En el siglo XVIII, por los días de la revolución francesa, autores como el Marqués de Condorcet pusieron en evidencia las dificultades intrínsecas que se presentan cuando se trata de conciliar el bien moral individual con las preferencias colectivas. La llamada paradoja de Condorcet se convirtió en el punto de partida de los teoremas de imposibilidad. No hay ninguna solución lógica que permita hacer compatible los intereses individuales con la elección colectiva. La consistencia que pudiera existir en el ordenamiento de preferencias individual, se pierde cuando se pasa al ordenamiento de preferencias sociales. El teorema de Condorcet es una invitación a la humildad, y es un llamado a reconocer que cualquier alternativa social es subóptima e imperfecta.
Por un camino diferente al de Condorcet, y por los mismos años, Kant propone una solución ideal. Si cada persona toma sus decisiones morales guiada por el imperativo categórico, sería posible pasar de la utilidad individual a la elección colectiva, sin que nadie se sienta excluido. En palabras de Kant[1]: “El imperativo categórico es, pues, único, y es como sigue: obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”.
Si el individuo actúa pensando que su norma moral pueda ser propuesta como norma moral universal, se podría llegar a una solución óptima, en la que todas las preferencias individuales coincidan. En este mundo imaginario la utilidad individual se ve reflejada en la función de decisión global. Y, entonces, el beneficio del individuo es también el de la sociedad.
Esta solución ideal kantiana es retomada por Rawls, que propone un velo de ignorancia. Se trata de una situación en la que el individuo no sabe cuál será su posición en la sociedad. La posición original…
“… se considera como una situación puramente hipotética caracterizada de tal modo que conduce a una cierta concepción de la justicia. Entre los rasgos esenciales de esta situación, está el de que nadie sabe cuál es su lugar en la sociedad, su posición, clase o status social; nadie conoce tampoco cuál es su suerte con respecto a la distribución de ventajas y capacidades naturales, su inteligencia, su fortaleza, etc. Supondré, incluso, que los propios miembros del grupo no conocen sus concepciones acerca del bien, ni sus tendencias psicológicas especiales. Los principios de la justicia se escogen tras un velo de ignorancia. Esto asegura que los resultados del azar natural o de las contingencias de las circunstancias sociales no darán a nadie ventajas ni desventajas al escoger los principios”[2]
El camino propuesto por Kant y Rawls sería la mejor solución, pero en la realidad no es posible. A comienzos de los años cincuenta, Arrow[3] retoma la paradoja de Condorcet, y muestra que es imposible encontrar una secuencia lógica que permita hacer compatible las preferencias individuales con la elección colectiva.
Los teoremas de imposibilidad examinados por Arrow, únicamente se pueden superar si la elección colectiva es subóptima. Es decir, si se acepta que cualquier decisión colectiva es imperfecta. Los intereses individuales siempre se expresarán de manera incompleta en la decisión social. Todo proceso de elección colectiva llevará a soluciones subóptimas.
Estos elementos básicos, que han sido desarrollados por la filosofía moral, se deben tener en cuenta en los diálogos regionales. Los intereses específicos de cada comunidad tendrían que ser subsumidos, siempre de manera imperfecta, en programas estratégicos. Y si éstos están bien diseñados se logrará que el desarrollo regional potencie las iniciativas locales. Es posible conjugar proyectos estratégicos e intereses locales, siempre y cuando los mecanismos se diseñen de manera adecuada. Es necesario insistir en que cualquier alternativa final siempre será subóptima.
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[1] KANT Immanuel., 1785. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Porrúa, Buenos Aires, 1983.
[2] RAWLS John., 1971. Teoría de la Justicia, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 29.
[3] ARROW Kenneth., 1951. Social Choice and Individual Values, Wiley, New York, 1963, pp. 1-91.
Jorge Iván González
Foto tomada de: Open Democracy
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