, en Brasil este porcentaje desciende hasta un 18%.
En Brasil y EE.UU., las iglesias protestantes integristas, o los grupos ultracatólicos han sido capaces de imponer un cerrado sentimiento de comunidad a una parte muy importante de la población, en gran medida los segmentos más pobres, limitándola a quienes comparten la fe; son excluyentes con los demás, lo que permite que brote el racismo y la homofobia.
Resulta interesante relacionar esta sociabilidad estrecha, causada por el integrismo religioso, con la consideración de la democracia en esos países. Mientras un 73,5% de los suecos consideran que la democracia es absolutamente importante, este porcentaje desciende hasta el 46,5% en EE.UU. y el 48,8% en Brasil. La estrecha sociabilidad religiosa reduce la confianza republicana, la confianza en todos los ciudadanos, considerados como iguales en derechos.
También llama la atención que Brasil y EE.UU. tengan un elevado grado de desigualdad social, y que en estos países las políticas públicas redistributivas están mucho menos desarrolladas que lo que cabría esperar con su grado de desarrollo. En 2015 en Estados Unidos, según el Banco Mundial, el índice Gini de desigualdad fue de 41,5, el de Brasil de 51,3, mientras que el de Suecia fue tan solo un 29,2. Resulta interesante constatar que el grado de solidaridad realmente ejercido por el conjunto de la sociedad es mayor en los países nórdicos, donde tienen un mayor peso los valores laicos de justicia social, que en los países donde tienen más peso los valores religiosos relacionados con la caridad.
Recordemos una vez más las palabras de Mandeville sobre la necesidad de mantener a una parte importante de la población pobre e ignorante para que los ricos se enriquezcan más. Para las élites políticas y económicas que apoyan a Bolsonaro y a Trump, el filósofo holandés ofrece una sencilla y efectiva guía para que puedan seguir detentando una sólida hegemonía cultural: cuantos más pobres haya tendrán un mayor peso los valores de supervivencia, y los individuos con valores altruistas serán más escasos.
En Estados Unidos, los grupos sociales privilegiados, nucleados en torno al Partido Republicano, han tenido, desde los años setenta, indudables éxitos logrando una recuperación de la hegemonía cultural gracias a una estrategia encaminada a aunar los valores religiosos y tradicionales, con los que se sienten identificados parte importante de los grupos sociales más desfavorecidos de EE.UU., con los valores egoístas que beben del “darwinismo social” con el que Spencer impregnó la ideología de las clases dirigentes capitalistas en el siglo XIX.
Cuando Bolsonaro en Brasil, o Trump en EE.UU., hacen una defensa de unos valores que nos pueden parecen caducos y trasnochados en gran parte de las sociedades europeas (excepto en Italia), lo hacen con un claro objetivo: movilizar a su favor a una parte de los votantes pobres, cuyos intereses económicos son opuestos a los de las élites que apoyan a esos políticos, pero que se reconocen en valores propios de Sociedades de la Necesidad, donde el materialismo está por encima de todo, donde impera el miedo al diferente, y los valores religiosos y tradicionales son preeminentes.
La pobreza no es un efecto colateral o no deseado, es funcional para las élites económicas para seguir manteniendo sus privilegios en sistemas democráticos.
Fuente: https://ctxt.es/es/20181024/Firmas/22599/Bruno-Estrada-Lopez-brasil-EE-UU-politica-bolsonaro-Trump.htm
Foto tomada de: https://ctxt.es/es/20181024/Firmas/22599/Bruno-Estrada-Lopez-brasil-EE-UU-politica-bolsonaro-Trump.htm
Bruno Estrada es economista, adjunto al secretario general de CC.OO.
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